jueves, 30 de julio de 2009

ETA

DESCANSEN EN PAZ CARLOS SAÉNZ DE TEJADA Y DIEGO SALVÁ LEZAUN, ASESINADOS POR ETA.

miércoles, 29 de julio de 2009

Ante la nueva salvajada de ETA

ETA ha intentado provocar una masacre en Burgos. Teniendo en cuenta la imagen de como ha quedado el edificio de la Guardia Civil, es milagroso que el acto terrorista se haya  saldado sin provocar la muerte de quienes habían sido seleccionados por esas mentes criminales para ser asesinados. Queda el miedo, el horror, la indignación. La barbarie continúa asolando España y la conciencia de algunos (a estas alturas no muchos, creo yo). Leo en El País de ahora mismo un análisis de Fernando Reinares, impecable como siempre, de los motivos por los que hay gente hoy que sigue militando en ETA. A mí me encantaría que escribiera algo parecido respecto de las relaciones entre los distintos nacionalistas de El País Vasco entre si y con los de Cataluña (si las hubiere). Me gustaría saber que opina él al respecto. Porque Reinares está muy bien informado, no se casa con nadie, es muy moderado en sus planteamientos y no rehuye tampoco las cuestiones más duras o políticamente incorrectas.

Quienes han militado en ETA lo hicieron ante todo por el hecho de ser nacionalistas vascos. Habían hecho suyo un nacionalismo de carácter étnico y excluyente, que niega la pluralidad constitutiva del País Vasco y enfatiza pretendidos derechos colectivos en detrimento de derechos humanos individuales. Un nacionalismo incompatible con valores democráticos, proclive a la intolerancia y a justificar la violencia. Ahora bien, la adhesión a esta ideología y a sus objetivos políticos raramente basta para explicar la opción por el terrorismo. Si nos preguntamos por qué ha habido y hay vascos, básicamente varones y apenas veinteañeros al ser reclutados, la mitad de ellos guipuzcoanos, que se convirtieron en miembros de ETA, es preciso aludir a unae ETA, es preciso aludir a una serie de motivaciones individuales basadas en criterios de racionalidad, emotividad e identidad. Éstas se combinan de un modo variable según personas y periodos de tiempo, pero caben algunas generalizaciones respecto a los que se integraron en aquella organización terrorista desde hace cuatro décadas.
Por lo común, antes de incorporarse a ETA los futuros militantes habían llegado al convencimiento de que la violencia era útil para conseguir la independencia. Ese convencimiento apelaba a casos foráneos de insurrección anticolonial y a ejemplos propios, como impedir con atentados la construcción de una central nuclear o la ejecución del trazado previsto de cierta autovía. Aun así, para aceptar finalmente el reclutamiento muchos necesitaron percibir fundadas expectativas de éxito, confianza en que ETA disponía de los recursos y el apoyo popular necesarios para lograr todos o buena parte de sus fines. Con todo, no pocos de quienes se integraron en la organización terrorista hubiesen renunciado a hacerlo en ausencia del santuario francés, cuya existencia hasta bien entrados los ochenta redujo considerablemente los riesgos y costes percibidos. Por otra parte, el prestigio social conferido a los etarras en ámbitos de la población vasca supuso un estímulo muy importante. Éste y otros incentivos selectivos reforzaban las motivaciones basadas en objetivos políticos, utilidad de la violencia y expectativas de éxito.
Ahora bien, en las motivaciones individuales para el terrorismo no sólo hay intereses, sino también pasiones. Así, un buen número de los que se convirtieron en militantes de ETA sentían antes frustración, al no haberse cumplido las elevadas y crecientes expectativas políticas que tenían para el fin de la dictadura y el posfranquismo. Sin embargo, el odio ocupa un lugar central entre las motivaciones de los etarras. Un odio a España y a lo español que procedía, sobre todo, de haber experimentado una represión policial excesiva bajo el régimen autoritario y también durante la transición. Y asociada al odio aparece la venganza, que asimismo está entre las motivaciones que llevaron a no pocos adolescentes y jóvenes vascos a la militancia en ETA. Pero no es menos cierto que, con el paso del tiempo y la transformación de la seguridad interior española, ese odio dejó de estar relacionado con la conducta de los cuerpos policiales y pasó a ser producto del adoctrinamiento al que han estado sometidos numerosos quinceañeros vascos en el seno de la subcultura de la violencia que nutre de miembros a la organización terrorista.
Además, a muchos de los adolescentes y jóvenes nacionalistas que han sido militantes de ETA les acuciaba afirmarse como vascos. Para bastantes de ellos, ésa fue su principal motivación cuando optaron por ingresar en la organización terrorista, que había protagonizado el retorno del nacionalismo vasco bajo el franquismo y a la que tenían por portadora privilegiada de aquella identidad. Se hicieron violentos para considerarse vascos y ser considerados así por los demás. Bajo la dictadura y el posfranquismo, reaccionaban con agresividad ante la imposibilidad de expresar en público los atributos de esa identidad que definían como vasca. Después, ya con la nueva democracia española y el autogobierno vasco, la perentoriedad de afirmarse violentamente como vascos, siempre según determinados cánones nacionalistas, ha sido inducida entre quinceañeros predispuestos por razones de edad a la búsqueda de una identidad e insertos en la subcultura del nacionalismo radical. Y de esta violenta lógica de identificación no han escapado hijos de inmigrantes andaluces, extremeños, castellanos o gallegos.
En esa misma subcultura -en realidad, una contracultura- se continúan socializando políticamente hoy algunos que, pese a haber nacido con España en la Unión Europea y el nacionalismo institucionalizado en el Gobierno vasco, pese a desconocer los abusos policiales y haber sido educados en euskera, aún acaban interiorizando motivaciones racionales, emocionales e identitarias para integrarse en ETA. Generalmente en el marco de redes sociales basadas en ligámenes afectivos de amistad o parentesco, y tras haber pasado por el aprendizaje social de la violencia que implica la kale borroka. Paradójicamente, las vidas de estas últimas generaciones de terroristas han discurrido en paralelo a la decadencia de ETA. Si hace tres o cuatro décadas quienes se convirtieron en etarras constituían una significativa minoría que no estaba mal vista por demasiados entre los vascos y contaba con un santuario francés, hoy no son probablemente más que un centenar de pistoleros a los que su sociedad ha dado la espalda y las autoridades francesas también persiguen.

Merce Cunningham (1919-2009)

martes, 28 de julio de 2009

Los cuentos completos de Eudora Welty

No descubro nada nuevo si digo que, en la segunda mitad del siglo XX, en los Estados Unidos de América, hay unos cuantos narradores de primera (ahora la cosa se ha trasladado bastante al Canadá, mira por donde). Faulkner aparte, y por ceñirme a las escritoras, los nombres de Katherine Anne Porter, Dorothy Parker, Carson McCullers, Flannery O´Connor y Eudora Welty destacan con luz propia por la calidad, extensión y consistencia, y especialmente por su narrativa breve: el arte del cuento. Personalmente creo que el futuro es del cuento, un género lamentablemente desdeñado por los lectores europeos continentales (lo que dice mucho, y no precisamente halagüeño, no del cuento, sino de los gustos literarios de la vieja Europa). La cosa es normal, y tiene que ver bastante con el engaño de las apariencias. Es la vida. El lector medio ve un cuento y piensa: vaya, si son sólo unas páginas. Una de dos: o no dice gran cosa (porque en tan poco espacio no puede hacerlo), o si tiene miga, y es bueno, no quiero que se acabe tan pronto. Me cojo una novela. ¡Craso error! En literatura (un mundo económico donde los haya) no rige la ley de la cantidad sino la de calidad (y la de la lentitud). La composición de algo como la Odisea necesitó cientos de años de gestación: una tradición inmemorial puesta finalmente por escrito. Por eso puede ser largo y, no obstante, bueno. Flaubert tardó una vida entera, y miles de horas de trabajo, para escribir algo como Madame Bovary o como La educación sentimental. Lo mismo se puede decir de Proust o de Joyce (Rulfo o Kafka quedan un poco aparte). Sciascia pasaba un año entero, o a veces dos, tomando notas sobre un tema; llegaba el verano, los niños y la mujer se iban a la playa y él se quedaba fumando y montando cuidadosamente unos relatos que rara vez pasan de las cien páginas. Teniendo en cuenta la inteligencia que tenía, la inversión de tiempo es fabulosa. Un versículo de Sófocles, una sentencia de Parménides o un versículo de san Juan Evangelista, pero también una frase de un cuento de Edith Wharton o de Chéjov, contienen un mundo y o te pones a estudiarlo o sencillamente no te enteras de nada. Los textos literarios, además, valen por lo que dicen (cosa difícil de aprehender) y por lo que sugieren (cosa casi imposible de captar, a no ser que tengamos el oído interno muy entrenado). ¿Cuántas horas dedica un intérprete de música a familiarizarse con una partitura clásica? Y por qué tendría que ser mas accesible un discurso poético. Partiendo de esto se comprende porqué la gente quiere leer novelones. Pa' entretenerse (palabra y realidad monstruosa: soy de los que piensa con Sciascia que en verano, por fin, uno tiene la oportunidad de concentrase en vez de distraerse).
Como no tengo ganas de tener razón, y menos aún de discutir con nadie, propongo una solución intermedia. Que se lean, como si fuera una novela (coral, creo que se dice) el conjunto de los cuentos de un autor determinado. Como si fuera una novela, eso. Así todos contentos. Esto se puede hacer (yo ya he comenzado) con los Cuentos Completos de Eudora Welty, la gran dama sureña, que acaba de publicar Lumen (ya nos ofreció también los de tres, al menos, de las escritoras del canon citado más arriba, y yo no dudaría en comprarlos, son todos una joya). Empecé por uno de los últimos cuentos. Se llama Familia, y casi casi es una nouvelle. "La ley de esta familia es la ocultación", dice la protagonista en un momento dado. ¿Y de cuál no? Una belleza, recogida no precisamente en tranquilidad. No os lo perdáis.
La foto de la niña en la veranda es de 1936 y la tomó la propia Eudora Welty. Durante años quiso ser fotógrafa y en el cuento que he mencionado tiene lugar una peculiar sesión fotográfica. Lo que más llama la atención, no obstante, es que la niña se parece a ella como dos gotas de agua entre si: el mismo pelo y la misma boca, la misma delicadeza en la mirada y los mismos pies de hobbit ¿Serán familia?

lunes, 27 de julio de 2009

Feliz cumpleaños, Pilar

Creo que a estas alturas nadie dudará de que creo profundamente en la amistad hombre-mujer. Por eso, y con todo el respeto a su señor marido, también buen amigo mío, quiero felicitar a Pilar por su cumpleaños (creo que cumple 27, o así, como dicen en Pamplona). Conocí a Pilar hace algo más de un año. Compartimos desde entonces, entre otras muchas cosas, un café de madres (y padres: el sector masculino está escuetamente representado por dos elementos) de la parada del autobús de nuestros hijos. Conozco pocas personas más generosas, más abiertas y más entrañables que Pilar. Gracias a ella he entendido una verdad que puede iluminar una vida: que los amigos son familia y que la familia debe de ser amiga. Y que a ambos hay que cultivarlos, aunque a veces cueste sangre, sudor y lágrimas; que merece mucho la pena. Hay un rasgo que me resulta especialmente querido de su personalidad: su transparencia. Ojalá yo tuviera su elegante sencillez. ¡Felicidades Pilar, que disfrutes con Javier, tus hijos y tus padres, y que te acuerdes un poco de tus amigos del norte! Me sumo a la fiesta familiar con esta canción que creo que te gusta bastante; he elegido una versión distinta de tu preferida, pero ya sabes que a veces me gusta chincharte (como con lo de Candanchú).

domingo, 26 de julio de 2009

Hide In Your Shell (Roger Hodgson)

Para los de mi quinta, la sola mención de Supertramp supone mucho: quien más y quien menos se ha enamorado al son de estas canciones que llevamos en el tuétano de nuestras adolescencias, nunca del todo superadas. Recuerdo un viaje en autobús a Portugal en el que cambiaron tantas cosas de mis adentros, gracias a una de las mujeres de mi vida. Viajábamos de noche: qué curvas (las de la carretera, me refiero), que mareo más espantoso. Mi cabeza no había forma de que encontrara reposo en el cristal de la ventana. Y, mientras, como un bálsamo para esa odisea de tierra adentro, sonaba Supertramp, y en concreto esta canción. Pocas veces he amado como entonces, y asocio esos sentimientos profundos y permanentes (siguen totalmente vivos) con la voz aguda y dolorida de Roger Hodgson (todavía recuerdo también que le oí contar una vez que su padre le abandonó a los 12 años, y que al irse de casa para siempre se olvidó su guitarra: el niño se abrazó a ella y con el tiempo se hizo músico). Cuando la oigo, descubro que contiene algo que me fascina en el arte de la composición. La ausencia de simetría. Me encantan las canciones, novelas, películas, vidas, ¿por qué no?, en las que nada (aparentemente) se corresponde con nada (y vale que lo diga yo, Bel, que creo como nadie en que todo es signo de otra cosa). Qué manía hollywoodiense: planteamiento, nudo y desenlace. No tienen ni idea, y cuando para defender esa simpleza mentan al bueno del Estagirita, confieso que, ni acordándome de la obra de misericordia de enseñar al que no sabe, se me quitan las ganas de lanzarme al cuello de la gente. No tiene nada que ver una cosa con la otra. La unidad no es la suma de las continuaciones externas, la secuela de una secuencia. La unidad es otra cosa mucho más seria, que tiene que ver con el espíritu. La unidad es el espíritu, y lo demás son chorradas, por muy beatíficas que parezcan. Mis clases carecen de unidad. Prefiero que me echen de la universidad a tener que dar una sola clase ordenada según una lógica externa. "Es que nos perdemos". "Pues está Ud. de enhorabuena". Mi novela (La tercera persona) carece de unidad externa, y lo he hecho aposta. Prefiero que no se publique a tener que cambiarla. Haré fotocopias y os la pasaré uno a uno. ¡A la mierda! que dijo el clásico, y vaya si lo era. Cuando se pierde la secuencia externa, esa que hace que la mayoría de las películas, tras cinco minutos, ya te sepas lo que va a pasar, puede aparecer otra forma mas profunda de unidad. No me gustan los estribillos. Lo siento.

sábado, 25 de julio de 2009

viernes, 24 de julio de 2009

Vila-Matas deja Anagrama

Lo prometido es deuda: hablemos del asunto asuntorum. Ayer apareció en la sección de Cultura de El País la noticia, escueta, de que Enrique Vila-Matas dejaba Anagrama. El autor de La historia abreviada de la literatura portátil ha sido fichado (mira que la expresión es horrenda) por Planeta y por Random House/Mondadori. Nadie ha querido decir nada al respecto, ni los responsables de dichos grupos editoriales, ni la agente del escritor, ni siquiera él mismo. Se han filtrado unos comentarios desvaídos e inesenciales sobre cuestiones económicas y sobre el deseo del escritor de "ensanchar el incondicional pero limitado público del que goza ahora". ¿Gozar? ¿Mande? Tampoco ha abierto el pico Jorge Herralde. De ese silencio general de los implicados, yo deduzco que la cosa no ha sido fácil, y que no se trata sin más de un pase de unas filas a otras, algo estrictamente profesional y ya está. Una relación como la de Vila-Matas y Herralde no es un matrimonio (con uno tenemos bastante), pero tampoco es sólo una relación profesional, me imagino. Ni siquiera una mera amistad, en la que ni entro ni salgo, mi desconocimiento de las causas y circunstancias del caso concreto es total; no voy a eso. Tout court, lo cierto es que Herralde ha sido el editor de Vila-Matas. 16 títulos en el catálogo y una proyección internacional en la que (partiendo de la calidad literaria del autor) el editor ha tenido mucho que ver. Vila-Matas había sido el anti-Marías. Un ejemplo de que se podía haber sido descubierto y lanzado por Herralde, y de que merecía la pena mantenerse en el ámbito de una editorial como Anagrama, más allá de las consideraciones estrictamente económicas. Al final tampoco en este caso ha sido así, y supongo que habrá supuesto un mal trago para ambos, una de esas situaciones en las que uno tiene que acabar reconociendo, por triste que pudiera ser, que nada dura para siempre, y que don dinero es poderoso caballero.
Pero todo eso, naturalmente, me da lo mismo, no pienso entrar en ello, porque no tengo ni puñetera idea de qué ha ocurrido, y paso de lo que me cuentan los buitres de siempre; no me interesa algo que afecta sólo a los interesados. Por lo tanto, respecto del hecho en sí, yo, ¡chitón! Insisto en que voy a otra cosa. Acabo de leer la conversación que, con el título De l´imposture en littérature/De la impostura en literatura (Les bilingues, meet, 2009), han mantenido Vila-Matas y Jean Echenoz (supongo que la noticia que me ha dado pie a escribir esta entrada significa que no leeremos nunca un libro de Vila-Matas sobre Herralde como el que leímos de Echenoz sobre Jerôme Lindon, y vaya si lo siento). La impostura es un viejo tema vilamatiano: entre otras cosas publicó una novela con ese título en 1984. La conversación es desigual, no sólo indirecta sino también desigual. Hay una cosa preciosa, no obstante. Vila-Matas cuenta como "robó" una frase de Echenoz y como la utilizó después en uno de sus libros. Bien. Echenoz, a su vez, le habla de como una determinada frase, convertida en un objeto hallado al azar, se instala en nosotros y de como en un momento dado encuentra acomodo en el puzzle que llega a ser cada novela. O de como no lo halla. Esa parte es preciosa, porque vemos una cosa esencial a la creación literaria: el hecho de que una frase es una tesela, y la composición un mosaico en el que cada pieza, sea literaria o no, banal y caótica o redonda y perfecta, va encajando en la trama de los textos. La reelaboración consciente e inconsciente de un material infinito, inesperado y desubicado, la mayor parte de las veces. Sólo por eso merece la pena leer esta charla entre dos autores bastante más heterogéneos de lo que se podría pensar, en un principio.
En un momento de la conversación (supongo que el volumen es el resultado de un intercambio improvisado de emails), Echenoz dice que la literatura, la escritura, no es una profesión, y en eso acierta (aunque la mayoría, metidos en fichajes, lo olvide). Vila-Matas, en un alarde de no-originalidad dice que desearía ser Nadie, algo que todos han repetido desde Odiseo. Quizás por eso prefiera una corporación (como Planeta), a una editorial (como Anagrama). Son dos cosas muy distintas: una tiene alma y la otra no. Yo lo entiendo, y lo respeto. El deseo de ser Nadie. Pero lo del dinero, no, por favor. ¡Qué ordinariez y qué aburrimiento!
No creo que la literatura de Vila-Matas vaya a llegar nunca al gran público. Es su servidumbre y su grandeza, al mismo tiempo. Y menos aún en el caso de que sea él el que tenga que promocionarla y venderla, cosa que por descontado que le honra. Pero, en todo, caso, le deseo lo mejor en esta nueva singladura. Yo lo seguiré leyendo allí donde publique, aunque me gustaría verlo editado donde siempre. Era su sitio natural, indudablemente. Por último, conste que la foto la tomó el gran Danilo di Marco.

miércoles, 22 de julio de 2009

Tiziano y la poesía

La noticia de la restauración de El triunfo del amor de Tiziano, que se expone estos días en una pequeña sala de National Gallery de Londres (qué no daría yo por plantarme allí, esta tarde, y contemplar contigo ese azul veneciano de las riberas y las montañas del fondo), y a la que por lo visto, a pesar de las riadas de gente que visita el Museo, casi nadie entra, me trae a la mente una cosa de la que hace tiempo quería hablar. Según Catherine Whistler, curator del Ashmolean, el museo del que procede la obra, Tiziano pintó El triunfo del amor hacia 1540 por encargo del patricio veneciano Gabriel Vendramin. En un principio, la pieza fue utilizada como "tímpano" o cubierta para ocultar otro cuadro. Se trataba del retrato de una hermosa mujer con la mano derecha en el pecho. La posibilidad más verosímil es que Vendramin quisiera mantener así sólo para sus ojos el rostro de la que quizá era su amante, o su amor platónico. La tela de Tiziano, que representa a Cupido con arco y flecha, de pie encima de un león, con un paisaje veneciano al fondo, podría ser un mensaje elegido por el patricio veneciano: el amor y el ideal de belleza imponiéndose a las pasiones bestiales; naturalmente, un mensaje que se desvanecía tan pronto el buen señor sucumbía a la tentación de retirar el tímpano y enfangarse en la tela de sus pecados. He hablado aquí de mi pasión intelectual por Tiziano, a propósito de un libro deslumbrante escrito por los Berger, padre e hija. La cosa que me llama ahora la atención, en la obra de ese gran pintor, es el hecho de que llamara a sus pinturas mitológicas, y a muchos de sus retratos y desnudos de mujeres, que a su vez eran alegorías de temas clásicos tomados especialmente de Ovidio, que los llamara digo poesie y pittura di fabulosa inventione. Tiziano se las estuvo enviando durante una década a su regio mecenas, cuando aún éste era un alma libre, el Príncipe de España, entre ellas, según el inventario de Gil Sánchez de Bazán, de 1552, una Venus mirando al espejo sostenida por Cupido, cuadro que desapareció de España en la Guerra de Independencia (el cuadro de la foto de abajo sería su primo hermano: la Venus con un espejo de la Andrew Mellon Collection de la National Gallery de Washington). Un ejemplo bien conocido es el famoso cuadro Venus y Adonis que Tiziano envió a Londres en 1554 al "nuovo gran Re d´Inghilterra" para festejar la boda con María Tudor. Aquella es una pintura que he visto mil veces en el Prado (aunque odie los museos, no soy tan tonto como para no acudir siempre que puedo) y que muestra, cómo no, justo el momento del alba en que los amantes se despiden (ese momento inmortalizado también por Shakepeare en su versión del mito venusiano: Con esto rompe el abrazo dulce/que le une al hermoso seno/, y corre presuroso a esconderse en su oscura cueva en el campo/; deja al Amor tumbada sobre su espalda, en aflicción profunda/Atiende, como una estrella brillante disparada desde el cielo/así se desliza él en la noche a la vista de Venus; por cierto, en la noche oscura de Juan de la Cruz, al final, al alba, los amantes no tiene porqué separarse… nunca le daremos suficientes vueltas a este hecho de una pasión- ¿acaso no sea humana?- sin fin). Como siempre, me estoy desviando. Sólo quería apuntar una intuición, para que el que quiera me machaque. Recapitulemos de un modo abrupto (me han entrado las prisas, como a Adonis, y esto no son textos pensados, ni conferencias, son tan sólo unas vulgares notas de trabajo, unas notas para algún día, a lo peor, escribir algo de verdad, como un diario/espejo claro de mi alma turbia): el tímpano del triunfo del amor esconde una pintura erótica que el pintor denomina fabula, poesie y que, es el paso que da Tiziano respecto de Botticelli, por ejemplo, muestra a una dama/venus/amada frente al espejo/objeto, con un tocado, más que salida de las aguas/naturaleza/melena mojada y al viento. Pues era sólo eso, que me fascina la relación eros/secreto/reflejo/composición/arte poético. Son las aguas profundas de las que procuro sin éxito beber cuando escribo, también en este blog infernal. Pero estoy seco.

martes, 21 de julio de 2009

La Shoah bala por bala

Jorge Trías Sagnier me habla de un sacerdote francés, el padre Patrick Desbois, que ha dedicado muchos años de su vida a reconstruir la verdad de lo que ocurrió en Ucrania y Bielorusia durante la Shoah. El padre Desbois tuvo la intuición, aparentemente absurda, de que lo peor del paso de los alemanes por los países de la Europa Central sucedía fuera de los campos. Pensaba de manera muy inteligente que, si dentro de un sistema reglado ocurrió el exterminio masivo de los judíos del centro y el este europeo, qué no habría ocurrido fuera, donde la cruel arbitrariedad de los hombres, convertidos en bestias, podía campear a sus anchas. Y no se equivocó. Después de años de trabajo, ha podido demostrar, en obras como la exposición celebrada en París y titulada La Shoah par balles o en el libro Porteur des mémoires, (Michel Laffon, 2007), que sólo en Ucrania fueron fueron asesinados, bala por bala, de manera individual, más de un millón de judíos. Os propongo que veáis estos dos vídeos, en los que el padre Desbois conversa con Daniel Mendelsohn, autor de la importante obra Los hundidos. En busca de seis entre seis millones, de la que hablaré otro día. Se dicen cosas atroces sobre el asesinato individualizado de seres humanos, especialmente de niños, y, a él no le duelen prendas en reconocerlo, y a mí tampoco, sobre el antisemitismo de raíz cristiana que, ojo, sigue, según ha podido comprobar el propio sacerdote durante sus investigaciones sobre el terreno, muy presente entre los ucranianos (y yo me temo que no sólo entre ellos).

lunes, 20 de julio de 2009

Suzanne 2 (Leonard Cohen/Nick Cave)

Dublín,2

En las orillas del river Liffey me senté a llorar… Algo así de babilónico (Babylonne babille) podría perfectamente ser el resumen de mi jornada andariega en Dublín: ocho (¿o fueron diez?) horas de caminata a un lado y a otro de las riberas de ese río de la vida que baña la capital irlandesa y que me parece una belleza (ya quisiera el secarral de nuestro Madrid contar con algo parecido, qué distinta sería nuestra capital del horror y de la falta de gloria, cuanto mequetrefe y cuanto miasma se llevaría al paso del agua). Vaya por delante que adoro los ríos, sobre todo si son navegables. Esto demuestra que no hay genética que valga, que los ciclos son mucho más amplios: a ver si no como se explica mi pasión por los ríos manriqueños que van a dar al mar, con mi bagaje españolito de cuatro regatos que sólo llevan agua en plena riada y para hacer daño (no conozco bien el Guadalquivir y siempre he pensado que es lo más parecido a un río europeo que tenemos en suelo patrio). Los ríos de España, he ahí un título que brindo a quien quiera recrear nuestro patético pasado. No hay mejor imagen de una historia cainita donde las haya (aquí, con demasiada frecuencia, han sido los hombres de la iglesia y del estado la chusma que grita en la puerta: cada vez que pienso, por ejemplo, que alguien como Falla murió en el exilio argentino y que hasta Franco, que tiene cojones la cosa, tuvo tal vergüenza que lo trajeron a rastras, con el cadáver aún caliente, para ver si colaba y nadie se daba cuenta) que los raquíticos ríos españoles (del Ebro prefiero ni hablar, ¿será posible tanta fealdad?). Yo llegué a Dublín con las pupilas llenas del agua de otro río maravilloso, la Nive bayonesa en la que he pasado tardes inolvidables con mis hijos y sobrinos (en la foto, de hace apenas una semana, Alvarete haciendo wake en el río).
Y, claro, fue bajarme del taxi e ir, antes de entrar en el hotel, a ver al viejo Liffey. No me decepcionó en absoluto. Allí estaba, con toda su solemnidad y su brillo negro, dispuesto a llevarse una buena parte de los pecados de los habitantes de ambas orillas, incluidos como no los míos. Mientras paseaba leopoldianamente por allí, recordé también (no conviene creerse una excepción, ni en lo bueno ni en lo malo) las venturas y desventuras de mis ancestros irlandeses, los grandes maestros en el arte de escribir. Por ejemplo, como no recordar, al paso por el río dublinés, la obsesión sexual del viejo Yeats (por cierto, anoche, me releí de un tirón su Purgatorio, una obra de teatro en un acto, tardía y lacerante, antecedente de tantas cosas elotianas y becketianas, en la que un padre mata primero a su padre y después a su hijo por las razones más absurdas y oscuras). Ellman recuerda (en Cuatro Dublineses) que el viejo poeta impotente acudió a Steinach, un matasanos londinense para que le operara y le restaurara su virilidad caída. El tipo lo que le hizo fue sin más una basectomía, pero él afirmó, toma castaña, que en los últimos cinco años de su vida vivió en plena segunda pubertad. Según el poeta, por eso pudo escribir tanto en ese lustro final: rehizo a conciencia Una visión, releyendo su propia juventud idealista, maniquea y puritana, escribió entre otras cosas cuatro piezas teatrales magníficas (entre ellas Purgatorio), terminó sus dos autobiografías, acabó la compilación de su Oxford book of modern verse, y sumó a su obra algunos poemas últimos, que constituyen una Spatwerk memorable. Los hombres no tenemos remedio, definitivamente: pasamos de lo beatífico a lo mundano sin solución de continuidad. Pero le dejo hablar a Yeats, que lo hace mucho mejor que yo, y así yo me escondo en un bosque de palabras: "Aquellas imágenes arrolladoras, por ser plenas/, en el intelecto puro crecieron, pero, ¿cuál fue su origen?/ Un montón de basura, la porquería de las calles,/ ollas viejas, botellas viejas, una lata rota,/ hierro oxidado, huesos, trapos, la pelandusca delirante que lleva las cuentas. Acabada la escalera,/ debo yacer donde todas las escaleras comienzan,/ en la repugnante trapería del corazón" Alucinante, y yo alucinando por las orillas del river Liffey, con ganas de llorar, con Yeats on the back of my head, con el verso de la pelandusca delirante que lleva las cuentas metido entre ceja y ceja.

domingo, 19 de julio de 2009

10 años de la muerte de Claudio Rodríguez

El próximo miércoles, día 22, se cumplirán diez años de la muerte de Claudio Rodríguez. Ese día, el cristalero azul , el cristalero de la mañana vino a buscarle y se lo llevó para siempre. Fue uno de los raros poetas en los que su intuición estuvo a la altura del don de la palabra que le fuera concedido. Nadie en cincuenta años ha empleado el castellano como lo hiciera Claudio Rodríguez; con semejante plasticidad y capacidad de encarnación verbal. Sus poemas son emocionantes, inolvidables, insuperables. Reflejan también su rectitud como persona, su humildad, su clarividencia. Debería instituirse una fiesta nacional ese día. En memoria de quien de verdad limpió las palabras tribales que todos malgastamos. Elegir un único poema de Claudio Rodríguez es una misión suicida, pero me dejaré llevar por mi estado de ánimo, y os copio el comienzo de Casi una leyenda, su último poemario (1991). Un libro distinto, más tenso, fragmentario, más introspectivo también, pero lleno de la misma luz (negra) que todos sus poemas reflejan. Además se trata un poema en el que la muerte, en otro mes de julio, está claramente rondando el alma del poeta.
Aquí está ya el milagro,
aquí, a medio camino
entre la bendición, entre el silencio,
y la frecundación y la lujuria
y la luz sin fatiga.
¿Y la semilla de la profecía,
la levadura del placer que amasa
sexo y canto?
Esta noche de julio, en quietud y en piedad,
sereno el viento del oeste y muy
querido me alza
hasta tu cuerpo claro,
hasta el cielo maldito que está entrando
junto a tu amor y el mío.

jueves, 16 de julio de 2009

martes, 14 de julio de 2009

Dublín, 1

Hace unos días recibí una carta extraordinaria. Me la enviaba, desde Berlín, mi amiga Irene Antón, editora de la casi recién creada Errata Naturae, uno de los proyectos más inspirados y prometedores del panorama editorial español. Irene, además de su labor editorial, es una ensayista fuera de lo corriente (basta con leer su presentación a El niño criminal de Jean Genet, que acaba de aparecer) para darse perfecta cuenta de su talento literario. Me decía, entre otras cosas, lo siguiente: Yo sigo muy bien, con dolor de ojos, pero eso son gajes del oficio (traducir, corregir... la pantalla del ordenador). Por eso me mantengo algo alejada del ordenador. Pero ¿sabes? Ayer miré algo de manera muy distinta. Con otra intensidad. Te lo cuento. Fui a ver el famoso busto de Nefertiti, en el Altes Museum. ¿Lo has visto? Yo voy a visitarlo siempre que vengo. Es impresionante, de una belleza que deja sin aliento. Lo miré muy bien durante unos cinco minutos, desde distintas perspectivas, el cuello, extraordinario, los pómulos, deliciosos, la nariz, perfecta, los ojos, abrumadores y los labios... creo que haría casi cualquier cosa por poder rozarle los labios, pasarles el dedo despacio por encima. En estos cinco minutos me interrumpieron varias veces para pedirme que me apartara: querían, sin cesar, hacerle fotos. Entonces, cansada, me retiré un poco y miré el cuadro general, a toda esa gente agolpada en torno al famoso busto. Ahí estaban, sin mirar, sin mirar de verdad. Con sus cámaras y sus audioguías, como si llevasen guantes, protegiéndose. Ni una mirada limpia: sólo una ojeada rápida a través del objetivo para ver si la cámara había captado bien la imagen. Parados el tiempo justo para escuchar el breve discurso de la audioguía, igual para todos y cada vez. Qué relación más extraña la de nuestros contemporáneos con la belleza. Cuánto miedo. Nadie mira y nadie piensa: todos salen corriendo. Qué gran vacío de verdad, de experiencia. Me recordó también al pasaje de Genet sobre el que hablamos en nuestro desayuno: aquél en el que reprocha a los burgueses su relación con la violencia y el crimen, esa manera de sólo poder soportarla de lejos, a través de la representación que de ella hacen actores y artistas. ¿Te acuerdas? Cuando he tenido ganas de gritarles a todos, de despertar a tanto zombie, he recordado que ésa es la razón por la que me gustan tan poco los museos, me he despedido de Nefertiti que, impasible, nos observa desde sus siglos y me he ido.
A mí tampoco me gustan los museos. En los dos días que llevo en Dubín, no he entrado en uno, ni por asomo. Para mí toda la cuidad es un museo. Las calles especialmente, los rostros enrojecidos. Sólo pensar en quienes se han paseado por aquí, me deja exhausto. Llevo treinta años (leí El retrato del artista adolescente a los 13) leyendo sin parar a los irlandeses: Joyce, Wilde, Beckett, Yeats muy especialmente, Elisabeth Bowen, Le Fanu, Lord Dunsany, Heany, Trevor, Kavannagh, la lista es interminable. Yo he muerto a Dublín a través de sus escritores. Hace mucho que aposté por la muerte vital, por instalarme en el teatro del mundo. Como una máscara. En un escenario. Si hay espectadores mejor, pero al menos siempre hay uno ante el que jugar (play) la divina comedia. Much more than enough! Claro que los burgueses sólo aceptamos el mal a través de las representaciones, Irene. Y follamos con condón. ¿Qué hacen a diario si no los mass media? ¿quién podría desayunar con sangre de la de verdad? Demasiada realidad para ser soportada. Callejeando por las calles peatonales del centro (Dawson, Exchequer, Grafton, Duke Street) he entrado en un anticuario y comprado una edición del De Profundis de Wilde, que he releído mientras cenaba un espectacular monkfish, o sea un rape, sólo, con mi ángel de la guarda que ha impedido por lo demás que me haya metamorfoseado en pez. Wilde era otro sujeto carcelario como Genet. Y otro homosexual, pero éste enamorado del Cristo. ¿Sabes que, cuando salió de la cárcel, tenía como obsesión escribir un ensayo que habría de haberse titulado De Cristo como precursor de los poetas románticos. Lo que nos hemos perdido, aunque en su autobiografía, un monumento de desnudamiento y genio inscrita para los siglos venideros, hay más de una muestra de lo que quería decir al respecto. Salió tan lacerado y crucificado de Reading Goal que no le hizo falta siquiera escribirlo. André Gide, cuando fue a visitarlo, no dudo ni un instante en afirmar que había esperado encontrarse con un poeta y que se dio de narices con un santo. Otro que sabía bien de lo que hablaba. Del bien. Del mal. De la santidad de lo real. Y de la necesidad de la representación.

sábado, 11 de julio de 2009

Desiderata

Mi hermana Lourdes me manda estos pensamientos, o tal vez sea una plegaria, fechada en el año 1692, y encontrada en una antigua rectoría de la ciudad de Baltimore (veo en la red, no obstante, que también ha sido atribuida a un tal Max Ehrman, que vivió el siglo pasado en Nueva Inglaterra) Peu importe; para mí lo esencial es lo que dice sobre aquello que deberíamos desear, con lo que que estoy (bastante) de acuerdo:
Camina plácidamente entre el ruido y la prisa,  recuerda que la paz puede estar en el silencio. Si es posible, sin rendirte, procura ser amigo de todos. Dí tu verdad de una manera serena y clara y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante; también ellos tienen su propia historia que contar. Esquiva a las personas ruidosas y agresivas, ya que son un fastidio para el espíritu. Si te comparas con los demás, te volverás alguien vano y amargado, pues siempre habrá personas más grandes o más pequeñas que tú. Disfruta de tus éxitos lo mismo que de tus planes. Ama tu trabajo, por humilde que sea: es un verdadero tesoro, en el fortuito devenir de los tiempos. Sé cauto en tus negocios, pues el mundo está lleno de engaños, mas no dejes que esto te vuelva ciego para la virtud que existe. Hay muchas personas que se esfuerzan por alcanzar ideales nobles. La vida está llena de heroísmo. Sé sincero contigo mismo, en especial no disimules tus afectos e inclinaciones. No seas cínico en el amor, pues en medio de todas las arideces y desengaños, es perenne como la hierba. Acata dócilmente el consejo de los años, abandonando con naturalidad las cosas de la juventud. Cultiva la firmeza del espíritu, para que te proteja en las adversidades repentinas. Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad. Con una sana disciplina, sé benigno contigo mismo. Tú eres una criatura del universo. No menos que las plantas y las estrellas, tienes derecho a existir. Si no dudas de esto, el mundo se abrirá ante ti. Vive en paz con Dios cualquiera que sea tu idea de El. Y sean cualesquiera tus trabajos y aspiraciones, conserva la paz con tu alma en la bulliciosa confusión de la vida. Aún con toda su falsía, sus dolores y sueños fallidos, el mundo es todavía hermoso. Sé cauto, ¡esfuérzate por ser feliz!

miércoles, 8 de julio de 2009

Notas para un diario 121

Un árbol de Navidad. El sorteo nacional de la lotería. Un sorteo peculiar. Un sorteo personalizado. No hay ningún participante más. Sólo yo, aunque nadie queda excluido del mismo. Consiste en introducir, por la copa del árbol, una bola blanca. Si yo la veo, y la cojo, antes de que caiga al suelo, me toca la lotería y me convierto en alguien inmensamente rico. La mano inocente que lanza la bola es un viejo poeta al que admiro (también hay algo en su poesía que me repele profundamente). Un poeta viejo y muerto que me habla con la claridad y la parsimonia con la que lo hacía en vida, deletreando suavemente cada palabra. Por fin introduce la bola en el árbol. La bola comienza a descender entre las ramas. Cuando está a la altura de los ojos la oigo, pero no la veo; cuando llega a la altura de mis manos, la veo pero no la puedo alcanzar. Durante un tiempo pienso que he perdido el sorteo. Lo esperado. No tiene nada de particular, al fin y al cabo es prácticamente imposible, en esta vida, que a uno le toque la lotería. Cuando voy a darme la vuelta, para irme, oigo de nuevo la bola. Miro y está todavía en el árbol, casi a la altura de mis pies. Me agacho y la recojo con toda tranquilidad. Tengo una felicidad inmensa, mezclada con una cierta incredulidad, tan grande y desorbitado es el premio que voy a obtener. El poeta, que hace el papel de notario del premio, consulta con un ayudante si ha visto de donde he recogido la bola. ¿Del suelo? ¿Del árbol? Ninguno de los dos lo ha visto realmente. Yo no digo nada, no me defiendo. El poeta sentencia que, puesto que no puede atestiguar de donde la he recogido, no me pueden dar el premio. Me lo dice de un modo amargo y añade que se trata del precio que tengo que pagar si quiero ser poeta: renunciar al premio. Entonces me enfado y me encaro con él: le reprocho que esté amargado y le digo que conozco perfectamente la causa, que la he visto reflejada en su poesía. Tiene algo que ver con su relación con Dios. El viejo poeta me mira con odio y me dice que me acuerde de Fausto. Por dentro, más que triste, estoy rebelado por la injusticia.
(El cuadro de la foto pertenece al pintor y poeta polaco Josef Czapski)

martes, 7 de julio de 2009

Notas para un diario 120


Hablando de la luz, ayer pasé la tarde, precisamente, en Saint Jean de Lux, Donibane Lohizune (nombre bello y eufónico donde los haya; joder, aquí lo mismo le damos al vasco que al gallego que al catalán: la intimidad tiene estas cosas, que uno se abre a los demás y se olvida de la gran política, la de Camps y sus trajes, por ejemplo), San Juan de Luz (en la foto, not bad, hein?, si picas en ella la verás en grande; al que no tenga nada mejor que hacer en septiembre le invito a comer unos moules en una terraza y a contemplar la luz dorada de la tarde, una de las más bellas del mundo). Mi hijo Álvaro se había sacado el carnet de moto y nos fuimos, con Victoria también, a comprarle un regalo a su madre. Recorrimos los quince kilómetros que separan Biarritz de San Juan de Luz por la costa, por la so called Côte des Basques, yo (muerto de miedo por el niño) con María un poco más adelante, y Álvaro detrás, dando sus primeros pasos motorizados. Aún le recuerdo, como si fuera ayer, sobre las cuatro ruedas de la bici en el parque de la Media Luna, y mira… Horror: tempus fugit! Fuimos, bebimos café en la rue Gambetta, charlamos los tres, dimos un paseo por el puerto, hicimos la compra (una blusa de hilo color verde hoja seca y una camiseta a juego que María Victoria eligió) y volvimos felices y reconfortados a casa. Pensaba, mientras pasaba unas horas con mis hijos, ya bastante mayores, en la relación entre la luz y el fuego. Mi amiga Isabel me escribía por la mañana que, como había escrito Larbaud, acaso en la vida puede ser preferible la sombra. De lo que no cabe duda es de que asociamos la luz con el calor y la sombra con la fresca. El fuego es a la luz lo que lo trascendente a sus consecuencias. En muchas tradiciones religiosas es así. La luz es el significado del significante fuego. En realidad, creo que es una cuestión mucho más compleja, dura y vital de lo que parece. La capacidad o el deseo que tengamos del fuego (y no me refiero ahora a helios, sino a esa realidad en sí que hace que las cosas sean, al fuego de la vida, a eso que quema con tan sólo acercarse, y quema hasta el punto de que puede destruir e incendiar toda nuestra casa, la casa del ser de la que tantísimo habló Heidegger), determina nuestra postura ante la vida: podemos enmascararla cuanto queramos pero al final siempre se revela el fondo de nuestra condición humana. A más cercanía con el fuego, más posibilidad tenemos de ser aniquilados. Pero a la sombra, y por seguir con la imagen taurina de mi amiga, los toros se ven siempre desde la barrera. Dicho de otro modo, en la arena siempre luce el máximo sol. Su misma forma y el color albero del suelo así lo reflejan simbólicamente. Ahí bulle, y puede morir masacrado, todo: la pasión sexual, la exultación, el arte, la gloria de la vida. En mi Kafka, he planteado la cosa con la imagen de las tres mariposas y el fuego. No es mía. Es una leyenda franciscana. Francisco (de quien se ha dicho que ha sido la persona sobre la tierra que más se ha parecido al Cristo; yo lo comparto, si excluimos por supuesto a María) sabía mucho del fuego del amor. Que se le pregunten si no a Santa Clara. O a Giotto di Bondone, que lo inmortalizó en los frescos de Assis.Tres mariposas que contemplan el fuego. Una se acerca y, al darse cuenta de que se le queman los ojos, se vuelve hacia atrás. A la segunda le pasa lo mismo con las alas. Renuncia y se vuelve. La tercera (la tercera persona, la más espiritual y material a la vez, la más consciente de lo que puede perder y de lo que se puede perder si no accede, la más familiar con el fuego) se zambulle en las llamas como en una orgía o como en el interior de una mirada de amor de esas que te deja todo el aparato respiratorio (cuando no la conciencia misma) abrasado. Durante un instante se hace una con el fuego, para después desaparecer fulminada. Siempre que llego a este punto, además de sentir envidia de los místicos (Francisco, Giotto, Juan el teólogo, Juan de la Cruz, Caravaggio, Tom, el viejo gato, al mismo tiempo, por cierto, grandísimos artistas), recuerdo el verso de Mandelstam sobre la necesidad de dominar el arte de la separación. He pensado mucho estos días en el arte de la separación, pero soy plenamente consciente de que separarse también significa la muerte. Otra forma de muerte. A la sombra, sin toreo, sin vida, de una manera más o menos plácida o escéptica (Larbaud era un gran escéptico; yo procuro no serlo). De modo que, resumiendo, al final tengo que darle una vez más la razón a Unamuno (que tanto amaba San Juan de Luz) y reconocer que la condición humana es trágica. Me contaba un amigo librero que, cuando Don Miguel vivía en Hendaya, muy cerca de aquí, cuando salía a dar paseos por la frontera francoespañola, se metía un ajo en el bolsillo para no olvidarse de que era español (creo que Joyce, en Trieste, hacia lo mismo con una patata irlandesa). Esa es la parte cómica de la tragedia, a la que irá consagrado mi próximo libro. Pero eso sólo será posible si tú me ayudas, un poco. 

lunes, 6 de julio de 2009

Notas para un diario 119

No sé si he hablado aquí suficientemente de lo hospitalaria que puede ser, en la vida de una persona, la presencia de una luz, cuando luce detrás de una puerta abierta. La luz puede llegar a ser necesaria e imprescindible. Todos los niños del mundo se duermen más tranquilos si se les deja encendida una luz, por pequeña que sea o tamizada que esté. Cando maxino que es ida,/ no mesmo sol te me amostras,/ i eres a estrela que brila,/ i eres o vento que zoa./ Por cierto, ¿sabes gallego? Por si acaso te copio esas Follas novas de la inmortal Rosalía. La verdad es que (tranquila, no voy a hacer el chiste) no es fácil distinguir la luz de la sombra. Primero porque las cosas están constantemente moviéndose. Después porque, como dejó escrito Leonardo (Notas para el Tratado de la Pintura; qué gracia, otras notas para algo…), sombra y luz nacen de la luz, o sea que con la luz nació la sombra. Claro que una cosa es la sombra y otra la oscuridad y las tinieblas. No tienen demasiado que ver entre sí. Yo me he pasado algunos años de mi vida (los últimos) instalado en la sombra, y a punto de sucumbir a la tentación de la tiniebla. Y, creyendo que la sombra era la luz, casi me quedo ciego. Lo que pasa es que eso no lo sabes hasta mucho después. Personalmente parto de la premisa mayor de que en la vida hay muchas cosas que no se eligen (entre ellas algunas muy fundamentales) y de la menor de que hay que aceptarlas como vengan. En muy buena medida. Pero con frecuencia me he visto sorprendido, cuando he descubierto que algo que me había deslumbrado, y orientado durante un tiempo, no era más que una sombra. La sombra de un amor, de una llamada interior, de un anhelo profundo. Y, en cambio, aunque parezca increíble, cuando una luz de verdad nos espera, a veces no es nada fácil aceptarla o salirle al encuentro. Hay un pasaje del Testamento impresionante en el que se habla de esto mismo, aunque en otro plano. Supongo que no hace falta que te lo recuerde. Además, como no soy capaz de sacarte de tu duda, con aquel otro pasaje que te obsesiona (sí, el de la mirada y el deseo), sé que desconfías de mi condición de exégeta (cosa en la que desde luego aciertas). Bueno, pero por si acaso te lo voy a recordar. El texto más importante, a estos efectos, es una vez más el prólogo del Cuarto Testamento. Allí se dice del Bautista (la lámpara que arde y brilla, la luz de la que los hombres han querido gozar un instante, Jn. 5, 35-36), que "no era la luz, sino un enviado para dar testimonio de la luz", o sea que era más bien una sombra; por eso la única luz era la del Verbo, del que se dice literalmente algo emocionante y terrible a la vez: "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y esta luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la han recibido/no la han extinguido" (Jn 1, 4 y 5). Menuda diferencia en las dos traducciones. Esa será por tanto su peculiaridad, la de iluminar a los seres racionales (por eso hay tantos milagros asociados con la recuperación de la vista de los ciegos). La sabiduría de Dios, unida íntimamente a la vida. Lo habían dicho ya Isaías y otros profetas, cuando por ejemplo llama al Siervo "luz de las naciones" (42,6 y 49,6). O lo que algunos llaman los salmos solares, por ejemplo el 19 ó el 104 (Tú te recubres de la luz como de un vestido, reza el bellísimo y dantesco versículo segundo). Pero no sigo por aquí que veo que empiezas a bostezar, y no me extraña. Luz inaccesible, le dice Pablo a Tito; luz admirable, dice en cambio el primer Papa. Y el discípulo amado, el teólogo, identifica luz y amor, comunión, ágape (1 Jn, 5 y ss; 2, 8-11). A mí me interesa mucho la asociación luz/vida. Viene de las primerísimas palabras del Génesis, de la creación de la luz (el espíritu que flotaba sobre las aguas y entre las tinieblas de la nada creó la luz concibiéndola íntimamente, y después nombrándola, fiat lux, para que existiera y marcara el orden de los días y las noches). La realidad es la luz, sobrepuesta a la oscuridad, a la nada previas. Esa oscuridad primordial no tiene nada que ver, por tanto, con la sombra de la luz. Se opone a la sombra tanto como a la luz. La oscuridad, y la nada, no forman parte de lo propiamente creado, son precisamente su ausencia. La luz puede iluminar, o sea dar (luz) porque es. Y junto a la luz misma, también da sombra. Esto es un requiebro metafísico que se desprende tanto del protoevangelio como del famoso prólogo joánico, que por lo demás están conectados y cosidos por dentro. La luz es la vida, en tanto que es algo y, alguien que nos la da, sea de forma absoluta o relativa, cuando nos acompaña al paso de los días, se convierte para nosotros en la mejor parte de nuestra vida. Decirle a alguien que es nuestra vida, y decirle que para nosotros es una luz, viene a ser lo mismo. Luz de nuestra vida. Quevedo, ¡qué poeta! (recuerdo, como si la hubiese pronunciado ayer, la última conferencia de Octavio Paz en la Nacional, dedicada a Don Francisco, antes de que al autor del libro sobre las trampas de la fe se le quemara la biblioteca en su casa de México, y como manifestó que Quevedo era el mejor poeta castellano de todos los tiempos), escribió un poema sobre la luz y la vida con el que me gustaría despedirme de ti esta noche: ¿Agradeces curioso/el saber cuánto vives/ y la luz y las horas que recibes?/ Empero si olvidares, estudioso,/con pensamiento ocioso,/el saber cuánto mueres,/ingrato a tu vivir y a tu morir eres:/pues tu vida, si atiendes su doctrina,/camina al paso que su luz camina. Se refiere a la luz de la verdad. La verdad del amor y de la vida. Menudo rodeo he dado para decirte, con Quevedo, que mi vida camina al paso de tu luz. A lo mejor mañana te largo otro rollo, veremos si me lo permite el corto viaje a la frontera de Francia, antes en todo caso de que vuelvas a clavarme esos ojos color miel como espadas (espadas como ojos; tus labios no pienso, por prudencia, ni siquiera mentarlos): por ejemplo, podríamos hablar de la asociación, omnipresente en mi universo simbólico, que es judío y griego al tiempo, troyano como tú, entre la luz y el fuego. Ya me dirás si te interesa porque si no, la verdad es que escribir por escribir es una solemne tontería.