Estas palabras que te escribo son, desde luego, una especie de Prièr d´insérer, o sea, un Se ruega insertar, acaso el único género en el que me encuentro más o menos a gusto (como dicen en mi tierra de adopción). No todos los hombres mueren igual, escribió el gran Derrida (Aporías), y yo, que siempre me preocupó la vida mucho más que la muerte, por aquello de que la tengo más a mano (la mano que uno puede levantar contra sí mismo si es necesario, si es compulsory, como se dice en inglés, perentorio en castellano), digo que no todos los hombres viven de la misma manera: en concreto yo, pies de nácar, ya no sé si vivo o muero porque no vivo. La verdad es que ha sido patético darte a leer aquella historia terrible, sucia, una historia de hocicos, decías tú, con la precisión literaria y crítica que te caracteriza, pero que al mismo tiempo necesitaba que leyeses (qué haría yo sin el subjuntivo, que tanto contribuye a desobjetivizar la cosa), y no me preguntes porqué pero lo necesitaba como el beber, de la misma manera que el protagonista bebe de la fuente oscura de la mujer del cuento, hasta que de tanto quedar saciado consigue que la fuente vuelva a manar su leche, su miel y su hiel, estoy viendo perfectamente tu cara de asco, ante tanto engolfarse en la natura naturata. La verdad es que resulta paradójico que seas tú, la que todo lo ha probado y experimentado, la que me digas que no haga locuras, que me mantenga en mis trece, joder que fácil es hablar cuando se va por libre en medio de la dantesca selva erronea e oscura di questa vita. Me he preguntado mil veces, entre ayer y hoy, por la necesidad que tenía de que leyeras eso, y a parte de que sé que eres la única persona que no me juzga, y de la necesidad íntima de compartir contigo esa especie de secretum petrarquesco, me alegra el hecho de que hayamos llegado a esa misma conclusión, cada uno por su lado: frente a lo que el autor denomina absolutismo judío, y que yo creo que se puede traducir, en ese contexto erótico, en que en realidad no es que tengamos un cuerpo, sino que somos un cuerpo, no se puede olvidar tampoco que somos un espíritu, y que en realidad nosotros somos nuestras circunstancias biográficas, sociológicas, etc, y que vivir no es sino esperar(se) en los límites de la verdad. Sí, de acuerdo, pero escúchame una cosa, siendo eso cierto, te aseguro que hay un momento en la vida en que deseamos la objetivización hasta el tuétano mismo de nuestro ser; como decía mi querido Julien Green, on se fatigue d´ être soi-même, y lo único que queremos es desnudarmos, como esas figuras de la Woodman (ver la foto; no sé a vosotros pero a mí me recuerda hasta la nausea el bushiano y aznariano Abu Grahib), acaso con un caperucho sobre la cabeza. Supongo, flaca, que algo de eso es lo que te quería decir; no era, de verdad, una invitación a nada, ni siquiera una sugerencia, ya me conoces, era sólo una manera de decirte tímidamente algo que te he escrito en la dedicatoria del libro que te he mandado, y que sin ningún rigor voy a reproducir aquí: te decía que hablar contigo, mantenerme cerca de ti, con toda mi evidente maladresse, se convierte en otra manera de volver a mí, eres como un espejo que me devuelve mi imagen, pero una imagen mejorada, sosegada, menos neurótica y angustiada; produces en mí un indudable efecto catártico y eso se debe a que eres seguramente la persona más honesta y limpia que me he encontrado nunca, aunque parezca que yo me empeñe en ensuciar todo lo que nos afecta. In other words, I´m always waiting for you because you´re a part of my life. Por ahora lo dejo aquí, bruja buena, pero te prometo que mañana sigo con este discurso entrecortado que llevaba dentro desde hace días y que todo este rollo del libro dichoso no me ha permitido sacar a la luz.
2 comentarios:
Estoy enganchada a estas notas...
pues no sé que decir a eso, la verdad, además de gracias
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