Hace ya mucho tiempo que John Locke recordó la importancia que tienen los sentidos en el conocimiento humano. Aunque la idea no fue suya, él contribuyó decisivamente a que cuajara en la sociedad dieciochesca española. Los poetas de aquel momento la desarrollaron con muy poco gusto (según la terminología de la época), como muestra la poesía rococó. La entendieron mucho mejor los cocineros, ya que en ese momento de la historia vuelve el deleite por la exquisitez en la comida, tanto en su preparación como en su presentación. La elaboración y degustación de una buena comida hace que participen los cinco sentidos (también el oído, no en vano has citado a Carlos Cano; y sabes de sobra que una buena comida sin una buena conversación se convierte en algo mediocre). Puede convertirse en un gran instrumento de educación que nos enseña a percibir los matices de las texturas, las transparencias, los perfumes, la resistencia. Y desde ahí mucho más allá, como sugiere la Dinesen, hasta llenar de carne y sangre el corazón. Las antiguas madres vascas (y por lo que se ve, sus hijos predilectos) sabían muy bien lo que hacían cuando pasaban largas horas cocinando.
2 comentarios:
Hace ya mucho tiempo que John Locke recordó la importancia que tienen los sentidos en el conocimiento humano. Aunque la idea no fue suya, él contribuyó decisivamente a que cuajara en la sociedad dieciochesca española. Los poetas de aquel momento la desarrollaron con muy poco gusto (según la terminología de la época), como muestra la poesía rococó. La entendieron mucho mejor los cocineros, ya que en ese momento de la historia vuelve el deleite por la exquisitez en la comida, tanto en su preparación como en su presentación. La elaboración y degustación de una buena comida hace que participen los cinco sentidos (también el oído, no en vano has citado a Carlos Cano; y sabes de sobra que una buena comida sin una buena conversación se convierte en algo mediocre). Puede convertirse en un gran instrumento de educación que nos enseña a percibir los matices de las texturas, las transparencias, los perfumes, la resistencia. Y desde ahí mucho más allá, como sugiere la Dinesen, hasta llenar de carne y sangre el corazón. Las antiguas madres vascas (y por lo que se ve, sus hijos predilectos) sabían muy bien lo que hacían cuando pasaban largas horas cocinando.
Gracias por el comentario; si mis hermanos/as ven lo de hijo predilecto me matan. Literalmente.
Publicar un comentario