domingo, 28 de febrero de 2010

La vie en rose. Una dedicatoria (Piaf)

Quiero dedicarle esta maravillosa canción a una amiga que está recién operada (según me dijo un día, es su favorita). Quiero dedicársela por las muchas cosas que me ha enseñado, desde que la conozco; voy a destacar algunas (veréis que no son cosas de poca monta): 1) me ha enseñado a amar la vida, con todas sus consecuencias (sin ir más lejos, la operación a la que se ha sometido es una gran enseñanza práctica de este modo prudente, abierto y confiado de ver la vida) 2) a reconocer la belleza allí donde de verdad se encuentra, 3) a transformar las heridas abiertas de la vida en espacios por los que puede salir el amor (un amor intenso y purificado de nuestro egoísmo y de nuestra vanidad) 4) y, cuarto, y más importante aún, a aceptar las cosas sin dejar nunca de preguntarse el porqué del sufrimiento: ese cuestionamiento, cuando es humilde y a la vez radical, es lo que nos hace humanos (o sea, capaces de lo divino). No hay ni que decir que por mucho que ella me las haya enseñado, y que yo sepa reconocerlas (para eso sí que tengo un especial talento), estoy a añosluz de haberlas aprendido. Por eso, procuro estar lo más cerca posible de esta persona. Como decía el Lazarillo, me arrimo a los buenos (pero a los de verdad) para ver si se me pega algo de ellos.

jueves, 25 de febrero de 2010

Juego de espejos

En el mes de diciembre, participé en el programa Juego de espejos de Radio Nacional, que dirige Luis Suñén. El invitado elige sus piezas de música favoritas, en las versiones que prefiera, y las comenta con ayuda de Luis. Yo elegí estas ocho:

1. Guillaume de Machaut. Quant Vraie Amour / O Series / Super Omnes Speciosa (Motet) Ferrrara Ensemble. Dir Crawford Young (2:27)
2.
Albinoni. Concierto para trompeta n 2 Adagio. Slovak Ch. Orch. Dir. Bodhan Warchal (6:51).
3. J
.S. Bach. Bekennen will ich seinen Namen, BWV 0200. Magdalena Kosezná. Música Antiqua. Koln. Dir. Reinhard Goebel (3:21)
4.
Hector Berlioz. Le spectre de la rose. Nuits d´été, op. 7. Brigitte Balleys. Orquesta de los Campos Elíseos. Dir. Philippe Herreweghe (6:32)
5.
Rossini. Petite Messe Solennelle - Kyrie: 1. Kyrie. Marcus Creed: RIAS Kammerchor (2.27)
6.
Schubert. Moments Musicaux, D 780 - 4. Moderato. Mitsuko Uchida (6:45)
7.
Chopin. Prelude #4 In E Minor, Op. 28/4. Grigory Sokolov (2:21)
8.
Maurice Ravel. Sonate - Lent. Clara Bonaldi,Yvan Chiffoleau (5:40)

Y este el podcast (aviso que dura un hora):

Álvaro de la Rica (Juego de Espejos)

martes, 23 de febrero de 2010

Notas para un diario 157 (Un sueño)

Aunque me da tanto respeto como vergüenza, copio de mi diario (el de verdad) la entrada del 22 de febrero de 2010:

Noche increíblemente tormentosa. Entraba y salía de una pesadilla, con pleno dominio de ese movimiento. Era como atravesar, cada vez, una gasa blanca, una placenta pringosa. Volvía al sueño y experimentaba una continuidad absoluta con lo anterior, de hecho al despertar me he quedado con una visión unitaria, con una secuencia narrativa única: traición sobre traición, un enorme engaño mezclado con una enorme culpa. Al final todo se sabe y se me condena. Lo peor de todo es que soy yo mismo el que me condeno. Me condeno a entrar y salir del sueño, como una larva sale del huevo, y así eternamente, experimentando cada vez, con toda la fuerza de la novedad, todo el mal que he hecho en la vida; el poco y mal ejemplo que he dado. Comprendo que nos vamos de vacío y comprendo un poco la eternidad del castigo.

Hasta aquí lo que escribí ayer, nada más levantarme, sobre mi sueño. La verdad es que muy tranquilo, lo que se dice muy tranquilo, no me quedé. Empecé a revolver libros, a ver si encontraba alguna explicación escrita a lo que había experimentado. A mí es lo único que me da paz, cuando me visitan esas visiones (si mi amigo Fernando Inciarte levantara la cabeza me diría, con una media sonrisa: ves, ves como se escribe y se lee para olvidar, como todo es representación que nos aleja del presente). Recordé el título de mi novela (esa que cada vez tiene menos pinta de que se vaya a publicar), Todesbanden, las vendas de la muerte, y como aparecen en el texto, al menos en dos ocasiones (asociadas al sexo y al dolor). Recordé el giro que usaban los hebraicos para referirse al dominio de la muerte (solo le pertenece a Él la potestad de la salida de la muerte, dice el salmista), como el poder de salir y entrar en ella por propia voluntad: el dictum del Cristo que dice que es él quien entrega su vida, y como después sale de la muerte, al tercer día, dejando las bandas mortuorias en el suelo del sepulcro (En la escena de la Resurrección, contada por un testigo ocular, el primero que vio y tocó las bandas fue Pedro, el que le había negado; la Magdalena se quedó fuera y, cuando por fin se acercó, después de Pedro, en vez de las vendas, lo que contempló fue a unos ángeles de luz blanca). Sé que el sueño iba por ahí, pero no sé hacia dónde, exactamente. Recordé también la estatua funeraria de mi amado John Donne en Saint Paul´s Cathedral, la extraordinaria escultura de Nicholas Stone que he reproducido en foto y en la que os animo a picar para verla en grande. Donne quiso inmortalizarse cubierto con una gasa blanca que apenas dejara ver su rostro (la usó para las pruebas de varios retratos finales: para sopresa de todos, aparecía ante el pintor cubierto con una mortaja). Era la tela que llevamos desde nuestra concepción, lo que nos protege a la vez que nos impide realmente ver. Es bien conocido el pavor que Donne tenía a la tumba: esa pieza de piedra quería reflejar el momento de su resurrección corporal. Donne medita muchas veces sobre la acción de los gusanos en el cuerpo muerto (putrefaction and vermiculation), y decía, aludiendo a la transformación indiscriminada en materia animal, materia miserable, promiscua: pensar que no se sabrá en aquel revoltijo de materia qué partes pertenecen a quien, padres, madres, esposos, hermanos, todos devorados por los gusanos que, a a su vez provienen unos de otros, y de las larvas de nuestro propio cuerpo descompuesto. Menudo destino para nuestro amado cuerpo. Todo esto, y más, lo dijo en el famoso Sermón del 25 de febrero, primer viernes de la Cuaresma de 1631 (ahora, en dos días, se cumplirán 379 años desde que aquellas ultima verba se pronunciaran: Izak Walton, el biógrafo de los metafísicos ingleses, en un libro que no entiendo como nadie ha traducido aún, escribe que, mientras el deán hablaba, y las lágrimas corrían por sus mejillas al realizar estas consideraciones, todo el mundo pensó que estaba pronunciando su despedida, una de sus amadas valedictions, el sermón anticipado de su propio funeral). Los ojos cerrados de la estatua han sido entendidos de manera diversa: hay quien piensa que reflejan el asco ante la carnicería de la tumba, hay quien sostiene en cambio que indican la intuición de que la muerte sea en verdad un sueño, del que nos costará despertar. Yo no sé qué pensar de todo eso. Me limito a recordar otra referencia, en Donne, a una sábana blanca. Cuando habla, en A su amante, antes de acostarse, un bellísimo poema de amorprohibido que él concibió como una elegía (la 19ª en concreto), del desnudamiento, del despojamiento de las ropas blancas de la amada. Cómo me gustaría comentarlo aquí, despacio y entero, pero… that´s too much! Un hombre contempla, ¡por fin!, como se desviste su amada, como, al despojarse de ropajes y adornos, aparece ante sus ojos, un mundo pleno de belleza, un Paraíso, una terra nova. ¡Completa desnudez! Todos los goces/residirán en ti./Como las almas/descarnadas, han de estar los cuerpos/desvestidos para la dicha. Donne compara la desnudez con un libro místico. Una obra de la gracia. Llega a pedirle a la mujer que se le muestre como se mostró ante la partera. Y termina con estas palabras mágicas: Thyself: cast all, yea, this white linen hence/Here is no penance, much less innocence./To teach thee/I am naked first, why then/What needst thou have more covering than a man (Aparta tú estos lienzos blancos/que no es hora de penitencia, y menos de inocencia./Para enseñártelo, me he desnudado primero, ¿qué mejor manera de cubrirte que con un hombre?). Uf! Tiemblo. No conozco una asociación más devastadora entre amor y muerte, gracia y pecado, cuerpo y alma, superficie (del cuerpo, del arte) y profundidad (del amor). No es tiempo de inocencia. Donne se metaforiza a sí mismo como un sudario al que se aferra para amar/morir. Metonimia de la acción devastadora de la materia corporal. Una acción horizontal y descendente que, en su caída, llama a la gracia. A la gracia de la resurrección.

domingo, 21 de febrero de 2010

viernes, 19 de febrero de 2010

John Berger,2

¿Se parecen las nubes del óculo al olvido?, pregunta John Berger (en la foto) a su hija Katya, al comienzo de su diálogo, en la performance del Prado. Por más vueltas que le doy, no consigo entender el porqué de ese inicio que, a todas luces, parece elusivo o elíptico. "Por dónde empezar…/Hablemos del olvido/¿Es el olvido la nada?/No. La nada no tiene forma y el olvido es circular". Berger pregunta tímidamente, como con miedo a reabrir viejas heridas familiares. Katya responde con la falsa seguridad de la víctima. A ver, el olvido, como dijo Borges, es la meta, ¿no? Lo que queda del hombre, junto con los vermes, dice también el poeta ciego en su poema La prueba. Aquí aparece en cambio como un punto de partida. ¿Por qué? El final es el principio. Para comenzar un diálogo, acaso hay que partir del olvido de algunos dolores. Del olvido y el perdón. "Ya somos el olvido que seremos…", me recuerda atinadamente Lauren Mendinueta, en un comentario pesimista a la entrada anterior. Oblivion, ambos utilizan en su diálogo la palabra oblivion. Qué bella palabra inglesa, de origen latino. ¿Notas cómo declina el sonido, cuando la pronuncias, cómo se va apagando el sonido en la última sílaba? En un momento dado, Katya dice que "oblivion is survival". La elección inconsciente de que sólo lo esencial subsista. Imposible no ver en ese incipit un kyrie y un confiteor, un meaculpa y un acto de reconciliación con el padre, y por ende consigo misma. Un acto de voluntad de perdón. En la literatura latina (Séneca, Lactancio, Livio), el olvido se ha asociado a menudo con el agua: aqua oblivionis, oblivionis fluvius, flumen Oblivio, Léthe. El agua de la vida que fluye es el agua bautismal del perdón, el agua del olvido, la meta, lo que quedará al final. Quedéme y olvidéme/el rostro recliné sobre el amado/cesó todo, y dejéme/dejando mi cuidado/entre las azucenas olvidado (Noche Oscura). De nuevo las azucenas blancas del perdón y el abandono. El olvido no sólo se opone a la nada, sino que tiene que ver con la presencia, con la actualidad que hace posible un diálogo como ése que tuve la ocasión de presenciar, un reencuentro de amor entre padre e hija, hija y padre. El niño es el padre del hombre (Wordsworth). Yo lo he sabido desde el mismo instante en que vi a mi hijo Álvaro, segundos después de nacer. Tómatelo en serio, pensé. Es tu hijo, pero también es tu padre. Victoria, mi hija mayor, con dos años, me abrazaba y yo no podía distinguir quién era el padre y quién era la hija. Así ha seguido siendo, casi veinte años después: ayer se fue de viaje y experimento un doloroso agujero en el estómago. Como cuando llegaba yo a casa del cole y no estaba mi madre esperándome. "El olvido es circular" señala Katya sabiamente en su texto. Como el gesto reflexivo de la Pietá: figlia dil tuo figlio. Como la Trinidad. Pero hay un aspecto del olvido que resulta más que inquietante. Y es que uno puede ahogarse en el río del olvido, y morir en efecto: the death by water. Cuando el olvido, más que circular, es lineal, más que en algo perfecto consiste en un defecto de la memoria. Entonces, ser olvidado es exactamente lo mismo que ser preterido. Quién bien ama, tarde olvida. Y sin embargo, ¡cuántos olvidos! Hace dos días, una persona me escribía que entendía que le había olvidado. O sea, que le había preterido. Me he pasado dos días hecho polvo, examinándome a mí mismo. Naturalmente no es así: lo curioso (el olvido es circular) es que yo tengo idéntica sensación respecto de esa persona queridísima. El olvido y la preterición son inquietantes porque no los dominamos, porque no siempre vienen precedidos del perdón, porque queremos seguir siendo nosotros mismos quienes protagonizamos las cosas de nuestra vida. Bastaría con dejarse llevar, con suspender el juicio, con empaparse del agua bendita del olvido. Los Berger lo han conseguido y me dan una envidia que no acierto a describir (por cierto me fijé que la hija, rompiendo la estricta linealidad de la filiación, llamaba a su padre por su nombre de pila). Yo, lo reconozco, tengo una propensión enfermiza a sentirme preterido y olvidado por aquellos a los que quiero de verdad (y tal vez es la vía por la que hago lo propio con gente que se merecía mucho más de mí; es una forma bastante darwiniana de sobrevivir yo, matando al prójimo). Creo que ahora entiendo un poco el porqué de ese incipit. He necesitado escribirlo, ¿cómo no? Al fin y al cabo, para que se escribe si no es para ir de lo ignoto a la luz sobre algo. La luz blanca que impide el olvido y que permite la supervivencia moral, en un mundo en el que unos a otros nos preterimos con demasiada facilidad y ligereza. Al fin y al cabo, como dijeron varias veces los Berger en su magnífico diálogo: Todos somos todos.
Para terminar, cuando salí de la performance, entusiasmado, tomé una decisión moral importante. Luchar, como Jacob, con el ángel cuya cercanía había sentido, por detrás de mi hombro, toda esa tarde. Al cabo de dos días me di cuenta de que me había equivocado. Pero eso lo contaré, tal vez, más adelante.

martes, 16 de febrero de 2010

John Berger,1

A la vuelta de Madrid, tuve una larga conversación telefónica con una amiga veneciana. Tenemos algunos empeños de investigación comunes, que espero que fructifiquen en los próximos años. Su vida, en este momento, es bastante ardua. Desde hace años, cuida de su padre, anciano y enfermo. Lo cuida con un amor que sale de ella, pero también con un amor que ha recibido como un don. Lo cuida con atención (una palabra que a ella le encanta). Apenas puede moverse de su lado, y lleva así al menos diez años. Es una persona muy viva, llena de proyectos (en este tiempo se ha casado con un hombre maravilloso), y constantemente tiene que renunciar a una parte de ellos, hasta el punto de que no ha dudado nunca en comprometer eso que llamamos "futuro profesional". Su padre está antes que eso, más arriba, más en el fondo de lo que a mi amiga de verdad le importa. Pero, aunque nunca lo reconozca (tiene una elegancia moral que yo calificaría de principesca), la situación le hace sufrir, primero por su padre, segundo por su esposo y, después, muy en tercer lugar, por ella misma. El otro día me contaba algunas cosas de lo dura que se está poniendo la situación últimamente. Entonces le cité una frase que había oído, apenas unas horas antes, en la performance que John y Katya Berger habían realizado en el Museo del Prado. La frase es la siguiente: "Somos los precipitados de aquello que nuestros padres no pudieron olvidar". Me contestó algo que más o menos era esto: "Sí, Álvaro, yo pienso lo mismo; yo no olvido que si vivo es por que mis padres en su día tuvieron un sueño. Un sueño de amor". Sueño y olvido. "El sueño es creativo, y el olvido corroe, penetra, conserva, reduce a polvo." Fue hablando con mi amiga, un día después de oírlo, cuando entendí el alcance de esas palabras privadas que una hija le dice en público a su querido padre, hablando de arte pero también, de una forma muy british, del sueño que aquél compartió un día (o fue una noche) con su madre, la señora Andreadakis, el sueño que le hizo a ella posible, real, que le hizo estar viva (para ver, para pensar, para amar). "Olvidar es viajar a la esencia de lo que permanece", añade, en ese diálogo in coelis, la pequeña/gran Katya. Y su padre, menos elípticamente de lo que parece, le pregunta: "¿Se parecen las nubes del óculo al olvido?" Sí, sí se parecen. Yo recordé entonces el verso de Jouve: Están perdidas todas las moradas. Se han perdido los logros de la nubes. Sueño, olvido, nubes, un óculo en una habitación renacentista. La mirada del hombre tumbado en una cama, al lado de la mujer que ama, con la que ha soñado la vida de otros, pero también el ojo de Dios que mira, con amor condescendiente, como le gustaba imaginar a Nicolás de Cusa.
Recapitulemos por un instante: En el Palacio Ducal de Mantua, Luis de Gonzaga hace construir para su mujer la habitación esponsal más bella del mundo. Le encarga a Mantegna la decoración. Tarda el pintor de Isola di Sopra once años en terminar. Pinta las paredes y hasta las puertas y las cortinas. Pinta una falsa cúpula, un óculo, con putti, con ángeles, con nubes y rostros tan enigmáticos y bellos como los del detalle que he seleccionado. Alguien, en una escena, entrega una carta. ¿De amor? Pinta paisajes, llenos de ruinas y de edificios en construcción. Juega con todo, y sobre todo, con la representación. Y con los exempla antigüos. El resultado es indescriptible, pero, seiscientos años después, un padre y una hija, se quitan unos zapatos toscos (a mí me parecen las botas del cuadro de Van Goch), se tumban ante 450 personas, en el auditorio del mejor museo del mundo, y se ponen a dialogar. Sobre el olvido. Sobre el sueño. Sobre el matrimonio, en una reproducción de la Sala degli Sposi.

sábado, 13 de febrero de 2010

Notas para un diario 156

Anoche, recibí un mensaje de mi amiga libertaria. No lo esperaba en absoluto. A pesar de que me da bastante vergüenza hacerlo, me parece que no me queda más remedio que publicarlo (casi) íntegramente, en este blog. Me lo dirige a mí, claro, pero, conociéndole como le conozco, creo que en el fondo está deseando que lo haga público. Como tantos que en la historia han obtenido un secreto, no puede evitar el deseo de hacerlo correr a los cuatro vientos; como casi todos los místicos, ella tiene algo (¿o mucho?) de exhibicionista: siempre he pensado que si no dijeron más, de sus amores humanos y divinos, fue porque no encontraron las palabras adecuadas para hacerlo, pero que en el fondo lo hubieran deseado (vaya, que han vivido para decir aquello que les había sido confiado). En otras palabras, hablar de la vida interior propia siempre implica un desnudamiento del alma, algo mucho más íntimo y comprometido que el mero desnudarse del cuerpo (ya sé lo que estás pensando: que a quién se le ocurre hacer esa distinción, separar lo uno de lo otro, si en esta vida el cuerpo es la forma corporis humani, y ambos están unidos "matrimonialmente", como muy bien dijo Calderón de la Barca en su más bello auto sacramental: El pleito matrimonial del alma y el cuerpo). Bueno, a lo que vamos, que anoche, después de ver en casa una peli soporífera y banal, al abrir el mail antes de acostarme (nefasta costumbre de la sin embargo no puedo prescindir), me encontré con este mensaje: Ay, Alvarito (me llama siempre así, y la verdad es que a mí me encanta; era algo que hacía mi madre, por cierto con un deje bastante parecido, un medio tono de quien piensa que uno no tiene apenas remedio), la verdad es que no entiendes absolutamente nada. Llevo años intentando que me comprendas, pero ahora me parece que estás cada vez más lejos. Mira, es muy fácil, te lo diré con una fórmula que el otro día, mientras me duchaba por la mañana, y las niñas se peleaban en nuestro cuarto, y comenzaban a llamar a la puerta del baño, en medio de ese pequeño caos doméstico, cuando pensé que podía darme un ataque de nervios, en ese preciso momento en el que carecía de cualquier posibilidad de vivir con una paz externa, oí una voz por dentro que me decía con una claridad mayor que la del agua que corría por mi piel dorada, oí una voz que me decía que me quería, con paz o sin ella, pero "quebrantada por el Espíritu". ¿Lo entiendes? Me quería rota, informe, desmadejada: ya te reconstruiré yo, un millón de veces al día si es necesario. Alvarito, es el lenguaje del deseo, ese en el que nos encontramos solos, cara a cara, con Él. ¿Cuántos corazones crees que tenemos? ¿Cuántos nos han sido dado? No te das cuentas de que sólo tenemos uno, y que debemos querer siempre con él. Por eso hay que mantenerlo puro, pero no intacto, y sobre todo hay que mantenerlo lleno. No pasa nada porque se rompa, una y otra vez, lo importante es dejarse recomponer. Lo peor es la tibieza, ¿lo sabes, no? No debería decirte lo que sentí en la ducha: no oía nada de fuera, pero noté por dentro una llama, una bengala que me devoraba al tocarme, no sabía en realidad si estaba siendo amada u odiada, rechazada o deseada, perdida o ganada, satisfecha o maltrecha, dañada, honrada, beneficiada, avergonzada. No sabía nada, y eso me consolaba. Sin dejar de ser libre, no era yo quien dominaba. Me dejé llevar, pero no te puedo decir más. Duró media hora, creo… Sólo te voy a mostrar una cosa que apunté, nada más volver en mí, en un papel que ahora guardo debajo de la almohada: En cuanto Amor toca a la Amada, come su carne y bebe su sangre. ¿Ves como es mejor que no siga? ¿lo entiendes ahora? Y tú siempre igual, preguntando, sin enterarte de nada. A veces pienso que en realidad no te atreves a enterarte de nada. Pienso que eres de naturaleza cobarde, aunque no te lo reprocho: casi nadie se atreve a dar el salto, y a dejarse hacer por dentro. Es una pena, porque ahí es justamente donde empieza la vida. Más allá de las apariencias, de las formas exteriores que no conducen a nada real. Perdóname Alvarito, que te estoy hablando como un predicador. No te lo mereces. ¿Me perdonas? Yo sólo debo servir a tu alegría, me gustaría servir sólo a tu alegría. Quiero que sepas que no me olvido de ti.
Ese es el mensaje, y puedes creer que me ha costado mucho ponerlo (casi) entero. Sobre todo porque no lo entiendo bien. Lo que no sé muy bien es que papel juego yo en todo eso. Nunca se ha atrevido a decírmelo de un modo directo y comprensible por alguien tan simple como yo. Quizás ninguno, pero por una extraña razón creo que esa persona me necesita para confiarme algo que pocos entenderían. Soy como una especie de lector ideal de lo que escribe, en un mundo en el que ya nadie cree que los amores así sean posibles. Eso me recuerda (ay, estoy largando demasiado) que guardo una nota que me escribió hace muchos años. No sé si lo he dicho ya pero mi amiga fue alumna mía, hace ya varios lustros. Un día estábamos en clase, a primera hora de la mañana, estudiando un texto de San Agustín, el éxtasis de Ostia, para ser más precisos. Yo observé que ella no paraba de escribir. Pensé que estaba tomando apuntes. Me extrañó un poco, porque nunca lo hacía: normalmente se limitaba a mirarme fija y atentamente con sus grandes ojos verdes, vivos e inteligentes. Pero ese día no paraba de escribir. Cuando terminó la clase, me quedé sentado. Tengo la costumbre de quedarme al poste, después de la última hora de clase. Vino hacia mí. Me dejó un papel y me dijo con una voz extraña: "Tome, es para que Usted lo guarde". Cuando llegué a casa lo leí (y por supuesto que lo guardo entre las cosas que más quiero): Te escribo (no voy a intercalar más comentarios al texto, pero ¡cuánto me ha inquietado siempre este comienzo! No hace falta ser un experto para entender la ambivalencia del incipit: ¿me dirige un mensaje escrito o con su escritura está también haciéndome a mí, en algún plano misterioso?, ¿no será que cree que soy su escritura, o que realmente lo soy?) Escribo a ti y escribo tú. Nunca diré bastante lo que (yo) mi escritura te debe. Me dirijo a ti. Eres mi dirección. Cada libro es en cierto modo una carta que quiere ser recibida por ti. Pero no escribo para ti: escribo por ti, pasando por ti, por tu causa. Y gracias a ti cada libro adopta toda libertad. Una libertad loca, como dices tú siempre. La libertad de no parecer, de no obedecer. Pero el propio libro está loco. Tiene su lógica profunda. Pero sin ti yo tendría miedo de no regresar nunca del monte Locura. Pero puedo perderme sin angustia puesto que tú me guardas. No escribo relatos, no escribo discursos, es una máquina poética, la semilla de una frase es poema. Porque tú velas, mi escritura se toma la libertad de escapar a las leyes de la sociedad. No responde a filiaciones. Ejerce el derecho a la invención, a la búsqueda. Sólo se busca lo que no se ha encontrado aún, pero que sin embargo existe. Yo, en mi escritura, te busco.
Como puedes comprender, más allá del exceso adolescente (espero sinceramente que no lea ésto), me quedé estupefacto. Me ha costado mucho entenderle. Aún hoy día no estoy seguro de si le entiendo. Pero cada vez que leo algo suyo siento un calor muy especial. Y un temblor, dada la responsabilidad que ha echado sobre mis espaldas. A veces, para tranquilizarme, pienso que todo se debe tan sólo a que yo le enseñé a leer mejor.
P.S. La foto pertenece al fotógrafo angloalemán Bill Brandt. Se titula 1949, Campden Hill, London.

jueves, 11 de febrero de 2010

Notas para un diario 155


Hace tiempo que no publicaba ningún fragmento de las cartas de mi amiga poeta y mística (a la que por cierto, siempre identifico con el trabajo fotográfico de Francesca Woodman, de la que traigo aquí este autorretrato realizado a la sorprendente edad de dieciséis años). La razón es muy sencilla: hacía meses que no recibía ni una palabra suya (de hecho estaba preocupado por ella) . Quizás no me las manda porque no le hizo ninguna gracia que incluyera en el blog los dos fragmentos que publique en su momento. Nunca he sabido si le molestó que lo hiciera, y mira que se lo pregunté varias veces. Pero a ella no le gusta hablar de cosas concretas ni responder a preguntas directas. Como ya dije, está casada, tiene dos niñas pequeñas, y vive en un país del otro lado del charco, perdida en una ciudad muy pequeña, en parte vive muy cómoda pero en parte soporta condiciones muy duras, de las que por razones evidentes no puedo hablar aquí; desconozco si es feliz o no, entre otras cosas porque sus criterios no son los normales y ordinarios. No sé si dije que era catalana. Por fin, ayer, a mi vuelta de un viaje a Madrid, del que hablaré si me quedan fuerzas en unos días, recibí una nota suya. En este caso no era una carta, propiamente dicha. Era la hoja arrancada de una agenda pequeña. Sin ningún contexto ni comentario. Una hoja cuadrículada. Algunas letras estaban medio borradas, la tinta corrida, aunque el contenido puede leerse íntegro. En un momento, hacia la mitad, me menciona, por lo que pienso que de alguna manera sigo siendo para ella una referencia (que nadie se confunda, es de esas personas que dice te quiero a mucha gente, pero eso no significa lo que puede parecer, y menos en este caso: es muy amiga de mi mujer desde hace años, nuestra relación ha sido exclusivamente de amistad, y no conozco a una persona más recta y limpia que ella). No tengo ni idea de en qué lío se ha metido ahora, pero me lo puedo intuir, a partir de lo que dice y de lo mucho y bien que la conozco. Habla de un hecho que le ha marcado o dolido, pero no me dice de qué se trata. A pesar de que es algo muy incompleto, y puesto que me encanta como escribe, con qué desgarro sereno, con qué valor, reproduzco aquí el fragmento tal y como lo recibí anoche. Todo sea que me la cargue, pero me voy a arriesgar porque creo que me lo agradeceréis: Me han arrancado el corazón, y lo necesito. ¿Cómo voy ahora a querer a nadie, especialmente a J. y a las niñas? Ahora odio a todo y a todos. Sólo siento odio. No me queda nada que darles. Ha pasado apenas un día y cada vez es peor. Noto que la angustia sube desde el fondo de mi ser, y lo va invadiendo todo. La angustia hace su trabajo implacablemente. La nada. El vacío sube desde lo más bajo y me ahoga. Me empieza a costar que pasen los segundos. Conozco esta sensación depresiva, y la temo tanto. Me ha producido, alguna otra vez, tal devastación, que lloro sólo de pensar lo que me aguarda para las próximas semanas, meses, quizás años. El tiempo no avanza. Se congela. Y me deja helada. No sé que hacer. ¿A quién se lo cuento? "Cuéntamelo a Mi" A veces no sé ni donde sentarme. Ni que decir; ni que escribir. Arranco cada palabra (éstas mismas que estoy garabateando, y que acaso sean las últimas que escriba) con gran esfuerzo. Cada palabra que escribo es una palabra menos que me queda. La angustia trae el silencio, pero es un silencio oscuro, tenso. Lleno de vacío. Al, dime qué voy a hacer cuando ya no me queden palabras. ¿Cómo voy a decirte, a escribirte, que te quiero? Cuándo llegue ese momento, la nada habrá obtenido su victoria definitiva. Lo único que sé es que donde antes había amor, ahora no habrá nada. Ley y Nada. Aniquilación. De-creación. Y la nada crecerá, engulléndome primero a mí. Después a mi escritura; más tarde devorará toda mi vida y a toda mi familia. Tengo pánico y no sé a quién o a qué acudir. No quedará nada de nada. Piedra sobre piedra. Soledad. Dolor. Angustia. Dolor en el pecho. Dolor. Muéstrate Madre. (Mi amiga no tiene madre: así que supongo que está llamando a su madre muerta; pero en realidad no sé seguro a quién llama).

lunes, 8 de febrero de 2010

En torno al Guernica

Por su interés excepcional, subo aquí el artículo que ha publicado hoy en ABC Tomàs Llorens, acerca de las maniobras que desde el Museo del El Prado se están realizando para que El Guernica de Pablo Picasso sea instalado en el museo madrileño:
¿Por qué está el «Guernica» en el Reina Sofía? Porque es nuestro museo nacional de arte moderno. La respuesta es evidente; y, sin embargo, ¡cuánto ha costado!, ¡qué difícil ha sido y qué difícil parece seguir siendo!
Hagamos un poco de historia. El primer antecedente de lo que es hoy el Reina Sofía fue creado, con el nombre de Museo de Arte Contemporáneo, en 1894. En el preámbulo del decreto fundacional se aludía a la necesidad de un museo que estudiara y expusiera «con orden y método» las obras de arte contemporáneo que, «mal acondicionadas y no bien clasificadas, se han reunido en algunas de las salas del Museo Nacional del Prado». La alusión al «orden y método» es reveladora. Nos habla de la influencia del modelo francés en la creación de un sistema museístico de ámbito nacional, organizado con criterios de racionalidad científica (por disciplinas especializadas) y administrativa (con atribución centralizada de los recursos).
Conviene decir enseguida que el Museo de Arte Contemporáneo tuvo una vida difícil. Nunca dispuso de recursos suficientes, y, lo que es peor, sufrió a lo largo del siglo XX varias extinciones y refundaciones en las que, cada vez, sus colecciones se integraban o se volvían a separar, de modo generalmente confuso, de las del Museo del Prado. Con el nombre de Museo Español de Arte Contemporáneo (MEAC) estrenó su primer edificio propio y fue inaugurado por Franco en 1975, en un momento demasiado tardío de la historia del régimen como para que la institución resultara aceptable en el mundo de la cultura. El sentimiento de frustración se focalizaba en una carencia monumental: Picasso. Y la tensión era tanta que condujo a los responsables del proyecto a concebir la idea de pedir el «Guernica» al propio artista para instalarlo en el nuevo museo. No es difícil adivinar las reacciones sarcásticas que suscitó esta quimera dentro y fuera de España. Bastaba imaginar la fotografía del día de la inauguración con Franco frente al cuadro, contemplándolo (o viceversa, como pintó Equipo Crónica esa confrontación en 1969).
Y sin embargo en 1981, con Suárez como presidente del Gobierno, se produjo el hecho que pocos hubieran creído posible en la década anterior. Llegó el «Guernica». Se instaló en el Casón del Buen Retiro. Se dijo que era deseo de Picasso que el cuadro estuviera en el Prado; aunque la verdad era que las únicas instrucciones que el artista había puesto por escrito antes de morir no decían nada al respecto. Hay que reconocer, por otra parte, que en 1981 difícilmente cabía otra opción. ¿El MEAC? Era una institución estigmatizada, inviable. Un problema. Un problema que abordó el gobierno siguiente, el primero de Felipe González, con Solana como responsable de cultura. Ese fue el gobierno al que correspondió iniciar el proceso de transferencias a las Comunidades Autónomas y en ese contexto el viejo concepto de sistema museístico estatal había adquirido un nuevo sentido político, ya que los padres de la Constitución lo habían situado en el centro del equilibrio competencial diseñado para el ámbito de la cultura. Y para el mundo del arte el caso más urgente que había que resolver en materia de museos era el MEAC. Todo el mundo estaba de acuerdo en que había que refundarlo, cambiar su nombre y emplazamiento y mejorar sustancialmente sus colecciones. Hacia 1986 el Ministerio comenzó a trabajar firmemente con la hipótesis de un nuevo museo instalado en el antiguo Hospital de Atocha. Poco después, para orientar el proyecto, se constituyó una comisión de expertos. El informe final de esa comisión, redactado a comienzos de 1988, recomendaba que la colección del nuevo museo se ampliara y se reestructurara de acuerdo con la historia internacional del arte del siglo XX, aunque leyéndola desde la perspectiva de los principales artistas españoles del siglo, especialmente Picasso. En el centro del museo, y en esto el informe era claro y preciso, debía estar el «Guernica». Junto con los demás miembros de la comisión subscribieron el documento (además del autor de estas líneas), Simón Marchán (principal redactor del texto) y Plácido Arango (actual presidente del Patronato del Prado).
El resto de la historia es más conocido. El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía fue creado por Real Decreto de 27 de mayo de 1988. Ajustándose a las recomendaciones de la comisión asesora, el decreto fundacional preveía la posible integración de «las obras de arte del siglo XX» que se encontraban en el Prado. El Reina Sofía se inauguró en noviembre de 1990 y al año siguiente, con Solé Tura como ministro y María Corral como directora, el «Guernica» entró en la sala que tenía reservada en el edificio de Atocha.
La adscripción definitiva, sin embargo, llegó más tarde. Desde el Prado se alegaba, no sin razón, que, aparte del «Guernica», había numerosas obras de comienzos del siglo XX cuya adscripción a uno u otro museo planteaba dudas. Para resolverlas, la ministra Alborch, sucesora de Solé Tura, creó otra comisión, de la que formaban parte, entre otros, Alfonso Pérez Sánchez, Valeriano Bozal, José Guirao y Alfredo Pérez de Armiñán. La propuesta que finalmente se adoptó por unanimidad fue la de Pérez Sánchez. Se basaba en dos principios: mantener reunida la obra de cada artista, y atenerse a la cronología del modo más estricto posible, ya que era un criterio objetivo y preciso que minimizaba el ámbito de discusión. Fue así como, por Real Decreto de 17 de marzo de 1995, quedaron adscritas al Reina Sofía las obras de arte de titularidad estatal creadas por artistas nacidos a partir de 1881 (año de nacimiento de Picasso).
Hoy parece que al Prado le resulta incómoda esa demarcación. Se cita a veces el contraejemplo de otros museos, como el Metropolitan de Nueva York, que no tiene establecidas fronteras cronológicas respecto de sus museos vecinos, especialmente el MoMA. Pero la comparación es inadecuada. Tanto el Metropolitan como el MoMA son organizaciones independientes, constituidas por iniciativa particular y a partir de recursos aportados por personas particulares. El Prado y el Reina Sofía, en cambio, son organismos estatales. Sus recursos, empezando por sus colecciones, vienen de la misma fuente: el Estado. Parece razonable que, en aras de un uso eficiente de esos recursos, el Estado les atribuya ámbitos de competencia claramente delimitados.
Pero además conviene hacer otra consideración. Para la historia del Reina Sofía, el decreto Alborch de 1995 constituye un hito importante. Como todo el mundo sabe, los años iniciales del museo fueron conflictivos y la institución sólo salió de ese período difícil gracias a un pacto parlamentario cuya ocasión más concreta fue precisamente la redacción de ese decreto. Era natural que fuera así, porque con la adscripción duradera del «Guernica», el museo era otra cosa. Y, efectivamente, a partir de entonces todo cambió. Los órganos directivos gozaron de más estabilidad y, durante al menos un decenio, la institución contó con un apoyo presupuestario generoso. Fue así, bajo la dirección de José Guirao (Miguel Zugaza lo recordará bien, porque fue subdirector del Reina Sofía con él) y bajo la de Juan Manuel Bonet, el museo fue constituyendo un corpus de pinturas y esculturas que le permitieron empezar a construir un discurso histórico creíble articulado, de acuerdo con el proyecto inicial, alrededor del «Guernica».
Derogar el decreto de 1995 para que el Prado cuelgue el «Guernica» en sus paredes, supondría pues desandar un largo camino que ha costado un esfuerzo colectivo considerable. Sería fácil hacerlo. Bastaría con una decisión del Consejo de Ministros. Pero lo que sufriría, y es importante tenerlo en cuenta, no sería sólo el Reina Sofía (un museo que, siguiendo el ejemplo desastroso de sus precedentes del siglo pasado, habría de ser refundado otra vez), sino el significado mismo del «Guernica». Fuera de su contexto histórico artístico natural, debilitado el discurso con el que, poco a poco, generación tras generación, vamos descubriendo y construyendo su sentido, la obra maestra de Picasso acabaría convirtiéndose en una imagen tópica y desgastada. ¿De verdad es eso lo que queremos?

domingo, 7 de febrero de 2010

sábado, 6 de febrero de 2010

El desayuno de la oración


Una persona sabia, a la que quise entrañablemente, me dijo poco antes de morir que, después de setenta años intentándolo diariamente, no estaba en condiciones de afirmar que alguna vez en su vida, fuera por un instante, hubiese conseguido en efecto rezar. Enseguida me di cuenta de que me estaba transmitiendo una verdad. No me lo dijo con amargura: él lo fiaba todo a aquel en quien creía con todas sus fuerzas. Se trata de alguien que tenía una fe que se podía cortar con tijeras, que llevaba luchando toda su vida para vivir vida sobrenatural, que amaba a Dios (y a los demás, por cierto), que confiaba en Él, que esperaba en Él. Esa frase se acordaba de tal modo con mi propia experiencia, que es una de las grandes luminarias/oscuridades de mi vida. A día de hoy no sé si me hizo un daño irreparable, o si por el contrario me abrió definitivamente a esa realidad inmensa, misteriosa, infinita que llamamos oración: algo que se presta, por lo demás, a ser banalizado, con las mejores intenciones. Y no lo digo sólo por nuestro presidente. No sólo.
(En la foto, un soldado israelí en la frontera de Gaza)

jueves, 4 de febrero de 2010

Notas para un diario 154

Entrada 700 de este blog. Et à quoi bon? Ni idea. Lo cierto es que el otro día leí un poema erótico (en el penúltimo número del NYRB, a mi juicio de verdad "la revista de libros" por excelencia, una de esas publicaciones que vive un momento realmente mágico que hay que aprovechar, porque esas cosas se acaban) que te copio a continuación, en una traducción mía y muy libre: Un animal. No muestres lo celoso que estás. No/muestres hasta que punto te preocupas./No pienses que el manojo/de flores que tiene en su mano, conecta esa mano contigo./No cierres los ojos y beses los labios/ burlones. No te retuerzas, tocándote/como un mono. No pongas tu boca/en el lugar inmundo que cambia todas las cosas./No pronuncies dos veces el monosílabo que es el signo de la sumisión perruna./ Y menos aún te presentes después, sarnoso y con respiración de viejo, olisqueando/cada agujero. Y no pienses –cuando toques su pelo,/chupando y sorbiendo y siendo sorbido, en el mismo/instante, ya nunca más solo –porque vosotros/sois dos animales perfectos como uno. Menudo poemita, para atizárselo de par de mañana. El poeta, del que apenas sé gran cosa, se llama Henri Cole pero, qué más da; sí algo dejan claro estos versos es que la poesía (como todo el arte) es una tarea colectiva. Pero alguien tendrá que escribirlo, ¿no? Sí, pero no exageremos la importancia del mensajero. Yo diría, con el inexistente Homero, que más que alguien es nadie quien debe escribirlo. Nos persigue una hipertrofia del yo. Eso es, entre otras muchas cosas, en lo que pensaba ayer al leer tus cuentos. Creo que, teniendo en cuenta el modo en el que me identifique con los gestos, las penas y la forma de mirar que tiene el narrador ese que te has inventado, puedo afirmar claramente que son buenos. Me estaban leyendo a mí, y al mismo tiempo me sentí unido a ti de una manera material, corporal, física. ¡Qué raro! No sé muy bien como explicarlo, y sólo me salió mandarte un mensaje con una bastez. Espero que hayas sabido perdonarme, y sobre todo, que me hayas entendido. Hay veces que unas palabras, en este caso las tuyas, tienen una capacidad de evocar cosas que se pueden oler, tocar, acariciar. Hay una escena en la que alguien contempla a su novio mientras duerme y piensa esto: "A veces, cuando me despierto por la noche y lo veo a mi lado, le miró con esa ternura con que despertaría un hijo y me doy cuenta de que todo es un error. Esto no se corresponde con el amor con letras mayúsculas en el que siempre he creído". Recordé una frase muy similar de Katya Berger, en el diálogo que mantiene con su padre a propósito del Tiziano: "Lo que hace que un cuerpo te seduzca, o una página escrita te absorba hasta que te sumergas en ella, o que un lienzo viva, se mueva, hable e irradie algo que te atrae a su propio espacio es, en todos los casos, su peculiar forma de ser ellos mismos, de ser inseparables de sí mismos. De que les importe un comino los mirones. De no someterse a nadie. De ser ellos mismos como si estuvieran solos en el mundo (…) Lo que les encanta a los hombre de la sensualidad femenina –implique o no el acto amoroso– es la forma en la que los gestos de la mujer, sus entonaciones, su presencia, surgen de las profundidades de su ser, de su niñez, quizá, de lo que es en sus propios sueños, de lo que puede ser cuando está durmiendo sola. Al hombre le entusiasma haberlo presenciado. Lo que digo les ocurre también a las mujeres, pero me he preguntado con más frecuencia qué es lo que ha atraído al hombre que está echado a mi lado que al contrario, hasta el punto de que a veces parece que conozco mejor a los hombres que a mí misma. (…) Cada gesto de la mujer es la suma de todos sus gestos secretos, y lo que deleita al hombre es conocer ese secreto. ¿Y al contrario? Creo que el placer de la mujer tiene que ver más con el hecho de revelar su secreto, con el hecho de despertar algo que estaba oculto y dormido (…) La mujer se parece más a la página que invita a su lectura, al lienzo que atrae la atención, que al hombre. Tal vez es por eso por lo que su cuerpo ha sido tan profusamente representado en el arte. No sólo porque la mayoría de los artistas han sido hombres, sino también porque hay algo esencial en la relación entre los sexos: la mujer inseparable de sí misma, y el hombre vigilándola, deleitándose en su proximidad". No sé qué pensar, pero ayer tarde, al leerte, recordé esas frases emocionantes. Lo que no puede decir nadie es que aquí hay ideología de género. No. Es el viejo tema del amor. De éros y tánatos (como en la maravillosa talla borgoñesa de Sluter con la que he querido ilustrar esta entrada; supongo que te habrás fijado en la delicadeza con la que la figura posa su mano sobre el pecho, justo en el lugar del corazón…). Yo, por de pronto, me voy el lunes a Madrid a escuchar a padre e hija hablar en el Museo del Prado.

martes, 2 de febrero de 2010

Notas para un diario 153

Va entrando febrero, éste sí que es el mes-más-cruel, que nos recuerda que nuestra primera cuna fue "el centro de la tierra/que ha de ser nuestra sepultura/donde el nacer y el morir/son dos acciones tan en una/que no son más que pasar/desde una tumba a otra tumba" (Calderón), y noto que hobby-horse está medio emboscado, un poco aparte, entre cortinas oscuras, mostrando sólo un lado de sí mismo, sin saber muy bien si relinchar o no, si tomar su lugar habitual en la escena, o si parapetarse para siempre detrás de los velos que nos permiten parecer quienes somos, cara a los demás. Quizás ha influido mucho en esta incertidumbre el hecho de que llevo al menos diez días oyendo, sin parar, el concierto que Stan Getz y Joao Gilberto grabaron en vivo en el Carnegie Hall de Londres el 9 de octubre de 1964, y que es algo que no sé muy bien cómo explicar la fuerza que tiene, y el tipo de sensaciones que provoca en alguien como yo. Oyélo, escúchalo, por favor, criatura luminosa. Oyélo, hoy, que es tu día, la fiesta de las candelas, la candelaria, dos-de-febrero, la fiesta de la luz. Y qué misteriosa eres, luz, quinto elemento, onda y corpúsculo, principio y final, que a veces me ciegas y que apenas das calor. Te diré que yo no me extraño, he leído lo suficiente para saber que quienes esperan que la salvación venga de la luz se equivocan; lo dijo Amós (cf. 5,18-19), será tinieblas y no luz, oscuridad y no resplandor. Por eso, yo también me oculto, porque prefiero vivir así, medio a oscuras. Te copio una cosa: "Con su imagen de las tinieblas divinas inaccesibles a la experiencia de la luz, el Pseudo-Dionisio abrió el camino para una mística cristiana propiamente dicha que ve su punto culminante no en el logro de la interiorización, sino en una experiencia que es un sufrir la oscuridad divina que se apodera del hombre, lo arrebata más allá de sí mismo y exige de él no solamente su razón, sino, más todavía, su amor". Impresionante, ¿no? Es la luz inaccesible que Él habita (Pablo a Tito, 6,6), la "noche oscura" que sigo explicando, cada año, en clase, el "no saber", el "no ser nada", la "nube", la niebla rodorediana, el anatolé, el amanecer o la aurora de María Zambrano, ese instante incierto y tembloroso, cuando el sol comienza a elevarse, al alba, y por unos momentos uno puede decidir si ofrece el día, y se pone del lado de la luz, o se mantiene, pasivo, en la noche que le ha rodeado ocho horas, en el hades, en la tiniebla del sueño luminoso y oscuro. Esto último me ha quedado demasiado gnóstico, maniqueo y sectario, que si hijos-de-la-luz, hijos-de-las-tinieblas. Yo prefiero el segundo plano, el tiempo intermedio, no decir demasiado, esperarlo todo de quien no es luz sino luz-de-luz. En fin, te dejo que veas una joya que he encontrado: una canción de Modesto Mussorgsky, de su obra La habitación de los niños, dedicada a un caballo de madera. Como no sé ruso, se me escapa algún matiz de lo que dice, pero capto lo esencial (la cantante es extraordinaria), y en todo caso me confirma una vez más que el título de este cuaderno-de-condenado no puede ser otro que el que es, y que lo único que puedo hacer, por ahora, es seguir cabalgando en mi chisme de madera, sin avanzar hacia ninguna parte, como un niño que espera (la muerte) jugando solo en su cuarto.