El miedo y la angustia tienen que ver con la seguridad y la parálisis. Cuando permanecemos anclados en una posición y queremos mantenerla inamovible, entonces aparece el miedo a la vida cotidiana, que no es más que un señuelo –es cuando empezamos a marearnos y a perder el equilibrio físico– del miedo a la auténtica vida, la que comienza con el reconocimiento del misterio incognoscible de la muerte.
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