sábado, 28 de marzo de 2009

La literatura es otra forma de vida 3

En estas últimas entradas, empiezo a comportarme como un niño con una muñeca rusa, pero al revés: en vez de abrirla para descubrir, en su interior, otra muñeca que a su vez contiene otra muñeca más pequeña, que al abrirse contiene otra… en vez de eso, digo, voy cerrando las muñecas pequeñas y recubriéndolas inmediatamente con las mayores, que se convierten para ellas en algo así como el capote del cuento de Gógol. Lo digo porque ayer, antes de hablar de Michelstaedter, me fue necesario escribir sobre Duchamp (¿cómo no había caído antes en que la obra de Vila-Matas nace de una lectura más que particular, visual, del artista francés?), y, hoy, antes de hacer lo propio con el autor del Gran Vidrio, me resulta obligado dirigir la mirada a la obra de la Baronesa Blixen (en la foto): la gran Isak Dinesen, la escritora de las parábolas que más y mejor han ilustrado la cuestión de la identidad (¿existe en castellano la palabra des-identidad?) del artista.
No hay una sola historia de la Dinesen/Blixen, empezando por la suya propia, inmersa en ese juego, imposible de descifrar, con sus nombres y pseudónimos, que no trate a fondo la aporía de la vida y el arte. El primer cuento del Cardenal, La historia inmortal (Magdalena: ¿sabías que Orson Wells hizo para la televisión francesa una maravillosa versión cinematográfica, que por cierto rodó en Chinchón, sí, sí como lo oyes, esto se parece cada vez más a un programa/anecdotario de Garci; ¿pasearemos alguna tarde por sus soportales?), Ecos, El acre del dolor, La página en blanco (éste último es algo realmente impresionante).
A veces pienso que nadie que no posea el genio que tenía la dama de Rungsteldung, es decir casi nadie, debería hablar de una cuestión tan seria como ésta. A mí me emociona pensar en lo que ocurre por ejemplo con el personaje de Babette. Como sabéis, Babette había sido una aguerrida communard. Cocinera en el mítico Café Anglais de París, su implicación política la condena al exilio. La fatalidad le obliga a aceptar un trabajo inferior: atiende a unas ancianas a las que prepara las comidas más sencillas y elementales. Ella, que ha deleitado a los paladares más exquisitos del mundo, se ve condenada a preparar, día sí día también, las mismas insípidas gachas para dos ancianas de Cristania. Un buen día, recibe una carta que contiene un premio: 10.000 francos del juego de la lotería. Se le ocurre ofrecer un regalo a las personas que le han acogido en la adversidad. Ellas no están dispuestas a aceptarlo. Babette, que nunca les ha pedido nada, tras doce años de servicio, se lo suplica encarecidamente. Las ancianas aceptan, a regañadientes. Babette viaja a Francia. Reúne todo lo necesario para preparar una cena, en la que desplegar su arte. El resultado es prodigioso. Las señoras y sus convidados no olvidarán nunca semejante festín. Casi de madrugada, acuden a la cocina a felicitar a Babette y a darle las gracias. Están un poco tristes pensando que, ahora, con su nueva situación económica, tras el premio, les abandonará y volverá a Francia. Creen que ha sido otra cena de despedida. Pero ella lo niega: "si ya no me queda dinero". ¿Cómo? Nadie entiende nada. ¿Qué ha sido, pues, de aquella cantidad astronómica? Muy sencillo: me he gastado hasta el último de los diez mil francos en la cena que les he ofrecido. Ese era mi regalo. Mi arte. Mi entrega. Mi vida.
Querida Babette –dijo suavemente una de las ancianas–, no ha debido desprenderse de cuanto tenía por nosotras.
Babette dirigió a su señora una mirada profunda, una mirada extraña. ¿No había piedad, incluso burla, en el fondo de aquella mirada?
–¿Por ustedes? –replicó–. No, ha sido por mí.
Se levantó del tajo y se quedó de pie ante las hermanas.
–¡Yo soy una gran artista! –dijo. Calló un momento y luego repitió–: Soy una gran artista, Mesdames.
Otra vez, durante largo rato se hizo un profundo silencio en la cocina. Luego dijo la otra anciana:
–Entonces, ahora será pobre toda su vida, Babette.
–¿Pobre? –dijo Babette. Sonrío como para sí–. No, nunca seré pobre. Ya les he dicho que soy una gran artista. Tenemos algo, Mesdames, sobre lo que los demás no saben nada.
Continuará.

3 comentarios:

Leibovitz dijo...

Sin ánimo de interrumpir, que veo que la saga va para largo, te invito a que hagas un "pause" musical con esta versión que estoy segura va a volver/os loco/s a más de uno...

http://www.youtube.com/watch?v=MwDqxWKD6E8

Alvaro de la Rica dijo...

vale, entendido, que ya me callo con el rollo de la vida y la literatura: esta noche pongo la canción; gracias!!!

paisajescritos dijo...

Álvaro, no puedo detenerme como quisiera, pero no sabía lo de Orson Welles, yo siempre había oído que había rodado alguna escena de "Campanadas a medianoche", y ya puesta a googlear he visto que estuvo primero con las campanadas y dos años más tarde vino al rodaje que mencionas. Habrá que verse por aquí ¿verdad?