jueves, 31 de diciembre de 2009
Notas para un diario 151
martes, 29 de diciembre de 2009
Georges Bernanos
Nacido en la rue Joubert de París, el 20 de febrero de 1888, estudió en colegios católicos y recordó siempre, mientras escribía, la disposición interior con la que recibió a los 11 años la Primera Comunión. Amaba la infancia, la pobreza feliz de la infancia, la convicción de no necesitar nada porque alguien te protege, te alimenta, te cuida y te lo da todo. Monárquico por convicción, integrado en los círculos de la Acción Francesa, participa primero en la pelea política callejera y después en la Gran Guerra, se casa, tiene seis hijos, abandona sus trabajos jurídicos para malvivir de las letras, se instala aquí y allá, siempre a la búsqueda de un lugar menos oneroso, recala en Mallorca en octubre de 1934 (primero en la calle de Son Catleret, después en la calle 14 de Abril y finalmente en el número 30 de la calle de La Salud), vive la dominación franquista de la isla, se exilia a Brasil durante la Ocupación nazi, vuelve a Francia de la mano del General de Gaulle en julio de 1945 y, tras un paso fugaz por Túnez, muere en París el 5 de julio de 1948.
En Los grandes cementerios bajo la luna, Bernanos cuenta con pelos y señales, y después de tres años de convivir con la barbarie, la represión franquista, y lo que para él fue peor, la connivencia de la jerarquía católica con el horror. Es un libro duro, no apto para los bien pensantes. Bernanos aplicaba a las derechas españolas el nada nihilista aserto nietzschiano: “de la nada hicieron su Dios: no es extraño que se les haya quedado en nada”.
¿Cuál era entonces el secreto de Bernanos? ¿Cuáles eran sus coordenadas espirituales? ¿Cuál es el hilo que une, que explica, su obra narrativa, sus ensayos, su obra polémica, y hasta panfletaria? Primero hay que dejar claro que Bernanos no era ajeno a nada de lo que pasaba a su alrededor. No se entiende su obra si se prescinde de la dimensión histórica concreta, en la que él se había empleado a fondo, y hasta con violencia. Al contrario. Sabía, como Job, o como Cristo, que Dios no se hace palpable hasta que nos rasga las carnes. Dios no es una idea. Es una presencia en medio del mal, con el que se mezcla para purificarlo desde dentro. Ese fuego lo contiene la Iglesia, su Iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo. Y esa fue su obsesión. La realidad a la que quiso vivir unido. La madre nutricia a la que no soportaba ver profanada por los lobos, aunque vinieran vestidos de rojo cárdeno. Por eso escribió La joie en La Salette. Por eso supo meterse, en ejercicio del sacerdocio real de los fieles, en la piel y en el diario de un sacerdote rural, en su famosa novela. Por eso empezó su obra confrontándose con las sombras solares de Satán, y quiso haberla acabado con una Vida de Jesús, el gran antagonista. No pudo hacerlo. La muerte vino en su rescate y nos perdimos un gran libro.
Cuenta el franco-chileno Daniel Pezeril (Passage des vivants, Cerf, 2007), acaso la persona que más le trató en los últimos años de su vida, que cuando de Gaulle le mandó llamar a Brasil, pues no concebía una República de Francia sin aquel monárquico irreductible, y le ofreció cualquier puesto de su elección en el Instituto o en la Academia, Bernanos tardó en contestar. Fue primero a consultar su decisión con un viejo monje. Quería actuar en conciencia, y con honor. Era su lema. Quería sujetarse a una voz que estuviese de verdad autorizada. La voz de la Iglesia a la que amó tanto que nunca estuvo dispuesto a mentir por ella.
domingo, 27 de diciembre de 2009
sábado, 26 de diciembre de 2009
Notas para un diario 150
viernes, 25 de diciembre de 2009
jueves, 24 de diciembre de 2009
Notas para un diario 149
lunes, 21 de diciembre de 2009
Notas para un diario 148
Ahí está para el que quiera leerlo (Acantilado). Como no podía dormirme (ya eran las 2), me sumergí en los recuerdos que sobre Czapski redactó Adam Zagajewski. Creo que es uno de los memoriales más impresionantes que se hayan escrito sobre un artista del siglo pasado. Con la sutileza que caracteriza a Adam, juega al principio de su escrito con la idea de que Czapski, por su sabiduría, su temple, su hombría de bien, podía haber sido un juez bíblico. Un juez como el rey Salomón (al menos, Jósef Czapski ennoblecía uno de los más antiguos linajes patricios de su patria). Un juez que de hecho instruyó innumerables causas (además de la de los sucesos de Katyn), pero que era renuente a dictar ninguna clase de sentencias. Un hombre tan bueno que, sus propias acciones (como en el caso de Abel) eran otras tantas interpelaciones para sus semejantes. Además de sutil, Zagajewski es muy humilde y, aunque lo conoce de memoria, no cita la sentencia de Shelley (En defensa de la poesía), según el cual los poetas son los legisladores del mundo. Pero está implícito en lo mucho en lo que ahonda en este ensayo genial. Se conocieron y trataron en París, en los años ochenta. Czapski vivía en una especie de falansterio a las afuera de la ciudad, en Maisson-Laffite. Se vieron a menudo. Fue su maestro. Maestro de vida. Por tantos motivos que no se pueden ni siquiera resumir. Zagajewski constata, sin que pueda darnos demasiados detalles, que detrás del Czapski luminoso, se proyectaba un espíritu sumido en grandes abismos (y ya somos tres). Apunta a una de esas grietas del alma, cuando habla de la relación de Czapski con los escritos de Simone Weil y de Stanislaw Brzozowski. La mezcla de fascinación y rechazo que sentía el artista por estos dos místicos. La apuesta del pintor por el arte y la imaginación, frente a las seguridades metafísicas (de las que tampoco renegaba). Reprochaba a la Weil que rechazara el arte y su instrumento, la imaginación. ¿Qué nos quedará, entonces? ¿En nombre de qué debemos prescindir del juego de la creación poética? Yo, naturalmente, desde la misma aceptación del mundo de la creencia, y desde idéntica voluntad de no confundir el arte y la religión, de la que habla magistralmente Adam en ese ensayo, siento una rebeldía parecida ante el puritanismo de la Weil (que, como muy bien señala el autor del ensayo, viene directamente de Pascal). Sin la escritura, sin el arte, ni siquiera podríamos recordar a Czapski, o los episodios de Katyn, como merecen ser recordados.
domingo, 20 de diciembre de 2009
4º Domingo de Adviento: La Visitación
sábado, 19 de diciembre de 2009
Notas para un diario 147
viernes, 18 de diciembre de 2009
jueves, 17 de diciembre de 2009
Dos relatos
martes, 15 de diciembre de 2009
Notas para un diario 146
lunes, 14 de diciembre de 2009
Escribir
domingo, 13 de diciembre de 2009
Vargas Llosa on Magris
sábado, 12 de diciembre de 2009
jueves, 10 de diciembre de 2009
Nora Catelli
Nora Catelli presenta "Kafka y el Holocausto" de Álvaro de la Rica from Canal-L televisión on Vimeo.