Estos días he leído dos relatos, dos nouvelles, que son otras tantas aproximaciones al mundo de la pintura. El primero, en una pequeña editorial, Trea (2009), está escrito por Almeida Faria, y se titula Vanitas, 51, avenue d´Iéna. Un narrador, invitado a pernoctar en el palacete que tuviera en la capital francesa el millonario armenio Calouste Gulbenkian, cuenta los encuentros nocturnos con el célebre amateur d´art, especialmente el relato de cómo fue adquiriendo las piezas de su colección lisboeta (entre ellas el precioso Retrato de una joven del Chirlandaio, en la foto de la izquierda). A mí me ha gustado la atmósfera espectral que Almeida Faria ha sabido recrear, las aproximaciones a los cuadros, y a la psicología de un personaje (Gulbenkian) que siempre me ha interesado. Casualmente, encontré hace un par de días la edición de El azul del infierno (Seix Barral, 2009), el relato inédito que Carlos Barral perfiló, en 1989, un mes antes de morir. Confuso, es todo muy confuso; no puedo ni por asomo señalar aquí, y ahora, todo lo que veo en este intento premonitorio, en parte malogrado (más, tratándose de quien lo escribe). No obstante, merece la pena leerlo. El azul del infierno no es otro que el azul de la estigia del cuadro de Patinir, sito en el Prado, "…un azul imposible, imposible de reproducir ahora con los colores industriales. Quién sabe cómo lo hacía. Directamente con polvo mineral de ese tono, quizás polvo de lapislázuli o de piedra de azur o alguna sal metálica totalmente desconocida. Se harán análisis, yo no sé, y con qué grasas, además del huevo. Un azul de alquimista. Los verdes también, pero sobre todo el azul. Yo he intentado copiarlo muchas veces, pero no sale, y en las fotografías y en las postales tampoco, mire es un azul compuesto…" El narrador, en su descripción de la tabla, escribe una cosa bonita de las hogueras del infierno: "…y detrás están los fuegos que yo creo que no son los de los castigos del infierno cristiano sino las hogueras de la memoria en las que arden los recuerdos de los recién llegados, de los recién muertos, que ya nunca se acordarán de nada, ni siquiera de quién son y de cómo se llamaron…"
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3 comentarios:
Curiosamente yo también hablaba de un azul, del azul del primer Ràfols Casamada que yo vi, a los 15 o 16 años, en casa de Alexandre Cirici, en la montaña, y cómo me reveló aquella otra belleza que yo recién descubría, y cómo lo he recordado ayer con su muerte.
Y ese relato de Barral establecía un diálogo, al menos con el título, con Le bleu du ciel de Bataille? Yo no recuerdo si lo leí, el de Barral...
Sí, qué azules los de Ràfols. Era sin duda su color. Maravilloso pintor, y buen escritor además.
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