Ha muerto Rafael Conte. Lo siento. Durante unos años, primero en el ABC y después en El País, leí con interés sus críticas de libros. Conte era un periodista. Conte era un crítico. Y su trabajo reflejaba ambas cosas de una manera ejemplar. No era George Gusdorf ni Jean Starobinski, pero a su favor hay que decir que tampoco lo pretendía. Era un buen lector, con sus filias y sus fobias, desde luego. Pero también hay que subrayar que permanecía abierto. A veces empleaba tres cuartas partes de su crítica en hablar del autor, de otros autores afines, de todo y de nada, y al final, en un párrafo, decía algo sobre el libro en cuestión. ¿Los leía? ¿No los leía? ¿quería respetar el libro y no destriparlo? No lo sé, pero me da igual. Era su forma de trabajar. Y de paso uno aprendía las cosas de la literatura. Lo que sí me parece es que escribía bien, con eficacia, con una cierta agudeza y con sentido de la palabra, algo que no siempre puede decirse de quienes escriben en las páginas de libros de la prensa nacional. Otra gran virtud de Conte, junto con su apertura y su pasión literaria y verbal, era su fidelidad a gentes raras y olvidadas, ejemplos hay muchos pero me limito a señalar los dos más sangrantes de la literatura española: Jiménez Lozano y Cristóbal Serra (ninguno en la Academia, para vergüenza de la Institución presidida por García de la Concha, ninguno aceptado por la progresía, ninguno en el canon oficial, siendo como son, ambos dos, los más grandes de entre los vivos).
Conocí personalmente a Conte. Le mandé mi Green. Adoraba a Julien Green y mi libro le gustó. Cuando nos vimos, lo primero que me dijo fue: "Se acuerda Ud. de lo que le dijo Bernanos a Green en cuanto se conocieron, con Léviathan en la mano?". Me acuerdo perfectamente, le respondí (Courage Green, c´est bon, c´est tres bon). "Pues yo le digo a Ud. exactamente lo mismo sobre su libro". Hablamos durante horas, paseamos por el Retiro, comimos, nos carteamos. De repente, te interrumpía y te preguntaba algo como: "Vamos a ver, Alvaro, Ud. está pour ou contre?". Yo a eso no le respondí, no quería traicionar a Proust. Recuerdo que le dije: Desde luego Ud. está pour. Y añadió con la rapidez que le caracterizaba: Je suis pour, mais pas plus que Marcel. Otro día, comiendo con un amigo común al que no sé porqué he dejado de ver, sacó de repente tres papeles y nos propuso que escribiéramos los a nuestro juicio 10 escritores más importantes del siglo XX. Coincidimos en casi todos los tres, con excepciones. Conte había puesto a Thomas Mann y a Cortazar, y yo, en cambio, a Musil y a Rulfo. Me miró con ternura y comprensión, acaso con una sana envidia.
Conte era humilde. Yo no encuentro en la prensa muchos críticos así. La humildad, también en esto, es esencial, y lo comprenden muy pocos. Mercedes Monmany, del ABC, es una excepción. De más de una manera, sigue quizás sin saberlo la estela de Conte. También por su rigor y su profesionalidad. Por ponerse al servicio del libro que comentan y de los lectores que buscan pistas y orientación. Saladrigas, en La Vanguardia. Rafa Narbona en El Cultural de El Mundo. Personas con un ego lo suficientemente pequeño (o controlado) como para que resplandezca, en lo que escriben, su inteligencia (e incluso su bondad). Les admiro y envidio por eso. Y me gustaría aprender de ellos.
2 comentarios:
Álvaro, pareces reflejar tus propias valoraciones y refrendar tu forma de entender las cosas en la forma de abordar su trabajo Rafael Conte. Desde luego, no hay ninguna acritud en lo que digo, pues me gusta ver que aún quedan (quedaban, que los había, vamos) gentes que reivindican a los raros y olvidados: estoy totalmente de acuerdo en el tema del rasero de la progresía.
Y otra más, ahí estoy contigo: mejor Musil y Rulfo que Mann y Cortázar.
En realidad, creo que en el fondo me ha sucedido que he visto algo respaladados mis propios juicios al leer este justo y bien traído homenaje.
gracias por tus palabras, tan generosas; Conte y yo partimos en realidad de planteamientos muy distintos en muchas cosas; pero, en fin, habría mucho de que hablar
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