martes, 17 de julio de 2012

Aviso a los suscriptores y amigos de HH

Queridos amigos: el pasado día 7 de julio el blog HobbyHorse (de Blogger) se trasladó a la página web alvarodelarica.com (de WordPress). Creo sinceramente que las posibilidades de WordPress son mayores, como comprobaréis si seguís frecuentando este blog. Os agradecería a todos, especialmente a los que estabais suscritos o erais amigos o seguidores de HobbyHorse que os suscribáis a la nueva página, para lo que tenéis que ir a la columna de la derecha hasta encontrar, debajo de la nube de etiquetas, una pequeña casilla sobre la que pone SEGUIR POR MAIL. Si escribís ahí vuestro correo os llegará la última entrada automáticamente en cuanto se publique. Una vez más quería daos a todos las gracias por seguir por aquí.

lunes, 2 de julio de 2012

Presentación en Barcelona



EL PRÓXIMO MIÉRCOLES DÍA 4 DE JULIO A LAS DIECINUEVE TREINTA, EN LA LLIBRERIA CENTRAL DE BARCELONA (CALLE MALLORCA) TENDRÁ LUGAR LA PRESENTACIÓN, A CARGO DE MARIA JOSEP BALSACH, DE MI NOVELA LA TERCERA PERSONA. ADEMÁS DE LA PRESENTADORA HABLARÁ DIANA ZAFORTEZA (EDITORA DE ALFABIA) Y YO MISMO.

domingo, 24 de junio de 2012

Verano 2012: algunas propuestas de lectura


Me quedan pocas cosas que hacer ya antes del verano. Pienso zambullirme en la lectura en cuanto pueda, y la verdad es que este año tengo una ilusión especial en los libros que esperan que les llegue su turno pacientes, silenciosos, atractivos. Con grande esfuerzo por mi parte, he postpuesto como si se tratara de una promesa religiosa la lectura de Aire de Dylan de Enrique Vila-Matas (Seix Barral) hasta estos días o semanas. No sé porqué lo he hecho pero no quería leerlo en medio de la agitación del curso lectivo. Será el punto de partida de todo lo demás.
Hay dos novelas cortas que quiero leer después: Liberación de Márai (Salamandra) y Los enamorados de Alfred Hayes (La Bestia Equilátera, Argentina); conviene no confundir éste con Los enamoramientos de Marías.
Mi amiga Esther Bendahan tiene dos libros nuevos que también había reservado para el mar de la tranquilidad: su ya famoso Pene (Ediciones Ambulantes) y su nueva novela, El tratado del alma gemela, flamante XXIII Premio Torrente Ballester de este año (en Ediciones del Viento). Hablando de libros de amigos, me llevo con mucho gusto tres libros más: Donde la eternidad envejece, el quinto tomo de las memorias de ficción de César Antonio Molina (Destino), Night Falling, el último trabajo (es prosa poética en estado puro) del grandísimo John Taylor (B.O.P), y Mis postales de Barcelona de Isabel Núñez (Triangle). Hablaré de todos ellos con la pausa que se merecen.
De mis editoriales familiares, Minúscula me ha tentado con dos obras extraordinarias, que conozco pero que reeleré con entusiasmo: Silencio en Milán, de mi adorada Ana María Ortese (es el número 50 de la ya histórica y ahora anaranjada colección Paisajes narrados) y las Cartas de verano de 1926 de Tsvietáieva, Pasternak y Rilke. Siruela ofrece el último libro de Steiner, La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan, y la selección de textos que, con ocasión de su setenta y cinco cumpleaños, Rüdiger Safransky ha realizado de la obra para mí decisiva de Cees Nooteboom. De Sexto Piso leeré las memorias de la ilustradora libanesa Lamia Ziadé (Bye Bye Babilonia) y un libro al que le tengo muchas ganas, Revolución en mente. La creación del psicoanálisis, de George Makari (ochocientas páginas dedicadas a la historia y la interpretación de esa para mí todavía misteriosa disciplina). De Lumen tengo ya en mi mano El mar de coral de Patti Smith. Y, por último, quiero leer Mentira y sortilegio de Elsa Morante. Cerca de mil páginas que me obligan a dejar este año en casa a Proust y a Joyce aunque en el fondo sé que entrelíneas me reencontraré con ambos.
Me gustaría intentar leer el estudio que Lila Azam Zanganeh realizó sobre la vivencia de la felicidad en Vladimir Nabokov (Duomo). Y la biografía Calderón de la Barca de Cruikshank que ha editado Gredos. Un clásico publicado en Inglaterra hace tres años y que por fin podemos leer en castellano.
Me queda la poesía, pero antes una referencia a la poesía visual. Ví en Madrid el show Hopper. Yo no me lo perdería. Pasé allí varias horas durante tres días seguidos y no me he recuperado de la impresión que me ha dejado su pintura. Necesito saber más de ese artista, buscarle (él solía responder, cuando le preguntaban qué pretendía en su trabajo, I´m after me). Para eso, además del catálogo (que contiene un escrito de Tomàs Llorens sobre la recepción crítica en los Estados Unidos), quiero leer las anotaciones de sus cuadernos de trabajo (lo ha editado La Fábrica con un texto de Brain O´Doherty) y sus escritos personales (editados por Elba).
No renuncio a cargar con la antología de e.e. cummings que me acompaña allí donde voy. Y algunos libros de Claude Esteban sobre los que espero trabajar un poco. De los recién editados hay tres cosas que he embolsado: la poesía completa de Edward Thomas (traducida por mi amigo Insausti) y Bajo la tierra, las Elegías de Jirí Orten (04 Poesía). No sé si se puede decir que sea poesía o no, pero quizás nada me hace tanta ilusión como poder hojear a placer el álbum que James Valender ha preparado de Manuel Altolaguirre.
Si uno es lo que lee, creo que con un poco de suerte hasta mejoraré un poco.
(Por si alguien se hubiere olvidado, le recuerdo la posibilidad de leer en Alfabia mi novela La tercera persona o la traducción de El Viajero sobre la tierra que he realizado para Automática)


martes, 19 de junio de 2012

El viajero sobre la tierra



Un joven decide estudiar en la gran Universidad del Sur, del Sur de la Confederación derrotada y humillada por los yankees. La vieja institución que Jefferson fundara para educar a los hijos de las grandes familias terratenientes en el espíritu clásico y europeo. En medio de ese maridaje explosivo e imposible de cultura y naturaleza, de paganismo, sensualidad contenida y rigor protestante, camina torpemente un ser atribulado, un personaje en el que Green consiguió la proustiana hazaña de trasponer su yo más profundo. Bajo la fría belleza de la arquitectura jónica acabará muriendo, ahogado en las aguas turbulentas del río de la vida, incapaz de asumir su realidad afectiva y sexual.
Esos son algunos de los trazos principales de la primera novela de Julien Green, la que contiene en germen todo el universo narrativo que desplegará, a lo largo de seis décadas de incansable producción, en un corpus novelístico fascinante.
Emboscada en una novela de género (gótico) que no sirve en modo alguno para explicar ni su complejidad psicológica ni su inmensa riqueza espiritual, aquejada aún de la inexperiencia de un novelista hasta entonces inédito, Green maneja con asombrosa naturalidad, en paralelo con autores como Schnitzler o el propio Kafka, la noción freudiana de lo unheimlich: algo más o menos indefinible que va ascendiendo desde lo irreconocible a lo no familiar y a lo abiertamente siniestro.

jueves, 14 de junio de 2012

Nikolái Gumiliov, por fin


Cuánto me alegra que por fin se haya editado en castellano, y muy bien editado, una amplia antología de la poesía de Nikolái Gumiliov (El tranvía extraviado, Linteo Poesía, 2012). Gumiliov fue el padre del acmeismo, también denominado adanismo, un movimiento de la poesía rusa de las primeras décadas del siglo XX que nos ha dado poetas de la categoría de Mandelstam, de Ajmátova, de Blok o, porqué no, del propio Josef Brodsky (a mí no cabe duda de que fue un epígono de esta pléyade, pero ¡qué epígono!). Frente a los simbolistas y futuristas de entonces, los acmeistas, impulsados por Gumiliov, pretendieron recuperar en su propia creación las fuentes primeras (en un sentido cronológico y también en un sentido de jerarquía poética) de la poesía universal. Les interesaba toda la tradición viva. Gumiliov por ejemplo tradujo el Gilgamesh, entre otras cumbres poéticas. Acmé en griego significa altura y esplendor, claridad, luz; es una palabra próxima al origen de la palabra caridad, xáritas, que significa algo así como cabalgata de luz, estruendo luminoso. A Gumiliov lo fusilaron los soviets y después lo silenciaron durante sesenta años, prohibiendo la edición de su obra (¡ojo! nostálgicos del glorioso comunismo y de su difusión de la cultura de la muerte). Sus amigos, sus colegas de profesión, y los descendientes de éstos y aquellos lo han devuelto a su lugar propio: en el centro mismo del torbellino poético que nunca se detendrá, pese a quien pese.

miércoles, 13 de junio de 2012

Notas para un diario 237


Días de tarea intensa en la que se mezclan las emociones, los reencuentros con amigos medio olvidados, la auto-promoción (algo sin duda embarazoso), el conocimiento de otras personas, y el enorme cansancio acumulado de meses, e incluso de años de trabajo invisible. Lo que no querría perder nunca es la capacidad de vivir hacia dentro, no en contra ni enfrente, no hacia fuera desde luego, sino solo hacia dentro. Curiosamente cuando se vive hacia adentro es cuando más abierto se está a lo claro, a lo valioso y a lo auténtico. Una apertura interior es compatible, o mejor dicho es el resultado de una actitud contemplativa. Cuanto he pensado estos días en el poema de e.e. cummings: en tu gesto más frágil están las cosas que me cierran/, o aquellas que no puedo tocar porque están demasiado cerca/  tu mirada más leve fácilmente puede abrirme/, pese a que he cerrado mi ser como si fuera unos dedos/, tú me abres siempre pétalo a pétalo/, como la Primavera abre, 
(tocando hábilmente, misteriosamente)/ su primera rosa/  o, si deseas cerrarme/, yo y
 mi vida se cerrarán hermosamente, repentinamente…

viernes, 8 de junio de 2012

La tercera persona




Mercedes Monmany (ABC) y Javier Gomá (El País) presentarán esta tarde a las 20:30 en La Buena Vida/El Café de los Libros (c. Vergara 10) La Tercera persona, la novela de Álvaro de la Rica que el sábado firmará ejemplares en la Feria del Libro.

Por Laura Ferrero.

“Siempre hay una cosa, siempre. ¿Sabes qué? Hay una tercera persona que orienta las relaciones en la buena dirección. Esa es la verdad.” Hay afirmaciones tan contundentes que poco más cabe decir después de que uno las pronuncie. Ésta, sin lugar a dudas es una de ellas, una afirmación que sintetiza, a grandes rasgos La tercera persona, la ambiciosa novela que presenta estos días Álvaro de la Rica (Madrid, 1965). En la que es su primera obra de ficción, el autor, que ha publicado media docena de libros de entre los que destaca Kafka y el holocausto, (Trotta, 2011), aborda de manera singular las relaciones humanas y sobre todo, las complejidades que entrañan relaciones de pareja. Pero lo hace desde una perspectiva desacostumbrada: no parte de los dos integrantes de una pareja sino que construye su discurso desde los márgenes de la pareja, desde un elemento externo y supuestamente necesario para que la pareja exista: la tercera persona. Existen las terceras personas. De eso estamos seguros y De la Rica, ciertamente, no es el primero en hablar de ellas. Sin embargo sí es el primero en ofrecer una tesis que tiene tanto de original como de perversa: hablar de un elemento percibido como una amenaza, como de algo necesario. En su narración, exquisita, llena de referencias literarias, el autor nos adentra en dos historias perfectamente hilvanadas y conectadas entre sí en las que conocemos a unos personajes aparentemente normales. Dichos relatos forman parte de un proyecto narrativo de largo alcance que se extiende en un total de nueve historias conectadas entre sí a través de un mismo protagonista. Aquí se nos presenta a Jacob, un hombre infiel, y a una mujer que le escribe una carta desde un tren, mensaje al que él responde de forma minuciosa. Hasta aquí nada del todo distinto a lo que hemos leído en otras ocasiones. Sin embargo, todo es diferente porque Álvaro de la Rica consigue algo que sólo los grandes novelistas logran hacer: nos atrapa, nos seduce. Y nos convence. Y lo hace porque sus personajes son honestos, tanto que nos olvidamos de que no son más que eso: personajes. Son hombres y mujeres corrientes a la deriva de unas vidas, quizás insatisfechas, que se han quedado atrapados en un vorágine de sentimientos. La fidelidad, las convenciones, la dicotomía entre el deber y el deseo, o ese Dios que nos observa desde arriba juegan un papel importante en una narración que huye tanto de los tópicos como de los dogmas y que afronta sin el menor tapujo los temas más incómodos. La seducción, el sexo, el rechazo en el corazón de una relación que se supone íntima y amorosa. La tercera persona no se detiene en el retrato de ese hombre que le es infiel a su mujer y que se siente incómodo cuando un par de niñas preguntan por papá al otro lado del teléfono. No: la narración afronta los misterios de la seducción, el deseo encubierto en los juegos de complicidades que nos convierten, a veces sin quererlo, otras no, en terceras personas para alguien. O que nos pueden llevar a convertir a los demás en terceras personas. De la Rica se pasea hábilmente por las habitaciones cerradas del corazón y desgrana unos vínculos cuya inconsistencia nos asusta porque en el fondo nos remiten a nuestra propia fragilidad y al final a la imposibilidad de conocer el verdadero sentido de las relaciones humanas más radicales.


Fuente: http://www.teinteresa.es/cultura/

lunes, 4 de junio de 2012

La Feria del libro en su recta final


Se acaba la Feria. Queda sólo una semana larga, con su fin-de incluido que hay que aprovechar como sea. Me gustaría ofrecer brevemente un puñado de sugerencias que me hago a mí mismo porque es lo que voy a procurar comprar en estos últimos días y, sobre todo, lo que voy a leer y reseñar en los próximos meses de verano en estas mismas páginas. Comienzo con Seix Barral, que últimamente anda publicando una parte de lo mejor que se escribe en España y fuera de España: por una parte Aire de Dylan, la nueva novela de Enrique Vila-Matas, algo que yo no me perdería por nada del mundo. También me interesan mucho los escritos de Hans Fallada, un autor alemán de los importantes por fin recuperado con su novela estremecedora El bebedor y su no menos abismal diario En mi país desconocido. De paso diré que ahí están publicados los Cuentos completos de William Goyen, una auténtica joya. De lo que presenta Siruela me parece que el ensayo de Steiner (La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan) es con mucho lo más interesante. Entre otras muchas novedades interesantes en el terreno de la filosofía y de la teología, Ediciones Trotta lleva este año un libro, publicado meses atrás, que me parece indispensable: se trata de Testigos del futuro. Filosofía y mesianismo, del profesor francés Pierre Bouretz. Es el relato más completo que conozco sobre el gran pensamiento judío moderno (Cohen, Rosenzweig, Benjamin y Scholem, Buber y Bloch. Leo Strauss, Hans Jonas y Lévinas). La nómina resulta impresionante y el tratamiento es tan esclarecedor como impecable. Sándor Marai (Liberación) e Irene Nemirowsk (Jezabel) reaparecen gracias al buen hacer de Salamandra. Duomo por su parte ha publicado una obra a la que sin duda le echaré el guante, El encantador. Nabokov y la felicidad, el libro que la escritora franco-iraní Lila Azam Zanganeh le ha dedicado a Nabokov y en particular a su visión más íntima del mundo. Tampoco me pierdo la escritura original y sutil de César Antonio Molina que publica en Destino su último tomo de lo que él llama "memorias de ficción" y que luce este bello título, tomado de unos versos de Paul Celan, Donde la eternidad envejece. En este terreno de la literatura, la vida y la memoria me parece una oportunidad única esta Feria para adquirir el Album que las Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, bajo la magistral batuta del hispanista James Valender, le ha dedicado al inmortal Manuel Altolaguirre.
Tengo que terminar. Hay muchas más cosas que merecen la pena. Paseen por las casetas de Alfabia, de Gallonero, de Nórdica, de Impedimenta, de Demipage, de Automática, de Sexto Piso, de KRK, de Bartleby y de tantas otras casas de edición que poco a poco se van haciendo señeras. En este mundo plagado de Goliats, yo buscaré denodadamente lo pequeño o, para ser más exactos, lo que está bien medido y dimensionado.
Sólo me queda recordar que la Feria está dedicada este año a la literatura italiana, y que como colofón se prepara, en el centenario de su nacimiento,  un homenaje a esa escritora inmensa que fue Elsa Morante. Lumen se ha atrevido a editar las casi mil páginas de su novela Mentira y sortilegio, que será presentada por Mercedes Monmany el sábado a la una de la tarde.

domingo, 3 de junio de 2012

Notas para un diario 236 (Sobre los malos entendidos)


Hace dos días un grupo de amigos estábamos disfrutando de los cuarenta grados a la sombra en una terraza de la calle Válgame Dios de Madrid. Para colmo, el sector masculino de la tertulia fumábamos un puro. Mientras, dos chicas hablaban entre sí, un poco lejos de nuestras humaradas. De repente, una le pregunta a la otra: "Y tú, ¿qué piensas?". Antes de que pudiera contestar, un viandante que pasaba en ese instante por ahí mismo se considera aludido por la cuestión y no duda en responderle: "Que qué pienso… ¿sobre qué?". Cuando nos quisimos dar cuenta el paisano se había sentado con toda naturalidad con nosotros y puedo afirmar que no fue precisamente el primero en abandonar la reunión. A la vuelta del viaje capitalino, me paro en el bar de un pueblo en la carretera y comienzo a oír un relato estremecedor. A la vista de las primeras frases me apresto a escuchar con atención: "Sí, en efecto. Ha muerto en apenas una semana. La pobre, con sólo tres añitos. Cuando la llevaron al médico ya no había nada que hacer. El tumor tenía el tamaño de una pelota de tenis dentro de su cabeza. Ya le habían notado rara, ya, pero claro, como acababa de tener una hermanita, pensaron que serían celos. Decían que la tenía envidia y que por eso se quejaba. A los pocos días de entrar en el hospital entro en coma y dos días después se murió la pobre".

lunes, 28 de mayo de 2012

Los sueños de Walser en Siruela



Ediciones Siruela nació ya bien orientada de los flancos abiertos del conde homónimo. A lo largo de los treinta años que ahora cumple, ha ido realizando una labor editorial excelente. Yo diría que es la casa editorial española actual en la que el binomio fondo y forma de los libros es más atractivo y coherente. No todos lo publicado tiene la misma calidad pero resulta sumamente meritorio haber mantenido semejante nivel de rigor y excelencia durante treinta años: todos los que de una manera u otra nos dedicamos al libro sabemos por experiencia lo que eso cuesta y significa.
De entre lo que más me atrae de la editorial es la elección de los autores a los que ha dedicado una biblioteca propia (Calvino, Lobo Antunes y ahora Junichiro Tanizaki) y también a los que, sin que se trate propiamente de tal cosa, ha publicado prácticamente por entero (de George Steiner a Cees Noteboom, pasando por Menchú Gutiérrez, la nómina es de primera). De entre éstos destaca por encima de todos Robert Walser. La edición de los tres tomos de sus Microgramas fue una empresa literalmente heroica, pero antes se habían editado sus novelas mayores, sus relatos, sus escritos sobre arte y, en relación con él, ese libro extraordinario que son los Paseos de Carl Seelig.
La última obra de Walser que Siruela incorpora a su catálogo se titula Sueños. Se trata de la recopilación, en forma de pequeños libros reunidos, de una parte de las composiciones en prosa que el autor escribió, desde el año 1913, de vuelta en Biel, su ciudad natal, tras el fértil y a la vez crítico período berlinés (en aquellos años anteriores, a costa de su equilibrio mental, Walser había producido dos novelas, Los hermanos Tanner y Jakob von Gunten, que lo consagran como uno de los grandes autores del movimiento moderno europeo).
Walser, que se percibía a sí mismo a la vez como un poeta menor y como un hombre menoscabado, capaz apenas de captar meras estampas campestres, de caligrafiar a lápiz estados de ánimo puntuales, leves recuerdos e imágenes del sueño, naderías impresas que no obstante le surgían de su yo más íntimo y dolorido, se dedicó en el periodo de Biel (que duró hasta 1920) a dar rienda suelta a esa necesidad expresiva que podemos denominar el ámbito tranquilo de su soledad. Walser quería desaparecer de la escena, borrarse del mapa, vivir honestamente de sus escritos, renunciar a los géneros consagrados, especialmente a la narración y al verso, pasearse y meditar por su propio mundo a la vez interior y exterior.
"Meditaba sobre mi propia meditación y pensaba en mis propios pensamientos", escribe en El bosque. Textos reflexivos, de una sensibilidad exquisita, fulgurantes a veces en su simplicidad, incluyen verdaderas joyas como por ejemplo los dos primeros del libro V, en el que describe estos objetos: la ceniza, la aguja, el lápiz, la cerilla, un cesto de viaje, un reloj de bolsillo, el agua y un guijarro. El pintor Joseph Cornell y el poeta Francis Ponge pero también nuestro Azorín se descubrirían ante la filigrana en la que esas cosas cobran vida bajo la mirada contemplativa del genio humilde y sublime que fue Robert Walser.

lunes, 21 de mayo de 2012

La poesía de John Burnside


Existe en el mundo un circuito internacional de poetas, del mismo modo que existe uno de tenistas, de mujeres-modelo, de pintores (éste ha estado tan manipulado que felizmente se va borrando de la faz de la tierra) de pilotos de moto y de Fórmula 1 (¿se sigue llamando así ese circuito?), y supongo que de muchas otras cosas. Yo diría que existe con mayor descaro que en el territorio de la prosa, de la narración o del pensamiento. Congresos, cónclaves, presentaciones, lecciones magistrales, en fin, todo un conjunto de actividades más o menos inútiles destinadas a que algunos poetas, que siguen sin vender apenas libros, puedan sobrevivir y con frecuencia vivir sobre los demás. Como ocurre en esos otros ámbitos, se supone que los que están son los mejores en lo suyo, los o las que tienen un talento mayor, mejores piernas o más reflejos, aunque como ocurre ahí donde la condición humana se instala la trampa, el interés y hasta el timo aparecen pegados como la pez a esas construcciones "demasiado humanas". Supongo que podría hacerse una historia del circuito internacional de los poetas (a lo mejor nos encontrábamos con que se remonta al Renacimiento o incluso algún periodo de la literatura y el orbe romanos), pero el circuito moderno yo pienso que comienza con Thomas Eliot y con las giras americanas que realizó en el último tercio de su vida. Eliot llegó a llenar estadios deportivos, por increíble que parezca. Si atendemos a esta secuencia histórica apenas esbozada se puede afirmar que el circuito de los poetas, a pesar de tanta máscara, tiene algo que ver con fenómenos tan fundamentales como la identidad cultural europea, el comparativismo en literatura o el estilo internacional.
John Burnside ha ido, con el paso de los años, instalándose en la pole position de esa carrera poética, y no es de extrañar dado que ha publicado ya (además de sus novelas y varias piezas autobiográficas) una docena de libros de poesía, más que notables, comenzando por aquel ya lejano The hoop (1998), La anilla. Yo conocí su obra a través del poeta catalán afincado en Polonia Xavier Farré, y del llorado hispanista y catalanista Arthur Terry que me lo recomendaron con entusiasmo. El mundo natural, el origen y las formas de las cosas humanas, el lenguaje como iluminador de éstas, los espacios físicos, urbanos y domésticos de conformación de las personas, el tiempo, cómo no, el tiempo como "espacio" en el que todo lo que es mortal y cambiante debe desplegarse. "Conectar con el mundo" sería para Burnside una parte de la función del poeta, frente al místico y al metafísico. Y por qué no frente al físico, hubiera preguntado su admirado Lucrecio. "Mine is the other North… ", escribe en The North, un poema extraordinario de su libro El mito del gemelo (1994), incluido también en la antología recién publicada en Pre-Textos (Conjeturas y esperanzas, 2012). No creo que sea tan fácil la distinción, ni creo que él piense tampoco que lo es. Los espacios de unas y otras dimensiones se mezclan felizmente en una confusa torre de babel.
"No es que nos sometamos a nuestro miedo/o que no confiemos en nada/es solo que la oscuridad/se abre/en mañanas semejantes…en noches semejantes/ cuando estamos con el fantasma de nosotros mismos/estos sabores habituales: áloe y agua de colonia/y el lazo de dulzura/que persiste en mis manos durante horas/cuando me doy la vuelta/para dormir".
Poeta de la intimidad, pero de una intimidad cósmica, en su obra traza un mundo reflexivo y relativamente esperanzado, un espejo apto para el auto-reconocimiento, abierto a cualquier lector que se sienta extraño en su propio mundo.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Carlos Fuentes (1928-2012)


Anoche la pasé leyendo a Carlos Fuentes. No escogí sus novelas cortas o largas, ni sus cuentos, tampoco sus ensayos en los que tanto he aprendido (no he leído nada mejor sobre el Quijote que su Cervantes o la crítica de la lectura, del que no me separo nunca). Fuentes tenía un instinto literario innato que pulió con fiereza durante siete largas décadas de un trabajo constante e ilusionado. Era otro de esos escritores "formados", que son los que más admiro (quitando al puñado de talentos sobrenaturales que cada generación escupe con mesura, a pesar de lo cual ninguna época ha conseguido nunca digerirlos) porque suelen ser grandes maestros en el arte de la lectura que los ha conformado y porque a fin de cuentas acaban siendo los que menos tonterías pronuncian por término medio. La lista es larga y evidente y cualquier lector de este blog sabe perfectamente a que autores me refiero. No, por tanto, no leí al Fuentes más conocido, del que él mismo se sirvió para construirse una imagen de intelectual tan brillante como poderoso, de crítico político afilado y demoledor, de hombre que sabía estar un día con los teólogos de la liberación y al otro fumando un puro en la Casa Blanca, de polemista, de autor cosmoplita, de peregrino en hotel de cinco estrellas, Fuentes el deslumbrante promotor de sí mismo. No me interesaba esa dura máscara de Carlos Fuentes, entre otras cosas porque era falsa, como bien sabían los amigos que le trataban de cerca y que habían experimentado sus más auténticas virtudes entre las que, por lo que me cuentan, destacaba su generosidad con los demás (especialmente con los jóvenes escritores), su valentía, su deseo de autenticidad (en el bien entendido de que desde luego era, a Dios gracias, una personalidad sumamente compleja). Opté a sabiendas por dar vida en mi lectura nocturna al Fuentes íntimo, al más personal y directo, al que escribió un bellísimo libro que se titula, como aquellos testimonios que tanto gustaron a una generación de novelistas franceses, En esto creo (Seix Barral, 2002). El libro se lo dedica a su hijo Carlos Fuentes Lemus, fallecido trágicamente en 1999. Animo al lector a leer la voz Hijos en este alfabeto literario y sobre todo vital, o la voz Muerte, en la que resuena de nuevo la muerte de sus seres más queridos y podrá comprobar, tal vez con lágrimas en los ojos, la capacidad de ternura, de profundidad, de humanidad que Carlos Fuentes era capaz de desplegar. En un momento dado escribe que desconoce si Cristo había venido a resucitar a los muertos pero que en cambio creía con toda la fuerza de una fe que el Hijo de Dios había venido a resucitar a los vivos (cf. p. 153). No creo que Jesús le desmintiera en esa convicción que aúna más de un concepto considerado por muchos irreconciliable. La felicidad aquí, la felicidad ahora, aún en medio de los más terribles sufrimientos físicos o morales, antesala y cifra (metáfora le gustaba decir a él) de cualquier forma de trascendencia. Fuentes, que creía también en la palabra, para la que trabajó, a la que servía con una diligencia absoluta, escribió esta frase genial que hubiera entusiasmado a Joyce: "Después de todo, hay treinta fantasmas detrás de cada individuo". La palabra para exorcizar el mal, para recordar a los que tenemos por detrás mirando por encima de nuestro hombro, invisibles pero presentes, la palabra para dar nueva vida a lo que ya no está de la manera en la que antes sí estaba. Ésa era para Fuentes la tarea primaria del escritor. E incluso del hombre, antes que nada. Sólo desde esa conciencia verbal agudizada podía una obra literaria alcanzar la densidad necesaria para convertirse en una tarea que apuntara a la verdad y a la belleza.

viernes, 11 de mayo de 2012

Los cuentos completos de William Goyen



En "El invernadero" (Cuentos completos de William Goyen, Seix Barral, 2012), el autor ofrece de forma alegórica y final un retrato de su condición de escritor como testigo y como visionario. Un poeta invitado a dar clase, un "poet in residence" de un campus norteamericano cualquiera, ronda incansablemente por el invernadero de la universidad, deseoso de ser autorizado a introducirse por el jardinero a un mundo en el que la calidez sensual de las flores protegidas se mezcla con las turbias raíces de las plantas holladas por un sinfín de insectos mortíferos. El jardinero es un beodo que, como los guardianes de Kafka, impide sin piedad la entrada al poeta: ¿será quizás porque esconde un inequívoco instinto de muerte? En efecto, sobre la mesa del recinto yace el cadáver desnudo de una chica y al cabo el propio jardinero, en un acto enigmático y necrófilo, aparece muerto junto a su víctima y a la pala con la que aquella había protegido su virtud. Los tiempos de cuanto ocurre quedan alterados: la mujer primero aparece muerta y luego es asesinada. En la mente febril del poeta los hechos forman parte, antes que nada, de una extraña simbología a la vez propia y universal. Cuando la autoridad le arresta y le exige un testimonio de lo que vio, él rehusa deponer sin más unos hechos que en su mente han quedado borrosos, sublimados significativamente por su renaciente don artístico. Su rechazo a testimoniar es una opción moral indeclinable que le saca de la teoría muerta de sus clases.
Resumen perfecto de la peripecia vital de Goyen, y de todo verdadero narrador, de su extrañamiento ante el mundo, comenzando por el propio mundo literario, el cuento es al mismo tiempo una cifra perfecta de una obra que sigue el viejo precepto emersoniano de la indirection, es decir, la propensión a mirar todo con el ángulo menos acostumbrado del ojo. Cada cuento de Goyen contiene no una sino múltiples revelaciones. No creo que haya un autor de su generación en el que aparezca, de un modo más patente, la búsqueda incansable del instante en el que el espíritu sobrevuela la materia, produciendo un rumor mítico que desgarra el alma.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Notas para un diario 235


El divino azar ha dispuesto que haya tenido que revisar a la vez y en el día de mi cumpleaños las pruebas de dos libros que saldrán próximamente. Por motivos distintos, los dos me llegan muy dentro y, mientras los leía a la búsqueda de erratas, faltas de concordancia verbal y demás, no podía evitar sumirme en una atmósfera de melancolía y ensueño (nefasta para la tarea que tenía entre manos) y al mismo tiempo de dolor. En esas horas de concentración me parecía estar leyendo mi vida, no en el plano anecdótico (eso es lo de menos para alguien como yo) sino in my inner most. He sentido miedo. Me pregunto qué pensarán los lectores, no de mí, me preocupa bien poco, sino de los mundos en los que habito. Escribir un libro, cuando de verdad te importa, y hasta traducir uno, si es de los que te ha marcado para siempre, significa desnudarse de un modo mucho más radical que el desnudo físico. Kafka el naturista lo sabía como nadie. Y Borges cuando dijo aquello de que no hay nada más casto que la pornografía.

lunes, 7 de mayo de 2012

Tito Monterroso


No resulta fácil expresar el placer, el gusto, el contento con el que alguien como yo lee a Augusto Monterroso; especialmente al Monterroso hombre de letras, escritor para escritores, al Monterroso que habla directamente de libros, o de autores, al Monterroso que cita como nadie. Me gusta todo en Monterroso: la brevedad, la apasionada distancia, su humor de tímido enmascarado, la amplitud de lo que sabe y lo concreto que era cada vez que hablaba de lo que fuese. Monterroso es un lujo de la literatura hispánica y universal porque nos recordó, una y otra vez, que "en literatura no hay nada escrito". (Tercer punto del Decálogo del escritor). Sé que cada uno de esos mandamientos tiene su reverso, pero yo me quedo con la sugerencia, por irónica que sea, de que lo único cierto e importante en literatura es la libertad que te permite desplegar. Si yo fuera Monterroso escribiría aquí mismo un palíndromo imborrable con esas dos palabras cuasi sinónimas. Pero evidentemente no lo soy.
RBA presenta ahora La letra e y otras letras (2102), un volumen que contiene tres de sus obras finales: La letra e, Literatura y vida y Pájaros de Hispanoamérica, en el que se puede experimentar a fondo el placer de leer a Monterroso.
La letra e contiene un "diario" de los años 1983, 1984 y 1985. Allí encontramos al autor en estado puro, con sus juegos constantes, con sus lecturas y observaciones, sus viajes, sus filias (y alguna fobia), con sus virtudes y los defectos (simplemente la otra cara de la moneda) que tampoco ocultaba. Literatura y vida es un libro de pocas páginas pero yo lo considero uno de los mejores que escribió: en él se encuentran no pocas claves de su mundo intelectual y vital, ese "pequeño mundo del hombre" que él había descubierto, gracias al libro de Francisco Rico, en un texto de John Donne. En Pájaros de América el editor ha mantenido los retratos no incluidos en La letra e, incluido uno del reciente Premio Reina Sofía de Poesía Ernesto Cardenal y otro del propio Monterroso escrito por Eduardo Torres (protagonista de Lo demás es silencio) que comienza con esta frase memorable: "Sin empinarme, mido fácilmente uno sesenta".
A lo mejor algún lector se estará preguntando si Monterroso era otro de esos anormales que viven por y para los libros. En las páginas 162 y 163 he encontrado esta perla que me gustaría que fuese para mi una règle du jeu: "Existen los que dicen no haber vivido sino la vida de los libros. Yo no: he vivido, odiado y amado, gozado y sufrido por mí mismo; y he sido y mi vida ha sido eso; pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que siempre lo he hecho como si todo –incluso en las ocasiones de mayor sufrimiento y en el momento mismo de ocurrir– fuera el material de un cuento, de una frase o de una línea. Ignoro si esto es bueno, si me gusta o no." Amen.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Jarry en bicicleta


Sabía que Alfred Jarry era un hombre subido a una bicicleta. Desde ese punto de vista el título de esta entrada es un pleonasmo. Sabía que se paso la vida recorriendo el centro de París y las orillas del Sena en su bici, pero no sabía que se había comprado a crédito una "Clément Luxe" que por supuesto nunca llegó a pagar. Jarry llegaba a los sitios de milagro porque para primera hora de la mañana estaba como una cuba y los trayectos se convertían en un ir y ven ir alucinado en el que las cosas pasaban a toda mecha ante sus ojos y ante su mente acelerada. Jarry era un hombre herido al que el aire sobre el rostro le hacía bien en más de un sentido. El cosmos entero soplaba y él se despejaba un poco al tiempo que iba recreando su mundo interior, el mundo de Ubú, rey polaco sin otro reino que el de sus instintos, pasiones y caprichos asesinos. Un mundo completamente subjetivo, ajeno a idea alguna de norma. Un mundo experimental, grosero, cambiante. No resulta fácil darse cuenta de lo que representa Jarry para la historia de la literatura (y de la cultura) del siglo XX, hasta qué punto fue precoz en su atrevimiento estético y moral. Baste recordar que Ubú Rey apareció en 1896, quince años antes que las Impresiones de África de Roussel, veinte antes que La tetas de Tiresias de Guillaume Apollinaire. En cierto sentido hay que reconocer que fue Jarry quien lo cambió todo. Como dijo Breton, a partir de Jarry la literatura se desplaza en terreno minado.
Este pequeño gran volumen, Ubú en bicicleta, de ediciones Gallo Nero, nos presenta a Alfred Jarry de un modo indirecto, a través de la conexión con su bicicleta: esqueleto exterior, máquina del tiempo, fuente de aire e inspiración. El trabajo de Nicolás Martín que ha seleccionado los textos y escrito el prólogo me parece meritorio. La traducción, de Laura Salas Rodríguez, de primera.

lunes, 30 de abril de 2012

Seguir un rastro


Observando a Brako me he dado cuenta de que mi manera de trabajar, cuando escribo, no es tan distinta del modo en el que él se deja llevar en sus correrías por el campo. Con frecuencia, algo me dice que en algún sitio hay algo que me interesa, y normalmente no lo veo hasta mucho después de estar husmeando entre las páginas y las ideas de un libro o por alguna zona que secretamente me atrae y me llama. Sigo y sigo, a veces con una lentitud desesperante, olvidándome de todo lo que me rodea, y aunque me gustaría irme de allí, no puedo dejarlo. Es puro instinto, inexplicable. Casi nunca encuentro lo que no sé que busco, pero en todo caso mi tendencia natural se cumple. Hozando. Se cumple generalmente en la frustración. En veinte años he encontrado dos, a lo máximo tres, trufas. No es fácil explicar lo que se siente en esos pocos casos. Por lo demás casi nadie se ha enterado. Pero lo importante es desarrollarse como uno es, vivir o cumplir la función que llevamos inscrita en nuestro ser.

sábado, 28 de abril de 2012

Sueño


Sueño con dar alguna vez un curso que consista en una lectura comentada de Joyce, de Proust y de Kafka. Entre los tres lo contienen todo: todos los géneros, los registros y las posibilidades de la literatura. Toda la tradición y ningún tradicionalismo. Toda la vanguardia sin asomo de papanatismo. Si no puedo dar ese curso, escribiré un libro con este título: JOYCE-PROUST-KAFKA.

viernes, 27 de abril de 2012

Más lecturas no obligatorias (Wislawa Szymborska)


Tengo que reconocer que para mí Wislawa Szymborska es adictiva. Cuando leí la primera entrega de estas Lecturas no obligatorias (Alfabia, 2009) me dieron ganas de escribirle a la editora y preguntarle si habría más. No lo hice pero en cambio sí que había más: acaban de aparecer editadas de nuevo por Alfabia y se titulan Más lecturas no obligatorias (2012). Lo que más me gusta de la prosa de esta escritora es cuando descubro en ella una historia. Me fascina como las cuenta y la calidad de las mismas. Recuerdo una del primer libro: un anticuario refinadísimo está casado con una señora maravillosa, elegante, sutil, doña perfecta, pero no es feliz. Un día entra una mujer mal vestida, deslabazada, en su tienda y para colmo rompe un valioso objeto. Como además es pobre, la mujer se echa a llorar pensando que no podrá pagarlo. ¿Para qué habré entrado yo en un sitio así? Pero el anticuario, al ver como sus lágrimas caen por sus mejillas, se enamora perdidamente de ella: necesitaba desesperadamente su debilidad. En esta nueva entrega hay otro cuento dorado: dos mensajeros son enviados a un obispo pero en el camino se dan cuenta de que se les ha olvidado el mensaje que debían entregarle. Mientras caminan, angustiados, tratan en vano de recordarlo, y no contaré las peripecias y las reflexiones a las que el olvido da lugar. Szymborska tiene el don de contar cuentos, y también lecturas. Lo hace con la misma pasión y agudeza con la que cuenta una historia. Es breve y divertida. Sus juicios son certeros, da igual de lo que esté hablando. A un diccionario de escritores universales, realizado por cien especialistas, con más de mil quinientas voces, dice que está muy bien cada entrada pero que al conjunto le falta un director de orquesta. Del "libro de los gatos" de Eliot señala que, por ser jocoso, justifica la gravedad de sus grandes poemas: nadie que no esté dispuesto a escribir algo tan ligero debería atreverse a escribir cosas serias. ¡Qué razón tiene! Safo y Baudelaire, Mickiewicz, Bonnefoy, Kurosawa, y un largo etcétera, y al fondo, discretamente, esta gran dama, este espíritu suave, irónico, casi me atrevería decir genial.

jueves, 26 de abril de 2012

The inner ring

El trabajo de años en alguien como Kafka te marca de por vida. Pasaría lo mismo con Dante, con Shakespeare, Cervantes y Calderón, con Joyce o con Proust. Quizás no ocurra lo mismo con los demás. ¿Son entonces un mero resto? No exactamente, pero no te marcan así, no tienen esa fuerza de conformación interior. Esos autores se te instalan en el tuétano y acabas viéndolo todo bajo su especie. El otro día me escribía una amiga argentina que, gracias al amor de una persona, había descubierto dentro de sí un espacio de libertad que ni siquiera sospechaba que existiera. Enseguida pensé que Kafka toda su vida buscó eso precisamente. Sus historias son el intento frustrado, imposible, de acceder a lo que se puede llamar el círculo interno, an inner ring. En ellas queda patente que, detrás de lo que vemos, de lo que tocamos, de las estructuras de las cosas, hay algo más, otro orden, otros poderes que condicionan fatalmente lo exterior. La realidad es un conjunto de círculos de poder inverso al tamaño de los mismos: cuanto más grande es el círculo, cuanto más externo, más insignificante resulta ser. Lo que ocurre es que cada círculo (de personas, de ideas, de sentimientos) te encierra y no hay manera de salir de él y de su ámbito de influencia. Todo son obstáculos para coger con la mano un aro menor, más restringido y esencial. Sería liberador. Acceder a los anillos del centro de las cosas queda descartado, por muy pequeño que uno se haga, por mucho que se mengue. The inner circle es un mero ideal. Creo que Kafka acertó en mostrar que esta lógica cambia radicalmente si se trata de aplicarla a aspectos externos de la vida o a la existencia más íntima y personal. Se trata de la gran paradoja kafkiana, que yo entiendo así: en la vida social, en las relaciones de poder, los círculos internos (que desde luego existen, todos lo sabemos: basta con que se junten media docena de personas para que se generen de inmediato) son tan inevitables como odiosos. Con frecuencia las personas más libres los detestan, no quieren saber nada de ellos y mucho menos participar en su lógica conservadora y hostil. Pensemos en un campamento de verano, en una universidad, en un sindicato o en la sociedad entera. Pasa siempre lo mismo. Sería extraordinario saber por ejemplo quién coño esta mandando en este momento en el mundo capitalista. Desde luego yo dudo de que sean los que aparecen en el horizonte político. Hay círculos internos que determinan la política. La peor de las corrupciones. En la vida íntima ocurre lo contrario: una persona libre quiere encontrar esos círculos internos, acercarse cuanto más mejor a la verdad, a la transparencia, a la realidad en suma. En el centro mismo, en el centro minúsculo del anillo más pequeño está el amor, eso para mí está claro. Por eso para ser libre, como mi amiga, hay que amar mucho y hacerse muy pequeño. Melville, Robert Walser, Hawthorne, Leskov, Azorín y algunos otros lo sabían. Y Kafka lo explicó como nadie.

domingo, 22 de abril de 2012

El hombre de la alpargata


A mi amiga Cristina W.

Me cuenta alguien que conoció de primeras al Pla, Josep, que llegada una edad él no se quitaba nunca la alpalgarta/espardeña. Entraba a cenar con el equinodermo a la Gavina y todos los presidents (entonces Presidentes), de Aguas de Barcelona, de la Diputación y del Ateneu, de todo lo que se movía en aquella España inmóvil, se levantaban cuadrados como un solo ente a saludar al hombre de la alpargata. Por cierto el tío no pagaba nunca, es más no llevaba peseta en el bolsillo roto del pantalón azul. El único maître à penser de los últimos cincuenta años en España (y quizás también en Europa). El amigo que me lo contaba iba él mismo a los consejos de ministros con una cuerda de sirga a modo de cinturón para escándalo de los democristianos y centristas de marras. Me he acordado de ti al ver esta maravillosa foto del gran Quim Gomis al que por fin le dedican una antológica no sé donde (sorri, no tengo esa visión global del arte, yo soy un paysanne que sólo quiere vivir solo en el pequeño rincón vasco, ponerme la alpargata azul celeste para siempre y dejaros en paz a todos, menos mal que no te diste cuenta de que tenía no sé cuantas manchas de los cojinetes de mi perro el único que de verdad me quiere y me da más de lo que yo le doy a él de largo). Conste que todo esto que te digo es un secreto: private jokes que te digo en público. Pero a lo que voy, me encantó tu historia de la biblioteca virtual esa que han hecho unos arquitectos madrileños y marmóreos en la que algún hortera se ha gastado tanto en el inmueble que para los muebles, los movibles-bailables-entregables, les volailles, oseasé los libros no queda un solo euro-duro: entonces a algún inasequible al desaliento se le ha ocurrido decorar las paredes, asín se ahorran las estanterías, con unos papeles pintados, trompe-l´oeil, con miles y miles de imágenes de libros de todas las formas y colores. Oyes, dí que sí, que pa algo está de moda lo virtual y lo icónico. Si alguien quiere un libro, rellena una ficha y se lo traen al tiro de otro sitio. Ja, ja, ja. Menudo descojono de país. Si Larra levanta la cabeza se vuelve a suicidar. Y aquí es donde viene la pedantería esa de la hybris, la desmesura y la impureza democristiana todo eso junto. Claro que sí Cristina, sé un montón de etimología y sé, que te quede claro, que virilidad, además de significar transparencia, tiene la misma raíz que la palabra virtud, es decir fuerza, energía potente de la buena como la tuya, qué bendición de madre que se pasa el día pensando si el tono del saludo matinal ha sido o no el adecuado, te parece poca virtud, rectitud, bonanza, a las tres de la mañana seguía pensando en la calidad del paño. Bueno, pues eso que me contaste de la flamante biblioteca lo vemos todos los días en todas partes. Grandes edificios de arquitectos cargantes llenos de vacío. Es un problema de mesura, de medida, de gusto, como tantas cosas en la vida esa que vives con toda la pasión y la inteligencia que saltan a la vista y que para mí será un honor, de ahora en adelante, compartir contigo si tú me dejas. Firmado: tu amigo el hombre de la alpargata.

miércoles, 18 de abril de 2012

Emily Dickinson



Tenemos la imagen de Emiliy Dickinson como una mujer frágil, cuando no apocada, obsesa por su propia persona, cuando no con sus pequeñeces, una mujer neurótica que sufría agorafobia y que se recluyó entre cuatro paredes mutilando absurdamente su vida en varios aspectos. Emily Dickinson fue una mujer fuerte, increíblemente dotada para la creación poética e hiperconsciente de lo que quería en la vida para sí misma. Pocas mentes han horadado con mayor agudeza y profundidad el muro de las apariencias, de los brillos y la corrupción de una sociedad industrial y postindustrial en la que estamos inmersos. Dickinson fue en el mejor sentido de la palabra una personalidad, con sus máscaras y bergamascas desde luego, un espíritu auténtico y contemplativo que, consciente como pocos de la brevedad de la vida (no hay casi ningún poema suyo que no contenga alguna referencia central a la muerte), no quiso perderse ni un sólo instante de su existencia. En unos versos memorables, recogido en este libro, dice que lo que nos duele es vivir, no morir. Su producción poética constituye una cumbre de la creación artística por la capacidad de observación y de expresión, por su dominio de la rima y la versificación, por su oído, por el rigor lógico, intelectual y ético que despliega siempre, y por la originalidad de cuanto apuntó con sus certeras palabras. La poesía de Emily Dickinson ha sido vertida muchas veces al castellano, con desigual fortuna. Los de Victoria Ocampo, Ernestina de Champurcín, Mariá Mannent, Carlos Pujol, Nicole D´Amonville o Margarita Ardanaz son algunos de los intentos que yo prefiero. Ahora, Nórdica (2012) nos presenta El viento comenzó a mecer la hierba, uno de sus volúmenes ilustrados (es una serie notable ya de textos la que ofrece esta editorial), en este caso realizada por Kike de la Rubia, con veintisiete poemas en edición bilingüe. Me gusta la traducción de Enrique Goicolea, y la selección de Juan Marqués (menudas angustias ha debido de pasar con los descartes). El volumen constituye una magnífica introducción al frío, duro y a la vez bellísimo mundo de Emily Dickinson; De la Rubia ha captado bien ese difícil equilibrio. Pongo un ejemplo, el más evidente: el título, tomado del primer verso del poema 824: "El viento comenzó a mecer la hierba", The Wind began to rock the Grass, en el original. El comienzo suave del poema se dispone en paralelo con el comienzo de la acción del viento sobre la roca. Una acción delicada (está sólo comenzando) pero destinada a un fin terrible. Naturalmente que dice "rock" en el sentido de mecer, mover una cosa hacia delante y hacia atrás, pero también expresa que esos elementos, el Viento y la Hierba, reforzando su dimensión sustantiva y hasta personal con el uso de las mayúsculas, en un diálogo cósmico y genésico, se petrifican ("a rock" es también una roca). Es un ejemplo mínimo pero elocuente de la bella dureza de la poesía de este genio de la humanidad.

domingo, 15 de abril de 2012

Mesdames


A la vuelta de un pequeño viaje recojo del correo varios libros de personas a las que conozco y quiero, y todas ellas son francesas. Anne Picard me manda su antalogía de Victoria Campo titulada En témoignage (Antoine Fouquet, 2012). Una maravilla la selección, la traducción y el postfacio de Anne. El pasado miércoles Philippe Lanson le dedicaba un artículo encomioso en Libération. Florence Delay ha transformado su libro sobre las pinturas de mujeres de las paredes de Fontainebleau en un volumen de la nrf titulado Il me semble, mesdames (2012), fórmula que le sirvió para comenzar su discurso de entrada en la Academia, y le sirve como anáfora en varios de las treinta y una estampas, nouvelles o cuadros del del famoso castillo, de sus damas, reinas, favoritas o cortesanas, de sus pintores, de "sus amores y sus fiestas" escribe Florence. No hay amor verdadero sin presencia de la muerte, y Laura Bossi me manda un libro titulado Les frontières de la mort (Payot, 2012), del que había leído algunas partes, y que trata sobre los criterios para determinar que alguien ha muerto en efecto. Copio sólo dos frases que dan mucho que pensar: "Parece que ha sido detectada actividad cerebral (con los mismos niveles que se obtienen durante el sueño) mediante el electroencefalograma varias horas más tarde de que un diagnóstico clínico de muerte encefálica se hubiere producido y minutos después de la parada cardiaca y del cese de la circulación… Conocemos mal el proceso de la muerte, y aún menos las vivencias conscientes de los moribundos". Apasionante el estudio de Laura, los análisis que realiza y las conclusiones a las que llega, también en el orden ético y antropológico. Pero a lo que voy: cuando telefoneo a estas mujeres para felicitarlas por sus obras y agradecerles el envío, me quedo pasmado porque en la conversación, no contentas con quitarse cualquier mérito (parece que esos libros se hubieren escrito solos) me anuncian el envío inminente de próximos trabajos. Qué maravilla de laboriosidad, de pasión intelectual, de entusiasmo. Eso es para mí Francia. ¡Qué ejemplo!

P.S. También he recibido la edición de Kashtanka de Chéjov (Tres en Línea, 2012) ilustrada por mi amiga Eleonora Arroyo (la autora del hobbyhorse de mi cabecera. Otra persona que trabaja como mil haciendo el ruido de uno). Lo hemos leído Inés y yo entusiasmados con el texto y con las imágenes de Eleonora. Es una maravilla que guardo como un tesoro).

viernes, 13 de abril de 2012

Christopher Domínguez Michael


Oí hablar por primera vez de Chistopher Domínguez Michael a Enrique Vila-Matas. Le hice caso e intenté, sin demasiado éxito, encontrar algún escrito suyo en librerías de España. Todos sus trabajos estaban editados en México: tuve que contentarme con sus colaboraciones en la revista hispano-mexicana Letras Libres. Por eso cuando vi que la editorial Sexto Piso publicaba (El XIX en el XX) un volumen de ensayos del gran crítico, además centrados en el siglo XIX (¿su especialidad?), y en autores franceses, rusos, hispanos, de lengua portuguesa, leídos por alguien del siglo XXI, no paré hasta tener el volumen entre manos para leerlo con la calma que sin duda merece y el deleite que yo había anticipado. No resulta fácil presentar brevemente un libro que a su vez habla de cientos de ellos. Domínguez Michael, además, lo hace de forma diversa, adaptándose al espacio que tiene, a las características del autor o a su propio estado anímico. Unos pocos puntos fragmentados le sirven para introducirnos magistralmente en Balzac (acaso sea el mejor ensayo de todo el libro), allí hace la descripción de una figura histórica o de una polémica teológica entre calvinistas y puritanos, al hilo del comentario crítico, aquí se enfrenta con una serie de novelas o se centra en una obra entera o en una sola frase de otra narración. Decir que está suficientemente informado, que a la vez es prudente y arriesgado en sus juicios (en literatura no queda otra solución), tenaz en sus elecciones, que escribe claro y ameno, que no habla de sí mismo ni es pedante y que no antepone sus prejuicios a la hora de leer (liberalisme oblige), ya es decir mucho de un crítico, pero no es lo esencial en Chistopher Domínguez Michael: a mí me ha parecido un maestro de la crítica porque tiene el don, mucho más raro de lo que la gente cree, de la admiración ilusionada. Eso se nota cada vez que habla de alguien, sea o no autor predilecto suyo. Hasta de los más lejanos sabe sacar algo bueno, no digamos de aquellos otros que le han acompañado siempre (Chateubriand, especialmente, pero también Sainte-Beuve, Nerval, etc). Por eso alguien tan apasionado intelectualmente como él, tan inquisitivo, no se rompe, ni se vuelve dogmático, frente la famosa encrucijada modernismo-clasicismo que ha sobrevolado el paso del siglo XIX al XX, y que reaparece con nuevas formas al comienzo del XXI . Le interesa todo, y sabe como lo saben los más sutiles, que ambas dimensiones o facetas están íntimamente ligadas entre sí. La querelle es ante todo una cuestión de familia. Da gusto por eso leerle, a diferencia de lo que ocurre habitualmente con tanto sabihondo que no para de descubrir la pólvora, esos loros de repetición de los que se mofaba Kant. Lector asiduo de Béguin y de Bénichou (qué bien sabe donde está lo bueno), pero también de Barthes o de Bloom, entre muchos otros que no cita porque no vienen al caso y porque él no juega a epatar a nadie, Domínguez Michael no hace otro distingo que el de la agudeza crítica: la sensibilidad crítica es la sensibilidad crítica sea quien sea quien nos la brinde. Falta el siglo XX, y en realidad también el XXI. Yo espero que él componga pronto esos otros libro, que Sexto Piso se lo edite con el primor y el acierto acostumbrados y que con eso se "cierre" el círculo de estos tres siglos que definitivamente son los nuestros.

miércoles, 11 de abril de 2012

¿Filosofía sentimental?

El ensayo es de por sí un género proteico: admite y hasta reclama mil variaciones, una constante experimentación con las formas de religar las ideas, los recuerdos, los sentimientos. Schiffter (Filosofía sentimental, 2012, 451 documentos) ha comprendido esto a la perfección, en parte por una propensión natural, en parte debido a las lecturas y afinidades elegidas a lo largo de una vida mucho más activa (al menos intelectualmente hablando) de lo que él está dispuesto a hacernos creer.

No sé si para darnos envidia, se presenta a sí mismo como un holgazán que no hace más que leer lo que se le antoja, dormir plácidas siestas y dar paseos por un Biarritz particular, convertido poco más o menos que en parte de la negra provincia flaubertiana. En el perfil de su blog se define a sí mismo como un "nihiliste balnéaire". Incluso llega a afirmar, para pasmo de cualquier lector mínimamente instruido, que no se prepara nunca las clases de filosofía que imparte en un instituto de la villa vasca. No me lo creo: ¿o es que todas esas lecturas, sobradamente asimiladas, no son ya una preparación próxima y remota, para afrontar una clase de filosofía?

A mí me parece que, a pesar de la imagen de sí mismo que dibuja, anclada en el trauma de la pérdida del padre a los nueve años, y la consiguiente incapacidad para dotar de sentido alguno al mundo, lo que él llama a-cosmismo, o sea la imposibilidad de hacerse con algo que se pueda parecer a eso que llamamos un mundo propio ordenado siquiera a la manera de uno, Schiffter, que no me parece nada nada sentimental (salvo, acaso, en asuntos amorosos), tiene un talento extraordinariamente dotado para 1. explicar las cosas, las posturas de otros (especialmente las que admira; pasaré de largo por su lectura, a todas luces injusta, de Derrida), 2. para ofrecerse a los demás de un modo auténtico mediante la escritura, 3. para poner al servicio de los demás sus lecturas, los desarrollos brillantes a los que una simple frase le conduce. Ojalá hubiera yo tenido un profesor tan abierto, claro y honesto intelectualmente como él.

He disfrutado de lo lindo con la lectura de Filosofía sentimental, que no es, lo recuerdo, casi nada sentimental. Su capítulo sobre Montaigne me parece digo de figurar en la mejor antología de lecturas ejemplares que quepa realizar. Una delicia de libro.

lunes, 9 de abril de 2012

Du côté des femmes


Además de mi querida mujer, tengo seis hermanas (de las cuales con dos me crié día a día durante toda mi infancia) y tres hijas maravillosas, distintas, enigmáticas. Cada una de las tres contiene un mundo y mantengo con ellas una relación que va de la ternura a la tensión y la empatía. También tengo tres sobrinas, las tres hijas de mi hermana a las que quiero como si fueran hijas mías; con su madre hablo al menos una vez al día, en ocasiones dos, tres o las que nos hagan falta. Y además tengo otra hermana (ésta no de sangre sino de elección) judía que se llama Esther. A mí me sacó adelante, espiritualmente hablando, es decir como persona necesitada de que le quieran sólo por ser quien es, una mujer de Zamora que se llama Isabel y a la que amo como a una madre, o más aún. Tengo no menos de media docena de amigas íntimas (lo que me parece un milagro que me lleva, como una ola, adelante en mi vida), es decir, personas que me conocen completamente a fondo, que me quieren, me comprenden, no me juzgan ni tampoco me ríen la gracia. Esa lista de oro no está para mí ni mucho menos cerrada. Por cierto confío sólo en ellas también intelectualmente, como lectoras, escritoras, traductoras, comentaristas, correctoras, creadoras y ahora por suerte para mí también editoras. Interiormente he recurrido a la Virgen en los momentos decisivos de mi existencia. María Magdalena, Clara de Asís, Catalina de Génova, Hadewijch de Amberes… son mis ángeles defensores, pero también lo es Antígona, la Catherine de Cumbres Borrascosas y hasta la Bovary y tantas otras figuras femeninas que me emocionan y me inspiran. ¿Qué decir de las escritoras, filósofas y teólogas? ¿De las pintoras olvidadas de la historia como Giulia Lama o Artemisia Gentileschi? ¿Y de las grandes cantantes del siglo XX, de Carmen McRae a la Simone, de Lauryn Hill y Tracy Chapman a Natalie Merchant cuyas voces me acompañan a diario? ¿Y las músicas, las pianistas o por ejemplo la Du Prè? Alguna persona me ha dicho que tengo una sensibilidad femenina, y no sabe hasta que punto eso constituye para mí el mejor de los halagos, casi el único que me gusta recibir. Saben expresar más, se miran menos el ombligo, están más atentas a lo esencial, tienen una capacidad inmensa de acogida. En fin, no sé porqué me ocurre esto, ni si será bueno, malo o regular, irracional seguramente, buscado más o menos de manera consciente cada vez más pero, en todo caso, ya lo aviso desde aquí, si me pierdo, buscadme du côte des femmes…

martes, 3 de abril de 2012

El esplendor y el autodidacta


Dos obras publicadas recientemente por la editorial Siruela nos devuelven de golpe el esplendor del arte y el pensamiento del novecento europeo. Las Lecciones de estética y metafísica de Henri Bergson y Proust contra la decadencia de Josef Czapski. Dos libros por buenos, breves, sustanciosos, ilusionantes. En la serie menor de la colección de Ensayo, en un precioso volumen de bolsillo, 150 páginas, podemos leer un conjunto de lecciones tomadas de entre los numerosos cursos que impartió el filósofo francojudío en esos años. Algunos los daba en Universidades (en la Sorbona, pero también en Clermont-Ferrand) y también en liceos como por ejemplo en el célebre Henri-IV. Leyendo estas páginas, en las que Bergson plantea con sencillez y claridad, pero en términos estrictamente filosóficos, cuál es el terreno (y el tiempo) de lo que llamamos la ciencia de la belleza artística, recuperamos la convicción (por lo demás muy discutida en ámbitos académicos) de que su influencia en la literatura de Proust es más que notable. Yo pienso que el libro de éste ejemplifica sin quererlo el concepto bergsoniano de duración (durée) desde el momento en que trabaja denodadamente para marcar la frontera psicológica y metafísica que existe entre lo que llamamos tiempo y lo que llamamos espacio. ¿No pervive, en toda la grandiosa novela, la infancia, y no lo hace precisamente a través de la materia que actúa como un disparador de la memoria? Lo explica sabiamente Jósef Czapski en Proust contra la decadencia. Son también unas lecciones, en esta ocasión preparadas e impartidas por el artista polaco en el campo de Griazowietz. Para no perder el tiempo y luchar contra la desesperanza, Czapski ofreció a sus amigos un pequeño curso sobre la novela de Proust. De manera clara, completa, plena de sensiblidad, les presenta los rasgos generales, y no pocos matices, de A la búsqueda del tiempo perdido. Nadie podía entonces imaginar que la máquina asesina de los soviets eliminaría a muchos de ellos poco después en la fosas de Katyn.
Alguien me preguntaba el otro día si yo ya había dicho adiós a la Universidad. Se refería a que él pensaba que la Universidad ya no existe. Sí, y no. La Universidad está muerta (son muchos los que se empeñan cada día en matarla, especialmente los burócratas, los que todo lo miden, los obsesos del número, viva el reino de la cantidad, a ver quién la tiene más larga) pero a la vez pervive en libros como éstos dos que presento aquí brevemente. La Universidad es un espíritu (el que lo tiene lo tiene y el que no pues mala suerte para él y para los que caen bajo su mando) y como tal no puede morir. Hoy hay que llegar al esplendor de la Universidad a través del autodidactismo.

domingo, 1 de abril de 2012

Francesca Woodman

Francesca Woodman en el Guggenheim de Nueva York. He hablado de ella al menos en nueve entradas de hobby horse. Cuanto más miro sus fotos, más convencido estoy de que no se puede decir nada sobre ellas. Nada que merezca la pena, me refiero. ¿Será porque es como de otro mundo?, porque es sobrenatural, digamos… no, todo lo contrario, es porque es humana, demasiado de este mundo y la cruda realidad es que no entendemos nada, mortales orgullosos de motores…

jueves, 29 de marzo de 2012

Notas para un diario 234


Siempre creí, equivocadamente, que esta foto de Helmut Newton, que el Grand Palais ha elegido para el póster de la retrospectiva que le dedica estos días, estaba tomada en la rue des Beaux Arts. Son esas cosas que a uno se le meten, no se sabe como, en la cabeza y que se quedan ahí para los restos. Está realizada en 1975 y es una foto en espejo goyesco con otra en la que la misma mujer aparece desnuda. Yo confieso que no he visto aún la otra foto. La calle, situada detrás de la rue de Rivoli, en la margen derecha, se parece como dos gotas de agua a esas que mencioné en la nota anterior, de la izquierda, las calles Visconti, Bonaparte, Beaux Arts, etc. En esta última, en un hotelito humilde que fue derribado y que se llamaba Hotel D´Alsace, vivió sus últimos años, y murió el 30 de noviembre de 1900, Oscar Wilde. Tenía a su muerte más o menos mi edad, pero estaba destrozado, muy posiblemente por la sífilis. Puestos a hacer confesiones diré que mantengo una identificación mística con el escritor dublinés. Que cada quien piense lo que quiera al respecto, pero esa identificación, en mi caso, se hace más y más intensa justamente con el Wilde de los últimos años parisinos. He peregrinado (y seguiré haciéndolo) a cada uno de los rincones que de una manera u otra lo evocan, De Profundis en mano, y he percibido, sentido, casi tocado, su espíritu todavía vivo; es por ahí por donde yo experimento la presencia de algo que no es de este mundo. Sus opiniones al final de su vida eran rotundas y claras. Por ejemplo, sobre el éxito y el fracaso (en el que estaba plenamente sumido) decía que "el artista que triunfa es un artista incompleto. El éxito es un mero episodio (es cuanto puede ser) y el fracaso es el desenlace real, finalla suprema función del artista es reflejar la belleza del fracaso". Pienso que hay mucho contenido en esas intuiciones, pero no me toca a mí desvelarlo ahora. Es una réplica exacta del pensamiento de Cervantes. Hasta el último día, Wilde mantuvo intacto el deseo de amar: "Para mí la vida sin deseo no merece la pena vivirse", dijo a su amigo Frank Harris. A pesar de lo que se ha escrito, mantuvo también vivo el deseo de escribir (y se mantuvo a través de él). Dijo a algunos que "su obra estaba ya hecha" pero también escribió en una carta que en el fondo de su corazón, "esa cámara de los ecos muertos" (toma escritor) deseaba hacerlo cada mañana de cada nuevo día. Por eso le admiro. En eso quiero ser, vivir y morir como él. Deseando. De Newton, Helmut, hablaremos otro día.

lunes, 26 de marzo de 2012

Tabucchi (in memoriam)

Esta bella historia de amor, como tantas otras, comenzó en La Gare de Lyonn. Un estudiante italiano, Antonio, esmirriado, de izquierdas, nacido en 1943 en Vecchiano, un poco más de veinte años, compra en un bouquiniste un libro en francés de un autor desconocido que se titula Bureau de tabac. Los efectos no nocivos del tabaco: aquella lectura orientó su vida. Es el lenguaje el que nos imanta. Antonio decide aprender el idioma de Pessoa y poner rumbo sudoeste, rumbo a Portugal. Desde entonces no para de dar vueltas a uno de los genios del siglo XX, el poeta Fernando Pessoa, lo ha traducido e interpretado, con especial acierto en lo que se refiere a la "heteronimia" pessoana, lo ha reescrito en fábulas extraordinarias como "Los últimos tres días de Fernando Pessoa" y, sobre todo, se ha inspirado en él, en las grietas que abrió su poética, se ha alumbrado con su luz blanquecina y un tanto mortuoria. Antonio Tabucchi ha muerto en Lisboa, no debía de ser de otra forma, antes de cumplir los setenta, profundamente revuelto con su país y con sus gobernantes, con un mundo actual que comprendía pero que no aceptaba plenamente. Tenía un lado político Tabucchi, legítimo cuando no obligado, para mí el menos interesante porque pienso que no estaba bien mesurado, escondía demasiados blancos y negros, aunque esos excesos no influyeron en la realización de esa extraordinaria fábula política que es Sostiene Pereira. Una testiomianza. Tabucchi fue un gran fabulador. Escribió una docena de buenas historias: Dama de Porto Pim, Nocturno hindú, Pequeños equívocos sin importancia, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, etc. Pero creo que será recordado como el mejor lector de Pessoa, aunque no se trate, todo lo contrario, de cosas incompatibles. Italia, Francia, Portugal, España… Tabucchi vino mucho por aquí, al principio de la mano del gran italianista Pedro Luis Ladrón de Guevara que editó uno de sus más grandes libros, Un baúl lleno de gente (Huerga & Fierro, 1997). Tabucchi fue un escritor europeo.

domingo, 25 de marzo de 2012

Notas para un diario 233

Días de intenso trabajo literario. Cuatro o más frentes abiertos. Mientras duren las fuerzas… "Estoy en un punto en el que no puedo ser la que siempre soy ni convertirme en la que podría ser", escribe la narradora de Tres luces de Claire Keegan (Eterna Cadencia, 2011). Esa frase leída al paso en esta pequeña joya creo que es inspirada. Je viens au théâtre voir l´animal insoumis, pris dans les filets des mots et s´en délivrant para la parole. El nuevo libro de Valère Novarina (La Quatrième Personne du singulier, P.O.L, 2012) que compré en chez Jakin, en Bayona, me resulta también deslumbrante: el animal insumiso, ¿cabe mejor defición del hombre?, la distancia entre les mots (las palabras) y la parole (la Palabra): cómo no recordar el comienzo del Evangelio según Juan en la traducción de Florence Delay: Al principio, la Palabra… así, sin más, no Al comienzo era (estaba) la Palabra, no, sin verbo, sola la Palabra: Instantánea, Perenne, ¿completa?. Lo que llama la atención en el sueño es la insumisión, añade Novarina. Y yo tuve un sueño… el sueño de la insumisión, no el del humanismo sino el de la inhumanidad.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Los Stuparich

Acabo de leer con la misma pasión de siempre a Giani Stuparich, en este caso su diario de la guerra del verano de 1915 (Minúscula, 2012). Arranca a primeros de junio (Giani, su hermano Carlo y el escritor Scipio Slataper se habían alistado pocos días atrás en Roma) y termina a comienzos del mes de agosto de ese mismo año. Es un relato sobrio, soprendentemente pormenorizado. Sólo cabe pensar que Giani llevaba lápiz y cuaderno en mano, y como una cura diaria frente al horror de la guerra, anotaba fidelísimamente cada paso, cada gesto, cada moción interior. Atrás quedaba su Trieste querida, familiar, italiana, atrás quedaba Florencia, sus estudios sobre Maquiavelo, su grupo triestino, las tertulias en la Giubbe rosse, todo ese mundo que no se perderá, gracias a su inmenso y a la vez humilde talento literario. Giani tenía veinticuatro años en el verano de 1915, tres más que su hermano Carlo y tres menos que Scipio. Éste último se separa de ellos al poco de enrolarse, por razones circunstanciales, y caerá herido pronto. Carlo en cambio lo acompaña de cerca en esos primeros compases de la guerra, es su sombra, se cuidan mutuamente y se atienden con un amor fraterno raro por lo delicado e intenso, pero más tarde morirá trágica y heroicamente en la toma del Monte Cegnio, no lejos de la Rocca, cerca de la ciudad de Vicenza, a finales del mes de mayo del año siguiente. El libro en buena medida es un homenaje a ese hombre recto que fue Carlo Stuparich, homenaje indirecto como es propio de alguien tan refinado literariamente como Giani, pero por eso mismo más lúcido, objetivo y perenne. No me olvido de un detalle, contado de paso hacia el final del libro: Carlo recoge unas postales y una cartera de un muerto (con una libra y media) y no descansa hasta ponerla en manos de los oficiales. Stuparich publica en una advertencia inicial lo que sin duda constituye el pacto de lectura de este libro/documento. Se trata, nos dice, de las notas tal cual fueron tomadas. Sin apenas alteraciones cuando, quince años más tarde, se retoman para ser publicadas. Conociendo un poco la evolución estilística del grandísimo escritor triestino que fue Giani Stuparich, salta a la vista el trabajo de toda una vida para liberar su prosa de un cierto, vamos a llamarlo así, literarismo. Guerra del 15 lo escribe Stuparich con poco más de veinte años. Y todavía usa palabras un tanto rebuscadas, "literarias", de escuela estilística. El traductor Miguel Izquierdo ha realizado un trabajo difícil para mantener ese tono anacrónico, en su justa medida. Palabras y giros decimonónicos que, por otra parte, no vienen mal en un relato de guerra porque lo templan. Dicho esto, qué tesoros contiene un libro así. "Morir no es más que dar un paso… me duermo, dice hacia el final, necesitado de un consuelo que no puedo pedir a los hombres ni sé implorar a Dios". Lo adoptaría como lema para mi muerte. Unamuno en estado puro. Es un época tan brutal en lo político como esplendorosa en lo artístico y en lo filosófico. Me fascina Stuparich: su sensibilidad, su mirada transparente, el amor no excluyente a lo propio, la apertura fundamental al otro. Es la gran literatura europea la que nos llega de su mano.

lunes, 19 de marzo de 2012

Kaddish por Europa

Todavía tengo el frío metido en el cuerpo con la noticia de Toulouse. No estoy lejos de allí, físicamente, y con el espíritu estoy más cerca aún, en medio de la tragedia mil veces repetida en la vieja Europa. Mujeres y niños, una vez más. Y por el mero hecho de ser judíos. Pues no sé si por ser poeta o no, pero en todo caso yo soy judío, y más hoy que nunca. Judío bautizado cristiano, para mayor confusión de aquellos que no entienden nada de nada. Son miles las consideraciones que me vienen al espíritu en una noche larga como la de hoy: desgraciadamente he pasado media vida, y no es precisamente un deporte, estudiando todas las formas inacabables del antisemitismo "europeo", a cual más odiosa. Parece que se ha abierto de nuevo la veda. Sarkozy, que es judío, ha puesto el grito en el cielo. Pero nada ha cambiado: también eran judíos varios de los premiers en la Europa asesina de los años treinta, empezando por Disraeli. No sirvió para casi nada ante la barahúnda de los bárbaros. Recuerdo a los ingenuos que el Estado de Isarel es una democracia plenamente homologada con la más avanzada del planeta. Pocas bromas y lecciones por ahí. Tienen problemas terribles que solucionar. Y ¿quién no? Hay excesos, y actos que se rigen más por la ley de la venganza que por ninguna otra. Pero, en Israel están todos sometidos al imperio de la ley, como en cualquier país civilizado, y al terrorismo de estado cuando aparece se le llama así. Yo estaré siempre del lado de las democracias, se llamen la española del 78, la israelí o cómo no la americana. Sé que a muchos no les gusta esto, y que en cambio siguen defendiendo a Fidel y al independentismo vasco. ¡Qué pena más profunda me dan! Qué sentido más primitivo de las cosas tienen: la tierra, la tierra, el vaterland que siempre me pareció un water-closed. Que eso incluye a unos pocos bestias isralíes, puede, pero no a su Estado, ni a su gente, ni mucho menos a los judíos en general. Espero que Francia, la Francia que estos días sube los impuestos a los libros, esté a la altura de las terribles circunstancias que la asolan. Pero lo dudo.

domingo, 18 de marzo de 2012

Notas para un diario 232

Me resulta emocionante leer, al comienzo de Guerra del 15 de Giani Stuparich (Minúscula, 2012) que los soldados italianos cargaban con libros las mochilas antes de partir al frente. ¿A dónde creían que iban? ¿De excursión boy scout? Iban al infierno, pero hasta ese espacio es más llevadero con libros. Poco más adelante, tras días enteros y semanas de marchas extenuantes bajo la lluvia, cuando debían ir dejándolo todo por el camino que lleva hacia una muerte a la que había que enfrentarse desnudo, sin nada, ascéticamente, lo que más les costaba soltar era el bendito lastre de los libros. Se les formaban llagas en los hombros de tanta carga pero resistían cuanto podían y se aferraban a esos amigos silenciosos como si se tratara de un auténtico viático. Es emocionante todo lo que se refiere a los libros, al menos para alguien como yo. Hace poco hablaba con una amiga francesa de la biblioteca de uno, de si se puede o se debe entrar físicamente en la biblioteca de un amigo. Pienso más bien que no. Si no le conocemos, no tiene mucho sentido; si le conocemos, admiramos, queremos, el sacrosanto respeto a la intimidad nos lo impide. Sólo cabe "hacer una biblioteca" con alguien a quien de verdad deseamos, como hacemos con el amor. Entonces sí, ahí la desnudez debe ser tan total como en la cama, pero sólo entonces. Cada vez veo más clara la conexión éros-libros-muerte.

viernes, 16 de marzo de 2012

Train to hell: El túnel de Dürrenmatt


Alpha Decay publica, en su cuidada colección Alpha Mini, El Tunel de Friedrich Dürrenmatt en una edición primorosa de Juan de Sola. Como ya hicieran entre otras con obras tan emblemáticas como la de Delmore Schwartz (En los sueños empiezan las responsabilidades), los editores de Alpha Decay proponen en estos volúmenes un juego especular que a mí me parece hoy más que necesario: a una obra capital, en este caso la nouvelle El túnel del siempre inquietante autor suizo Dürrenmatt, en una nueva traducción (casi una edición crítica), se le añade un largo epílogo que es un esfuerzo por contestar al texto que le precede y al que sirve con lucidez. En el caso del germanista Juan de Sola el resultado no puede ser más satisfactorio. A la clásica narración se añade un espacio de reflexión y de crítica que nos permite realizar una lectura ejemplar del texto. Animo a la legión de escépticos, en este caso equivalente a la de los incultos, a zambullirse en el volumen para darse cuenta de que la lectura de una crítica, alejada tanto de la pedantería como de la superficialidad, puede ser tan memorable como la de una ficción. En realidad la crítica es otra forma de ficción.
El polifacético Dürrenmatt nunca defrauda, y mucho menos lo hace en las narraciones cortas como ésta. En ellas acumula sus virtudes como literarto, como hombre conformado por el teatro y por la arquitectura: la capacidad de plantear una situación netamente espacializada, la destreza en profundizar en la angustia de un hombre contemporáneo que se hunde sin saberlo hasta profundidades abismales, el talento para dotar a sus historias de una dimensión alegórica que las abre hasta hacerlas universales.
La "inmediata proximidad de las paredes del túnel", un túnel por el que se precipita hacia la "nada" a la que se alude al final de forma más o menos secante. En esa proximidad que convierte las paredes de la montaña en una segunda piel para el viajero consciente (y que recuerda como un calco a las paredes con la que Santa Teresa describe sus visiones de los espacios más allá), y en esa alusión final de corte nihilista (pero también místico) se encierra a mi juicio una parte importante del sentido de esta maravillosa narración.