Nacido en la rue Joubert de París, el 20 de febrero de 1888, estudió en colegios católicos y recordó siempre, mientras escribía, la disposición interior con la que recibió a los 11 años la Primera Comunión. Amaba la infancia, la pobreza feliz de la infancia, la convicción de no necesitar nada porque alguien te protege, te alimenta, te cuida y te lo da todo. Monárquico por convicción, integrado en los círculos de la Acción Francesa, participa primero en la pelea política callejera y después en la Gran Guerra, se casa, tiene seis hijos, abandona sus trabajos jurídicos para malvivir de las letras, se instala aquí y allá, siempre a la búsqueda de un lugar menos oneroso, recala en Mallorca en octubre de 1934 (primero en la calle de Son Catleret, después en la calle 14 de Abril y finalmente en el número 30 de la calle de La Salud), vive la dominación franquista de la isla, se exilia a Brasil durante la Ocupación nazi, vuelve a Francia de la mano del General de Gaulle en julio de 1945 y, tras un paso fugaz por Túnez, muere en París el 5 de julio de 1948.
En Los grandes cementerios bajo la luna, Bernanos cuenta con pelos y señales, y después de tres años de convivir con la barbarie, la represión franquista, y lo que para él fue peor, la connivencia de la jerarquía católica con el horror. Es un libro duro, no apto para los bien pensantes. Bernanos aplicaba a las derechas españolas el nada nihilista aserto nietzschiano: “de la nada hicieron su Dios: no es extraño que se les haya quedado en nada”.
¿Cuál era entonces el secreto de Bernanos? ¿Cuáles eran sus coordenadas espirituales? ¿Cuál es el hilo que une, que explica, su obra narrativa, sus ensayos, su obra polémica, y hasta panfletaria? Primero hay que dejar claro que Bernanos no era ajeno a nada de lo que pasaba a su alrededor. No se entiende su obra si se prescinde de la dimensión histórica concreta, en la que él se había empleado a fondo, y hasta con violencia. Al contrario. Sabía, como Job, o como Cristo, que Dios no se hace palpable hasta que nos rasga las carnes. Dios no es una idea. Es una presencia en medio del mal, con el que se mezcla para purificarlo desde dentro. Ese fuego lo contiene la Iglesia, su Iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo. Y esa fue su obsesión. La realidad a la que quiso vivir unido. La madre nutricia a la que no soportaba ver profanada por los lobos, aunque vinieran vestidos de rojo cárdeno. Por eso escribió La joie en La Salette. Por eso supo meterse, en ejercicio del sacerdocio real de los fieles, en la piel y en el diario de un sacerdote rural, en su famosa novela. Por eso empezó su obra confrontándose con las sombras solares de Satán, y quiso haberla acabado con una Vida de Jesús, el gran antagonista. No pudo hacerlo. La muerte vino en su rescate y nos perdimos un gran libro.
Cuenta el franco-chileno Daniel Pezeril (Passage des vivants, Cerf, 2007), acaso la persona que más le trató en los últimos años de su vida, que cuando de Gaulle le mandó llamar a Brasil, pues no concebía una República de Francia sin aquel monárquico irreductible, y le ofreció cualquier puesto de su elección en el Instituto o en la Academia, Bernanos tardó en contestar. Fue primero a consultar su decisión con un viejo monje. Quería actuar en conciencia, y con honor. Era su lema. Quería sujetarse a una voz que estuviese de verdad autorizada. La voz de la Iglesia a la que amó tanto que nunca estuvo dispuesto a mentir por ella.
4 comentarios:
Solo pasaba a felicitarte el año.
Pásalo bien.
lo mismo digo!
Alvaro, pues yo también me animo a felicitarte el año , un abrazo muy fuerte para todos y 2010, creo que será tu consagración definitiva , a mi me tienes absolutamente impresionado por tu capacidad de enseñarnos lo maravillosa que puede ser la literatura.
gracias
mañana os llamaremos!
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