lunes, 28 de mayo de 2012

Los sueños de Walser en Siruela



Ediciones Siruela nació ya bien orientada de los flancos abiertos del conde homónimo. A lo largo de los treinta años que ahora cumple, ha ido realizando una labor editorial excelente. Yo diría que es la casa editorial española actual en la que el binomio fondo y forma de los libros es más atractivo y coherente. No todos lo publicado tiene la misma calidad pero resulta sumamente meritorio haber mantenido semejante nivel de rigor y excelencia durante treinta años: todos los que de una manera u otra nos dedicamos al libro sabemos por experiencia lo que eso cuesta y significa.
De entre lo que más me atrae de la editorial es la elección de los autores a los que ha dedicado una biblioteca propia (Calvino, Lobo Antunes y ahora Junichiro Tanizaki) y también a los que, sin que se trate propiamente de tal cosa, ha publicado prácticamente por entero (de George Steiner a Cees Noteboom, pasando por Menchú Gutiérrez, la nómina es de primera). De entre éstos destaca por encima de todos Robert Walser. La edición de los tres tomos de sus Microgramas fue una empresa literalmente heroica, pero antes se habían editado sus novelas mayores, sus relatos, sus escritos sobre arte y, en relación con él, ese libro extraordinario que son los Paseos de Carl Seelig.
La última obra de Walser que Siruela incorpora a su catálogo se titula Sueños. Se trata de la recopilación, en forma de pequeños libros reunidos, de una parte de las composiciones en prosa que el autor escribió, desde el año 1913, de vuelta en Biel, su ciudad natal, tras el fértil y a la vez crítico período berlinés (en aquellos años anteriores, a costa de su equilibrio mental, Walser había producido dos novelas, Los hermanos Tanner y Jakob von Gunten, que lo consagran como uno de los grandes autores del movimiento moderno europeo).
Walser, que se percibía a sí mismo a la vez como un poeta menor y como un hombre menoscabado, capaz apenas de captar meras estampas campestres, de caligrafiar a lápiz estados de ánimo puntuales, leves recuerdos e imágenes del sueño, naderías impresas que no obstante le surgían de su yo más íntimo y dolorido, se dedicó en el periodo de Biel (que duró hasta 1920) a dar rienda suelta a esa necesidad expresiva que podemos denominar el ámbito tranquilo de su soledad. Walser quería desaparecer de la escena, borrarse del mapa, vivir honestamente de sus escritos, renunciar a los géneros consagrados, especialmente a la narración y al verso, pasearse y meditar por su propio mundo a la vez interior y exterior.
"Meditaba sobre mi propia meditación y pensaba en mis propios pensamientos", escribe en El bosque. Textos reflexivos, de una sensibilidad exquisita, fulgurantes a veces en su simplicidad, incluyen verdaderas joyas como por ejemplo los dos primeros del libro V, en el que describe estos objetos: la ceniza, la aguja, el lápiz, la cerilla, un cesto de viaje, un reloj de bolsillo, el agua y un guijarro. El pintor Joseph Cornell y el poeta Francis Ponge pero también nuestro Azorín se descubrirían ante la filigrana en la que esas cosas cobran vida bajo la mirada contemplativa del genio humilde y sublime que fue Robert Walser.

lunes, 21 de mayo de 2012

La poesía de John Burnside


Existe en el mundo un circuito internacional de poetas, del mismo modo que existe uno de tenistas, de mujeres-modelo, de pintores (éste ha estado tan manipulado que felizmente se va borrando de la faz de la tierra) de pilotos de moto y de Fórmula 1 (¿se sigue llamando así ese circuito?), y supongo que de muchas otras cosas. Yo diría que existe con mayor descaro que en el territorio de la prosa, de la narración o del pensamiento. Congresos, cónclaves, presentaciones, lecciones magistrales, en fin, todo un conjunto de actividades más o menos inútiles destinadas a que algunos poetas, que siguen sin vender apenas libros, puedan sobrevivir y con frecuencia vivir sobre los demás. Como ocurre en esos otros ámbitos, se supone que los que están son los mejores en lo suyo, los o las que tienen un talento mayor, mejores piernas o más reflejos, aunque como ocurre ahí donde la condición humana se instala la trampa, el interés y hasta el timo aparecen pegados como la pez a esas construcciones "demasiado humanas". Supongo que podría hacerse una historia del circuito internacional de los poetas (a lo mejor nos encontrábamos con que se remonta al Renacimiento o incluso algún periodo de la literatura y el orbe romanos), pero el circuito moderno yo pienso que comienza con Thomas Eliot y con las giras americanas que realizó en el último tercio de su vida. Eliot llegó a llenar estadios deportivos, por increíble que parezca. Si atendemos a esta secuencia histórica apenas esbozada se puede afirmar que el circuito de los poetas, a pesar de tanta máscara, tiene algo que ver con fenómenos tan fundamentales como la identidad cultural europea, el comparativismo en literatura o el estilo internacional.
John Burnside ha ido, con el paso de los años, instalándose en la pole position de esa carrera poética, y no es de extrañar dado que ha publicado ya (además de sus novelas y varias piezas autobiográficas) una docena de libros de poesía, más que notables, comenzando por aquel ya lejano The hoop (1998), La anilla. Yo conocí su obra a través del poeta catalán afincado en Polonia Xavier Farré, y del llorado hispanista y catalanista Arthur Terry que me lo recomendaron con entusiasmo. El mundo natural, el origen y las formas de las cosas humanas, el lenguaje como iluminador de éstas, los espacios físicos, urbanos y domésticos de conformación de las personas, el tiempo, cómo no, el tiempo como "espacio" en el que todo lo que es mortal y cambiante debe desplegarse. "Conectar con el mundo" sería para Burnside una parte de la función del poeta, frente al místico y al metafísico. Y por qué no frente al físico, hubiera preguntado su admirado Lucrecio. "Mine is the other North… ", escribe en The North, un poema extraordinario de su libro El mito del gemelo (1994), incluido también en la antología recién publicada en Pre-Textos (Conjeturas y esperanzas, 2012). No creo que sea tan fácil la distinción, ni creo que él piense tampoco que lo es. Los espacios de unas y otras dimensiones se mezclan felizmente en una confusa torre de babel.
"No es que nos sometamos a nuestro miedo/o que no confiemos en nada/es solo que la oscuridad/se abre/en mañanas semejantes…en noches semejantes/ cuando estamos con el fantasma de nosotros mismos/estos sabores habituales: áloe y agua de colonia/y el lazo de dulzura/que persiste en mis manos durante horas/cuando me doy la vuelta/para dormir".
Poeta de la intimidad, pero de una intimidad cósmica, en su obra traza un mundo reflexivo y relativamente esperanzado, un espejo apto para el auto-reconocimiento, abierto a cualquier lector que se sienta extraño en su propio mundo.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Carlos Fuentes (1928-2012)


Anoche la pasé leyendo a Carlos Fuentes. No escogí sus novelas cortas o largas, ni sus cuentos, tampoco sus ensayos en los que tanto he aprendido (no he leído nada mejor sobre el Quijote que su Cervantes o la crítica de la lectura, del que no me separo nunca). Fuentes tenía un instinto literario innato que pulió con fiereza durante siete largas décadas de un trabajo constante e ilusionado. Era otro de esos escritores "formados", que son los que más admiro (quitando al puñado de talentos sobrenaturales que cada generación escupe con mesura, a pesar de lo cual ninguna época ha conseguido nunca digerirlos) porque suelen ser grandes maestros en el arte de la lectura que los ha conformado y porque a fin de cuentas acaban siendo los que menos tonterías pronuncian por término medio. La lista es larga y evidente y cualquier lector de este blog sabe perfectamente a que autores me refiero. No, por tanto, no leí al Fuentes más conocido, del que él mismo se sirvió para construirse una imagen de intelectual tan brillante como poderoso, de crítico político afilado y demoledor, de hombre que sabía estar un día con los teólogos de la liberación y al otro fumando un puro en la Casa Blanca, de polemista, de autor cosmoplita, de peregrino en hotel de cinco estrellas, Fuentes el deslumbrante promotor de sí mismo. No me interesaba esa dura máscara de Carlos Fuentes, entre otras cosas porque era falsa, como bien sabían los amigos que le trataban de cerca y que habían experimentado sus más auténticas virtudes entre las que, por lo que me cuentan, destacaba su generosidad con los demás (especialmente con los jóvenes escritores), su valentía, su deseo de autenticidad (en el bien entendido de que desde luego era, a Dios gracias, una personalidad sumamente compleja). Opté a sabiendas por dar vida en mi lectura nocturna al Fuentes íntimo, al más personal y directo, al que escribió un bellísimo libro que se titula, como aquellos testimonios que tanto gustaron a una generación de novelistas franceses, En esto creo (Seix Barral, 2002). El libro se lo dedica a su hijo Carlos Fuentes Lemus, fallecido trágicamente en 1999. Animo al lector a leer la voz Hijos en este alfabeto literario y sobre todo vital, o la voz Muerte, en la que resuena de nuevo la muerte de sus seres más queridos y podrá comprobar, tal vez con lágrimas en los ojos, la capacidad de ternura, de profundidad, de humanidad que Carlos Fuentes era capaz de desplegar. En un momento dado escribe que desconoce si Cristo había venido a resucitar a los muertos pero que en cambio creía con toda la fuerza de una fe que el Hijo de Dios había venido a resucitar a los vivos (cf. p. 153). No creo que Jesús le desmintiera en esa convicción que aúna más de un concepto considerado por muchos irreconciliable. La felicidad aquí, la felicidad ahora, aún en medio de los más terribles sufrimientos físicos o morales, antesala y cifra (metáfora le gustaba decir a él) de cualquier forma de trascendencia. Fuentes, que creía también en la palabra, para la que trabajó, a la que servía con una diligencia absoluta, escribió esta frase genial que hubiera entusiasmado a Joyce: "Después de todo, hay treinta fantasmas detrás de cada individuo". La palabra para exorcizar el mal, para recordar a los que tenemos por detrás mirando por encima de nuestro hombro, invisibles pero presentes, la palabra para dar nueva vida a lo que ya no está de la manera en la que antes sí estaba. Ésa era para Fuentes la tarea primaria del escritor. E incluso del hombre, antes que nada. Sólo desde esa conciencia verbal agudizada podía una obra literaria alcanzar la densidad necesaria para convertirse en una tarea que apuntara a la verdad y a la belleza.

viernes, 11 de mayo de 2012

Los cuentos completos de William Goyen



En "El invernadero" (Cuentos completos de William Goyen, Seix Barral, 2012), el autor ofrece de forma alegórica y final un retrato de su condición de escritor como testigo y como visionario. Un poeta invitado a dar clase, un "poet in residence" de un campus norteamericano cualquiera, ronda incansablemente por el invernadero de la universidad, deseoso de ser autorizado a introducirse por el jardinero a un mundo en el que la calidez sensual de las flores protegidas se mezcla con las turbias raíces de las plantas holladas por un sinfín de insectos mortíferos. El jardinero es un beodo que, como los guardianes de Kafka, impide sin piedad la entrada al poeta: ¿será quizás porque esconde un inequívoco instinto de muerte? En efecto, sobre la mesa del recinto yace el cadáver desnudo de una chica y al cabo el propio jardinero, en un acto enigmático y necrófilo, aparece muerto junto a su víctima y a la pala con la que aquella había protegido su virtud. Los tiempos de cuanto ocurre quedan alterados: la mujer primero aparece muerta y luego es asesinada. En la mente febril del poeta los hechos forman parte, antes que nada, de una extraña simbología a la vez propia y universal. Cuando la autoridad le arresta y le exige un testimonio de lo que vio, él rehusa deponer sin más unos hechos que en su mente han quedado borrosos, sublimados significativamente por su renaciente don artístico. Su rechazo a testimoniar es una opción moral indeclinable que le saca de la teoría muerta de sus clases.
Resumen perfecto de la peripecia vital de Goyen, y de todo verdadero narrador, de su extrañamiento ante el mundo, comenzando por el propio mundo literario, el cuento es al mismo tiempo una cifra perfecta de una obra que sigue el viejo precepto emersoniano de la indirection, es decir, la propensión a mirar todo con el ángulo menos acostumbrado del ojo. Cada cuento de Goyen contiene no una sino múltiples revelaciones. No creo que haya un autor de su generación en el que aparezca, de un modo más patente, la búsqueda incansable del instante en el que el espíritu sobrevuela la materia, produciendo un rumor mítico que desgarra el alma.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Notas para un diario 235


El divino azar ha dispuesto que haya tenido que revisar a la vez y en el día de mi cumpleaños las pruebas de dos libros que saldrán próximamente. Por motivos distintos, los dos me llegan muy dentro y, mientras los leía a la búsqueda de erratas, faltas de concordancia verbal y demás, no podía evitar sumirme en una atmósfera de melancolía y ensueño (nefasta para la tarea que tenía entre manos) y al mismo tiempo de dolor. En esas horas de concentración me parecía estar leyendo mi vida, no en el plano anecdótico (eso es lo de menos para alguien como yo) sino in my inner most. He sentido miedo. Me pregunto qué pensarán los lectores, no de mí, me preocupa bien poco, sino de los mundos en los que habito. Escribir un libro, cuando de verdad te importa, y hasta traducir uno, si es de los que te ha marcado para siempre, significa desnudarse de un modo mucho más radical que el desnudo físico. Kafka el naturista lo sabía como nadie. Y Borges cuando dijo aquello de que no hay nada más casto que la pornografía.

lunes, 7 de mayo de 2012

Tito Monterroso


No resulta fácil expresar el placer, el gusto, el contento con el que alguien como yo lee a Augusto Monterroso; especialmente al Monterroso hombre de letras, escritor para escritores, al Monterroso que habla directamente de libros, o de autores, al Monterroso que cita como nadie. Me gusta todo en Monterroso: la brevedad, la apasionada distancia, su humor de tímido enmascarado, la amplitud de lo que sabe y lo concreto que era cada vez que hablaba de lo que fuese. Monterroso es un lujo de la literatura hispánica y universal porque nos recordó, una y otra vez, que "en literatura no hay nada escrito". (Tercer punto del Decálogo del escritor). Sé que cada uno de esos mandamientos tiene su reverso, pero yo me quedo con la sugerencia, por irónica que sea, de que lo único cierto e importante en literatura es la libertad que te permite desplegar. Si yo fuera Monterroso escribiría aquí mismo un palíndromo imborrable con esas dos palabras cuasi sinónimas. Pero evidentemente no lo soy.
RBA presenta ahora La letra e y otras letras (2102), un volumen que contiene tres de sus obras finales: La letra e, Literatura y vida y Pájaros de Hispanoamérica, en el que se puede experimentar a fondo el placer de leer a Monterroso.
La letra e contiene un "diario" de los años 1983, 1984 y 1985. Allí encontramos al autor en estado puro, con sus juegos constantes, con sus lecturas y observaciones, sus viajes, sus filias (y alguna fobia), con sus virtudes y los defectos (simplemente la otra cara de la moneda) que tampoco ocultaba. Literatura y vida es un libro de pocas páginas pero yo lo considero uno de los mejores que escribió: en él se encuentran no pocas claves de su mundo intelectual y vital, ese "pequeño mundo del hombre" que él había descubierto, gracias al libro de Francisco Rico, en un texto de John Donne. En Pájaros de América el editor ha mantenido los retratos no incluidos en La letra e, incluido uno del reciente Premio Reina Sofía de Poesía Ernesto Cardenal y otro del propio Monterroso escrito por Eduardo Torres (protagonista de Lo demás es silencio) que comienza con esta frase memorable: "Sin empinarme, mido fácilmente uno sesenta".
A lo mejor algún lector se estará preguntando si Monterroso era otro de esos anormales que viven por y para los libros. En las páginas 162 y 163 he encontrado esta perla que me gustaría que fuese para mi una règle du jeu: "Existen los que dicen no haber vivido sino la vida de los libros. Yo no: he vivido, odiado y amado, gozado y sufrido por mí mismo; y he sido y mi vida ha sido eso; pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que siempre lo he hecho como si todo –incluso en las ocasiones de mayor sufrimiento y en el momento mismo de ocurrir– fuera el material de un cuento, de una frase o de una línea. Ignoro si esto es bueno, si me gusta o no." Amen.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Jarry en bicicleta


Sabía que Alfred Jarry era un hombre subido a una bicicleta. Desde ese punto de vista el título de esta entrada es un pleonasmo. Sabía que se paso la vida recorriendo el centro de París y las orillas del Sena en su bici, pero no sabía que se había comprado a crédito una "Clément Luxe" que por supuesto nunca llegó a pagar. Jarry llegaba a los sitios de milagro porque para primera hora de la mañana estaba como una cuba y los trayectos se convertían en un ir y ven ir alucinado en el que las cosas pasaban a toda mecha ante sus ojos y ante su mente acelerada. Jarry era un hombre herido al que el aire sobre el rostro le hacía bien en más de un sentido. El cosmos entero soplaba y él se despejaba un poco al tiempo que iba recreando su mundo interior, el mundo de Ubú, rey polaco sin otro reino que el de sus instintos, pasiones y caprichos asesinos. Un mundo completamente subjetivo, ajeno a idea alguna de norma. Un mundo experimental, grosero, cambiante. No resulta fácil darse cuenta de lo que representa Jarry para la historia de la literatura (y de la cultura) del siglo XX, hasta qué punto fue precoz en su atrevimiento estético y moral. Baste recordar que Ubú Rey apareció en 1896, quince años antes que las Impresiones de África de Roussel, veinte antes que La tetas de Tiresias de Guillaume Apollinaire. En cierto sentido hay que reconocer que fue Jarry quien lo cambió todo. Como dijo Breton, a partir de Jarry la literatura se desplaza en terreno minado.
Este pequeño gran volumen, Ubú en bicicleta, de ediciones Gallo Nero, nos presenta a Alfred Jarry de un modo indirecto, a través de la conexión con su bicicleta: esqueleto exterior, máquina del tiempo, fuente de aire e inspiración. El trabajo de Nicolás Martín que ha seleccionado los textos y escrito el prólogo me parece meritorio. La traducción, de Laura Salas Rodríguez, de primera.