lunes, 14 de noviembre de 2011
El diario de Valente
Valente ha sido para una generación de lectores españoles un lujo. Un lujo necesario; el lujo de la sencillez, la radicalidad, la autenticidad. Valente vivió de hecho inmerso en las corrientes poéticas y espirituales de la segunda mitad del siglo XX europeo, lo que equivale a decir en las mejores tradiciones horizontales y verticales de lo que Goethe llamó la “literatura del mundo”. No fue el único, pero en el grado cero en el que él lo vivió si fue casi el único (con Zambrano solos ambos, exilados, fraternos). Gracias a Valente nos conformamos una generación de lectores con Celan o Sarah Kirsch, Jabès o Char con el mismo temple con el que lo hacemos con Azorín o Unamuno, es decir con una apertura total al misterio del silencio después de la palabra. Además tenemos la fortuna de que el legado Valente cayó en manos de Andrés Sánchez Robayna, quien con una sabiduría generosa se ha empleado a fondo para cuidar de su obra. La última entrega es este Diario anónimo (Galaxia/Círculo 2011), la transcripción de las notas fechadas que el poeta fue escribiendo en dos cuadernos desde el año 1959 y hasta el 2000. Hay de todo: abundantes anotaciones de lectura, frases en varios idiomas, pequeños esquemas, intuiciones y esbozos, revelaciones íntimas (en particular las referidas a la muerte de su hijo Antonio, fallecido prematuramente en 1989, un acontecimiento que a punto estuvo de matar de dolor al poeta). El propio escritor parece ofrecernos, a modo de invitación a la lectura, una aproximación al material cuando dice: “Diario anónimo: papeles inéditos de personajes que probablemente no existen, pero que de algún modo debieran de haber existido”. Como muy bien señala Sánchez Robayna en su introducción, el anonimato (y la correlativa autoría) fue central en la obra de Valente, y lo es aquí en este refugio intimísimo del autor, como lo ha sido en nuestra historia literaria desde Homero o desde la hagiografía bíblica. ¿Quién habla en un texto? Esa es la gran pregunta que nos sorprende en cada una de las casi cuatrocientas páginas de este otro “libro de la vida.” Me ha llamado la atención poderosamente una anotación. Del 9 de diciembre de 1996. “Le passé d´une illusion, de François Furet, ha sido reeditado en francés en poche”. A Valente debió de sorprenderle este éxito editorial, supongo. Pero no voy a eso sino a la pasión de escribirlo todo, un hecho nimio o no, pero que quiere poner por escrito. Acaso la simple necesidad de trazar.
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