Reconozco que me asomé a esta antología (La hora de Rusia, Colección Visor de Poesía, 2011) con más de una prevención. Pensaba que se trataría del típico volumen en el que, con el pretexto de dar a conocer lo que se está escribiendo ahora, y de paso pulsar la intrahistoria del momento actual de Rusia, la post-perestroika, la era Putin, etc, el antólogo, antóloga en este caso, se limitaría a hacer desfilar graciosamente a otra "pléyade" de aprendices de poeta, gentes malhabladas e imberbes con las que suelen deleitarnos no pocos antólogos con la pretensión de cerrar filas entre sus allegados. Una vez leído una parte importante del libro, debo decir que no sólo no se trata de esto sino me atrevo a afirmar más bien que La hora de Rusia es todo lo contrario. Lo primero que me llamó la atención fue, al repasar las fechas de nacimiento de los poetas, que se trataba casi siempre de autores con de más de cincuenta años, en algunos casos con mucha más edad (hay varios nacidos en los treinta), e incluso alguno, como el caso de Lev Lósev, a quien conocía por sus trabajos sobre Josif Brodsky, había fallecido ya. No se trata de exaltar la madurez o la senilidad, sino de afirmar que la poesía rara vez se improvisa. “Buenos poemas de buenos poetas…” ha sido el lema de Maria Ignátieva a la hora de seleccionar, y al tratarse de carreras cumplidas en muchos casos ha tenido más donde elegir el material adecuado. En la nota introductoria con los criterios de selección y traducción he encontrado otra cosa que me ha gustado: se trata de un trabajo individual, de la autora y de los traductores elegidos para cada poema, pero una y otros han trabajo y leído el material en común. Enhorabuena: contrariamente a lo que se piensa, leer no puede ser sólo un acto solitario. Mi alegría creció aún más cuando leí que la autora ha deseado, por difícil que sea, que los autores rusos “hablen español” y hasta de que sean españoles. De eso se trata, de hacer nuestro un patrimonio cultural diverso, convencidos de que hay un sustrato común (la literatura del mundo y la condición humana) que nos permite trasladar las palabras y los juegos de un idioma a otro. De un modo tan imperfecto como necesario. Con esa orientación de la antóloga, rara por cierto, no es extraño que el resultado sea más que feliz. No sólo recuperamos en la obra de los poetas rusos el pulso de toda una época, y hasta de varias, vislumbrando a la vez el futuro moral de ese gran país hermano, sino que podemos apreciar unos textos extraordinarios por su viveza, su densidad, su belleza. Recomiendo por ejemplo las Cartas españolas de Olésia Nikoláyeva. Hacia tiempo que no leía nada tan luminoso sobre la historia de España.
lunes, 7 de noviembre de 2011
El deseo de ser español
Reconozco que me asomé a esta antología (La hora de Rusia, Colección Visor de Poesía, 2011) con más de una prevención. Pensaba que se trataría del típico volumen en el que, con el pretexto de dar a conocer lo que se está escribiendo ahora, y de paso pulsar la intrahistoria del momento actual de Rusia, la post-perestroika, la era Putin, etc, el antólogo, antóloga en este caso, se limitaría a hacer desfilar graciosamente a otra "pléyade" de aprendices de poeta, gentes malhabladas e imberbes con las que suelen deleitarnos no pocos antólogos con la pretensión de cerrar filas entre sus allegados. Una vez leído una parte importante del libro, debo decir que no sólo no se trata de esto sino me atrevo a afirmar más bien que La hora de Rusia es todo lo contrario. Lo primero que me llamó la atención fue, al repasar las fechas de nacimiento de los poetas, que se trataba casi siempre de autores con de más de cincuenta años, en algunos casos con mucha más edad (hay varios nacidos en los treinta), e incluso alguno, como el caso de Lev Lósev, a quien conocía por sus trabajos sobre Josif Brodsky, había fallecido ya. No se trata de exaltar la madurez o la senilidad, sino de afirmar que la poesía rara vez se improvisa. “Buenos poemas de buenos poetas…” ha sido el lema de Maria Ignátieva a la hora de seleccionar, y al tratarse de carreras cumplidas en muchos casos ha tenido más donde elegir el material adecuado. En la nota introductoria con los criterios de selección y traducción he encontrado otra cosa que me ha gustado: se trata de un trabajo individual, de la autora y de los traductores elegidos para cada poema, pero una y otros han trabajo y leído el material en común. Enhorabuena: contrariamente a lo que se piensa, leer no puede ser sólo un acto solitario. Mi alegría creció aún más cuando leí que la autora ha deseado, por difícil que sea, que los autores rusos “hablen español” y hasta de que sean españoles. De eso se trata, de hacer nuestro un patrimonio cultural diverso, convencidos de que hay un sustrato común (la literatura del mundo y la condición humana) que nos permite trasladar las palabras y los juegos de un idioma a otro. De un modo tan imperfecto como necesario. Con esa orientación de la antóloga, rara por cierto, no es extraño que el resultado sea más que feliz. No sólo recuperamos en la obra de los poetas rusos el pulso de toda una época, y hasta de varias, vislumbrando a la vez el futuro moral de ese gran país hermano, sino que podemos apreciar unos textos extraordinarios por su viveza, su densidad, su belleza. Recomiendo por ejemplo las Cartas españolas de Olésia Nikoláyeva. Hacia tiempo que no leía nada tan luminoso sobre la historia de España.
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