jueves, 14 de agosto de 2008

101 entradas

Con la entrada anterior, he publicado ya las primeras 100 entradas del blog. Me alegra especialmente que haya sido hablando sobre Green y sobre mi amigo Fernando. Gracias a los que me habéis acompañado en algún momento de estos cuatro últimos meses (un periodo por cierto bastante intenso de mi vida).
Voy a pasar quince días sin escribir. Me gustaría que no fuese así pero en donde voy estar viviendo no hay posibilidad de conectarse a internet (en la foto veis la playa en la que pienso hacer footing, coger olas, chapotear en la orilla con Inés o sencillamente tumbarme a la bartola durante dos semanas). A cambio, podéis llamarme al móvil que para no entrar en quiebra he mantenido apagado esta última quincena.
No sé si seguiré en septiembre con el blog. Tengo que pensarlo. El único sentido que le veo hoy por hoy es que me sirve para estar en contacto con mis amigo que vivís en algún lugar en el norte de Argentina, en San Diego, San Petersburgo y Praga, en Viena, Oslo o Cracovia, Bruselas, París, Biarritz, Londres, Amsterdam, Venecia y Roma, Trieste y Gerona, Sevilla, Coruña, en Barcelona (mucho Barcelona, ahora más que nunca) o El Escorial, en Madrid y Pamplona, como no, mi muy querida Pamplona. Gracias a Dios sois muchos, más y mejores de lo que yo merezco. Desde luego parece una razón más que suficiente para mantenerlo. También hay que reconocer que es un contacto impersonal en más de un sentido y que me gustaría haber contestado a los que habéis escrito comentarios, dentro o fuera del blog, con mucha más calma y atención. Os pido perdón si no lo he hecho en la medida que esperábais.
He pensado siempre en personas con nombre y apellidos a la hora de escribir una entrada o de elegir una imagen concreta, lo haya dicho expresamente o no. Se puede decir que varias están escritas en clave y que todas reflejan algún que otro estado de mi alma a lo largo de este tiempo. Por lo que he comprobado, los interesados saben bien de lo que hablo. Aunque en dos o tres ocasiones he pedido permiso para usar fragmentos de conversaciones personales, espero no haber sido indiscreto, aunque tampoco me parecía bien andarme demasiado por las ramas. Creo que sólo una vez he sido malicioso. Mis amigos sois el hilo de mi vida y por tanto de todo lo que escribo, también de este blog.
Gracias a todos por vuestra inmensa paciencia y tolerancia conmigo. Quiero dar las gracias a los que han puesto la referencia a mi blog en sus páginas o blogs. J.L.O. me ha animado a escribir en este medio y me ha facilitado un sinfín de cuestiones técnicas. A los que me han permitido usar alguna de sus fotos (Enrich Duch, especialmente). Y a Anna A. por todas sus fotos y especialmente por la del caballo gombrichiano que preside este blog y que ya cuelga en el original en las paredes de mi dormitorio, junto a las fotos de mis hijos y a la de María Magdalena que compré en Francfurt, el día más triste de mi vida.

Notas para un diario 52

Este invierno pasado hice un viaje a París con mi amigo Fernando Escardó. Quedamos en viajar juntos y en visitar algunos de los lugares y casas en los que vivió Julien Green.
Conocí a Fernando, como a José Jiménez Lozano, como a Cristóbal Serra, como a otros amigos, gracias a Julien Green. Lo hemos leído juntos, a la vez, comentándolo, disfrutando en común de todo lo que tiene que dar. A los dos nos ha marcado y por razones afines.
Fernando y yo habíamos hecho otros viajes juntos: fuimos a Pamplona a ver los lugares de los Elío y de ese libro fascinante que es Tiempo de llorar. También paseamos muchas veces por Bayona, con Florence Delay, con Bergamín, con el propio Green y hasta con Napoléon y la historia de España en el horizonte de nuestros intereses comunes. Esta vez se trataba de estar tres días juntos y la verdad es que al final nos faltó el tiempo para todo lo que queríamos hacer, ver, hablar (creo que en esa ocasión batimos el record de permanencia en una librería, en La Procure concretamente donde pasamos horas primero juntos, luego cada uno por su lado, otra vez juntos, y así toda la tarde…). No olvidaré nunca ese viaje, especialmente una cena memorable, a varios grados bajo cero, en una terraza exterior del Boulevard Saint-Germain, calentada eso sí con unas estufas de gas, con mantas inglesas sobre nuestras rodillas y con varias botellas de borgoña entre pecho y espalda.
Fuimos a varios de los lugares en los que vivió Green y a los que son citados en sus libros. La rue Varenne, la rue Vaneau, Saint-Sulpice, Saint-Julien-le-Pauvre, les quais, pero, nos detuvimos sobre todo en Passy. Hay un lugar central para quien haya leído a Green: la rue Cortambert, y en concreto el número 16 y la capilla contigua de las Hermanas Blancas Adoradoras del Santísimo Sacramento. Una calle larga, preciosa, apartada sutilmente del lujo del XVI ème. Una calle a imagen de su huésped.
Allí vivió Green con sus padres y hermanas la mayor parte de su juventud, casi hasta los años 30. De esa casa salío para ir primero a la guerra y más tarde a la Universidad de Virginia. Allí, en esa capilla, frente a una pequeña iglesia protestante, tuvo lugar la ceremonia de abjuración y el bautismo sub conditione del escritor. Allí rezó Green durante años, fascinado con la inmovilidad de las monjas adoradoras, y descubrió el eje central de su vida: el amor a la Presencia Real. Ni las desgracias (pienso en la muerte de su madre, en primerísimo lugar), ni la guerra, ni los pecados, ni el desamor, ni la intolerancia y el fanatismo religioso de muchos de los que le rodeaban, nada por horrible o insidioso que fuese pudo jamás apartarle del amor a la Eucaristía. Yo he asistido a Misa con Green en su casa sesenta años después de su primera comunión, aquella en la que él mismo confiesa que pasó todo el tiempo pensando en la merienda que le esperaba después del acto. Pero el Amor estaba ahí. Yo lo vi con mis propios ojos. Varias veces. Y sé de lo que hablo.

Ver Primera Parte: En el décimo aniversario de la muerte de Julien Green

miércoles, 13 de agosto de 2008

Notas para un diario 51

Un día como hoy, en la antevíspera de Fiesta de la Virgen de la Asunción (o Dormición de la Vírgen, ¿quién sabe?), hace diez años, murió Julien/Julian Green (¿quién sabe?).
Lo primero que quiero decir, aunque debiera quizás ser lo último, es que fue una de las personas en el mundo a las que más he querido. Cuando murió sentí algo muy profundo que renuncio a describir aquí pero que tal vez se deduzca de alguna de las cosas que diga en esta entrada de homenaje.
Para entonces yo llevaba otra década trabajando sobre su obra. Me lo recomendó un gran amigo con el que estoy en deuda, y no sólo por eso. Lo leí por primera vez (quién pudiera recuperar ese placer de la vez primera) entre imaginaria e imaginaria en el comienzo del dulce otoño extremeño. Por una de esas coincidencias nada casuales, leí primero el segundo libro de su autobiografía, Mil caminos abiertos, el relato de su intervención en la Primera Guerra Mundial, en el frente de Italia, cerca de Venecia. La identificación fue total. Su visión del mundo, de la belleza del mundo, de la importancia del amor en todas sus formas y de la necesidad de redención espiritual se me clavaron en el corazón y jamás han salido de ahí. Se me ocurrió hacer lo que nunca debe de hacerse en estos casos: hacer una tesis sobre un asunto que me apasionaba, me explicaba a mí mismo y por supuesto me superaba. La tesis como tal no valía gran cosa. Entre tanto me casé y nacieron mis tres primeros hijos (lo único verdaderamente importante, me decía Green cogiéndome de la mano y mirándome a los ojos con una ternura que no venía de él). Cuando conoció a Paula añadió algo que no olvidaré: "Álvaro, eres millonario". Le entendí muy bien. ¡Qué almuerzos en la rue Vaneau, sobre el jardín de Matignon, que sabiduría, qué elegancia!
Cuando acabé ese trabajo académico, tuve claro que le debía de verdad un libro. Lo escribí y quedé relativamente satisfecho. Lo esencial de lo que pienso está ahí. Quizás vuelva algún día a escribir sobre Green. Tengo un centenar de páginas de notas de nuestras conversaciones. No lo sé. En realidad él me llevó directamente a Kafka y me sugirió, en el horizonte, la mística europea (incluidos los poetas, de Apollinaire a Rimabud y a Dante) y, sobre todo lo demás, la Biblia, vox Dei. Y la música y la pintura. Me he mantenido y me mantendré fielmente en ese territorio.
Releo su Diario, su Autobiografía (un libro a la altura de lo mejor de este siglo), su teatro y sus novelas (Moira, Cada hombre en su noche, Épaves, …). Todo, todo Green es bueno, muy bueno, me atrevería a decir.
Ahora está pasando por lo que se llama en el argot literario el purgatorio de los escritores. El olvido que sigue a la muerte (el autor ya no está vivo para sostener y promocionar su obra). Tant pis! Si me oyera pronunciar esa palabra que veneraba me sonreiría amonestándome. ¡No hablemos de tonterías y que la gente lea lo que quiera! No se ha prendido el candil para luego esconderlo bajo la mesacamilla. Uno de los escritores más afamados del momento me comentó hace unos meses que se había leído los treinta tomos del Diario de corrido el año pasado. Me confesó que se avergonzaba de no haberlo hecho antes. Nunca es tarde: Green es un escritor para todas las estaciones y su tiempo está siempre presente.
Por mi parte he procurado entenderle, lo más a fondo posible. Su sentido de la lengua. Ahí está casi todo. Su sentido de la libertad. Libertad absoluta. La única que le interesó. La filiación. El Amor. El perdón. El abrazo. No dejéis de leer el discurso que escribió para la concesión del premio de los libreros austríacos. Se titula Liberté chérie! Un testamento inolvidable.

martes, 12 de agosto de 2008

lunes, 11 de agosto de 2008

Judío bautizado en la fe de Cristo

En la carta de San Pablo a los judíos de Roma, escribe lo siguiente: "Hermanos, os digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo: siento una pena muy grande y un continuo dolor en mi corazón. Pues le pediría a Dios que me convirtiese a mí mismo en un ser maldito en favor de mis hermanos, los que son de mi mismo linaje según la carne. Ésos son los israelitas: a ellos pertenece la adopción de hijos y la gloria y la alianza y la legislación y el culto y las promesas; de ellos son los patriarcas y de ellos según la carne desciende Cristo, el cual es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos" (9, 1-5). Cuando, ayer a las nueve de la mañana, en la iglesia de Sainte Marie d´Anglet, oí al sacerdote pronunciar la primera lectura del decimonoveno domingo del tiempo ordinario, me quedé estupefacto. Os animo a que leáis despacio esas frases del comienzo del capítulo noveno y creo que os puede pasar algo parecido. El dolor de Pablo por sus hermanos judíos y el ansia de unidad son absolutos. En el relato del camino de Damasco, se cuenta que tras la caída del caballo y la visión, Pablo "se levantó del suelo y que, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Los que le acompañaban le condujeron a Damasco, donde estuvo tres días sin vista y sin comer ni beber" (Hech 9, 8-9). Habría media docena de cosas que comentar: el ayuno, la paradoja de la visión que ciega, la visión posterior de Ananías, su rechazo inicial a cumplir lo que le piden y como al final le impuso las manos y cayeron algo parecido a unas escamas de los ojos de Pablo. Pero me voy a concentrar en otra cosa distinta: en como traduce el maestro Eckhardt la proposición citada: en concreto dice que "Pablo…veía nada". Sin la partícula negativa delante. No es que no viese nada, como se suele traducir, sino que vio directamente la nada, la Nada, le neánt. Cosa muy diferente de la anterior y difícil de entender: quiere decir algo así como que lo que vio no tenía que ver con nada de lo reconocible, con nada de lo que vemos normalmente o nada que se pueda traducir a las palabras habituales. Pienso que el nacimiento a Cristo (Pablo dice de sí mismo que es como un aborto) pasa por la nada: es otra forma de surgimiento ex nihilo (como la creación entera, según el comienzo del primer libro).
Ya escribí el 26 de abril (El Papa, cristiano y judío) que creo que esta es una gran preocupación del Papa. Y lo mantengo. No hay más que leer, en el libro sobre Jesús, la conversación con el rabino: la humildad y el respeto con el que se dirige a él (algo mucho más insólito de lo que nos podemos imaginar en un autor cristiano). Los acontecimientos del siglo pasado han forzado esta necesidad imperiosa de unidad entre los hijos de Abraham. Me contó un amigo que, estando en Israel, coincidió en Misa con una persona varios días seguidos. Por fin, al cabo de una semana, se encontraron a la salida y se saludaron. Cuando se interesó por él, por su procedencia, observó que al tal señor no le gustaba que le denominasen cristiano. "No, dijo, yo soy un judío bautizado en la fe de Jesucristo". ¡Ah! Una buena definición, sin duda, con la que me identifico del todo.
La Iglesia de Cristo no puede dejar de meditar en la necesidad de esa unidad. Este segundo domingo de agosto lo ha hecho a conciencia. El Evangelio, de San Mateo, incide indirectamente en lo mismo. Es el pasaje del Cristo sobre las aguas. Leedlo, por favor: en el capítulo 14. El sentido espiritual y alegórico del agua, inestable y profunda, tiene que ver con el judaísmo y la doctrina judaica. Sólo Él consigue el equilibrio y la levedad necesarias para hacerlas transitables. En efecto, el Señor marcha sobre las aguas profundas del judaísmo, con pleno dominio unificador de todas sus múltiples corrientes (acordaos sólo en tiempos de Jesús: farisesos, saduceos, esenios, cristianos). Pedro, que es la figura de todos los que después perteneceríamos a la Iglesia, quiere hacer lo mismo: "Hazme venir hacia ti sobre las aguas". Pero duda, y se hunde inexorablemente. Al menos grita: "Sálvame". El Señor le tiende su mano y le rescata de las aguas, de nuevo, como al otro gran patriarca. Era el Hijo de Dios.

Rewind

domingo, 10 de agosto de 2008

Advertencia de Jiménez Lozano

Cuando tienes pensamientos,
o haces versos sombríos,
empañas la luz del mundo.
¡Ten cuidado!


(La foto están tomadas hoy sábado por Poli en Biarritz)

jueves, 7 de agosto de 2008

Notas para un diario 50

O si lo prefieres, iremos en invierno. Los jardines de Planty estarán nevados. Y el paso por Auschwitz se nos hará un poco más leve. O al menos la nieve amortiguara los ecos del dolor. Entonces besarás mi mano entrelazada con la tuya. Y encontraré la paz. Un instante de paz. Y de calor, bajo la grande neige, junto a ti.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Notas para un diario 49

Hete aquí que un buen día, sin previo aviso, el Señor escoge a tres de sus apóstoles (¡menuda elección!) y les pide que le acompañen al monte. Una pregunta, en passant: ¿el Señor sería una persona previsible? Habría mucho que hablar al respecto pero yo prefiero pensar que no, que sería más bien todo lo contrario y que costaría mucho seguirle, ponerse a su altura, adelantarse a sus movimientos.
Bueno, pues eso, que de repente les dice que suban con Él al Tabor. Supongo que Juan, Pedro y Santiago irían más bien inquietos: desde hacía poco el maestro se había puesto más sombrío, como si el tiempo se recortara delante de ellos, hablando de unas cosas extrañas que iban a sucederle en un futuro próximo; cosas que ponían los pelos de punta con sólo oírlas nombrar. Quizás alguno de los tres (¿Juan?) pensó que por fin iban a estar solos y que quizás era el momento de preguntar directamente qué pasaba. A lo mejor no iba a hacer falta: el Señor conocía muy bien su inquietud profunda y tal vez aprovecharía para desahogarse con ellos tres. No habría sido la primera vez ni la última.
En realidad sucedió algo así pero de un modo completely unexpected. A pocos metros de la cumbre, el Señor se transfiguró de gloria: sus vestidos se pusieron blancos blancos blancos y su rostro se tornó en algo irreconocible y luminoso. Los apóstoles cayeron en un una especie de sueño: como una preanestesia que impidió que murieran en aquél instante único. Oyeron voces, ellos mismos pronunciaron algunas palabras sin entender su contenido. Algo sobre unas tiendas y sobre Moisés y Elías. De una nube oscura salió una voz inconfundible que les instaba a escucharle a Él. Apenas entendieron nada pero quedaron maravillados, con una sensación a la vez de miedo y de gozo. El Maestro les pidió silencio absoluto hasta después de su resurrección. ¿De qué habla ahora? Sólo Juan entendió un poco. Lo suficiente como para no escribir jamás sobre ese suceso (siendo el único evangelista que lo presenció en carne mortal), acaso uno de los más trascendentales de toda su vida. Pedro lo hizo en una carta, pero Juan no fue capaz. ¿Por qué? Un nuevo misterio que se añade a otro misterio.

(Foto: Untiteld, Seagram murals, c. 1958)

martes, 5 de agosto de 2008

Notas para un diario 48

Uno de las episodios decisivos de la historia moral de Europa tuvo lugar en Alemania el 25 de julio de 1967. El día anterior, un oscuro poeta judío leía sus poemas en el campus de Friburgo. Entre el público se encontraba Martin Heidegger. El filósofo se ofreció a enseñarle al poeta su refugio de la Selva Negra. El poeta accedió pero después no pudo dormir aquella noche. Tenía los nervios destrozados por el sufrimiento: por el suyo y por el de todas las víctimas de la barbarie nazi que su anfitrión había contribuido a alentar. Pero las cosas del mal y de la culpa son siempre complejas y el poeta aceptó la invitación con humildad y hasta con esa virtud insólita que es la esperanza. Una semana después escribió un impresionante poema que parece ser al mismo tiempo un acta de acusación contra el maestro de Alemania y un escalofriante rayo de luz para todos los tiempos. Se titula El Monte de la Muerte. Según se comentó más tarde, nada más marcharse el poeta, el filósofo murmuró discretamente que había estado junto a un loco. Tres años después, Paul Celan se arrojó a las aguas turbias del Sena. No es posible tener presente este momento trágico sin recordar el verso 470 de la Antígona de Sófocles en el que la heroína le espeta al tirano que le ha condenado a muerte: “Si te parece que he cometido locura, tal vez sea un loco ante quien incurro en acto de locura”.
La locura como desprecio de la realidad infinitamente valiosa de cada hombre lleva al delirio y éste a la generalización banal de la muerte: a la locura bestial que no se puede contener a sí misma. Estaba escrito en las páginas de Sófocles, tantas veces distorsionadas por sus comentaristas, y así ha sido a lo largo de la historia hasta llegar a esa culminación apocalíptica que llamamos Auschwitz (una realidad que a mi juicio contiene el Gulag).
Pensaba en aquella entrevista Celan-Heidegger al enterarme ayer de la muerte del escritor y disidente soviético Alexander Solzenitsin. Lo pensaba porque, salvando muchas distancias con lo anterior, lo que más me interesa de su vida es el encuentro que tuvo con Anna Ajmátova, (née Gorenko), en la dacha de Komarovo.
Sabemos por Iosif Brodski que hablaron de la manera de "redimir" el régimen soviético y por extensión a Rusia (uno de los temas recurrentes en Solzenitsin) y que entre ellos no hubo ninguna clase de empatía. Solzenitsin pretendía oponerse al régimen de una manera activa, política, comprometida. La autora de Réquiem insistió categóricamente en que ella se iba a limitar a escribir poesía.
El asunto es muy complejo y no se puede resumir en dos patadas. Seguramente Ajmátova le diría que el arte no ha muerto, por mucho que se empeñen los constructores de sistemas. La actualidad de los grandes textos poéticos – y su profundo parentesco en una línea explorada por unos pocos espíritus realmente grandes- tiene que ver con el hecho de que el poema se compone en el mismo acto de la escritura y por su propio dinamismo, no de manera inmanente sino mediante una radical innovación o injerencia en su contexto histórico y lingüístico. No hay una materia preexistente al texto como no hay ninguna palabra que no nos pertenezca por igual a todos. Por eso mismo las obras de arte están siempre vigentes, rescatadas cuando el humilde lector se aviene a comprender aquello que realmente se nombra. Eso es el valor político -común, diría Sófocles– del poema, algo que pocos entienden. El poema es algo único y está vivo y por eso no cabe ni usarlo como un arma ni recurrir tampoco a su desintegración en un sistema cerrado (como lo intentara por cierto el gran Heidegger). La poesía no es reductible a nada que no sea el nombre y la designación. Y el tiempo, bien lo sabemos, adora al lenguaje (Auden). Todo está en el léxico, en la sintaxis, en las referencias que permiten esclarecer el sentido de un texto. Hay que estar dispuesto a no dejar ningún espacio al delirio de la abstracción sistémica que sume la realidad en la más infamante nada.

(Sólo una cosilla más, en esta entrada demasiado larga y apasionada: el que pueda, que pique en la foto para ver como trabajaba Zoran Music. No hay mejor explicación que esa a lo que he intentado expresar de una forma torpe)

domingo, 3 de agosto de 2008

Notas para un diario 47



Te prometo que algún día pasearemos por esa avenida y entraremos por esa puerta. Al

sábado, 2 de agosto de 2008

La buena educación de Platón



Contéstame, si puedes:

"¿Un labrador sensato que cuidase de sus semillas y quisiera que fructificasen, las llevaría, en serio, a plantar en verano, a un jardín de Adonis, y gozaría al verlas ponerse hermosas en ocho días, o solamente haría una cosa así por juego o por una fiesta, si es que lo hacía? Más bien, aquellas que le interesasen, de acuerdo con lo que manda el arte de la agricultura, las sembrará donde debe, y estará contento cuando, en el octavo mes, llegue a su plenitud todo lo que sembró" (Fedro, 276 b, Trad. de E. Lledó)

Notas para un diario 46

Ayer ha muerto en Madrid Leopoldo Alas. Y lo siento. No le conocí personalmente. Lo siento, también. Tenía unos pocos años más que yo, muy pocos. No me gustaba su poesía. No diré porqué, no es el momento. No estaba de acuerdo con él en aquello que seguramente fue, junto a la literatura, la gran pasión de su vida: el erotismo y el homoerotismo. O quizás en el fondo, sí lo estaba. No lo sé, la verdad. Fue el más combativo, el más tenaz, el más convencido.
Le escuchaba en la radio de madrugada. Tenía un programa en Radio Nacional, titulado "Entiendas o no entiendas". No fue acertado ese nombre, al menos en el sentido de que no reflejaba su ethos más profundo, en el que no cabía ni de lejos el menor dogmatismo. Lo escuchaba a pesar de que creo que se equivocaba en lo fundamental. A veces, en pleno programa, pensaba que él tenía razón y que yo me equivocaba. A mí me gusta entrar en el terreno de lo que no sé y de lo que no pienso. Al fin y al cabo no sabemos casi nada. Me gusta hacerlo cuando las personas son valientes y libres, honestas intelectualmente. Leopoldo Alas lo era. ¡Cuando pienso en el modo en el que trabajaba! Como hacía sus programas, con que profesionalidad y con que ternura. Tenía una voz maravillosa (no la olvidaré nunca) y me hubiera gustado ser amigo suyo. Estoy cierto de que lo hubiéramos sido y mucho, de habernos conocido. No nos separaba tanto. ¿O sí? Yo creo que no hay separación y que coincidíamos en que lo importante es el amor. Oiga, ¡póngale Ud. algún apellido a eso! Pónselo tú, yo me quedo con los nombres. No habíamos quedado que es un problema de conciencia. Pues eso, de conciencia, y nada más. Un misterio. El misterio de la Ley(la que salva a los oprimidos y a los que sufren, de la que habla Isabel en el Magnificat) y de la recepción del hombre en la Ley.