martes, 7 de abril de 2009

El significado de la muerte

Me sorprende lo poco que he hablado en este blog de Ananda K. Coomaraswamy (en la foto, junto a su bella mujer, Stella Bloch; éste fue otro matrimonio espistolar del que otro día hablaremos). Desde que lo leí por primera vez hace treinta años (recuerdo lo poco que lo entendía y recuerdo el olor a canela y a brezo en aquella vieja biblioteca del internado), me quedé fascinado por su escritura: no creo que haya habido nadie en el siglo XX con la misma mezcla lograda de conocimientos enciclopédicos y sensibilidad para las diferentes tradiciones artísticas del mundo que tenía él. Indio de nacimiento, de madre inglesa, objetor de conciencia ante el Imperio de su Majestad, el Museo de Boston lo fichó, durante la Gran Guerra, y ya no lo soltó jamás. Desde aquellas tardes de primavera en las que, con la ventana abierta sobre mis libros, entraba el viento suave de la campiña inglesa, no he podido separarme de su pensamiento y de su inmensa obra. He leído, estos días atrás, dos opúsculos –¿Quién es "Satán", y dónde está el "infierno"?, seguido de El significado de la muerte, recién publicados por Olañeta Editor, y he recuperado la atmósferas de aquellas sesiones del estudio de la tarde, en Inglaterra, y por momentos la intensidad en una lectura tan viva que te saca del tiempo.
El significado de la muerte está inseparablemente unido al significado de la vida. Esa es la primera frase del segundo de los escritos ahora rescatados. Ambos están estrechamente unidos: como todo gran escritor, Coomaraswamy es tan multifacético como orgánico. No puedo, ahora, siquiera resumir las líneas maestras de su pensamiento. Basten tres pinceladas sobre el texto acerca de la muerte: el autor parte, en la línea de la tradición de la Philosophia Perennis, de que el yo es algo parecido a una ilusión perceptiva: "una sucesión de instantes, de los que no hay dos que sean lo mismo; en otras palabras, este hombre (que creemos ser) no es nunca el mismo de un momento al otro". El hombre o la mujer que creemos ser carece de presente, su realidad consiste más bien en un no ser, en puro devenir. Lo que llamamos persona se manifiesta en eso, en una máscara, o sea, en algo apariencial. Todo cambio implica una muerte (imperfección), de modo que la muerte no es sino un punto más en la cadena del flujo de la vida/muerte: como le ocurre a todo lo que comienza, tiene que acabar. Pero eso no es todo. En cada ser, además de la dimensión personal, hay un Otro, una Esencia que es "el único que ve, oye, piensa dentro de mí y actúa a través de mí". Un principio eterno y fijo, enmascarado en una personalidad aparente. Es el inmortal del sí. La cuestión que plantea la muerte es la siguiente: ¿cuándo me vaya, con mi aliento postrero, en quién me iré? ¿En mi sí, o en su inmortal? La decisión dependerá de si hemos vivido para el o para nuestro incierto, cambiante e inconsistente yo. En lo que llamamos tiempo estamos ya fijando nuestra eternidad o nuestra negación, la reversión al polvo de la nada. Por eso la tradición hindú dice que un hombre libre es un hombre muerto que anda, y la cristiana que no debo vivir yo, sino morir y dejar que Cristo viva en mí. El maestro Eckhart decía que el reino de Dios no es para nadie sino para aquel que está muerto, y Angelus Silesius animaba a morir antes de morir. Sólo el que ha muerto a sí conoce por adelantado ambos significados: el de la muerte y el de la vida.

5 comentarios:

José Antonio Calvo dijo...

"El significado de la muerte está inseparablemente unido al significado de la vida"... Yo, más bien, diría que la muerte forma parte de la vida o que está en la vida. La muete es necesaria pero no última. ¿Necesaria? Sí, porque al mismo tiempo que autentifica la vida, nos la presenta como dada y como propia.
Siempre me ha llamado la atención cómo las acciones litúrgicas de Tríduo Pascual forman una unidad. No son: Misa en la Cena del Señor (Vida) y punto; Celebración de la Muerte del Señor (Muerte) y punto; Vigilia Pascual (Vida) y punto y final. No: comenzamos la Missa "in Coena Domini", como siempre, "en el nombre del Padre..." (estos puntos suspensivos casi son irreverentes) y nos marchamos sin despedirnos. Seguimos en la "Paresceve" con unos oficios que no comienzan con saludo ni terminan con despedida (transcurren) y nos volvemos a reunir, sin saludo, en la noche del sábago para la "Madre de todas las Vigilias". Esta vez sí. al final el preste bendice y el diácono despide: "Podéis ir en paz aleluya, aleluya". La liturgia -la Tradición viva-de estos días muestra como la muerte es un paso dentro de un vivir que por ser
vivir no admite término. ¡Santa Semana Santa!

Ion Egúzkiza dijo...

Mi sono perso.

Leibovitz dijo...

te habrá llevado horas pensarlo, te habrá llevado horas escribirlo, pero:

qué MORTAL, insufrible aburrimiento... !!!

(con perdón, y con todo el cariño)

Adelarica dijo...

José Antonio
al final no nos hemos tomado el chupito
que sea para la Pascua!
gracias por las pistas que has dado para estos días; yo estaré en Roncesavalles, y me acordaré de lo que dices

Andrés y Ana dijo...

Jose Antonio, gracias, creo que lo maravilloso de vivir la Semana Santa con la liturgia es que cada año descubres cosas nuevas, un saludo espero conocerte con Álvaro algún día
Lourdes