Esta mañana he paseado por un monte cercano a Pamplona, aprovechando que aquí se celebra la Fiesta de San Francisco Javier, Patrón de Navarra. Comprendo que la cosa no es nada laica, pero el hecho cierto es que yo he subido a San Miguel de Aralar (uy, perdón otra vez, estoy incurriendo en una insufrible invasión del espacio público, Leyre dixit; por cierto, esa señora tan refinada podría cambiarse el nombre de virgen benedictina, en una ceremonia de ciudadanía presidida por Bono, que cada vez tiene más facha de obispo laico, o no laico, es igual). Voy a confesar una cosa: yo me creeré que lo de la laicidad va en serio el día en que los ingleses quiten de su bandera la cruz de San Jorge. Ese día, os juro que yo mismo me rebautizo y me confirmo en un único acto, y me autodenomino zapatero de nombre de pila. Bueno, sea como sea, el caso es que me he perdido, por un rato, entre las hayas que nada saben de semejantes chorradas con las que sus señorías se entretienen, con la sin par finalidad de sacarnos de la crisis, de ilustrarnos de una vez, y, de paso, de enfrentarnos de nuevo a quienes creemos y a los que, crean o no crean, no están dispuestos a reemplazar la Catedral de Burgos (otra aberrante invasión del espacio público) por otro Corteinglés más. Por mí pueden quitar los crucifijos de donde les dé la gana: yo lo llevo en el corazón, grabado a fuego. Dios ha muerto, ya lo sabemos (y el Crucifijo es un cadáver a los postres), pero es un muerto que tiene la mala costumbre de resucitar al tercer día (Claudel). A los rusos les cerraron las iglesias y les asesinaron a los popes, y ellos iban a los museos a rezar ante los iconos; a los marranos españoles les obligaron a convertirse y ellos lloraban, en las Misas, cuando se entonaban los salmos de David. He leído que Gallardón ha decretado que la cabalgata de Reyes de este año, en Madrid, sea sustituida por un "Encuentro de las culturas por la paz" (sic), y que ha dispuesto que sus Majestades no viajen en carrozas sino en unas enormes palomas piccasianas de la paz. ¡Qué gran avance, Monsieur Homais! Yo propongo que el Niño Jesús sea sustituido por una imagen de el futbolista Messi, de niño. Si lo lleva en el nombre: Messi-as. ¿A qué no os habíais fijado en este signo de los tiempos? Como dijo Chesterton, lo preocupante no es que alguien deje de creer en Dios; lo terrible es pensar en aquello con lo que va a sustituirlo. Pues eso, que yo me he subido al monte, con mi querido hijo Álvaro (en la foto, esta misma mañana). Cuando llevábamos una hora de paseo, se ha levantado una ventisca. Se oía un viento muy fuerte por encima de las copas de los árboles. He creído por un instante en que podíamos perdernos. Me parecía estar en alta mar. Como mi imaginación se mantiene siempre alerta, enseguida he empezado a pensar que existía un fuerte paralelismo entre la situación exterior en la que nos encontrábamos, y el estado de mi alma. Sobre todo lo digo por el intenso frío. Perdido. Helado. Cuando, después de algún titubeo, hemos reencontrado la buena senda, Álvaro me ha pedido que le contase la historia de la cabrita.
Es una historia jasídica, preciosa, que yo le contaba cuando era niño. Cada noche, sin faltar ni una. Siempre con las mismas palabras. A veces me saltaba alguna (o las cambiaba aposta), y él, rápidamente, me corregía. La historia más o menos es así: Una familia vive en medio de un bosque. El padre es leñador, y viven de la leña que corta y después vende en las aldeas cercanas. Un día, al volver del mercado, trae con él una cabritilla. Su hija pequeña la ve y se enamora de ella. El padre no puede por menos que decirle que en realidad la ha traído para ella. La niña la cuida, la limpia y hasta duerme con ella. En lo más crudo del invierno, una noche, la niña oye a sus padres que discuten en su cuarto. Pega su oído a la puerta y escucha a su madre decir lo siguiente: "Pero ¿cómo le vas a quitar la cabrita a la niña? Si la adora. Ya sé que no tenemos ya casi comida. Pero esperemos a ver si mejora el tiempo y podemos evitar su sacrificio". La niña se queda muda de espanto. Esa noche, en plena tormenta de nieve, coge a su animal y huye por el bosque. Cuando los padres se dan cuenta ya es de día. El padre sale a buscarles. No hay forma. Con su experiencia, sabe que su hija ha muerto de frío. Finalmente, encuentra, cerca de un roble centenario, un talud de nieve. Empieza a escarbar con su hacha y se encuentra a la niña enterrada, agarrada a la cabra, pero viva. El calor del animal le ha salvado la vida. Naturalmente, estaba tan contento que lo primero que hizo fue asegurarle a la niña que nunca mataría a ese animal. Había salvado la vida de aquella a quien más quería.
Nunca he sabido muy bien qué significa esa historia, pero si sé que a los dos nos ha unido mucho, andando el tiempo. Creo que él sentía que yo nunca sacrificaría su felicidad. Por nada del mundo.
4 comentarios:
¡Qué bonito todo!
He empezado mi comentario en el post anterior. Ya sabes que yo soy laica y en todo caso agnóstica (aunque no simpatizante de este absurdo gobierno), así que no entraré en ese primer terreno ni en mis dudas, pero sí en la ventisca y en esa narración del cuento que me recuerda a la infancia de G. Yo también tuve que repetir millones de veces algunos cuentos y como a veces le leía traduciendo del francés o el inglés, él me corregía para que las palabras fuesen exactas, y casi el tono, como un ritual mágico... o sagrado.
Acabo de releer un cacho de entrevista a Marsé donde decía que Savater, Azúa y Trías tienen ideas claras, mientras que él´tiene dudas.
Repito aquí: las fotos preciosas y tu hijo comparte la belleza de esas hayas
gracias Isabel por tu comentario
yo pienso que este gobierno es tan absurdo como el anterior, pero esperemos que lo sea más que el siguiente: ¡qué colección!
Desde luego, tenemos mala suerte con los gobernantes. Y además de hacer tantas cosas equivocadas, parecen tener la facultad de banalizarlo todo.
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