La actual Gallimard nace a finales de mayo de 1911 cuando André Gide, aconsejado por Paul Claudel, decide asociar la Nueva Revista Francesa, NRF, a una casa de ediciones creada a tal efecto. Para ello cuenta con Jean Schlumberger y con Gaston Gallimard, la persona que ocupa la gerencia de la empresa y que desde el primer momento busca, sin perder la impronta que Gide y la NRF otorgaban a la nueva editorial, una cada vez mayor independencia del autor de Los monederos falsos, tentado de hacer de Gallimard algo a su medida. En 1913 Gaston Gallimard compra a sus primeros socios todas las participaciones de la editorial y toma el control de la misma.
La idea se redefine: quiere inicialmente una empresa abarcable, con pocos gastos, ediciones poco decoradas, un repertorio amplio y abierto. Con dos obsesiones: la independencia respecto de cualquier servidumbre ajena a la calidad literaria (contrariamente a lo que se piensa, las ediciones de Gallimard han sido mucho menos restrictivas o sectarias que la mayoría de las editoriales) y el trato personal y directo con los autores. Los diferentes miembros de la familia Gallimard que han dirigido o trabajado en la casa (Gaston, Claude, Antoine, Isabelle, etc) se han distinguido por su amistad con muchos de los escritores. Junto a estos dos aspectos, el acierto de Gallimard ha estado siempre en el sexto sentido que han desarrollado sus directores para elegir a los colaboradores, directores de colección, miembros del célebre comité de lectura. La lista es realmente impresionante (de Rivière y Paulhan al principio a los Claude Roy, Camus, Kundera, Handke, Sollers, Le Clézio, Pontalis, Pierre Nora…) y el estudio de las fichas de lectura que se pudo llevar a cabo en parte durante la exposición en la Biblioteca de Francia resulta tan sorprendente como provechoso para los amantes de la literatura.
Hay algunos hitos en la historia de Gallimard que han hecho correr ríos de tinta y que están lejos de haberse esclarecido del todo. Las devastadoras consecuencias en Gaston de la primera guerra, la lucha por la independencia ante el vendaval del surrealismo, del existencialismo, del Nouveau-roman que amenazaba siempre con identificarles con algún movimiento o tendencia concreta, los casos “Gide” y “Proust”, la expansión comercial de entreguerras, mal entendida por algunos autores “de élite”, la discutida posición de los responsables en la etapa colaboracionista de Vichy, la muerte de Camus y Michel Gallimard en accidente de coche en enero de 1960, las alianzas empresariales y la renovada lucha por la independencia en los ochenta y en los noventa, etc. Cada situación merecería un capítulo aparte.
Sea como fuere, la historia de la editorial de la rue Sébastien-Bottin conforma una parte importante de la historia de la edición literaria en Francia, el país que durante el siglo XX ha servido de catalizador de lo más relevante que se ha escrito en el mundo. Cien años de aciertos, con pocos errores, cien años de lucha por el proyecto familiar de situar a la literatura en el alto puesto que debería corresponderle en la vida de la sociedad.
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