lunes, 13 de octubre de 2008

Notas para un diario 65

Creo que te he contado que cuando murió mi madre de cáncer va a hacer ahora tres años, durante su agonía que duró una semana de siete días y siete noches, en la que permanecí a su lado, en un silencio profundísimo, comprobé de primera mano algo que sabía porque me lo habían contado y es que, cuando alguien muere, en el momento final, el tránsito dura más cuánto más sufren los que se quedan de este lado de la cortina, no quiero ni pensar que sea porque queden algunas cuentas pendientes; parece ser que el moribundo siente cuando estos seres queridos aceptan su muerte y entonces aprovecha para salir como de puntillas de su cuerpo y traspasar el velo de la vida. No pocas veces hay que pasarse horas y días diciéndole al oído que por favor se vaya, que te perdone, que se acepta el destino final y que uno se va a quedar bien, tranquilo y rodeado de los seres a los que el muerto quiere: el resto de los hermanos, los nietos, qué se yo, … No sé porqué hemos hablado de esta cosa tan triste, la muerte y la irrecuperable magia de la irrecuperable infancia, con el Ampurdán de fondo. Seguramente por que es uno de los dos polos de atracción que tiene para mí el globo terráqueo (el otro queda también por el noreste peninsular). Seguramente porque lo conocí también de niño, de la mano maestra de mi madre: tengo metido el sol dentro de la piel, y mira que he intentado sacármelo de ahí, sin éxito. Ah!, les premiers amours, ils sont inoubliables. Lo comprobé en el mismo momento en el que metí un pie en el agua azul y cristalina y vi al mismo tiempo que tu pie de nácar se encogía y volvía todavía más blanco. Fue un instante proustiano, un instante de memoria y transparencia que me hizo sentir muy mal, acordarme de la muerte de mi madre, desnudo de alma, algo mucho más impúdico que cualquier otra clase de desnudez. Para colmo, leo casi a diario a Pla, y ya van en pocos días que te muestro tres maestros/homenots, y hoy me he encontrado con algo que no puedo dejar de consignar aquí, en este preciso contexto de la amistad, la literatura y la muerte, por lo mucho que supone para mí como expresión de una forma de vida, o habría que decir mejor de muerte, que he querido ingenuamente compartir contigo: "una vida oscura, modesta, calmada y silenciosa, trabajar con cierto orden –a pesar del enorme desorden de mi época–. Sin el orden y la calma dudo mucho que haya nada que hacer: ni escribir una carta a la familia. Acerca de la literatura, tengo la misma idea que se proyecta sobre todas las cosas de la vida: la literatura es una cosa que sube y baja. La concepción que tengo acerca de mi literatura es más bien incierta. Además está el ascenso y el descenso que experimentan todas las cosas. No hay que darle más vueltas: el elemento más crítico de mi literatura soy yo mismo"

(Os pido que cliquéis en la foto y me digáis si existe un paisaje más mortalmente bello en el mundo)

3 comentarios:

María dijo...

Orden,orden... Estoy aprendiendo(lo).
Gracias.
Un abrazo fuerte.

P.D.: Hark, now hear the sailors cry
Smell the sea and feel the sky
Let your soul and spirit fly into the mystic.

Lauren Mendinueta dijo...

En este post brilla tu mejor prosa. De verdad bello y conmovedor. Un abrazo

Andrés y Ana dijo...

Si, realmente se puede deicr que es precioso. ánimo!!!