Ayer vi, en mi librería de cabecera, que se ha reeditado Laúd y cicatrices, de Danilo Kis (Acantilado, 2009). Al contemplar la portada, sutil, con una imagen de Runge, me acordé de un montón de cosas: recordé que la primera reseña que escribí para un periódico nacional (El Mundo) fue sobre ese libro; recordé que por entonces trabajaba en El Cultural –menudo lujo, más desaprovechado por cierto– el poeta Martín López-Vega (aún conservo el tarjetón que me mandó solicitándome la reseña); recuerdo que yo estaba emocionado con el encargo y que me esmeré todo lo que pude en mi debut: cuando había redactado el texto se lo mandé, con más miedo que vergüenza, a una amiga con la que me unen lazos cada vez más invisibles e irreales; recuerdo que lo leyó y que me lo devolvió corregido, con la gratuidad y la elegancia que le caracterizan; lo que ni ella ni yo podíamos imaginar por entonces es que, años después, sería precisamente esa persona la que editaría de nuevo el libro.
Este es el pequeño y primer ensayo de crítica de libros, ante el que ahora no puedo por menos que sonreír:
Danilo Kis nació en 1935 en Novi Sad, en la frontera danubiana entre Hungría y Yugoeslavia, en una familia de religión mixta judeo-cristiana, y se suicidó en París en 1989, tras haberle sido diagnosticada una enfermedad incurable.
En los últimos años, especialmente con la escritura de La enciclopedia de los muertos (Alfaguara, 1987), alcanzó un arte narrativo funerario mediante lo que él llamaba “un soporte metafísico en el amor y en la muerte”. Alertado por su enfermedad, consideró que su deber era consignar unos breves epitafios en prosa, dejar esculpido un testimonio que la desmemoria de los hombres no pudiera borrar. Su amplia cultura, y su peripecia vital, le condujeron a recuperar por esa vía la relación entre la escritura y la muerte.
Los relatos de Laúd y cicatrices, escritos entre 1980 y 1986, forman parte de ese intento último de narrar la vida desde la cercanía de su final, y representan incluso un paso más allá: ante su propia muerte, Kis abandonó la ficción y se enfrentó en estos textos de carácter autobiográfico con los peores fantasmas del destino.
En “La deuda” recrea las últimas horas del Nobel bosnio Ivo Andric. “Después de unos días horribles, esta mañana ha sobrevenido la calma”. Bajo la apariencia descriptiva de la frase inicial del cuento, se refleja la sabiduría que inspira cada una de estas historias últimas. En el siglo XX son legión las vidas que han llamado desesperadamente a la muerte: “Existen vidas que nunca merecieron ser vividas”, dice otro personaje que conversa con el autor. La vida de Andric y tantas otras existencias que se cruzaron con la de Kis habían padecido el horror del siglo pasado, con su bagaje de fanatismo, violencia y odio. Seres reconocidos o anónimos que lo habían perdido todo, excepto la posibilidad de vivir lo que Rilke llamaba una muerte propia. Los personajes de Kis mantienen una actitud estoica que les permite comprender en un sutil claroscuro la necesidad del mal y aceptar la muerte como una realidad liberadora.
Danilo Kis era capaz de reflejar lo visible con tal belleza que su mundo se transforma, en la lectura, en un lugar inquietante y distinto. En Laúd y cicatrices tiende los últimos puentes para que cada lector los atraviese si desea asomarse al fondo invisible de las cosas.
He recorrido palmo a palmo el París que Kis ha delineado en este libro. Aún permanezco allí. He reconstruido en algún relato esa geografía urbana presidida por los Jardines del Odéon y del Luxemburgo. Exactamente el mismo por el que transitan la Mansfield, la Tsvetáieva o Florence Delay. Todo es una tela de araña, cada vez más pesada, en un libro de vivos y muertos. No obstante, supongo que me alegra que Laúd y cicatrices, un libro mágico, se empeñe en seguir pegado de alguna manera a lo que me resta de vida.
10 comentarios:
Qué vueltas da la vida... Por cierto, me gusta el formato, la lectura es mucho más cómoda, por lo menos para mí, que uso gafas y busco letra grande...
me alegro de que te guste
en todo esto, como sabes de sobra, la forma también es el fondo, ¿no?
a mí también me gusta más el formato nuevo, un bx
y a mí me gusta el whisky irlandés, guapetón, no te olvides
gracias por pasarte por estos pagos
Álvaro, ya apuntabas maneras. Gracias por compartir con nosotros esa primera vez. ¿Cuánto hace de aquello?
El nuevo formato está más cerca del modo en que aprendimos ( y así nos lo enseñaron) a avanzar por las hojas del cuaderno. Ahora todo seguido, algo así como el papel continuo del "On the road" de Kerouac.
bastante sí, aunque en ese plano lo tengo todo presente
sí es verdad, parece un cuaderno
Kiss es importantísimo, abrió las puertas a esa posmodernidad incorporándole el compromiso, el legado espinoso del siglo XX, el peso de la Shoah, y su capacidad de encantamiento es especial, como ese precioso retrato que has puesto, como la expresión de su cara. Se lo cargaron, como bien cuenta Igor Marojevic en el prólogo de La buhardilla, su deliciosa primera novela, donde se anda por los márgenes y que entronca ya con tantas otras voces de la historia de la literatura...
Nada es casual! Ahí dejaste una huella que...
sí, conozco ese texto de Marojevic,en el que habla de la tanatografía de Kis: eso de lo que tú yo hablábamos en algún lugar a propósito de la pérdida del sentido de la muerte y del duelo
Exacto!
Estaba ahora mirando a tu guapo hijo en las fotos de la ventisca, y leyendo la historia de la cabra y la promesa.
qué buena noticia lo de Serena Cruz: por fin!
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