miércoles, 16 de noviembre de 2011
John Berger sobre el dibujo
¡De mayor quiero ser John Berger! Lo digo en serio. Todavía lo recuerdo en el Museo de Prado en 2010 hablando descalzo y tumbado en el suelo con su hija Katya de los frescos de Mantegna y del olvido. Sumaba ya ochenta y cuatro años pero parecía que tenia veinte o treinta menos. Arrugas consolidadas como surcos en un rostro impresionante, unas manos fuertes y enérgicas y la voz clara de los grandes oradores ingleses. Y el maestro sigue y sigue produciendo, pensando, dibujando, escribiendo, luchando por comprender y comprenderse. Su último libro hasta la fecha, Bento´s sketchbook (2011) es una reflexión, a partir del dibujo y de la perspectiva visual, sobre la autonomía moral en la Ética de Spinoza. Sinceramente: no creo que haya una sola persona en el mundo que tenga, como él, el arte en la cabeza. Lo ha explorado desde Lascaux hasta Giacometti, desde el interior del dibujo o de las metáforas verbales, en su conexión con el hombre, con el amor, con la muerte. Ahora se publican aquí estos otros textos, en Sobre el dibujo (Gustavo Gili, 2011), que tienen en común la reflexión sobre el trazo a mano alzada, otro elogio de la mano, de la distancia y de la soledad creadora. “Todos los artistas descubren que dibujar, cuando se trata de una actividad compulsiva, es un proceso recíproco. Dibujar no es sólo medir y disponer en el papel, sino que también es recibir. Cuando la intensidad de mirar alcanza cierto grado, uno se da cuenta de que una energía igualmente intensa avanza hacia él en la apariencia de lo que se está escudriñando… El encuentro de estas dos energías, su diálogo, no tiene la forma de preguntas y respuestas. Se trata más bien de una diálogo feroz e inarticulado. Hace falta fe para mantenerlo. Es semejante a excavar un túnel en la oscuridad, excavar bajo lo aparente” (p. 61). Creo que estas palabras dan la medida de este maravilloso libro. Dos notas más. Conociendo el sentido de la disciplina el autor, me pregunto si cuando la traductora, en la cita anterior, escribe “compulsivo” no habría en el inglés de Berger un “compulsary”: obligatorio. Para él escribir lo es tanto como lo es dibujar. Y eso tiene la ventaja de que a los lectores nos permite asomarnos al proceso secreto de la creación, de un modo casi vivo. Nadie cono Berger ha contado esos matices, esos gestos, esa soledad. Segundo: me encantan las inflexiones de la voz en sus cartas (un material comparable al de su admirado Van Gogh). La dureza o distancia crítica que adopta en ocasiones (como con el crítico Jim Elkins). Y la ternura completamente abierta con su hijo Yves en “Langosta y tres peces”, una pieza magistral.
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