miércoles, 4 de marzo de 2009

Marina Tsvetáieva 2

Me podría pasar un año escribiendo a diario sobre Marina Tsvetáieva. Es una tentación irresistible pero yo me voy a resistir. Luego me dicen cosas horribles como que escribo siempre sobre muertos que no interesan a nadie, que escribo sobre otros, que escribo como un viejo, y otras lindezas así. Pero, ¿qué puedo hacer si para mí esos muertos están vivos, si están más dentro de mí que yo mismo, si para mí son una fuente de juventud eterna? Tendría que volver a nacer… Quizás, pero eso nos mete en el discurso religioso, y tengo amigos que también me critican esa obsesión de tiempos pasados.
Conste que no reniego de ninguno de mis amigos, siempre que me digan las cosas, ¿cómo era? ¿qué palabras utilizaste para no ir al corazón del asunto?, "con franqueza", creo que fueron exactamente tus palabras, sí, aquellas que me escribiste a propósito de no sé que clase de injusticias.
A propósito de la primera entrada sobre Tsvetáieva, otra amiga me escribe sobre ese gran libro que es El poeta y el tiempo. Dice que es uno de los mejores libros sobre poesía que se han escrito jamás. Y qué razón tiene. Vivir en el fuego es realmente una amplificación del mismo libro. Todo nace de los cuadernos de trabajo de Marina. En ambos casos la traducción se debe a Selma Ancira, la gran traductora del ruso afincada en México, a la que desde aquí me gustaría mandarle un abrazo agradecido y fraterno.
Lauren, en su comentario, habla de injusticia con la obra de la Tsvetáieva. Cierto. Por ejemplo, no se lo he preguntado nunca a mi amiga Valeria Bergalli, pero me temo que su libro sobre la pintora rusa Natalia Goncharova no fue precisamente un éxito (de ventas, me refiero). Una lástima. Yo que vosotros me haría con esa joya de libro o al menos podéis leer la crítica impecable que escribió otra escritora a la que sigo, Isabel Nuñez.
Creo que el primer verso que me aprendí de memoria de Marina Tsvetáieva fue uno bastante conocido en ciertos ambientes: "Si es éste un mundo cristiano, todos los poetas somos judíos". Como os podéis imaginar, los cada vez menos numerosos amigos que siguen este cuaderno de condenado, la frase debería figurar en el frontispicio del mismo. He estado tentado de ponerlo muchas veces. ¿Sabéis por qué no lo hago? Porque no entiendo esas palabras. A veces me parece que sí. Pero no es verdad. La gente ha optado por el camino más fácil: citar el verso a medias. Sólo dicen lo de "todos los poetas somos judíos". Así sería más fácil, pero más falso. Lo difícil es interpretarlo entero. La relación judeocristiana y la poesía. Acaso el tema de mi vida. Lo sé. Pero no conozco, todavía, que quería decir en concreto la poetisa rusa. Por eso me lo aprendí de memoria. Para tenerlo dentro. Y espero, como el campesino ante la puerta de la Ley, a que ese verso se me abra como una rosa en primavera. Si me muero antes, no importa, se lo preguntaré en el Cielo. O en el Purgatorio.
El libro de Tsvetáieva que yo más he amado (no encuentro otra palabra) es Mi Pushkin. Habla sobre todo de la muerte de Pushkin, en su duelo con D´Anthès. La muerte injusta y absurda del poeta, asesinado como Abel por envidia. Al comienzo del libro hace un razonamiento parecido al del verso oscuro de los poetas judíos con las razas, blanca y negra. Podría haber escrito: Si es éste un mundo de blancos, todos los poetas somos negros. Podía, pero no lo hizo, aunque ahí explica que el poeta está siempre entre los perseguidos y entre los que sufren. En el libro al que se refería Lauren Mendinueta, leí dos frases que me dejaron estupefacto, que también conozco de memoria pero que tampoco creo que entiendo, y menos en boca de una poeta que se hace a sí misma judía de elección: "El extremo opuesto de la naturaleza es Cristo. Aquel final del sendero es Cristo".

4 comentarios:

Lauren Mendinueta dijo...

Álvaro después de leer tu entrada fui hasta mi biblioteca para buscar otro libro maravilloso: Cartas del verano de 1996, la correspondencia entre Tsviatáieva, Pasternak y Rilke. La traducción es otra vez de Selma Ancira. Voy a transcribirte un párrafo que subrayé hace tiempo:
Estoy emigrando, he emigrado llevando conmigo toda la pasión, toda la no malversación, no como sombra exánime, sino con tal fuerza que podría ordeñar y embriagar todo el Infierno. !Oh, conmigo el Infierno hablaría!
El año pasado cuando visité Moscú invitada por el Instituto Cervantes fui dos veces a una de las casas de Marina (hoy en día museo), pero en ambas ocasiones la encontré cerrada. Sin embrago, pienso que tal vez ella lo abría preferido así. Después de todo su vida trancurrió del otro lado de una puerta que nunca quiso abrirse. Un abrazo y gracias por tus entradas

Alvaro de la Rica dijo...

Estoy seguro de que lo hubiera preferido
Siempre ante la puerta que no quiere abrirse…

Alvaro de la Rica dijo...

Otra cosa, Lauren
sabes lo que me fascina de M. Ts.?
El modo en el que abre las cosas.
Fíjate la referencia al Infierno en tu cita.
Conmigo el Infierno hablaría
Es un horizonte que se abre. Como en Rothko. Como en el Celan que dice: La lengua está al norte del futuro.
Son vías hacia lo infinito y lo indeterminado
Gracias por tu cita.

Lauren Mendinueta dijo...

Gracias a ti por traerme a Marina, otra vez. Tengo muchos deseos de leerme el libro que mencionas en tus entradas. Un abrazo