No estoy a gusto sin mi esposo, le sigo extrañando tras quince años tanto como el primer día. Vivir sola me gusta, me agrada dar vueltas por la casa, miro al patio o más allá, hacia los álamos, me embriaga el silencio. Tengo miedo al silencio, giro el botón que le dará sonido a mi radio, oigo incluso los anuncios, los oigo, no los escucho. No necesito conversaciones, sino voces, dejo que las voces ajenas llenen mi casa, puedo trabajar mejor, hace menos frío. Porque tengo muchos amigos, la gente me considera de carácter sociable, en realidad soy una eremita, estoy a gusto en compañía y al final renuncio con gusto a toda compañía. Hago escaso uso del teléfono, la idea de vivir sin él es pavorosa, sin conexión, sin buenas tardes, buenas noches. Estoy a gusto sola al aire libre, ir al teatro sin acompañante me entristece, ver una película sola me parece la cima de la melancolía. Recibo las buenas noches de los presentadores de televisión, estoy feliz de verles desaparecer cuando finaliza la emisión, cuando llega la oscuridad, estoy a gusto sola en la oscuridad. Estoy a gusto en la habitación oscura, me basta la poca luz de la calle, y el cigarillo, la chispita de vida.
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