Llevo días retrasando esta carta y no me parece justo. Después de los meses que llevo quejándome, y haciendo que te preocupes por mí. Y cuando por fin veo un poco de luz, no te digo nada. Quizás quería entender antes el sentido de lo que he recibido estos días antes de decirte nada. Perdóname Al, pero por otro lado pensaba que la luz que he recibido ha sido tan fuerte que quizás te había llegado a ti también. Empecé a ver algo una noche, en casa. Habíamos salido a cenar. Fue la típica cena, igual a otras miles a las que hemos asistido (recuerdo algunas en las que tú y yo nos mirábamos sintiéndonos fuera del mundo). No conseguí que se hablara de nada durante la cena. Lo mismo de siempre: los mismos temas, las mismas pullas a los ausentes, la misma desconfianza, los chistes fáciles. Llegué a casa derrumbada. Las niñas dormían. Creo que la mayor tenía algo de fiebre pero no quise despertarla. J. se había ido a dejar a la canguro en su casa. Tardaba y tardaba. Puse la tele y me dispuse a esperarle. No ponían nada pero yo pensé que era mejor así. Me sentía totalmente vacía. Empecé a pensar en ti, en que tú tienes tanta o más necesidad que yo de consuelo, después de todo. Tú eres pobre, elegido pobre, concebido pobre: débil, inútil, impotente. Yo también soy pobre, elegida pobre, concebida pobre: débil, inútil e impotente. Somos tan pobres los dos que el evangelio para nosotros es una pura necesidad. Y entonces supe que esa era nuestra mayor riqueza, un tesoro incalculable. Me di cuenta de que, durante los años que hemos pasado cerca, Alguien ha ido desnudando nuestras almas; nosotros queríamos vestirlas, pues conocemos la vergüenza de nuestros pecados, pero lo necesario es desnudarlas para que la semilla llegue a lo profundo de nuestro polvo, a lo más hondo del alma. Al, no temas desnudar tu alma, no temas mirarla, libérate del miedo que te quede, dándoselo todo a él directamente, y si no puedes, dámelo a mí, que se lo daré a él en tu nombre: dáme todo el miedo que te surja. No es fácil caminar en el alma, hay lugares muertos y ateos, otros lugares sin paz, en los que luchan el espíritu del mundo y el mal, pues están divididos; también encontrarás lugares vacíos y desiertos, en los que no sientas su presencia. No te enfades conmigo por lo que te digo: créeme, creo que daría mi vida por ti. Si no desnudamos el alma no se puede sembrar. Para ello hay que dejar que penetre su luz; cuando nuestras faltas estén en la luz, él nos dirá que hacer. Siempre mendigos. Esto es verdad y yo sé que tú entiendes esto que te digo, sin claridad, sólo balbuciendo…
(La foto que acompaña el fragmento de esta carta es otro autorretrato romano de Francesca Woodman, de los años 1977-78)
3 comentarios:
Maravillosa...
Estoy muy conmovida, como ustedes dos yo también soy pobre, muy pobre. Un abrazo con todo mi cariño
gracias a las dos!
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