lunes, 27 de octubre de 2008

Margaret Atwood y las doce criadas de Odiseo

Homero
Y el discreto Telémaco dijo a los otros: No daré yo, en verdad, muerte noble de espada a estas siervas, que a mi madre y a mí nos tenían abrumados de oprobios y pasaban sus noches al lado de aquellos galanes. Tal diciendo, prendió de elevada columna un gran cable de bajel, rodeó el otro extremo a la cima del horno y estirólo hacia arriba, evitando que alguna apoyase sobre tierra los pies. Como tordos de gráciles alas o palomas cogidas en lazo cubierto de hojas que, buscando un descanso, se encuentran su lecho de muerte, tal mostraban allí sus cabezas en fila, y un nudo constriñó cada cuello hasta darles el fin más penoso, tras un breve y convulso agitar de sus pies en el aire.
Mateo
Mientras iban a comprar el aceite, vino el esposo, y las que estaban preparadas, entraron con él a las bodas, y se cerró la puerta. Al cabo vinieron las otras vírgenes, diciendo: Señor, ábrenos. Pero él respondió: yo no os conozco.
Robert Graves
Luego se detuvo Odiseo para preguntar a Euriclea, que había encerrado a las mujeres de palacio en sus alojamientos, cuántas de ellas habían permanecido fieles a su causa. Ella contestó: Solo doce han perdido su honor, señor. Llamó a las sirvientas culpables y les obligó a limpiar la sangre derramada en la sala con esponjas y agua, y cuando terminaron las puso en fila y las ahorcó. Patalearon un poco, pero pronto terminó todo.
Margaret Atwood (Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2008)
¡Eh! ¡Señor Nadie!¡Señor sin nombre!¡Señor maestro del Ilusionismo!¡Señor prestidigitador. nieto de ladrones y mentirosos!
Nosotras también estamos aquí, las que no tenemos nombre. Las otras sin nombre. Esa sobre las que cayó la vergüenza por culpa de otros. Las señaladas, las marcadas. Las chicas de la limpieza, las mozas de mejillas sonrosadas, las niñas risueñas y picaronas, las muchachas frívolas y descaradas, las jóvenes limpiadoras de sangre. Somos doce. Doce traseros redondos como la luna, doce apetitosas bocas, veinticuatro pechos mullidos como almohadas de plumas, y lo mejor de todo, veinticuatro temblorosos pies.
¿Te acuerdas de nosotras?
Debiste hacernos un funeral adecuado. Debiste verter vino sobre nosotras. Debiste de rezar para que te perdonáramos. Ahora no puedes librarte de nosotras, donde quiera que vayas: ni en la vida ni después de la vida ni en ninguna otra que tengas. (Penélope y la doce criadas)

1 comentario:

Lauren Mendinueta dijo...

Me ha encantado esta selección de textos. No hace mucho leí A odissea de Penélope en portugués. My buena novela.