martes, 30 de marzo de 2010

Esplendor en la hierba

La primavera ha hecho su entrada en Navarra, y en los valles de las afueras de Pamplona, en los que paso cada vez más tiempo, paseando, corriendo, respirando, hay un esplendor, sobre todo por las mañanas, a primera hora, y también por las tardes doradas. What though the radiance which was once so bright/Be now for ever taken from my sight,/Though nothing can bring back the hour/Of splendor in the grass, of glory in the flower/We will grieve not, rather find/Strength in what remains behind;/In the primal sympathy./Which having been must ever be;/In the soothing thoughts that spring/Out of human suffering;/In the faith that looks through death,/In years that bring the philosophic mind. ¿A qué se referirá Wordsworth con ese principio de simpatía? ¿A la languidez de los primeros amores? ¿De las primeras impresiones estéticas de la niñez? ¿al recuerdo de la Idea? ¿Soothing thoughts? ¿Pensamientos de consuelo? ¿pensamientos en tranquilidad? ¿Por qué what reminds behind? Qué extraña melancolía, en alguien que supo que toda luz viene del Cielo: Si en verdad tu luz procede del Cielo/entonces, a la medida de esta luz celeste,/brilla, Poeta, en tu aposento y sé dichoso (If you indeed derive thy light from heaven) Me quedo con el presente. De la escritura. De los paseos en libertad. Del esplendor de unos ojos que miran desde el Cielo.

sábado, 27 de marzo de 2010

Dos años de blog

El 23 de marzo de 2008 comencé a escribir este blog. Han pasado ya dos años largos, y unas cuantas cosas: algunas aparecen aquí descritas y otras (las esenciales), más o menos veladas. Quiero dar las gracias a todos, por vuestra comprensión generosa. Y, a cambio, os regalo esta canción.

viernes, 26 de marzo de 2010

Notas para un diario 160

Volvemos de Gerona. Gerona (como Roma, como París, como Siena, Cracovia, Ginebra, Venecia, Lisboa, Nantes, y otras ciudades de Europa) no defrauda nunca. Cada vez que voy encuentro la misma ciudad distinta. Días intensos de conversación y de risas. Imposible siquiera asomarme de golpe a tantas cosas oídas, sentidas, presentidas. Menchu, Pepa, Esther, Xavi y Marta, Paula… Poco a poco, tal vez, sea posible desentrañar esos lazos de amistad fuerte. Las causas o las consecuencias. Pero no todavía. Es pronto. Dejemos que corra el tiempo cronológico, el menos importante de los ciclos del tiempo. Ya está todo dado, reconstruido y reconstituido. Al comenzar el acto se produjo una sincronía. Menchu comenzó leyendo el principio de un texto: "Yo no conocía a Alvaro hasta que este libro llegó a mis manos, y desde ese momento siento que nos une un puente… un puente en forma de herida, ésa herida de la que habla Kafka en su cuento Un médico rural, "vine al mundo con una maravillosa herida cono única herencia". De ese herida, entendida como semilla, y de sus frutos creo que está hecho este libro, y en gran medida todos los libros. La herida es "maravillosa" porque es de naturaleza transformadora; porque en ella está el origen de la poesía y de la experiencia mística…" Publicaré pronto ese texto bellísimo. Cuando lo oía, ese principio, me estremecí pensando en el pasaje de Baudelaire que alguien muy querido me había enviado al móvil esa misma mañana, y que había iluminado el día con una presencia: Malheureux peut-être l'homme, mais heureux l'artiste que le désir déchire! Je brûle de peindre celle qui m'est apparue si rarement et qui a fui si vite, comme une belle chose regrettable derrière le voyageur emporté dans la nuit. Comme il y a longtemps déjà qu'elle a disparu! Elle est belle, et plus que belle; elle est surprenante. En elle le noir abonde: et tout ce qu'elle inspire est nocturne et profond. Ses yeux sont deux antres où scintille vaguement le mystère, et son regard illumine comme l'éclair: c'est une explosion dans les ténèbres. Je la comparerais à un soleil noir, si l'on pouvait concevoir un astre noir versant la lumière et le bonheur… No quiero seguir; este pequeño poema es de los que no se puede mirar de frente, de lo bello que es: pero esa referencia inicial a la herida, al deseo, au désir de mourir lentement sous son regard, resonaba en mí al oír a Menchu, y también a Esther, y a Pepa. El viaje, con sus tiempos largos, de espera, de ausencia, con la larga conversación nocturna animada por los espíritus, ha dado pie a numerosas confesiones, más o menos indiscretas. Pero estamos en buenas manos. En manos amigas, fuertes, tolerantes, acogedoras. Personas bajo cuya mirada uno moriría, podría hasta prolongar los tormentos eternos del morir, eso que algunos llaman vida. Un lugar que no es. Gerona. La Belén de los místicos judíos del medioevo, los que buscaron la redoutable Divinité a los pies de las personas a las que amaron.

lunes, 22 de marzo de 2010

Una semana de encuentros


Cuando todavía guardo en mi memoria los ecos de un encuentro en Madrid con David Grossman (algo muy especial para mí, que espero poder contar pronto en estas páginas), amanece otra semana intensa y llena de promesas. Mañana martes, a las 12:30 de la mañana, en el Aula 13 del Edificio de Ciencias Sociales, la escritora Menchu Gutiérrez participa en una sesión del Seminario de nuestro Grupo de Investigación sobre el Abandono de la Figuración en el Arte Contemporáneo. Hablará sobre la dimensión simbólica del cuerpo. Personalmente estoy deseando oírla. Por la tarde, nos vamos a Gerona. El miércoles, a las 20:00, Menchu y Pepa Balsach mantendrán un diálogo sobre mi libro (Kafka y El Holocausto). Mi querida amiga Esther Bendahan dirigirá el debate. Para mí es un honor que las tres hayan aceptado participar, y también lo es que el acto se desarrolle en el Instituto de Estudios Judíos Nahmánides, en pleno call gerundés. No hay ni que decir que estáis todos invitados a cualquiera de los dos actos.

viernes, 19 de marzo de 2010

Torna a Sorrento (Pavaroti/Meat Loaf)

Para Anita, por venir a Pamplona, y no pasar a verme; a pesar del feo, que ya le he perdonado, le dedico esta canción, alemana, horstmann, apasionada, la próxima vez no te lo perdono…

jueves, 18 de marzo de 2010

Annemarie Schwarzenbach

Nunca me ha interesado la vida de Annemarie Schwarzenbach. Me importa muy poco cómo o quién se acostara, quién o quiénes se enamoraran (por decirlo finamente) de ella. En cambio, me fascina el personaje, la escritora, el espíritu que late bajo esa apariencia a la vez frágil y fascinante. Vida y literatura es un binomio en el que hay que entrar con pies de plomo. La razón de fondo es que se trata de terra sacra, lo que precede inmediatamente a la zarza ardiente. Pero, hay otro motivo, complementario: en realidad es algo muy difícil, y que casi nadie sabemos hacer. Hace falta un altísimo grado de cultura, de civilización, de comprensión de lo que en la vida es juego, para entrar en la intimidad de un escritor, y no salir escaldado. Naturalmente, sólo se puede acceder a través del análisis del estilo. El estilo es el hombre (sin género). Ahí está todo lo que interesa. Todo lo que se puede preguntar. Lo demás es sagrado (lo repito, para ver si más de uno se entera aunque sea un poco de qué va todo esto). Leo Spitzer entendió un millón de veces más a Proust, o Florence Delay a Nerval, que todos sus biógrafos, y no excluyo a ninguno. Hannah Arendt comprendió más claves de Isak Dinesen, en su famoso ensayo (Men in dark times) que diez biógrafos, oficiales o no. Si quieres saber lo que para Tanne significó el matrimonio, el amor, el sexo, la escritura, Dios, Finch-Hatton, la culpa, no leas las mil páginas de la Thurman; lee antes las diez de la pensadora judía. O, aún mejor, ¿cómo no?, lee La historia inmortal o El buceador. Ahí está todo lo que interesa, todo lo que se puede preguntar. Ahí te encontrarás con que lo que importas eres tú (tua res agitur), lo que tú pienses sobre el matrimonio, el amor, el sexo, la escritura, Dios, tu Finch-Hatton, si es que lo has encontrado y, naturalmente, la culpa, siempre la culpa. Los escritores son gente extraña que viven mayormente en lo que escriben, y de lo que escriben.
Minúscula acaba de publicar Ver a una mujer, una narración de Annemarie Schwarzenbach que he leído de un tirón. Casi no hay trama ni argumento: apenas unas notas, un paisaje exterior y otro interior, y una o varias pasiones incipientes. Pero qué matices, qué serenidad en la aceptación de un destino dramático. No había entendido a esta escritora hasta leer este breve texto, pero ahora, es como si me hubiese colocado para siempre en el mismo campo magnético en el que ella habitaba.

miércoles, 17 de marzo de 2010

sábado, 13 de marzo de 2010

Cuba y los aprendices de estalinista

Como os habréis fijado, recientemente no he dicho ni mu de eso que llamamos actualidad. Y no ha sido por falta de ganas, ya que lo que ha salido a la palestra (las declaraciones de más de un hijo de puta sobre Cuba, la muerte de Delibes,…) son cosas que me interesan y afectan. Tiempo habrá. El problema es que yo tengo un concepto distinto de lo que es actual, y de lo que no. Un concepto más radical, digamos. No obstante, hoy he leído en Babelia (os recomiendo que lo compréis, me parece un número realmente antológico, cito de memoria algunas de las cosas que incluye: dos buenas entrevistas con Jhumpa Lahiri, en la foto, y con Vila-Matas, que publican sendas novedades estos días, reseñas de libros realizadas por Goytisolo o Jordi Gracia, una crítica de lo último de Mark Strand, textos de Fuentes, Manguel y Enzensberger, una nota de Luis Suñen sobre un libro de historia de la ópera, joder, ¡quién da más!) un artículo magnífico de Muñoz Molina sobre Cuba, que no puedo por menos que recopiar aquí.

He olvidado con los años el nombre y la cara de aquel escritor ruso pero me acuerdo siempre de sus manos. Eran unas manos grandes, mucho más toscas que su cara, con los dedos chatos, con unas uñas aplastadas y como cuarteadas, rotas, crecidas con dificultad, las del índice y el corazón de la mano derecha muy amarillas de nicotina. En las palmas de las manos y en las plantas de los pies están escritas las vidas de la gente, me contó una vez un forense. En las manos de aquel escritor ruso, ex soviético, al que yo conocí en un congreso de literatura en Portugal, estaba escrita de manera indeleble una biografía de hospitales psiquiátricos y campos de castigo. Era un coloquio internacional del que tampoco recuerdo nada, salvo las manos de aquel escritor, salvo el dedo índice que por un momento se apartó del humo del cigarrillo para señalar en dirección de los colegas occidentales que compartíamos con él una mesa redonda, y que le habíamos escuchado en silencio mientras contaba su historia de persecución. "Qué poco tenemos que agradecerles a ustedes", nos dijo, el dedo amarillo de nicotina tan fijo como la mirada de los ojos muy claros. "Ustedes, los escritores europeos, que disfrutaban de la libertad, qué poca solidaridad tuvieron con nosotros, qué poca ayuda nos dieron".
Algunos bajaban la cabeza o miraban hacia otro lado para no ver aquel chato dedo acusatorio. Ésa ha sido la actitud de una parte de la intelectualidad occidental hacia los sufrimientos de las víctimas de los regímenes comunistas. Mirar para otro lado, callar por miedo a que lo acusen incómodamente a uno de cómplice de la reacción. Al fin y al cabo hay causas mucho más seguras que garantizan sin riesgo la vanidad de sentirse solidario, el certificado irrefutable de progresismo que le permite a uno la impunidad moral, aparte de un cierto número de beneficios prácticos que tampoco son desdeñables. Ya se sabe el peligro que se corre cuando se atreve uno a no marcar el paso de la ortodoxia, tan querida entre quienes al parecer tienen por oficio la libertad de la imaginación y la rebeldía del pensamiento. Hay, por lo tanto, quien calla y otorga, quien firma estratégicamente algunos manifiestos, quien tal vez llega a darse cuenta de ciertos horrores pero elige callar "para no favorecer al enemigo", no sea que alguien diga que se ha vuelto de derechas. Hay, en una gran parte de la izquierda democrática europea y americana, una resistencia sorda a aceptar que la opresión y el crimen cometidos en nombre de la justicia son tan repulsivos como los que se cometen en nombre de la superioridad racial. Basta que una dictadura se proclame de izquierdas para que sus abusos merezcan la indulgencia de quienes nunca correrán el peligro de sufrirlos, del mismo modo que un grupo terrorista que asegure luchar por la liberación de un pueblo oprimido despertará la emoción romántica de anglosajones y escandinavos llenos de buenas intenciones, capaces de llorar por el desamparo de un gato abandonado, pero fríos como pedernal ante la sangre de una víctima humana.
A principios de los años sesenta, cuando el admirable documentalista y director de fotografía Néstor Almendros se exilió de Cuba y regresó a la Barcelona en la que había nacido, y en la que estaban sus amigos españoles, descubrió que para casi todos ellos se había convertido en un apestado. Se rebelaban contra la dictadura de Franco, pero sospechaban de él porque había huido de la dictadura de Fidel Castro; algunos de ellos eran homosexuales, pero cuando Néstor Almendros les contaba la persecución de los homosexuales en Cuba preferían no darle crédito. Como Castro se declaraba antiimperialista, criticar su tiranía era convertirse en cómplice del imperialismo. Señoritos burgueses de Barcelona se ungían de legitimidad revolucionaria negándose a aceptar que Néstor Almendros pudiera tener razón. Lo que contaba, lo que había sufrido, no merecía ningún crédito. Si era preciso se podría recurrir a la calumnia.
Éste es el grado siguiente de la infamia: hay quien calla, y hay quien levanta la voz, pero no en defensa de la justicia o de la libertad, sino para calumniar a los que han huido, a los disidentes, a los que cometieron el delito de desear para sí mismos y para su país lo mismo que disfrutan aquellos que les niegan la dignidad, el derecho a ser escuchados. Es una antigua técnica soviética. André Gide estuvo en la URSS en 1936, invitado con todos los honores, para leer el discurso funerario en el entierro de Máximo Gorki. Había sido hasta entonces un simpatizante sincero de la revolución. Pero en aquel viaje en el que las autoridades lo trataban con la pompa con que se recibe a un magnate extranjero empezó a observar cosas que lo inquietaban, que empezaron a sembrarle dudas, que le provocaban la alarma de contradecir sus convicciones más queridas. Otros veían y prefirieron callar, embriagados por ese licor tan irresistible para los intelectuales y los artistas, el halago a su vanidad de los gerifaltes de una tiranía. Pero André Gide volvió a Francia y se atrevió a contar lo que había visto, lo que no había podido ni querido ignorar, la pobreza horrenda, la desigualdad restablecida en beneficio de los jerarcas del partido comunista, la desoladora uniformidad de un país en el que el miedo apagaba las voces y bajaba las cabezas. Y a partir de entonces se convirtió en objeto de los peores insultos, en los que nunca faltaban las referencias groseras a su homosexualidad, que sería una prueba añadida de su decadentismo. André Gide llevaba muchos años muerto y Pablo Neruda lo seguía insultando en sus memorias, haciendo bromas sobre su "corydoncito".
Ahora un disidente cubano ha muerto después de una larga huelga de hambre y los papeles han vuelto a repetirse. A unos les ha tocado el oficio de callar, de modo que no hubo información sobre la huelga de hambre de Orlando Zapata, que reclamaba el derecho a la dignidad poniendo en juego lo único que le queda a uno en una tiranía, su vida. Y a otros, en el reparto habitual de la infamia, les ha tocado ejercer la calumnia. A Margarete Buber-Neumann también la calumniaron intelectuales europeos de conciencia limpia cuando después de sobrevivir a los campos de Stalin y a los campos de Hitler escribió un libro de memorias lleno de claridad y coraje explicando la inhumanidad idéntica de las dos tiranías. Mientras tantos estábamos callados, o no nos enterábamos, el actor Guillermo Toledo eligió para sí mismo el papel que sin duda considerará más ilustre, el de insultar a un perseguido desde la cima de su privilegio, el de llamar traidor y terrorista a un pobre hombre que jamás pudo tener ni una fracción del bienestar ni de la libertad que el señor Toledo y los que le jalean disfrutan sin peligro. Yo pensaba que ser de izquierdas era estar a favor de la igualdad justiciera de los seres humanos, del derecho de cada uno a vivir soberanamente su vida. No imaginaba que duraría tanto la costumbre estalinista de injuriar a los perseguidos y a los asesinados.

viernes, 12 de marzo de 2010

Nunc et in hora mortis…

Tus ojos
transparentes
son ventanas al Cielo.

"Cuando beso, cierro los ojos"

Te pido
que nunca
me beses.

Si se cierran tus ojos,
se me cierra el Cielo…

Tus ojos
son ventanas al Cielo
transparentes.

Ábrelos. Para mí
con un instante,
basta.

jueves, 11 de marzo de 2010

Notas para un diario 159

Anoche, después de un día largo, larguísimo, lleno de obsesiones, de dudas, de esperanza y de incertidumbre, me tumbé a ver dos capítulos de la séptima semana de la serie In treatment, de la que ya he hablado aquí varias veces. En terapia. Es la segunda vez que la veo, entera y verdadera. En esta ocasión, hasta Paula la está disfrutando. La otra noche, en una larga conversación de alcoba, nos sorprendimos a nosotros mismos hablando en los términos que utiliza el psicoanalista de la serie. Creo que fui yo (que siempre he tenido una capacidad para asimilar lenguajes particulares y utilizarlos con relativa precisión, dando el pego me refiero), quien, en un momento dado, le dije: "¿Pero no ves ahí un patrón de conducta?" Primero nos descojonamos un poco por el côté kitsch de mi pregunta (por cierto, mein Hirschkalb, tú que dominas el alemán, ¿sabías que la palabra kitsch viene del yiddish-daitch?), pero nos sirvió para seguir escarbando en la materianegra en la que estábamos a punto de introducirnos. Tranquilos, que no seguiré por ahí, y no por mí, que como ya habréis visto sufro de la manía creciente del streep tease, sino por respeto a mi santa. Bueno, pues, como os iba diciendo, vimos dos capítulos impresionantes. En el primero, Paul Weston, (en la foto, guapo el tío, eih?) recibe la noticia de la muerte (suicidio) de un paciente. Es la primera vez, en veinte años de ejercicio profesional, que se le suicida alguien estando en terapia. Acude al servicio religioso. Allí se encuentra al padre del muerto, un especimen autoritario que llevaba toda una vida amargando a su hijo, con las mejores intenciones. También se encuentra a Laura, otra paciente de la que el doctor está profundamente enamorado (él mismo está en terapia, luchando como Jacob contra el ángel de la tentación de abandonar a su mujer y a sus hijos). Su encuentro está presidido por la tristeza y la ternura (pero de eso hablaré otro día). En el capítulo siguiente, el padre del paciente de Paul acude a verle a la consulta. No entiende las razones de la muerte de su hijo, no entiende que éste necesitase terapia (era un hombre fuerte, él se había ocupado en persona de eso, era un hombre de éxito, piloto laureado de la marina, felizmente casado con una mujer 10, aunque en realidad era homosexual, cosa que el padre nunca llegó siquiera a sospechar). La conversación padre/terapeuta es de alta tensión. Magnífica, entre lo que el médico puede revelar y lo que no. Durísima, suspendida entre los secretos y la ceguera de un padre edípico (y no lo digo en el sentido técnico, si no en el literal/literario: es un ciego que no puede ver el daño que hace con su obsesión por juzgar a aquellos que cree que son de su pertenencia). Perdonarme la pedantería profesoral: si algún día tuviera que poner en clase un ejemplo de la presencia del subtexto en un diálogo, como ejemplo, éste sería perfecto: ¡qué importante es el subtexto, y no lo acabamos de entender…!
La cosa, a lo que voy, es que en un momento dado, Paul le asegura al hombre, completamente desecho, que su hijo le amaba. Y yo lo creo también. Una cosa no quita la otra. Precisamente por eso el dolor del hijo (y ahora el del padre) son tan intensos y de fondo. El padre le pregunta: "Entonces, ¿por qué no me habla? Noto que no me habla. No quiere decirme nada. Es como si se hubiera marchado de verdad?" Paul se limita a señalar que es demasiado pronto, que está seguro de que con el tiempo la voz de su hijo volverá a rondarle y a mantenerse cerca, dentro de él.
Todo eso me hizo pensar en una amiga a la que adoro y que siempre que habla conmigo, más cuanto más difícil y espinoso es el tema que tratamos, siempre me dice que escuche a mi madre, muerta, esa "rosa cortada antes de tiempo/cuya imagen es filacteria ante mis ojos" (Yehuda Ha-Levi). Al principio, yo pensaba que me lo decía como un latiguillo piadoso. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que eso es una de las verdades más grandes y consoladoras que puede haber para los vivos. Los muertos nos hablan. Si sabemos tratarlos, si nos mantenemos en su presencia, están ahí, más vivos y cercanos que nunca (con frecuencia, mucho más de lo que estuvieron mientras vivieron). Están ahí sólo para nosotros, en cierta manera. Al menos, eso es lo que yo siento: desde hace tiempo, no hago nada sin ponerme, seriamente, en la presencia de mi madre, y preguntarle. No se trata de imaginarme nada, qué es lo que ella hubiera hecho, etc. No es eso. Se trata de otro plano, completamente distinto, y no inmanente. Se trata de hablar con una presencia viva, con un espíritu, con alguien que nos contempla y que ve las cosas, como lo diría, desde el lado del amor.
Últimamente hablo mucho con ella. No me estoy volviendo loco, os lo aseguro. Al menos, no me estoy volviendo loco en ese sentido que puede parecer. En el otro quizás sí.

martes, 9 de marzo de 2010

lunes, 8 de marzo de 2010

Notas para un diario 158

"Aquí no para de nevar. Hay una luz maravillosa". Et puis vinrent les neiges, les premières neiges de l´absence, sur les grands lés tissés du songe et du réel… (Saint-John Perse, Neiges, I). El invierno, el invierno de nuestro descontento, se recrudece bellamente. De nuevo la tela del sueño, los grandes paños hechos de vacío, los retales de los que estamos hechos/deshechos. Nieve carmesí. Díme, ¿cómo era esa aurora? ¿Era acaso rosa? Todos cambiamos, ¿no? Estamos constantemente cambiando, tejiendo y destejiendo la tela del sueño, la tela del desencuentro. La palabra pasará/no pasará. "Venga, ¡qué sea la última vez!". "Menuda gilipollez, te lo repito: ¡menuda gilipollez!". ¿Tú crees? Purifier la source, il n´y a rien d´autre à faire. Et pourtant… Saint-John Perse lo dice así: "Nadie ha sorprendido, nadie ha conocido, en el más alto frente de piedra, el primer advenimiento (affleurement) de esta hora sedosa, la primera caricia de esta cosa ágil e inapreciable, como un suave roce de pestañas". ¡Vaya cutrez de traducción! ¿Se puede traducir del francés sin saber apenas francés? ¿Se puede escribir de Kafka sin conocer bien el alemán? A mí lo que me importa es sentirme bien, al fin y al cabo creo que el poeta, once again, is talking about love, it´s just that. Don´t you think so?

sábado, 6 de marzo de 2010

Una entrevista

Mi sobrina Viki (en la foto) me preguntó si podía entrevistarme para una actividad del colegio. Con mucho gusto, le dije. Me mandó las preguntas y yo se las contesté lo mejor que supe. Este es el resultado:

Tio Álvaro te mando las preguntas de la entrevista, contesta solo las que quieras y añade lo que quieras añadir, mil gracias un beso.

PREGUNTA. ¿Con cuántos años empezaste a escribir?
RESPUESTA. Empecé a escribir, con conciencia de que escribía (creo que eso es lo que marca la diferencia, la auto-conciencia), a los doce años: estaba interno en Inglaterra y escribía (cartas, diario, alguna que otra historia) para no sentirme tan solo.
P. ¿Qué has estudiado?
R. He estudiado la carrera de Derecho y un doctorado sobre un escritor franco-americano (Julien Green)
P. ¿Cuando empezaste tu carrera de escritor?
R. Perdóname una pequeña broma: no estoy seguro de haberla empezado siquiera. La verdad, querida Viki, es que no creo que escribir sea una carrera.
P. ¿Qué cualidades debe tener un escritor?
R. Creo que tiene que tener el don de la palabra.
P. ¿Qué ventajas o desventajas tiene el oficio de escritor con respecto a otros puestos de trabajo?
R. En lo que tiene de oficio, es más solitario, esa es su ventaja principal, y al mismo tiempo su mayor carga psicológica.
P. ¿Es un trabajo bien remunerado?¿Da para vivir?
R. La mejor remuneración de la escritura es el hecho de poder escribir. ¿Da para vivir? Un escritor de verdad se lo plantea de otro modo: no quiere vivir de la literatura sino para la literatura. ¿Lo comprendes? Conociéndote lo lista que eres, estoy seguro de que sí. Mira, Kafka, un poeta al que he estudiado un poco decía que él necesitaba poner todas sus fuerzas al servicio de su supervivencia espiritual. Esa es la verdad del escritor.
P. ¿Tienes algún otro trabajo?¿Cómo los compaginas?
R. Sí, soy profesor de literatura (¿no se nota?). Los compagino muy bien porque los entiendo como una única y misma cosa.
P. ¿Qué es lo que más y lo menos te gusta de tu profesión?
R. Partiendo de la salvedad que te he hecho sobre lo problemático de hablar de escribir en términos de profesión, creo que puedo afirmar que en mi caso me gusta todo lo que tiene que ver con escribir.
P. ¿Qué ambiente de trabajo vives?
R. Un ambiente de silencio. De interiorización. De amor.
P. ¿Cuántos libros has escrito?¿Cuántos has publicado?
R. He escrito y publicado cinco, por ahora.
P. ¿Cómo se titula tu primer libro, con cuántos años lo escribiste?
R. Se titula En lo más profundo del bosque. Tenía treinta años.
P. ¿Cuál es de todos tus libros el que más te gusta?¿?Por qué?
R. El que más me gusta es uno que espero publicar este año, es una novela que se titula La tercera persona, y me gusta más porque es más mío que los otros.
P. ¿Qué estilo/s utilizas al escribir? ¿Cuál de todos te parece más difícil de escribir?
R. El estilo más difícil para escribir es siempre el propio estilo, encontrar un estilo propio. Es como encontrarse a uno mismo, de verdad, ¿a qué eso es algo difícil? Creo que mi estilo es bastante barroco (o sea raro). Cada vez más.
P. ¿Ha influido algo o alguien en tu vida de forma decisiva para convertirte en escritor?
R. Todo influye. Tú has influido mucho estos días: desde que recibí tu inteligente cuestionario no he hecho más que pensar en ti.

Muchas gracias un beso.

VIKI

jueves, 4 de marzo de 2010

En ausencia de lo judío

Si la pregunta fuese por qué no ha habido en la cultura española moderna un Einstein, un Freud o un Marx, la respuesta podría parecer pagada y sencilla: porque apenas quedaban judíos en estas tierras. Expulsados de golpe por el edicto de fines de marzo de 1492, apenas se ha producido, en cuatrocientos años, más que algún intento aislado de retorno. Sólo en la segunda mitad del siglo XX, las comunidades judías han ido recuperando, tímidamente, apenas un palmo del terreno perdido en la escena española. Los hechos son estos, o se podrían enunciar así, pero naturalmente nuestra obligación es la de mirar las cosas un poco más de cerca.
Julio Caro Baroja, en su desigual historia de Los judíos en la España moderna y contemporánea, cuenta la anécdota de un miembro de la familia Rothschild, aficionado a las bellas artes, que viajaba de incógnito por España y que, en una iglesia perdida, ante una virgen milagrosa, preguntó al viejo sacristán que le acompañaba por la clase de milagros que se le atribuían a la venerada imagen. "Llora cuando ve a un judío". El visitante se queda mudo, pero espera un rato delante, para ver qué pasa. Al cabo de un tiempo, no puede por menos que expresar que se trata de otro embuste, que él es judío y que la imagen no ha derramado ni media lágrima. "Sí –susurra el guía–, pero por favor no lo repitáis, que yo también lo soy".
A la hora de valorar el hecho de que la literatura española contemporánea (y la cultura en general) haya quedado al margen de la riquísima tradición hebraica, la anécdota, seguramente apócrifa, cobra nuevos significados, a los que intentaré llegar al final de estas líneas.
Resulta evidente que lo hebraico ha protagonizado, directa o indirectamente, la más alta literatura del siglo XX. Si hubiera que establecer un canon con las cien, diez, cinco, novelas más logradas del siglo XX, la única coincidencia segura se produciría en esa trinidad, la cima de dicha elección imaginaria, conformada por A la búsqueda del tiempo perdido, Ulises y cualquiera de las narraciones, geniales e intercambiables, de Franz Kafka.
Las parábolas del escriba de Praga hunden sus raíces en el judaísmo. Pero, y no es tan sabido, las obras de Proust y Joyce se vuelven ininteligibles sin esa conexión hebraica. Joyce descubre en Trieste, de la mano de Italo Svevo, la riqueza y universalidad del mundo de los judíos. El judaísmo es uno de los grandes temas de la segunda parte de la vida de Joyce, y muy especialmente de Ulises, cuyo protagonista es Leopoldo Bloom, hijo de un judío húngaro, y alter ego del artista dublinés, ya no precisamente adolescente.
Como señaló Svevo, su mentor triestino, "lo que da unidadal libro es que, al final de la jornada en que consiste temporalmente la novela, el docto Dedalus llega a sentir al judío Bloom como padre suyo". Afirmación todo lo discutible que se quiera, pero que tiene el acierto de dirigir la flecha en el sentido predeterminado por el propio Joyce. Otra vez estamos ante la dialéctica mosaica y freudiana del parricidio. Como en Kafka. Y como en Proust, donde la muerte del padre se convierte, por medio del judío Swann, cuya vereda nunca abandonará Marcel, en la sustitución del padre. De la relación del Proust de À la recherche con el mundo hebraico, poco se puede añadir a lo señalado acertadamente por Juliette Hassine en dos monografías tituladas Esoterismo y escritura en la obra de Proust (1990), y la posterior y definitiva Marranismo y hebraísmo en la obra de Proust (1994)
El peso de la cultura judía en la cultura occidental del siglo pasado, y en especial en el ámbito literario, es deslumbrante. Y, ¿qué ha ocurrido en España? ¿Ha sido por completo ajena a esta extraordinaria ráfaga de luz? Creo que a esa pregunta se pueden dar dos clases de respuestas. Una, inmediata, que tendría que afirmar que sí, que España ha quedado, una vez más, al margen de lo mejor de la historia humana. Sería interesante analizar la importancia decisiva que esto tiene en el desarrollo del casticismo hispano.
Pensemos en la generación del noventa y ocho. Baroja fue antisemita (en realidad fue antitodo). Azorín mostró una indiferencia pasmosa ante todo lo que tenía que ver con el mundo hebraico, lo que para mí constituye un gran enigma pendiente de resolver. ¿Y Ortega? Ortega, como siempre, es más complicado. No es el lugar para abordar el asunto, pero voy a apuntar algo que siempre he pensado al releer su insoslayable ensayo titulado Dios a la vista. Se trata de un texto que habría que poner en conexión, también, con la interpretación que hace el filósofo de las consecuencias de la teoría de la relatividad einsteniana (en El sentido histórico de las ideas de Einstein). Y lo que se saca de esa especulación tiene bastante que ver con la noción de mesianismo judío, tal y como la explica Gershom Scholem al final de sus Conceptos básicos del judaísmo (Trotta, 1998). La idea orteguiana, según la cual hay un Dios laico, profano, que está antes y mucho más allá de la religión positiva, y que se sitúa a la vista, es decir, que no se puede tocar y manipular, pero que está en el horizonte abierto e inalcanzable del hombre libre, tiene que ver directamente con el vivir en la irrealidad necesaria de la esperanza de algo por definición inalcanzable.
Este es para mí el eje de un segundo tipo de respuesta, que naturalmente apunta a lo esencial. Nosotros no hemos dado a luz a ninguno de los Roth, ni a Elsa Morante ni a Clarice Lispector, ni a Walter Benjamin ni a Canetti, ni a Mandelstam, ni tampoco a Joseph Brodsky. Cierto. Pero finalmente los hemos leído a fondo y, en algunos casos, hasta los hemos asimilado. Evidentemente, eso ha sido así a ambos lados del Atlántico. ¿Es que se puede entender, pongamos por caso, el Diario íntimo de Emilio Prados, o Muerte sin fin, de José Gorostiza, sin la huella hebraica o sin sus imágenes? ¿Se puede entender a Borges, lo que para este significa la escritura, el sistema de signos que rige el mundo, al margen de la tradición judía? ¿Se puede entender a Zambrano sin Spinoza? ¿Y a Valente sin Celan o sin Edmond Jabès? ¿Acaso la metaliteratura de Enrique Vila-Matas significa algo al margen de Kafka?
Cada una de estas preguntas necesitaría un largo desarrollo, innumerables matices y profundizaciones. No es este el lugar por acogedor que resulte. Pero todas ellas apuntan, de un modo u otro, a aquello que dejó escrito Marina Tsevietáeva: "Los poetas somos judíos".
Este dictum pertenece al Poema sin fin, en concreto a los últimos versos del poema duodécimo. La proposición completa es la siguiente: "Si es este/un mundo cristiano, los poetas somos judíos". Qué difícil de interpretar, comenzando por ese si condicional con el que arranca el verso. Yo me quedo con el hecho de que cristianismo y judaísmo estén puestos en relación, aunque se refiera en este caso a una relación de antagonismo. Se trata de la manía insensata que hizo que los judíos fueran expulsados de España, y del resto de los incipientes estados- nación, en pleno Renacimiento. La injusticia que les convirtió, de nuevo, en exiliados que se refugiaban en la ley escrita en los rollos de la Torá y en el abismo de sus corazones de carne. También fue el caso de muchos conversos, marranos o no, protagonistas de un exilio interior, consciente o inconsciente. La raíz estaba plantada, en lo más hondo de la misma condición de cristianos, o de miembros de una cultura de raíz bíblica. Como el sacristán de la anécdota, al que le cuesta reconocer su condición, dentro de cada español hay, lo sepa, lo ignore, o lo rechace, semillas fecundas de un judaísmo que se transforma y vivifica ante cualquier intento de creatividad.
(Este es el texto de un artículo que se publicó ayer en el suplemento Culturas de La Vanguardia)

martes, 2 de marzo de 2010

Siete libros

La verdad es que últimamente he podido leer bastante, animado sin duda por los libros concretos que la vida me ha ido poniendo delante, en estas dos últimas semanas. Había pensado escribir de alguno más extensamente (y quizás lo haga en los próximos días), pero se me van acumulando y me voy a limitar a presentarlos, a mi modo, por si acaso a alguien le pudieran interesar.

1. El primer libro del que quiero hablar se titula Diálogo en el vacío y otros escritos (La Balsa de la Medusa, 2010), del escritor y crítico israelí Matti Megged. La primera persona que me habló de Megged fue, hace años, mi amiga Pepa Balsach. Megged había dado unas lecciones en la Cátedra de Arte Contemporáneo que ella dirige en Gerona, y Pepa me regaló un poemario del autor, que por entonces habían editado. Recordaba un poema sobre un pájaro azul, pero, ahora, al ir a releerlo, me he encontrado con que el pájaro era blanco: Entonces todo se convirtió en silencio,/el cielo azul conteniendo su aliento/un pájaro blanco/(¿cómo se ha desviado hasta aquí?)/se detiene un minuto/para aderezar su plumaje/que cae sobre mí… Muy bello. Da igual de qué color sea el pájaro, el poema me impresionó por su silencio, por el modo en el que se sitúa al borde del abismo. Como el trabajo crítico de Megged en el libro que acabo de leer. Contiene tres ensayos: el primero sobre Samuel Beckett (al que Megged tradujo al hebreo durante años) y Giacometti (Diálogo en el vacío), el segundo sobre Cézanne y Kafka (La montaña y el castillo), y el tercero titulado Vedere e pensare (sic). Iré hablando de ellos, pero me sorprendió que en un punto juntara al genio de Aix con el de Praga. Pensé que eran dos personas muy familiares para mí: Paula se ha ocupado durante años de uno, y yo de otro. En el ensayo de Megged he encontrado la ilusión y la ternura con la que ella y yo hemos dialogado sobre nuestras respectivas pasiones, a lo largo de veinte años. Es una suerte reencontrar a Paula en las páginas de un libro; pienso que nunca he buscado nada distinto en realidad.
2 y 3. Arte comparado. A eso es a lo que parece que me dedico, y quizás escriba sobre ese ámbito (exactamente sobre el que se despliega el pensamiento y la sensibilidad de Matti Megged en su espléndido libro) un ensayo largo, explicando cómo lo veo yo. Es la materia del trabajo del Grupo de investigación que echó a andar el pasado viernes. Nos reunimos una veintena larga de profesores, amigos, alumnos, y veremos a ver qué pasa con todo eso. Depende de la pasión (y de la disciplina) que sepamos poner en ese empeño. Arte comparado es lo que hace otra gran escritora, Rosa Rossi, a la que admiro, y que acaba de reeditar su libro sobre Juan de la Cruz: Silencio y creatividad (Trotta, 2010). Junto al libro de Pepa Balsach sobre Miró, fue el que me dio la fuerza y el esquema para escribir sobre Kafka, como lo hice. Toda mi vida recordaré el comienzo del libro, increíblemente sencillo y a la vez majestuoso: En el testimonio de un cofrade suyo, el hecho de que Juan de la Cruz tuviera la costumbre, incluso cuando iba de visita a casa de "señores" de Segovia, de sentarse en el suelo, se interpreta como sigue: "Le decía la dicha señora que se sentase (en una buena silla), y no se sentase en el suelo; y el santo no quería, sino que siempre buscaba lo más humilde para sentarse". He aquí un caso de reductio ad unum, de limado de la "diferencia": la reducción de un modelo fijado de antemano –el modelo de la humildad –de un comportamiento de Juan… Me impresionó ese comienzo, y las deducciones que la autora va sacando de la vida, y de los escritos, del santo/poeta. Lo más asombroso de todo son las asociaciones que hace, con otros escritores y artistas, con temas de la ascética y la mística, con la filosofía moderna (especialmente con el nihilismo, el existencialismo y el psicoanálisis). Un libro magistral, por fin de nuevo al alcance la mano (llevaba casi quince años agotado). Aprovechando la relectura de este libro, tuve a mano la edición de las Poesías del santo de Paola Elía en Castalia (para mí la mejor que puede encontrarse). Me fijé esta vez en las poesías sobre los textos bíblicos, en concreto en la 10ª: Otra del mismo que va Super Flumina Babilonis (como ya sabéis, el psalmo 137 es un texto que me obsesiona): Encima de las corrientes/que en Babilonia hallaba,/allí me senté llorando,/allí la tierra regaba,/acordándome de ti,/o Sion, a quien amaba./Era dulce tu memoria,/y con ella más lloraba./Dejé los trages de fiesta,/los de trabajo tomaba,/y colgué los verdes sauces/la música que llenaba,/poniéndola en esperanza/de aquello que en ti esperaba./Allí me hirió el amor,/y el corazón me sacaba… ¿No se oyen, en esta canción, compuesta en el cautiverio de Toledo, los ecos de una nostalgia judaizante? Os recomiendo que lo leáis entero, y luego opinéis. Yo sí los oigo.

4. La Universidad Diego Portales (de Chile, vaya para los muchos y buenos amigos que tengo allí mi más cariñoso saludo) ha reeditado la edición ampliada del libro de Kevin Power, Una poética activa. Poesía estadounidense del siglo XX (2009). Otro ejercicio de arte comparado: no hay otra forma de acercarse a los Ashbery, Robert Duncan, Frank O´Hara, Robert Creely, si no es poniéndolos en paralelo a los pintores, especialmente a los expresionistas abstractos. Tuve la oportunidad de escuchar a Kevin en un seminario del Grupo de investigación. Vino de la mano de Gabriel Insausti. Me quedé asombrado: hablaba como un sabio y como un testigo de una generación dorada e ignorada al mismo tiempo. Pero es una pléyade, de poetas y pintores, sin la que es imposible entender una parte de lo mejor que ha ocurrido en los últimos cincuenta años en el mundo del arte occidental. Este libro viene a llenar, con una increíble generosidad intelectual, esa laguna.
5. Y hablando de Gabi Insausti, el otro día me trajo su nueva traducción de la Biographia Literaria de Coleridge que ha publicado en Pretextos. Otro texto fundamental (emparentado muy de cerca con los Ensayos de Montaigne). Yo empezaría por la larga introducción de Gabi. Tuve la suerte de corregirla en pruebas (tenemos la sana costumbre de pasarnos los textos el uno al otro, y que dure: es la suerte de trabajar en una universidad con gente como Gabriel), y es una maravilla. De erudición, de tono, de acierto intelectual. Ahora la he releído, y me ha abierto al mundo complejísimo de Coleridge con una eficacia que no supe ver en mi primera lectura.
6. Gabriel pertenece al Grupo de investigación, como también pertenece a él mi amiga María Pertile, que vino expresamente desde Italia para la sesión inaugural. Me trajo la última joya que ha publicado, las cartas de Cristina Campo a María Zambrano, Se tu fosse qui (Archinto, 2009). Las leí de un tirón, la noche del jueves al viernes. De ese modo pudimos comentarlas en persona, la noche del viernes al sábado, mediosobriosmedioborrachos. Me admira el conocimiento, la empatía, que tiene María con Cristina Campo. A esa pasión intelectual es justamente a la que me refería antes, al señalar lo que es preciso para avanzar en el estudio y la interpretación de los textos y de las obras de arte.
7. Por último, no quiero dejar de señalar que ha salido en Siruela la reedición (la también) de un libro mágico: El desvío a Santiago de Noteboom. Una edición especial y limitada, con fotos en color, que se suman a las ilustraciones y fotos en blanco y negro de las dos ediciones anteriores. A mí me gusta esta superposición. Convierte al volumen en un palimpsesto del texto inicial. Me maravilla el amor y el conocimiento de España que tienen otros. Para mí lo quisiera. Me recuerda que el otro día en clase propuse a los alumnos que se aprendieran de memoria la Noche oscura. Les dejaría recitarlo en alto delante de los demás. Les subiría la nota final. De los cien alumnos, de los dos grupos, sólo se lo aprendieron tres. Entre los tres, una finlandesa.