jueves, 30 de junio de 2011

Milosz, Magris y Orfeo

En el último número de la Revista Turia (99) aparece este artículo mío comparando Así que Usted comprenderá de Claudio Magris con el Orfeo y Eurídice de Czeslaw Milosz.

Orfeo (2): El nombre de Orfeo, de origen egipcio y fenicio, se compone de aur (luz) y rophae (curación, salud). Orfeo por consiguiente es el que lleva a los hombres luz y verdad. Orfeo no ha muerto. Los Orfeos son numerosos y se renuevan.
Alberto Savinio, Nueva Enciclopedia.

Si hundimos una bola de cobre incandescente que emana luz en agua fría se escucha un fuerte silbo pero se ilumina por el resplandor, el fuego en el interior no se apaga sino que , atizado de nuevo, brilla poderosamente.
Melitón de Sardes, siglo II.


“Sólo en las calderas siguen ardiendo/los fuegos de antaño y se levantan los martillos,siempre/más grandes. Pero nosotros perdemos fuerza, como nadadores” Cuando leí Lei dinque capirá (2006) recordé sin duda estos versos del soneto XXIV a Orfeo de Rainer María Rilke, y muy especialmente ese final Wir aber nehmen an Kraft ab, wie Schwimmer. Yo he identificado siempre a Claudio Magris con un nadador (Kafka también lo era), un nadador épico en su Adriático esmeralda en el que, según me contó él mismo, se adentra cada mañana de cada día del año como en un sueño despierto que presagia el abandono final. Pero lo recordé, creo, sobre todo porque pienso que toda referencia al infierno, al descenso a ese no-espacio, es un ir y venir entre el ser y la nada. Exactamente lo mismo que aparece en el Orfeo y Eurídice (Orfeusz i Eurydyka) (2003) de Czeslaw Milosz, esa breve pero esencial Spätwerk del genio de Cracovia, escrita muy al final de sus días, cuando de nuevo estaba sólo ante la vida y la muerte, sin la presencia amorosa de la mujer. Viudez, otredad, soledad. Dos textos magistrales. Recurso al mito clásico siempre fértil, precisamente el mito de la vegetación, y más en concreto del árbol (mástil homérico, cruz cristiana) del que hablaba el gran Martin P. Nilsson, indisociablemente unido al amor y a la belleza. Imposibilidad por otra parte, en ambos casos, de establecer un pacto de lectura despersonalizado, por lo demás à quoi bon? Sólo ahora, al escribir sobre los dos en un único intento, me doy cuenta de que la cercanía no es sólo temporal entre dos obras de escritores de una generación distinta: si apenas las separa un trienio es que ambos tenían los mismos muertos, hablaban con las palabras heredadas de los mismos muertos que por ellos hablaban. Milosz compuso también una versión inglesa con la ayuda de Robert Haas. El New Yorker lo publicó en extracto el 17 de mayo de 2004.

En algunos extremos se diferencian las dos obras (verso frente a prosa, lirismo sereno ante una narración más briosa, distinto juego con la voz narrativa, en Milosz una omnisciencia que no pierde nunca el lugar que ocupa, dejando como siempre paso a una pluralidad de voces, en Magris el recurso a la ninfa/esposa Eurídice y con ella a una voz del más allá que por cierto se muestra con frecuencia de mal humor), pero en otros muchos se identifican. Dejando al margen los aspectos comunes más evidentes (el recurso al mito, que se trate de dos “poetas coronados” como el mismo Orfeo, etc), en ambos hay una gran ambición que se resuelve de un modo más bien oblicuo. Ninguno desconoce el alcance inagotable de la materia prima a la que han querido asomarse, el núcleo mismo en el que poesía, metafísica y teogonía se funden indisociablemente, el eje que va de la hybris a la némesis, la consciencia de un espacio intermedio (algo muy caro a toda la cosmovisión de Magris) entre hombres y dioses, que ni siquiera se debe franquear. El arma del poeta es el silencio y la frialdad antes incluso que el lamento y la música. “Lyric poets/Usually have – as he knew– cold hearts”, dice Milosz. El poeta no debe de ser impaciente, ni curioso siquiera, si quiere ser vero poeta. Will silent be; and not a soul to tell/Why thou art desolate, can e´er return, canta Keats ante la urna griega. Nadie que lo sepa puede volver jamás, dura lex sed lex. Se trata de una cuestión de justicia, que empieza por poner al hombre en su sitio, ante la parte de su heredad y su destino, la difuminación con la que yacerá en la tumba para siempre, pero también de la pretensión de individuación (el que yacerá seré yo, único, diferenciado, enamorado) mediante el nombre, el canto y el amor (cf. Robert Pogue Harrison, The Dominion of the Dead).

Hay un sentido muy humano del mito de Orfeo, psicológico, que tiene inmediatamente que ver con la pérdida y el duelo. La persona amada muere dos veces, la segunda cuando al cabo del tiempo, tras un periodo más o menos largo de depresión, aceptamos por fin su muerte. Ésta vez sí la dejamos ir, y quizás sólo entonces podemos de nuevo cantar poéticamente. “No había venido para salvarme”, dice Eurídice en el relato de Magris, “sino para que le salvaran”. Por eso se puede decir que hay siempre dos cantos ante la muerte: el primero, un cante jondo, lamento casi animal, más música que letra; el segundo, en cambio, más reflexivo y sereno, lírico de verdad, mira al futuro y a la eternidad. Los escritos de duelo se pueden clasificar en uno u otro orden, según su grado de hermetismo, y algunos (pienso por ejemplo en A grief observed de C.S. Lewis) empiezan siendo puro lamento y acaban en el alba de un pensamiento renovado por la muerte. Sería una intromisión inaceptable etiquetar las obras de Milosz y Magris de canto primero o segundo. No es ese el sentido de una distinción puramente orientativa. No hace falta más que conocer un poco la obra de ambos, su temperamento poético, para saber que, aunque contengan elementos mezclados de dolor y razón, ninguno ha escrito nunca sin cabeza (ni creo en esa parte añadida de la leyenda) ni habría publicado el mero garabato de su pena (C.S. Lewis, el maestro en el tema del amor en occidente, tampoco por cierto: la publicación de esos papeles privados es algo más que una impudicia). “He stopped at the glass-panelled door, uncertain/Wheter he was storng enough for that ultimate trial”, dice el canto milosziano. Incertidumbre y transparencia. Una sabia frialdad preside siempre cualquier logro literario.

Pero en el fondo hay algo más, o mucho más mejor dicho. Un punto en el que Milosz y Magris ciertamente coinciden en apuntar y que tiene que ver con el descensos ad inferos que hilvana ese mito y las obras comentadas en estos apuntes desordenados. Un infierno de agua, como en las pinturas de Patinir, en el Hamlet de Shakespeare o en la muerte acuática de Eliot. Un descenso a los infiernos que está en el Libro (cf. Pe 3,19; 4,6) y que los cristianos recitamos en el Credo cada domingo. Adam Zagajewski, en un bellísimo ensayo que he traducido para este número, Czeslaw Milosz: la belleza de lo singular, dice en un momento dado: “Lo que pienso es que Milosz no era distinto de uno de uno de esos valientes doctores que, dedicados a descubrir la cura para un nuevo virus, se autoinfectan para así luchar con él desde dentro de su propio organismo”. Y añade poco después: “Pero su espíritu permaneció resistente, y al final resulto ser uno de los pocos doctores contaminados que sobrevivió a aquel arriesgado experimento, y que hasta se fortaleció con él. Todos nos hemos beneficiado de su inteligencia y de su coraje”. Hay muchas aquí. Zagajewski pone esta imagen en el contexto de la gran batalla ideológica que Milosz libró con su siglo y, antes que nada, consigo mismo. Se podría decir algo parecido de Claudio Magris, supongo, sobre todo en lo que se refiere a la lucha contra el nihilismo moderno. Ambos lo han frecuentado, rodeado, han tocado los tambores antes sus feas murallas, han querido pasar a través de él, por muy infernal que sea, antes que por las estructuras del dogma o la consigna. En esto son igualmente modernos, por seguir citando a Zagajewski (aunque yo nunca he estado seguro de que significa eso). Pero también en ambos casos se trata de un descenso a los infiernos por amor a una mujer. “Y el amor”, escribió María Zambrano (El hombre y lo divino) “hace transitar, ir y venir entre las zonas antagónicas de la realidad, se adentra en ella y descubre su no-ser, sus infiernos. Descubre el ser y el no-ser, porque aspira a ir más allá del ser; de todo proyecto”. El amor acaba por descubrirnos la nada de lo que no es. Es un fuego que limpia los ojos ciegos de los poetas. Y los devuelve renovados, más cuanto mayor haya sido el descenso a sus luminosas entrañas. No se si es cierto, como dice la leyenda popular de las tres mariposas que se acercan más o menos al fuego para saber cómo es, que no haya vida después de haberte quemado. Así le ocurrió a la tercera mariposa, a la que se acercó tanto que se abrasó. De lo que estoy seguro, después de haber leído mucho a Milosz y a Magris, es que no hay canto verdadero sin la experiencia del fuego.
La imagen de Orfeo y Euríce (c. 1775) es de Antonio Cánova y se encuentra en el Museo Correr de Venecia.

miércoles, 29 de junio de 2011

La literatura era una fiesta

No soporto el discurso, por más aparentemente justificado que esté, de los derrotistas. Huyo de ellos como de la peste, y no exagero. En general no los trago en ningún aspecto de la vida, menos que ninguno en el espiritual (baste con decir que los lamentos pseudoapocalípticos tienen más de blasfemo que de piadoso, o es que Dios ha dejado en algún momento de serlo). En literatura también es insoportable dicha actitud lastimera, venga de parte de escritores, libreros, editores, profesores o quien sea. Si ya se lee poco o mal, encima no demos más el coñazo con el temita: jamás se supo de nadie que leyera por tener alguien al lado que le reprochase no hacerlo. Yo cada año tengo que enseñar literatura universal a un grupo de cien alumnos de dieciocho años, de modo que creo que estoy en una posición privilegiada para despotricar. Pero no lo hago, salvo respecto de mí mismo, de mis limitaciones inmensas a la hora de enseñar, de abrirme a ellos, de transmitirles algo de valor. Por ejemplo el valor puro y simple de la lectura, tal y como la concibió mi venerado Agustín de Hipona hace dieciséis siglos. Por decirlo con palabras de otro maestro, Harold Bloom (¿Dónde se encuentra la sabiduría?, Taurus, 2005, un libro que si no habéis leído no sabéis lo que os perdéis), San Agustín fue el primero de una larga lista (que incluye a Cervantes, Montaigne, Proust, Joyce, Borges, Kafka, Steiner, Vila-Matas o Valeria Luiselli) que vinculó lectura y memoria. De ese modo creó una memoria autobiográfica, transformó la vida en texto y desafió a la muerte por medio del recuerdo escrito. Yo también estoy convencido de que la sola lectura "no nos salvará ni nos hará sabios, pero sin ella nos hundiremos en la muerte en vida" (Bloom, id)

lunes, 27 de junio de 2011

Triángulo

A diferencia de la rotunda perfección de lo circular, cuya entrópica movilidad se convierte en paradigma de lo inmóvil, los tres vectores encerrados en el diseño triangular no cejan en su impar pugna, generando una variopinta gama de formas inestables. No es extraño, por tanto, que el triángulo, para el pensamiento alquímico, simbolice el fuego y el corazón, así como, según esté derecho o invertido, apunte al cielo o a la tierra, sea montaña o caverna. Protuberancia o hueco, el alanceolado triángulo parece apuntar a algo extrínseco e inalcanzable: es, pues, la forma más adecuada para la humanidad deseante, dejando tras de sí un rastro de catástrofes artísticas.
(Párrafo final del artículo Triángulo de Francisco Calvo Serraller.
La foto es un autorretrato de la incomparable Francesca Woodman)

viernes, 24 de junio de 2011

Plossu y Lartigue

Hace pocos días daba noticia del cierre de la expo Lartigue en Caixaforum de Madrid. Decía que me apasionaba Lartigue, pero no decía porqué. Ahora voy a intentarlo, de forma muy sumaria. Lo voy a hacer hablando al mismo tiempo de otro fotógrafo francés, Bernard Plossu, cuyas fotos se pueden ver en Madrid hasta el 14 de julio en la Galería José R. Ortega en el número 42 de la calle Villanueva. Ya dije que el aire deportivo que rodea a Lartigue no era el centro de mi interés; tampoco lo es el hecho de que él formase parte del mundo perdido que retrata (el mundo de una cierta clase alta francesa llena por lo demás de austeridad y buen gusto). "Mi corazón es como un niño que llora si no le ponen todas sus emociones en pequeños globos", escribió en 1919. Creo que esa conciencia de la fragilidad del mundo que capta, un mundo cuya belleza consiste en que es fugaz, en que está pasando y desgastándose en un mismo instante. Familiar y a la vez extraño, el artista ama ese mundo y se complace en él, precisamente porque sabe que se está yendo para no volver. Su apariencia es su pasar. Y Plossu hace algo muy parecido. Fuera o dentro de casa (sea ésta la ciudad de París o el continente Europa) capta igualmente ese bello desgaste. Es como si lo celebrase por ser mortal y tener una forma, como si la muerte diese a todo el tinte burdeos del cansado terciopelo de ese banco corrido en una esquina de la Coupole. Charlas en voz alta o baja, unas copas rosadas de champagne y el oro en un antebrazo dorado de mujer, todo promesas falsas e ilusionantes en un resto de tiempo.

lunes, 20 de junio de 2011

CZESŁAW MIŁOSZ

Mañana martes día 21, organizado por el Instituto Polaco de Cultura, tendrá lugar a las 20 horas la presentación del número especial que la revista Turia dedica al poeta Czesław Miłosz, con ocasión del centenario de su nacimiento. El número lo hemos coordinado Mercedes Monmany y yo mismo y en él escriben entre otros Mario Vargas Llosa, Adam Zagajewski, Adam Michnik, César Antonio Molina, Marek Zaleski, José María Güelbenzu, Luis Alberto de Cuenca, Jaime Siles o Robert Saladrigas. La presentación tendrá lugar en el Centro Cultural de Círculo de Lectores, en la calle O´Donnell, 10 de Madrid. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores acaba de publicar una antología de la poesía de Milosz, con el título Tierra inalcanzable, de la que hablaré más adelante y con calma en Hobby Horse.

viernes, 17 de junio de 2011

Antonio López: a propósito de un genio

Recibo en el correo de mi teléfono unas líneas sobre Antonio López. Me las manda Antonio Rodríguez-Pina, uno de los dos o tres lifetime friends con los que la vida me ha regalado. Antonio dirige un banco importante en España y fue quien me introdujo a mí en el amor al arte contemporáneo (en su caso esto es mucho más que una simple afición). En cuanto he leído sus consideraciones sobre el pintor de Tomelloso, no he dudado en pedirle que por favor me dejase reproducirlas en Hobby Horse: Gracias a mi padre, Antonio López me ha interesado desde niño. Desde entonces me fascina su arte. Años mas tarde admiro aún más al hombre.
En mi juventud me atraía el artista gigantesco. Un talento sobrenatural que llegaba a ser perturbador. No tenía yo entonces formación, ni experiencia vital para apreciar a la persona más allá de su arte. Si recuerdo a otros genios de su generación venerarle. Nunca olvidaré a Eusebio Sempere (otro grande entre los grandes) decirme hace mas de treinta años (cuando ya los dos estaban entre los primeros espadas de nuestro panorama artístico junto a Chillida, Tapies, Saura, Guerrero y otros) que ya en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, con apenas veinte años, Antonio López pasaba horas en El Prado observando a Velázquez, desesperado en su obsesión de llegar a pintar como él. Desde entonces, intuyo que no ha cejado en ese intento. Que descomunal objetivo vital. Que valentía. La historia dirá si lo ha conseguido. Me decía Sempere, que entre los artistas españoles de su generación (la más importante del arte español en muchas décadas) sorprendía y deslumbraba el
inabarcable talento de aquel humilde estudiante de Tomelloso al que hasta hoy han seguido llamado Antoñito. Antoñito es quizás el mejor pintor español en siglos. No me corresponde a mí sentenciarlo.
Recuerdo las visitas periódicas a su casa con mi padre, un fin de semana tras otro (durante años!) para ver cómo evolucionaba "nuestro cuadro", el cuadro que mi padre aspiraba a comprar con ese celo irracional del coleccionista, dispuesto a empeñar su futuro por una pieza. Ya por entonces Antonio López era el pintor más cotizado de España. Toda colección quería un cuadro suyo, pero él nunca estaba satisfecho con sus obras. Cuesta mucho llegar a la perfección. Así, Antonio López, cuyo único medio de subsistencia era la pintura, renunciaba a vender más de tres o cuatro cuadros al año, porque no cumplían con su canon de exigencia. El menos materialista de nuestros artistas, ha sido siempre el más ambicioso. Ambicioso de excelencia, ambicioso de honradez, ambicioso de austeridad, ejemplo monumental de humildad.
Treinta años después, nuestro cuadro inacabado debe seguir en el almacén de Antonio junto con otros cientos de ejemplares que no pasan el filtro de su gigantesca dignidad como artista.
Antonio López es un ejemplo vivo de las virtudes esenciales del hombre, ejemplo de integridad, de gravedad, de resistencia al esfuerzo, desprecio de los placeres, de austeridad, de magnanimidad y de libertad. Es el contraejemplo heroico de nuestra sociedad agotada.
Antonio López vive como un trabajador cualquiera de su pueblo natal. No tiene un solo artículo de lujo, no aprecia posesión material alguna. Parece ausente, enfocado en su pintura, y desde luego, no merece la atención de nuestra sociedad. Un genio loco de la pintura.
Y en estas estábamos cuando en una entrevista en El País del viernes 17 de junio, "Antoñito", de pasada, con su pantalón de pana y sus zapatillas de paño, intuyo que en voz baja, como siempre habla, despacha en tres líneas lo que aún no hemos oído de ninguno de nuestros líderes en momentos tan dramáticos como los que vive nuestro país: "El hombre va a tener que encontrar una solución que no tenga que ver con bonitas palabras como bondad y generosidad y si con el sentido común. La cosa se va a poner seria. Habría que escuchar más a los hombres de ciencia que a los banqueros. Así debe ser por el bien de todos. También hay que hacer una llamada a encontrar el placer en las cosas básicas y renunciar a lo innecesario. La sociedad respondería a ese mensaje".
Y creiamos que solo pintaba. Qué suerte tener tanto talento maestro. Qué pena que hable usted tan bajo.

jueves, 16 de junio de 2011

Jacques Henri Lartigue y Goncharov

Quienes hayan seguido este blog sabrán bien que me apasiona Lartigue, por muchas razones que ahora no vienen al caso. Mientras paseaba por Madrid el otro día, haciendo tiempo entre dos citas, veo que en CaixaForum hay una exposición con más de 200 fotos del artista. Por si alguien le interesa, la exposición concluye este domingo. Cuando veía las fotos (valga como muestra un botón), recordé la lectura aún reciente de un de las últimas entregas de minúscula: El mal del ímpetu de Iván Goncharov. El escritor ruso ironiza con el mundo joyeux ou un peu folle de los obsesos del ejercicio físico y la vida al aire libre. El relato da mucho que pensar, al menos a mí que oscilo según me de el viento entre la más absoluta vagancia y el frenesí deportivo.

lunes, 13 de junio de 2011

Et in arcadia ego

Cala Sa Ona, Formentera, dos de la tarde en pleno mes de junio. Media docena de barcos disfrutamos de una tranquila tarde de domingo en un auténtico paraíso. En un velero se come, en otro se bebe, las tripulantas de un tercero toman el sol tal y como vinieron al mundo pero más creciditas. Nosotros nos disponemos a comer atún a la plancha. Corre el vino. De repente un barco con pabellón inglés, un viejo paquebote desocolorido comienza a garrear. Vemos desde la bañera de popa al marinero de un espléndido velero italiano llevarse las manos a la cabeza. El yate inglés enfila directamente hacia él. De repente llega un señor muy flaco en una zodiac y se sube al barco gritando que no es el propietario, que éste está en tierra, pero que intentará enmendar el fondeo torpe y descuidado del dueño. Al poco llega éste con claros síntomas de haber estado bebiendo desde el amanecer. Bajo, regordete, sonrosado como una gamba y con una barba hemingway bastante estilosa. No tiene menos de setenta años. Se sube, hace una comprobación somera mientras se tambalea en proa y se vuelve a tierra. Diez minutos más tarde le vemos aproximarse de nuevo en su pequeña zodiac con otros cinco pasajeros de su misma quinta. Ni el mismísimo piloto de los argonautas empuñaba el timón con la satisfacción que mostraba ese Nelson redivido. Creo que incluso se permitió hacer unas pocas eses en la aproximación al barco. Lo que es seguro es que a unos pocos metros de la escalera de popa por la que debían embarcar, uno de los flotadores del dingue, evidentemente sobrecargado, cede y dos señoras mayores y bien entradas en carnes se caen al agua. Todo son gritos y zozobras. Presa de un ataque de pánico, una de las naufragas lanza unos berridos salvajes mientras se agarra a un cabo clavándole todas y cada una de sus uñas. No saben nadar. Iban vestidas de inglesa en domingo y sus bolsos, los sombreros tocados con flores, además de los remos de la barca y otros tantos trastos se han caído con ellas al mar. El captain no hace más que chillarle para que se calle, aumentando el pánico de la pobre señora. Mientras, otro de los tripulantes se tira al agua, rodea la zodiac y la agarra por el culo evitando que se hunda. Gritos, sollozos, más gritos, para entonces todos los barcos de alrededor, que al principio nos habíamos pensado que era una escena cómica, nos damos cuenta de que las señoras están literalmente a punto de ahogarse. Y con ellas se va para el fondo el galán que ha estado dispuesto a jugarse la vida por ellas. Dos marineros de sendos barcos salen a escape hacia donde se masca la tragedia. Con horror nos damos cuenta de que el captain ni siquiera ha apagado el motor de la zodiac; en cualquier momento le tritura la pierna a cualquiera de las damas. Al poco de llegar los rescatadores, consiguen que el captain se serene, apague el motor y se deje arrastrar hacia su barco. Con gran tensión, por fin lo alcanzan y logran poco a poco ayudar a todos a subirse y ponerse a salvo. Los seis lloran desconsolados, conscientes de que podía haber ocurrido lo peor. El lobo marino está cada vez más rojo, seguramente de la vergüenza. La mujer que se ha dejado las uñas en el cabo sigue histérica. La abrazan, le quitan las ropas mojadas y las ponen a secar en un tenderete. Se suben a una especie de fly y sacan al tiro una botella de ginebra con la que brindan y brindan durante más de tres horas. Cuando nos fuimos nosotros se estaban de nuevo riendo a carcajadas.

miércoles, 8 de junio de 2011

martes, 7 de junio de 2011

Colección El Pasaje de los Panoramas

Mi amiga Irene Antón me manda las dos primeras novedades de una nueva colección titulada El Pasaje de los Panoramas. Las novedades son Romance en París de Franz Hessel (padre del otro Hessel, el autor de Indignez-vous, passons!) y un Lafcadio Hearn (La última isla). También anuncian como tercera entrega un Uwe Johnson. Pienso leer o releerlos todos. Un editorial vale lo que vale el proyecto intelectual que hay detrás. Irene lo tiene, y es de los más ambiciosos del panorama actual. En la presentación de la nueva colección plantea que la modernidad es una moneda con dos caras: el mundo de los pasajes comerciales, burgués, mundo de panoramas interiores, de vidrio, panóptico y, como un antídoto el mundo de lo exótico, del viaje más o menos apañado, de la fuga y del vivir peligrosamente. ¿Baudelaire contra Rimbaud? (confieso que jamás los vi como opuestos, mais…). Todo está desde entonces girando hacia un polo o hacia otro, y esta colección trata de profundizar en esa dialéctica. Habría mucho que hablar naturalmente y no es éste el lugar (prefiero una panadería belga). Por de pronto, se me ocurría que me encantaría escribir un libro (no lo descarto) sobre el Aduanero Rousseau. Llevo una semana, desde que llegó el libro de Hessel y la brillante contraportada, dándole vueltas a dónde encajar a ese mago que me fascina. Creo que nadie encarnó como él la polaridad de la que habla Irene.

lunes, 6 de junio de 2011

Claude Monet y el jardín de Giverny


Leo con interés un librito titulado Claude Monet y Giverny (Olañeta, 2011, 6 €). Contiene los dos ensayos principales que Octave Mirbeau escribió sobre su amigo pintor ("Claude Monet y Giverny" y "Claude Monet, discípulo de nadie"). A Mirbeau lo que más le atraía de Monet era la radicalidad con la que se había "aislado" en Giverny, a la búsqueda de una atmósfera en la que crear. Naturalmente lo más creativo de todo fue el intento en sí de hacer un mundo propio para después reproducirlo en los paneles y en las telas. Una especie de adelanto de lo que después se ha llamado pomposamente la obra de arte total. Mirbeau era un experto en jardinería, como se muestra en las primeras páginas de su ensayo sobre el jardín de Giverny en el que cita no menos de cincuenta especies de flores y plantas. Se dice que se inspiró en ese lugar mágico para algunos pasajes de El jardin de los suplicios, la novela erótica que tanto fascinó a Kafka.

sábado, 4 de junio de 2011

Tess d´Ubervilles (Thomas Hardy)

Her affection for him was now the breath and life of Tess’s being; it enveloped her as a photosphere, irradiated her into forgetfulness of her past sorrows, keeping back the gloomy spectres that would persist in their attempts to touch her—doubt, fear, moodiness, care, shame. She knew that they were waiting like wolves just outside the circumscribing light, but she had long spells of power to keep them in hungry subjection there.

jueves, 2 de junio de 2011

Walter Benjamin

Me encanta esta foto de Benjamin. La sacó entreguerras una jovencísima Gisèle Freund. Benjamin trabaja exiliado en la Biblioteca Nacional de Francia. Trabaja por su cuenta, fuera de un sistema académico, ya entonces ciego, que le había cerrado las puertas. Adorno decía con razón que las universidades eran para Benjamin lo que los juzgados para Kafka, o sea algo que se oponía frontal y celosamente a lo verdadero y a lo justo respectivamente, aunque de algún modo lo representaran. Puede ser. Y parece que trabaja con sentido de inminencia. Concentrado, atento, sin el menor tiempo que perder. A mí curiosamente el escrito que más me interesa de Benjamin (además de sus relatos autobiográficos) es sin lugar a dudas La metafísica de la juventud. Son textos poco elaborados, parecen simples enumeraciones de las intuiciones más variadas. Un poco como el Pla del final, el de las Notes per a un diari aunque en otro plano. Como ejemplo el comienzo de la Metafísica: "Cotidianamente servimos a fuerzas inconmensurables como el dormir. Lo que hacemos y pensamos se encuentra lleno del ser del padre y de los antepasados. Nos esclaviza sin descanso un simbolismo no comprendido. A veces, al despertar, logramos recordar un sueño. Algunas visiones claras iluminan los campos en ruinas de nuestro ánimo en el que el tiempo sobrevuela. Estábamos acostumbrados al espíritu como lo estamos al latido del corazón, gracias al que levantamos cargas y digerimos". Supongo que se aprecia la densidad medio informe del texto. Una pasada. Pues bien, dos nuevos libros recogen una parte de los sueños escritos de Benjamin, y merece la pena leerlos: el primero se titula así, Sueños, y lo publica Abada (2011), y el segundo Epifanías en viajes (El cuenco de plata, 2011). Aprovecho para informar de que Trotta ha publicado estos días la correspondencia Benjamin/Scholem. Steiner decía con su olfato habitual que, junto al diálogo Junger/Heidegger entorno al nihilismo, era el intercambio epistolar más grande de nuestro tiempo.