miércoles, 30 de noviembre de 2011

Elfyn/Tolaretxipi


No es éste el primer libro de Menna Elfyn (Swansea, País de Gales, 1951) que se ha publicado en español. El primero fue Ángel de la celda (Bassarai, 2006), una excelente traducción salida de las manos delicadas de la poetisa y traductora vasca Eli Tolaretxipi (San Sebastián, 1962). Ahora, de nuevo, animada por la editorial asturiana Trea, Tolaretxipi recoge el testigo de la poesía de Menna Elfyn y nos ofrece en un solo libro, Mancha perfecta (2011), una amplia selección de los últimos libros de la autora galesa. En concreto, recoge poemas de El beso del ciego (2001), de Mancha perfecta (2005) y de Poemas nuevos (2007).
"La lírica
traducida es como besar
a través de un pañuelo, dijo el bardo.
Por lo que a mí respecta, abrazo esos poemas entre páginas
que hacen regresar a los amantes de las palabras.
Que el poema lleve pañuelo
y deje sobre mis labios
su beso velado".
En este poema de Menna Elfyn, sabiamente elegido por la traductora, se concentra una parte de la tensión que late en este libro breve pero inmenso. Es la tensión de la lengua buscada, una lengua existencial lograda a través de la insuficiencia de las palabras y de la torpeza humana, de la tensión del miedo por la pérdida, pero la pérdida del que no arriesga y se deseca, del que se mantiene estático en una posición estéril de aparente dominio.
Hacia tiempo que no encontraba una poesía tan bella, tan radiante, y un pensamiento poético que se acomodase tanto a lo que yo pienso del hombre y de sus cosas. Escribir, vivir, es perder y modificarse, reinventar a cada paso el modo de ser en el que nos adecuamos al momento que pasa, "sacudir la varita mágica por una sardina", como dice en un espléndido verso la poeta. Ser es una nueva forma de pobreza. Una caricia en la oscuridad. Un hambre de las migas que caen del mantel de la vida, por decirlo de nuevo con palabras de Elfyn/Tolaretxipi.
"Dos cabezas, un almohada.
Caricias antes del amanecer.
El viejo aventamiento./Toda una vida dichosa"

lunes, 28 de noviembre de 2011

Cien años de Gallimard

La actual Gallimard nace a finales de mayo de 1911 cuando André Gide, aconsejado por Paul Claudel, decide asociar la Nueva Revista Francesa, NRF, a una casa de ediciones creada a tal efecto. Para ello cuenta con Jean Schlumberger y con Gaston Gallimard, la persona que ocupa la gerencia de la empresa y que desde el primer momento busca, sin perder la impronta que Gide y la NRF otorgaban a la nueva editorial, una cada vez mayor independencia del autor de Los monederos falsos, tentado de hacer de Gallimard algo a su medida. En 1913 Gaston Gallimard compra a sus primeros socios todas las participaciones de la editorial y toma el control de la misma. La idea se redefine: quiere inicialmente una empresa abarcable, con pocos gastos, ediciones poco decoradas, un repertorio amplio y abierto. Con dos obsesiones: la independencia respecto de cualquier servidumbre ajena a la calidad literaria (contrariamente a lo que se piensa, las ediciones de Gallimard han sido mucho menos restrictivas o sectarias que la mayoría de las editoriales) y el trato personal y directo con los autores. Los diferentes miembros de la familia Gallimard que han dirigido o trabajado en la casa (Gaston, Claude, Antoine, Isabelle, etc) se han distinguido por su amistad con muchos de los escritores. Junto a estos dos aspectos, el acierto de Gallimard ha estado siempre en el sexto sentido que han desarrollado sus directores para elegir a los colaboradores, directores de colección, miembros del célebre comité de lectura. La lista es realmente impresionante (de Rivière y Paulhan al principio a los Claude Roy, Camus, Kundera, Handke, Sollers, Le Clézio, Pontalis, Pierre Nora…) y el estudio de las fichas de lectura que se pudo llevar a cabo en parte durante la exposición en la Biblioteca de Francia resulta tan sorprendente como provechoso para los amantes de la literatura.
Hay algunos hitos en la historia de Gallimard que han hecho correr ríos de tinta y que están lejos de haberse esclarecido del todo. Las devastadoras consecuencias en Gaston de la primera guerra, la lucha por la independencia ante el vendaval del surrealismo, del existencialismo, del Nouveau-roman que amenazaba siempre con identificarles con algún movimiento o tendencia concreta, los casos “Gide” y “Proust”, la expansión comercial de entreguerras, mal entendida por algunos autores “de élite”, la discutida posición de los responsables en la etapa colaboracionista de Vichy, la muerte de Camus y Michel Gallimard en accidente de coche en enero de 1960, las alianzas empresariales y la renovada lucha por la independencia en los ochenta y en los noventa, etc. Cada situación merecería un capítulo aparte.
Sea como fuere, la historia de la editorial de la rue Sébastien-Bottin conforma una parte importante de la historia de la edición literaria en Francia, el país que durante el siglo XX ha servido de catalizador de lo más relevante que se ha escrito en el mundo. Cien años de aciertos, con pocos errores, cien años de lucha por el proyecto familiar de situar a la literatura en el alto puesto que debería corresponderle en la vida de la sociedad.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Notas para un diario 220

Me dicen que en El Prado, en la exposición de l´Hermitage, está el admirado Scholar de Rembrandt, un cuadro que siempre quise ver. Estoy deseando llegar a Madrid en Navidad y ponerme delante de esa tela, a ver qué pasa. Algo profundo y desconocido me vincula a ella, y confío en que cuando esté delante sabré qué es. O al menos prepararé el terreno para que un día, en un bus o en el metro, en la sala de espera del dentista tal vez, esa joya se me abra y me revele todo lo que tiene que decirme. Ha sido un fin de semana muy próximo a la pintura (gracias querida Menchu). También he meditado sobre este otro cuadro de Van Eyck, la no menos célebre Maddona del canónigo Paele. Una obra maestra llena de significado iconológico. El juego de miradas es lo principal claro. Como parece reflejar el instante en el que Paele se ha quitado la lente de aumento para mirar, más allá de páginas y legajos, al Niño, Libro Vivo. Precioso momento de persuasión cristiana. ¿A quién mira el estudioso de Rembrandt? Me gusta el guiño especular de las hojas colocadas sobre el libro. Reflejan la intuición vilamatiana de que la materia prima de los libros son otros libros. Pero esa mirada, plena de deseo y de fuerza, a quién se dirige. De esa respuesta depende toda una filosofía del arte y de la vida. Yo no lo tengo claro tampoco. Son esas cosas que tal vez veamos en el último instante, como Zeno, el personaje de Svevo al inicio de la novela: "Lo sé todo. Ahora lo comprendo todo". A lo mejor no se puede responder mucho más, ni mucho menos, que lo me dijo en estas mismas páginas el gran Pitol a una pregunta análoga: es uno y no es uno quien escribe sus libros.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Zeus, Deus y el Innombrabe


A diferencia de lo que ocurre en países como Alemania o Francia, en España se lee poco, y dentro de ese poco no entran ni la poesía ni el ensayo. Yo me pregunto si, aunque sea remotamente, existe alguna relación entre este hecho (aparentemente banal o mera cuestión de gustos) y nuestra creciente pobreza material. Pero no seré yo quien responda. Digamos que me faltan datos. Me limitaré a destacar, en estas notas críticas, el mucho y buen ensayo que se lea o no ciertamente se publica en español en muchas y variadas editoriales. Creo que es de justicia hacerlo y no se me ocurre por mi parte otra modo de concurrir al esfuerzo colectivo por intentar evitar la miseria que nos atenaza.
Dentro del ensayo, un capítulo especialmente apasionante es la historia de las ideas, y dentro de ésta la historia de las mentalidades y de los llamados procesos de inculturización. A ese fin se dirige el libro del latinista Agustín López-Kindler titulado Zeus vs Deus. La resistencia de la cultura pagana al Cristianismo (Rialp, 2011). El trabajo de López-Kindler, dedicado a entrever como durante el periodo de la antigüedad tardía, los últimos siglos del Imperio romano de occidente y el comienzo de la Edad Media en el siglo VI, la cultura pagana se resistió a la presencia cada vez más abarcante de la religión cristiana y de la cultura a la que iba dando lugar. Tema apasionante y de consecuencias de un alcance tan largo que llegan con toda su fuerza hasta nosotros: la asunción por parte del Estado romano de la religión cristiana como religión oficial del imperio creo una forma de relación política que hoy en día no está del todo superada, por ejemplo en España. La cuestión es muy amplia y el autor la sintetiza en unos cuantos hitos, con frencuencia en la relación polémica entre autores paganos y autores conversos a la nueva religión. Más interesante aún resulta la confrontación cuando, con el paso del tiempo, los contendientes son ambos cristianos pero conciben la cultura clásica sea como un estorbo para llegar a Dios sea como el paso previo natural que debe de ser sobrenaturalizado. El libro es claro, preciso y bastante abierto en una cuestión en la que la estrechez de miras, cuando no el fanatismo abierto de algunos hace imposible la síntesis cristiana con todo lo que de valioso tuvo la herencia greco-romana.
A otra cuestión, distinta pero conexa, se enfrenta la reedición por Trotta del libro de Jürgen Habermas Israel o Atenas. Ensayo sobre religión, teología y racionalidad (2011). Este volumen contiene media docena larga de ensayos que, de un modo u otro, tratan de una cuestión que se podría enunciar así: cuál es el estatuto, de conocimiento específico y único, de esa realidad que llamamos convicción religiosa, qué tipo de conocimiento aporta, cuál es su ratio, su razón de ser, y que relación tiene con la razón filosófica y con la norma democrática. Convencido de que ese rastro hay que seguirlo no sólo en un plano teórico sino también en el estudio detenido de la evolución histórica del legado greco-romano (Atenas) y del judaico (Jersusalen), y en particular en la plasmación lingüistico-cultural de ese legado. El título no plantea necesariamente una exclusión. El castellano lo permite, como cuando decíamos "Bizancio o Constantinopla". Aquí la cosa no es tan simple, pero con sus agudas distinciones Habermas ha limpiado enormemente la cuestión de la parte de la roña que la ha cubierto durante demasiado tiempo.
Por último, en conexión con el libro de Habermas quiero mencionar brevemente el recientemente aparecido trabajo de Élisabeth Roudinesco, A vueltas con la cuestión judía (Anagrama, 2011). El título (parece que parte de un tedioso cansancio con la cuestión) no anuncia el lenguaje asombrosamente ágil, de periodista avezado (he leído sus trescientas páginas en dos largas noches), con el que Roudinesco despliega la “cuestión judía”, o más concretamente una historia del antisemitismo desde la Ilustración y la Shoá hasta los episodios de los campos de Sabra y Chatila, vista muy desde Francia. Apasionada, infiormada, rápida, ofrece lo que a mi juicio es el mejor reportaje sobre las complicidades del mundo intelectual con el antisemitismo político en los últimos dos siglos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Notas para un diario 219


Para mi hija Inés y todas las niñas de ocho, nueve y diez años
Cuando, en víspera de Navidad, te llamaron y te dijeron que te quedaras con los mayores, dando por sentado que estabas en "el secreto" juego de los adultos. Cuando no te dejaron acostarte con los pequeños y seguir "creyendo" o al menos "querer seguir creyendo", cuando cortaron de golpe con un cuchillo envenenado tu infancia, ¿qué sentiste?, eh, dime, ¿qué sentiste?: la tristeza por todo lo que dejabas atrás, por la inocencia de un país perdido o la alegría y la excitación – el élan– de descubrir un nuevo mundo lleno de posibilidades futuras, incluida la de velar como otro guardián entre el centeno por la inocencia de los más pequeños…

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El maestro Eliot


Intento en estas breves notas críticas orientar al lector en otro momento complicado para el mundo de la producción editorial, momento en el que conviven y al mismo tiempo tratan de sobrevivir proyectos diversos, con frecuencia antagónicos. Y no ya entre editoriales distintas, lo que sería lógico y natural, sino a veces en una misma casa o grupo, cuando no en una misma colección. Las razones para que esto ocurra pueden ser varias: tienen que ver con las exigencias de la cuenta de resultados, con la indefinición o la falta de ojo, de gusto, de criterio, con bicefalias al timón de un mismo barco o, por qué no, con la pervivencia buscada en un mismo proyecto de dos líneas, una más volcada al mercado y otra a la excelencia, donde la primera aguantaría el “lujo” que podría suponer la segunda.
Sea como fuere, con un mérito enorme, la editorial barcelonesa Lumen viene publicando (además de su colección de poesía, a mi juicio la mejor del panorama editorial español), los cuentos de un puñado de autores de primera fila (Eudora Welty, Flannery O´Connor, Leonard Michaels, Bernard Malamud o Mavis Gallant, por citar sólo a los americanos del norte) en un país en el que para nuestra desgracia ese género narrativo se considera algo menor cuando no directamente desdeñable. Por si fuera poco, Lumen nos ha ofrecido en los últimos años volúmenes antológicos de crítica, autobiografía y ensayo literario: Cyril Connolly, Janet Malcolm, Edith Sitwell, Koestler, Natalia Guinzburg, Juan Benet, Gil de Biedma. A esta categoría pertenece sin duda La aventura sin fin (2011) del poeta y crítico angloamericano Thomas Sterns Eliot.
Tampoco desde el punto de vista de lo que los ingleses llaman editing, es decir, de la producción literaria y concreta de un volumen por parte de una cabeza pensante, era nada fácil ofrecer una antología de los ensayos de Eliot al público español. Hacía falta alguien como Andreu Jaume para llevarlo a cabo con bien. Apoyado en la traducción excelente de Juan Antonio Montiel, Jaume ha compuesto un libro que todo aficionado a la literatura debería tener en casa.
Exhaustivo a la vez que ágil, recoge la producción crítica del maestro Eliot en la secuencia vital en que se produjeron sus ensayos, con lo que de paso nos permite establecer un paralelismo riguroso con su producción poética, atiende a todo lo esencial sin dejar nada (excepto, pero esto hubiera sido ya de otro mundo, el texto más filosófico del poeta, su Conocimiento y experiencia en la filosofía de F.H. Bradley, que yo sepa aún inédito en castellano). Y ¿por qué leer a Eliot? ¿por qué podría ser interesante hacer el esfuerzo de enfrentarse con alguien que habla a palo seco de literatura? ¿Por qué no leer directamente a aquellos – los Milton, Yeats, Dante, Shakespeare– de los que trata en sus textos? ¿No será esto un material para profesores, para expertos, para eruditos? Mi respuesta es que no. En absoluto. Es un material para todos los públicos, algo que precisamente facilita el acceso a esos autores admirables que acabo de citar. De la misma manera que nadie subiría un 8000 sin la preparación necesaria, sin brújula, oxígeno y piolet. Son las armas de la que hay que investirse para entrar en el fascinante mundo de la literatura, unas armas que nos fortalecen mentalmente, que nos enriquecen y que, a cambio de un poco de esfuerzo intelectual, nos ofrecen a manos llenas diversión, gozo y entretenimiento.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El Gran MacLeod


Estoy atento a la colección de Narrativas de RBA porque están publicando últimamente, además de autores de primera fila (Alice Munro o Katherine Mansfield), recopilaciones de libros en un volumen: por ejemplo todas las crónicas de Enric González, los dos grandes libros de viajes de Patrick Leigh Fermor (El tiempo de los regalos y Entre el bosque y el agua) o los cuentos reunidos de autores como Robert Graves o Evelyn Waugh. Ese acopio me parece una buena idea para estos tiempos de crisis. Así ha aparecido un volumen necesario: La isla de Alistair Macleod (North Battleford, Canadá, 1936). Se recogen en él dieciséis cuentos, los que ya habían sido publicados en Los pájaros traen el sol (2003) y en El regreso (2002), más dos esplendidos relatos inéditos. Uno de los puntos fuertes de MacLeod en castellano es que casi todo el material literario ha sido traducido por el recientemente fallecido Miguel Martínez-Lage.
Alistair MacLeod fue profesor de literatura, y eso se nota en varias cosas, no necesariamente para mal. Lo primero es que su obra es relativamente escasa. Además de los dos volúmenes de cuentos mencionados, ahora reunidos bajo el título La isla, sólo ha escrito una novela (No great mischief, 2001). Lo segundo es que, por decirlo de modo directo, MacLeod escribe de maravilla, escribe como sólo es posible hacerlo cuando se conoce muy a fondo una literatura como la inglesa. La contención en la cantidad (Primum vivere) y la calidad de lo producido revelan la existencia en MacLeod de un rico mundo propio que pugnó por salir a lo largo de una vida y que finalmente lo hizo. Ese mundo es el de los “expulsados” de Escocia en el siglo XVIII, los fundadores de Nova Scotia en Canadá, los colonos que llevaron a las nuevas tierras altas su fuerza, su hombría de bien, su sentido ordenado y a la vez mágico de la existencia.
MacLeod no es un genio, ni falta que hace. En cambio conoce de memoria el arte narrativo de Melville y de Hemingway, sí, pero también de Hardy y de Joyce, y hasta de Gertrude Stein, muchos de cuyos procedimientos formales incorpora sabiamente a sus textos. Además, ¿a quién le importa ser un “genio” cuando se sabe contar una historia, cuando se mira el mundo con la mezcla de sabiduría y ternura con la que él lo hace, cuando se ha vivido, amado, llorado, temido como un simple ser humano? Los cuentos de MacLeod son de una belleza rara. A menudo son más bien novelas cortas (la mayoría de los incluidos en el libro rozan la treintena de páginas). Otros responden a un concepto más estricto del género cuento. Da igual. Lo esencial no está ahí sino en su cuidada composición, en el modo en el que los diferentes hilos con los que teje la trama van apareciendo, en los colores brillantes de esos hilos, en el modo en el que te envuelven mientras lees, suscitando aquí nostalgia, allá rabia, anhelo de autenticidad, horror por la prisa y la trampa, verdadera comunión con la naturaleza en una visión antropomórfica de ésta y un profundo sentido de la sexualidad, de la familia y de la historia. Emoción recogida en lenguaje. Ahí está el secreto escrito de MacLeod.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Notas para un diario 218


Hasta ahora había pensado que los sueños no tenían colores, que eran en blanco y negro, que la capacidad de percibirlos soñando nos estaba sustraída. Pero llevo dos noches en las que en mis sueños lo más sustancial ha sido el color, los colores. No estaban exentos de argumento pero yo me maravillaba del color del mar, de una costa verde en uno y blanca caliza en otro, de las crestas de las olas, de un barco con sus velámenes desplegados. Pero lo que más me ha impresionado es que percibía esos colores vivos de un modo peculiar, no a través de un equivalente a los ojos y de una percepción mental directa sino a través de la idea que yo tenía del cada color: del azul, del verde, del oro, del blanco de las velas. Tal y como me los imaginaba, en el modo más bello y cautivante, así aparecían ante mi mente en fase de sueño. Era un movimiento natural en el que el pensamiento (o su equivalente onírico) no jugaba papel alguno. Al despertar he caído en la cuenta al instante de que comprendía desde dentro el mecanismo de toda la pintura abstracta, desde el secreto dorado de un mural egipcio hasta una naturaleza muerta de Matisse pasando por los paisajes abismales de los pintores de la escuela de Siena.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Entrevista a Pitol


Creo que la primera señal que tuve de la existencia y de la obra de Sergio Pitol fue a través de una de sus muchas y espléndidas traducciones: en concreto de unos cuentos de Virginia Woolf que él hacía revivir y resonar para mí en el idioma de Cervantes. Me pregunté quién era, y hoy, tras haber leído no menos de veinte libros suyos sigo haciéndolo, aunque en el camino he aprendido mucho sobre la literatura, sobre la vida y sobre mí mismo. Y es que Pitol es de esos raros escritores realmente abiertos, que te empujan hacia ti mismo, que te invisten con lo mejor de la vida (la tolerancia y por qué no decirlo, el amor y la bondad) y cargan tu mochila con esas esencias liberadoras. Pitol acierta trate de lo que trate: libros, ciudades, gestos, citas, pequeñas historias significativas, en un permanente zigzageo entre los géneros, yendo y viniendo siempre, como la vida, en un flujo continuo y amable. Lo dijo en El Arte de la fuga con palabras memorables de Marguerite Duras: “La escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, excepto eso, la vida”. Anagrama publica Autobiografía soterrada (2011), un nuevo capítulo en ese libro total que es la obra de Pitol (México, 1933)


P. Me pareció que Autobiografía soterrada es más bien el historial de sus libros, más que de su vida. ¿Cree que puede ser una buena introducción al conjunto de su obra o está pensada mejor para sus lectores más asiduos, o para ambos porqué no?
R. Me parece que la Autobiografía soterrada funciona mejor si se conoce mi obra, pues, como mencionaba, es un repaso de ella y la relación que tiene con mi vida. Como introducción quizá funcionaría otro texto, recientemente reeditado: Memoria (1933-1966). Un texto publicado originalmente en 1967 con el título de Autobiografía precoz que precisamente relata mis primeros años de vida y de trabajo literario. Ahí, yo creo, encontrará respuesta a muchas de las preguntas que me plantea.
P. Una de las partes del libro se titula "Salvo el instinto lo demás son minucias". Y en otro lugar afirma que su bagaje teórico es parco. Pero su obra resultó compleja al final. ¿Fue el instinto lo que le llevó a la experimentación y a la apertura?
R. Creo que sí, fue gracias al instinto, si en él podemos englobar a las distintas formas de la experiencia: los viajes, la memoria y, sobre todo, las lecturas que están siempre latentes.
P. ¿Quién diría Ud. que habla en sus textos? ¿Concebiría su obra como una producción anónima? ¿Le ha trasmitido algo, su escritura, sobre su propia vida?
R. Es difícil decir quién habla en mis textos. Todos los narradores (e incluso los personajes) pueden entenderse como voces desgajadas de mi persona, siempre transformadas por la ficción. Uno siempre es y no es quien habla en sus libros. Sobre la última pregunta le diría que definitivamente sí, aunque creo que es inevitable para cualquiera que realmente escriba: uno se entiende más a medida que se escribe. Quizá todo esto es más claro en El arte de la fuga: la tentativa de transformar lo vivido en literatura, y de hacer de la experiencia literaria (escritura, lectura) experiencia a secas. Es precisamente esta unión entre vida y literatura lo que el Jurado del Premio Cervantes calificó como el centro de mi obra.
© Foto de S. Pitol, Carlos Mercadé.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

John Berger sobre el dibujo


¡De mayor quiero ser John Berger! Lo digo en serio. Todavía lo recuerdo en el Museo de Prado en 2010 hablando descalzo y tumbado en el suelo con su hija Katya de los frescos de Mantegna y del olvido. Sumaba ya ochenta y cuatro años pero parecía que tenia veinte o treinta menos. Arrugas consolidadas como surcos en un rostro impresionante, unas manos fuertes y enérgicas y la voz clara de los grandes oradores ingleses. Y el maestro sigue y sigue produciendo, pensando, dibujando, escribiendo, luchando por comprender y comprenderse. Su último libro hasta la fecha, Bento´s sketchbook (2011) es una reflexión, a partir del dibujo y de la perspectiva visual, sobre la autonomía moral en la Ética de Spinoza. Sinceramente: no creo que haya una sola persona en el mundo que tenga, como él, el arte en la cabeza. Lo ha explorado desde Lascaux hasta Giacometti, desde el interior del dibujo o de las metáforas verbales, en su conexión con el hombre, con el amor, con la muerte. Ahora se publican aquí estos otros textos, en Sobre el dibujo (Gustavo Gili, 2011), que tienen en común la reflexión sobre el trazo a mano alzada, otro elogio de la mano, de la distancia y de la soledad creadora. “Todos los artistas descubren que dibujar, cuando se trata de una actividad compulsiva, es un proceso recíproco. Dibujar no es sólo medir y disponer en el papel, sino que también es recibir. Cuando la intensidad de mirar alcanza cierto grado, uno se da cuenta de que una energía igualmente intensa avanza hacia él en la apariencia de lo que se está escudriñando… El encuentro de estas dos energías, su diálogo, no tiene la forma de preguntas y respuestas. Se trata más bien de una diálogo feroz e inarticulado. Hace falta fe para mantenerlo. Es semejante a excavar un túnel en la oscuridad, excavar bajo lo aparente” (p. 61). Creo que estas palabras dan la medida de este maravilloso libro. Dos notas más. Conociendo el sentido de la disciplina el autor, me pregunto si cuando la traductora, en la cita anterior, escribe “compulsivo” no habría en el inglés de Berger un “compulsary”: obligatorio. Para él escribir lo es tanto como lo es dibujar. Y eso tiene la ventaja de que a los lectores nos permite asomarnos al proceso secreto de la creación, de un modo casi vivo. Nadie cono Berger ha contado esos matices, esos gestos, esa soledad. Segundo: me encantan las inflexiones de la voz en sus cartas (un material comparable al de su admirado Van Gogh). La dureza o distancia crítica que adopta en ocasiones (como con el crítico Jim Elkins). Y la ternura completamente abierta con su hijo Yves en “Langosta y tres peces”, una pieza magistral.

lunes, 14 de noviembre de 2011

El diario de Valente


Valente ha sido para una generación de lectores españoles un lujo. Un lujo necesario; el lujo de la sencillez, la radicalidad, la autenticidad. Valente vivió de hecho inmerso en las corrientes poéticas y espirituales de la segunda mitad del siglo XX europeo, lo que equivale a decir en las mejores tradiciones horizontales y verticales de lo que Goethe llamó la “literatura del mundo”. No fue el único, pero en el grado cero en el que él lo vivió si fue casi el único (con Zambrano solos ambos, exilados, fraternos). Gracias a Valente nos conformamos una generación de lectores con Celan o Sarah Kirsch, Jabès o Char con el mismo temple con el que lo hacemos con Azorín o Unamuno, es decir con una apertura total al misterio del silencio después de la palabra. Además tenemos la fortuna de que el legado Valente cayó en manos de Andrés Sánchez Robayna, quien con una sabiduría generosa se ha empleado a fondo para cuidar de su obra. La última entrega es este Diario anónimo (Galaxia/Círculo 2011), la transcripción de las notas fechadas que el poeta fue escribiendo en dos cuadernos desde el año 1959 y hasta el 2000. Hay de todo: abundantes anotaciones de lectura, frases en varios idiomas, pequeños esquemas, intuiciones y esbozos, revelaciones íntimas (en particular las referidas a la muerte de su hijo Antonio, fallecido prematuramente en 1989, un acontecimiento que a punto estuvo de matar de dolor al poeta). El propio escritor parece ofrecernos, a modo de invitación a la lectura, una aproximación al material cuando dice: “Diario anónimo: papeles inéditos de personajes que probablemente no existen, pero que de algún modo debieran de haber existido”. Como muy bien señala Sánchez Robayna en su introducción, el anonimato (y la correlativa autoría) fue central en la obra de Valente, y lo es aquí en este refugio intimísimo del autor, como lo ha sido en nuestra historia literaria desde Homero o desde la hagiografía bíblica. ¿Quién habla en un texto? Esa es la gran pregunta que nos sorprende en cada una de las casi cuatrocientas páginas de este otro “libro de la vida.” Me ha llamado la atención poderosamente una anotación. Del 9 de diciembre de 1996. “Le passé d´une illusion, de François Furet, ha sido reeditado en francés en poche”. A Valente debió de sorprenderle este éxito editorial, supongo. Pero no voy a eso sino a la pasión de escribirlo todo, un hecho nimio o no, pero que quiere poner por escrito. Acaso la simple necesidad de trazar.

domingo, 13 de noviembre de 2011

viernes, 11 de noviembre de 2011

Justo Navarro y el nuevo Gran Gatsby


Leí las traducciones de Justo Navarro antes de leer su obra de ficción. En concreto su versión del Cuaderno rojo de Paul Auster, en un volumen que guardo entre mis libros de referencia. Otro tanto tendría que decir con Lidya Davis (acaso su trabajo más impresionante) o con Albert Caraco. Poco a poco se ha ido reconociendo en nuestro ámbito hispano el valor de un arte que convierte al traductor en co-autor. Y esto hasta el punto de que aquellas lectura citadas condicionó (¿enriqueció?) mi acercamiento a novelas como La casa del padre o Finalmusik o a ese espléndido libro poético que es Un aviador prevé su muerte. Al final, se tata de un conjunto de hilos que enhebran un proyecto poético del que nada debe quedar excluido.
El novelista ha acometido ahora una nueva traducción de El gran Gatsby (Anagrama, 2011), la gran novela de Francis Scott Fitzgerald. Una vez más el resultado es excelente y he aprovechado para hacerle tres preguntas.
P. Ud. ya tradujo los Cuentos completos de Fitzgerald. ¿Hasta qué punto hacia falta una nueva versión de su novela más conocida? ¿Qué cree que puede aportar su trabajo en la misma?
R. Mi traducción de El gran Gatsby es mi manera de leer a Fitzgerald en 2011. Gatsby es una novela muy especial, un clásico, que admite distintos acercamientos y cada uno descubre aspectos nuevos. Y traducir Gatsby después el largo viaje por los cuentos de Fitzgerald era el desenlace lógico de mi incursión en ese mundo imaginario, tan espléndido.
P. Desde el punto de vista estilístico, ¿cuáles son las características que ha encontrado en la prosa de la novela? ¿Qué dificultades específicas ha encontrado en este caso?
R. A veces Fitzgerald tiene una tendencia a la elipsis y a la alusión que resulta difícil resolver en la traducción. Y tiene un sistema de adjetivos muy suyo. La traducción de los adjetivos es siempre un campo complicado. Y hay verbos resbaladizos por los que siente una especie de manía repetitiva, a los que a veces me ha costado encontrarles el matiz exacto. Pero traducir una novela es traducir un mundo, aunque sea un mundo verbal, y hay situaciones y realidades, pertenecientes a la America angloamericana de los años veinte, a las que cuesta encontrarles equivalente en español y en el siglo XXI. Éste es el problema principal.
P. En el último mes se han publicado tres obras de Scott Fitzgerald (además de la novela, la nueva y también excelente traducción del Crak-Up, el ensayo Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año por Gallo Negro). ¿Pura casualidad o tiene que ver algo con otra crisis de identidad colectiva?
R. Supongo que influye que los derechos de algunas obras de Fitzgerald han quedado libres. Pero también tendrá algo que ver con el caso el hecho de que la época que Fitzgerald contó con tanto genio fue el momento de la gran crisis económica de 1929, crisis tan honda que iba a desembocar en la II Guerra Mundial. El momento presente quizá se mire en el espejo de los años veinte del siglo pasado.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Hiroshima


“Mi historia es un muy breve”, señala Kenzaburo Oé al comienzo de su Cuadernos de Hiroshima (Anagrama, 2011). “Me eduqué en el Japón democrático de la postguerra y después continué mis estudios de lengua y literatura en la universidad, para especializarme en literatura francesa contemporánea. Toda la sensibilidad, la moral y la ideología que había en mi bagaje quería pasarlas por el cedazo de Hiroshima para examinarlas de nuevo bajo el prisma de esta ciudad”. Y en efecto así fue: un licenciado en la universidad de Tokyo, un joven de apenas treinta años se ha de enfrentar a lo que supuso el lanzamiento , el 6 de agosto de 1945, de la bomba atómica sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Una conferencia política conmemora los hechos y el joven escritor cubre los actos descubriéndonos como a través del intento de institucionalizar el mal se oculta la verdadera medida de la catástrofe. En la línea de los mejores reportajes o crónicas periodísticas, el libro comienza con el relato de aquel primer y desconcertante viaje a la ciudad el 6 de agosto de 1963. Con rigor y capacidad de observación, cuenta los entresijos de una reunión que sin quererlo desplazaba el foco de atención de lo esencial: la atroz inhumanidad de aquella experiencia. Al año siguiente se produce un segundo viaje con un esquema similar: de una parte la conmemoración oficial, de otra el dolor de tantos. tiene que enfrentarse al hecho de que sus interlocutores, aquellos a los que había conocido y preguntado doce meses atrás, ya no están. No queda nadie. El cáncer o el suicidio se los han llevado por delante. Prosiguen las sesiones de la conferencia anual y prosigue el trabajo incansable de médicos y enfermeras. La lucha política esconde una perversa falta de sensibilidad que denuncia abiertamente. A su vuelta de este segundo viaje, y a los largo de los meses siguientes, se pregunta sobre el alcance de la acción criminal, lee los testimonios que se han recogido y los contrasta con su propia investigación sobre el terreno, reflexiona sobre las consecuencias físicas y morales para las víctimas, para los supervivientes y para la condición humana en general. El resultado es un escrito duro y de una honestidad intelectual ejemplar.

martes, 8 de noviembre de 2011

Fundación Pablo Horstmann


No suelo incluir aquí reclamos de este tipo; no es el lugar, aunque podría serlo. Pero hoy escribo muy a gusto sobre la iniciativa de unos amigos a los que quiero y admiro, por ese orden. Se trata de la Fundación Pablo Horstmann y de la exposición de arte que con fines benéficos organizan hoy martes 8 y mañana miércoles 9 en horario continuo desde las 12 de la mañana y en la sede del Colegio de Ingenieros de Caminos, en la calle Almagro nº 42 de Madrid. Se exponen y venden cuadros, fotos y esculturas que un conjunto de artistas han donado para contribuir a sufragar los gastos de un hospital pediátrico que la Fundación gestiona en Lamu, Kenia. Hay autenticas maravillas. Pero la cosa, como siempre, tiene su historia detrás. Los creadores de esta fundación se llaman Ana S y su marido Peter. Ana es una médico madrileña de raíces vascas y él un ingeniero alemán de Madrid. Como suena. Son una pareja curiosa que tienen cinco hijos, uno de los cuales, Pablo, Pablete murió ahogado en el mar hace pocos años. Nadie sabe lo que sintieron esos padres y hermanos, ni sus abuelos y tíos (son una familia, en el sentido más noble de esta palabra). Al ver el amor que se profesan unos por otros, quienes les rodeaban temían por las consecuencias que el golpe podía tener para ellos. Pero Ana y Peter no defraudaron a nadie cuando poco después de la muerte de Pablo convocaron a sus familiares y amigos (son de los que no hacen muchos distingos entre unos y otros) para contarles algo. Algunos pensaban que era para darles las gracias. Todo el mundo se había volcado con ellos en momentos tan dolorosos. Pero no era exactamente así: aprovecharon todo su dolor, su agradecimiento, la unión con su círculo más cercano para convocarles a todos a una gran empresa. Iban a crear una fundación para tratar médicamente a niños de varios lugares de África. Ana venía haciéndolo en sus vacaciones desde hacía largo tiempo. Es una de las mejores oftalmólogas de España. Pero ahora quería hacerlo de manera sistemática y organizada. Convocaba a todos a ayudarles y ofrecía como un símbolo de entrega y amor el nombre de su hijo para presidir el empeño. Desde entonces han pasado muchas cosas. Niños que no veían y ahora ven, madres atendidas in extremis, toneladas de asistencia médica y de cariño repartidas a manos llenas. Han buscado dinero, han movido los corazones fríos de los que les rodeamos, han arrostrado peligros sin cuento en una zona del mundo cada vez más insegura. Y lo han puesto todo bajo el patronazgo de su hijo Pablo. Con el tiempo los hijos se convierten en padres.
En cierta ocasión en la que cené con Claudio Magris y su mujer me ocurrió lo siguiente. Ambos, viudos, se habían casado de nuevo pasados los setenta. La mujer había estado casada con un médico italiano que había vivido ejerciendo cuarenta años en el ultimo rincón de África. Hablando, mientras miraba a Magris con un profundo amor, me dijo: "Álvaro, tú pensaras que Claudio es un gran humanista. Y lo es. Sus escritos, su curiosidad universal, su sensibilidad, sus premios. La prueba es este congreso con especialistas en su obra venidos de medio mundo. Sí, pero yo te digo que el verdadero humanista que he conocido en mi vida era mi primer marido, un desconocido que amaba a cada hombre por desconocido que fuese". A la vuelta al hotel, Claudio y yo nos quedamos tomando una última copa en el hall del hotel. Le conté la historia y recuerdo que me miró con los ojos humedecidos por la emoción. "No lo dudes Álvaro, no lo dudes".

lunes, 7 de noviembre de 2011

El deseo de ser español


Reconozco que me asomé a esta antología (La hora de Rusia, Colección Visor de Poesía, 2011) con más de una prevención. Pensaba que se trataría del típico volumen en el que, con el pretexto de dar a conocer lo que se está escribiendo ahora, y de paso pulsar la intrahistoria del momento actual de Rusia, la post-perestroika, la era Putin, etc, el antólogo, antóloga en este caso, se limitaría a hacer desfilar graciosamente a otra "pléyade" de aprendices de poeta, gentes malhabladas e imberbes con las que suelen deleitarnos no pocos antólogos con la pretensión de cerrar filas entre sus allegados. Una vez leído una parte importante del libro, debo decir que no sólo no se trata de esto sino me atrevo a afirmar más bien que La hora de Rusia es todo lo contrario. Lo primero que me llamó la atención fue, al repasar las fechas de nacimiento de los poetas, que se trataba casi siempre de autores con de más de cincuenta años, en algunos casos con mucha más edad (hay varios nacidos en los treinta), e incluso alguno, como el caso de Lev Lósev, a quien conocía por sus trabajos sobre Josif Brodsky, había fallecido ya. No se trata de exaltar la madurez o la senilidad, sino de afirmar que la poesía rara vez se improvisa. “Buenos poemas de buenos poetas…” ha sido el lema de Maria Ignátieva a la hora de seleccionar, y al tratarse de carreras cumplidas en muchos casos ha tenido más donde elegir el material adecuado. En la nota introductoria con los criterios de selección y traducción he encontrado otra cosa que me ha gustado: se trata de un trabajo individual, de la autora y de los traductores elegidos para cada poema, pero una y otros han trabajo y leído el material en común. Enhorabuena: contrariamente a lo que se piensa, leer no puede ser sólo un acto solitario. Mi alegría creció aún más cuando leí que la autora ha deseado, por difícil que sea, que los autores rusos “hablen español” y hasta de que sean españoles. De eso se trata, de hacer nuestro un patrimonio cultural diverso, convencidos de que hay un sustrato común (la literatura del mundo y la condición humana) que nos permite trasladar las palabras y los juegos de un idioma a otro. De un modo tan imperfecto como necesario. Con esa orientación de la antóloga, rara por cierto, no es extraño que el resultado sea más que feliz. No sólo recuperamos en la obra de los poetas rusos el pulso de toda una época, y hasta de varias, vislumbrando a la vez el futuro moral de ese gran país hermano, sino que podemos apreciar unos textos extraordinarios por su viveza, su densidad, su belleza. Recomiendo por ejemplo las Cartas españolas de Olésia Nikoláyeva. Hacia tiempo que no leía nada tan luminoso sobre la historia de España.

domingo, 6 de noviembre de 2011

F.P.O.

Ha muerto hace dos semanas escasas Fernando Pérez Ollo (F.P.O). Yo (que soy extraterritorial y jamás leo un periódico local) me enteré ayer. ¿Era mi amigo? Con Fernando nunca se sabía, nunca se podía dar nada por supuesto. Y conmigo tampoco, la verdad, de modo que nos habíamos juntado el hambre con las ganas de comer. Simone Weil decía que la distancia era el alma de la bondad y pocas veces lo he visto encarnado como en mi relación amistosa desde luego con Fernando. Durante años, y no exagero un pelo, coincidimos a diario ( eso de la una de la tarde) en El Parnasillo y he aquí una lista incompleta de las cosas que compartimos: la lectura de autores como Artemidoro, Sidonio Apolinar y Sinesio de Cirene, el piano romántico (nos fascinaba a los dos el último Beethoven y él me descubrió al pianista ruso Sokolov, en el genio alemán y en Brahms o en Schuman; yo le apunté el Liszt de Volodos), compartimos nuestros descubrimientos acerca de un personaje tan fascinante como María Luisa Elío, la lectura admirada de todo Caro Baroja y del último Tony Judt, las visiones abiertas sobre la política y sobre España, la pasión por las interpretaciones del LibroFernando tenía el gran estilo, el que que te está diciendo con su distancia nada desdeñosa que no le preguntes más de la cuenta porque "la cosa te concierne sólo a ti". Era un maestro y yo he aprendido muchas cosas de él. Dejaba espacio y su amada Pamplona será mucho más pobre sin alguien como él. Un día me lo encontré en plenos San Fermines. Me dijo que eran los únicos días en los que la ciudad parecía una ciudad. Él la amaba cada día, como amaba a Navarra y al mundo entero: su curiosidad era literalmente universal. He sentido su muerte como algo personal. Debe de ser que sí era mi amigo mío. Hasta eso lo dejó en suspenso…

sábado, 5 de noviembre de 2011

Ser judío


Poco a poco voy descubriendo aspectos esenciales de mi modo de ser (judío). Por ejemplo, qué revelación tuve cuando caí en la cuenta de que shabat se extiende veinticuatro horas desde el viernes a las siete de la tarde. Por alguna razón mi cuerpo y mi mente, sobre esa hora del atardecer del viernes, caen en picado. No puedo hacer nada, limitarme sin más a estar, quedarme recostado en algún sillón. Antes, cuando era católico, tenía que esperar al domingo para parar y eso me descolocaba. El sábado no podía con mi alma y el domingo, con la inactividad general, la mucha comida del mediodía, la Misa, todo tiraba para abajo de mi espíritu. De ese modo pasaba dos días inactivo y creó recordar que Yhavé descansó un día sobre siete, no dos. Pero hablando de la adecuación de unas cosas con otras, quiero entrar en un segundo tema mucho más delicado. La primera vez que te amé sentí, y desde entonces siempre ha sido así, el modo en el que nuestras anatomías encajaban. No me refiero sólo a las partes íntimas, no. Todos nuestros cuerpos: desde la cabeza a los pies, los brazos, cada hueso, cada órgano sensible. Cuando he amado a mujeres – no son tantas pero sí las suficientes como para asegurar lo que te digo – no había forma de encajar. Dejemos de lado, insisto, los genitales, me refiero más bien a codos y a hombros, a rodillas que se me clavaban donde no debían a media noche. Contigo he podido permanecer abrazado horas: tu cuerpo era como un negativo del mío, y eso es una maravilla que no deja de asombrarme. Y el tercer punto. La tercera revelación que me hace entrar cada día a paso más decidido por la puerta abierta del judaísmo. He descubierto en Pirkei Avot un principio que jamás he leído en libro piadoso alguno (esos libros en los que el autor habla de todo y de nada como si "el buen Dios" mismo se le estuviera revelando a cada instante: "tienes que hacer esto, deja de hacer lo otro, etc"): dice que el derecho a decir sí a Yhavé es tan importante como el derecho a decirle que no; es más, que sólo si tenemos el segundo podemos hablar en serio del primero. Nunca entendí cuando me lo explicaban el concepto de libertad de los católicos: la capacidad de elegir el bien. ¿Y el mal? ¿Por qué tiene tan mala prensa entre esos aburridos? ¿No se dan cuenta de que son términos correlativos, de que el uno sin el otro carece completamente de sentido?

De los Apócrifos de Ravelstein, Saul Below (la traducción es mía)

viernes, 4 de noviembre de 2011

Todos los poetas eran suecos (Tranströmer)


En los primeros años de entusiasmo poético percibí que todos los poetas eran suecos. Eliot, Trakl, Éluard – todos eran escritores suecos, al menos tal y como aparecían en traducciones imperfectas pero de incalculable valor… Debemos de creer en la traducción de poesía, si queremos creer en una Literatura del mundo.
Tomas Tranströmer

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El inimitable mundo de Joseph Conrad


Acaba de aparecer, en la nueva colección Alba Brevis, una traducción impecable de Amy Forster de Joseph Conrad (2011). Publicada por primera vez en Illustrated London News (¿cuándo se decidirá algún dueño de periódicos a publicar relatos? La gente quiere historias y a lo mejor es un modo creativo de capear la crisis), la novela cuenta la peripecia de un joven polaco que naufraga en las costas inglesas, salva la vida de milagro pero no es capaz de sobrevivir a la hostilidad de sus “semejantes”. El personaje, trasunto del propio Conrad, se instala en el país y se casa incluso, pero un buen día estalla por dentro, comienza a delirar y muere presa de un ataque de apoplejía. Al mismo tiempo, Sexto Piso ha publicado el ensayo biográfico Joseph Conrad y su mundo (2011), en el que Jessie Conrad, mujer del autor de La línea de sombra, narra con destreza y sencillez no pocos aspectos de su vida cotidiana, entre otros el hecho en el que se basó Conrad para Amy Foster, su propio colapso mental ocurrido en 1896, poco después de su boda con Jessie. Dos años antes, a la edad de 36 años, Conrad había decidido abandonar su vida marinera, instalarse en Inglaterra y concentrarse en la escritura. Amy Foster es una gran novela corta, una de las mejores salidas de la pluma Conrad. Escrita en un periodo de plenitud, muy poco antes habían aparecido El corazón de las tinieblas y Lord Jim, refleja la perfección con la que el narrador genial era capaz de articular una historia, de dotarle de elementos simbólicos más allá de la anécdota, y de seguir los distintos hilos de un relato en un conjunto de idas y venidas, de desplazamientos narrativos a derecha e izquierda que hacen de su prosa una de las más inimitables de la literatura moderna.