1. Ayer por la noche pude ver por fin My Blueberry Nights de Won Kar Wai. Lo que me faltaba para el duro. Si ya antes estaba enamorado de Norah Jones, de su forma de cantarte al oído con una dulzura celestial, qué voy a hacer ahora. ¡Qué horror! Y eso que aquí no abre la boca ni para besar ni para cantar en toda la cinta (directamente, me refiero). De vez en cuando, en la escena pública, aparece un ser así: angelical, ¿no? A mí me lo parece, para que luego digan algunos listos que los personajes buenos en el arte no son atractivos. Pues yo debo de ser un bicho rarísimo porque como os digo me quedé enamorado de su bondad, de su pureza, de su luminosidad. Tiene el don ese que yo he buscado siempre para mí, hasta ahora sin la menor fortuna, el don de la separación: el personaje es alguien que se aparta siempre, pero que apartándose se aproxima, por otra vía, aún más tierna e incisiva. La historia de amor del policía borracho (en el que en secreto os confieso que me reconocí hasta un punto en extremo doloroso), me parece bellísima: el amor y la muerte aparecen, como no puede ser de otra manera, íntimamente maridados. La incomprensión, el dolor, la imposibilidad de expresar el amor por ningún cauce acaban matando a los vivos y resucitando a los muertos. Por un momento, mi escepticismo cinematográfico parecía casi vencido. Eso sí, después me quedé sentado, solo, a oscuras (Paula se había acostado) y reconozco que me fumé un puro y me pimplé, contemplando en un libro los encuadres y los colores familiares de Hopper, media botella de whisky. Creo que era del bueno, porque esta mañana apenas tenía resaca. Me dieron las tres de la mañana pero lo necesitaba, como el respirar (mal síntoma). Como los astronautas que, al bajar del cielo, necesitan unas horas (o días, no tengo ni idea) de descompresión.
2. Otro tema. De nuevo sobre el amor a Dios (tranquila, si quieres te puedes saltar esta parte, no vaya a ser que tú también acabes por ignorarme y por retirarme, si no el saludo, sí la palabra). Estos días he releído con calma el discurso de la última cena. No quería que me cogiese el jueves, asistir a la misa de oficios y no poder asimilar lo que allí se dice. Además, si Dios no lo remedia, entonces no estaré en mi casa, de manera que andaré de aquí para allá, como un pelele, en casa de quien sea, sin posibilidad alguna de recogerme (Paula, que sí vive recogida y que, sin duda, es la que mejor me conoce, se ríe de mí y me dice que eso no es recogerse: que es ensimismarse y reconcentrarse, o sea exactamente su opuesto). Bueno, pues sea como sea, yo vivo la semana santa preventiva, o por adelantado. El otro día, leyendo ese discurso que el jueves, rodeado de sobrinos, suegros, etc, etc, no podré leer, comienza hacia la mitad del capítulo 13 de San Juan, una vez que Judas sale del cenáculo, cuando el Señor exhorta a sus amigos (Judas no quiso serlo) justamente a amarse "unos a otros, y que del modo que yo os he amado a vosotros, así os améis recíprocamente" (13,34). Luego lo repite incansablemente a lo largo de la sobremesa: 15, 12 y 17 por ejemplo. El problema yo lo veo ahí: ¿cómo se puede exigir el amor, sea a los demás o al Cristo (a los que veían los discípulos) o a Dios Padre (al que nadie ve)?. Muchos me habéis ilustrado con ideas muy valiosas: por ejemplo, la que dice que se trata de una forma de hablar, que en realidad lo que dice es "os doy mi amor, no lo malgastéis, y que corra entre vosotros y por el mundo entero". Así se entendería mejor aquel impresionante "permaneced en mí, que yo permaneceré en vosotros" (15,4). A mí eso no me convence del todo porque, aunque el amor sea algo recibido, debería contar con muestra libre adhesión, y exigir a alguien que participe de ese movimiento amoroso siempre me parecerá mucho exigir. El discurso continúa, sin desperdicio alguno. Imposible entenderlo, tal es su intensidad, densidad, intimidad. Pero, cuando menos se lo espera uno, se produce un prodigioso giro: el Cristo deja de dirigirse a sus amigos y se pone a hablar directamente con el Padre. Asistimos, como en figura, al núcleo de la fe: la vida trinitaria, las relaciones entre las personas divinas expuestas con toda sencillez ante las miradas de los hombres, que nos negamos a mirar. "Oh Padre, santo! Guarda en tu nombre a éstos amigos, a fin de que sean una misma cosa por la caridad, así como nosotros lo somos por la naturaleza" (17,11). Casi nada: el amor no es sólo la señal por la que los cristianos serán reconocidas; es eso, y mucho más: es la esencia misma de la vida del cristiano, su auténtica participación en el ser; la única posibilidad que tenemos de ser realmente. Lo repite poco después: "Ruego que estos amigos, y los que me vayan a conocer en adelante por su predicación, sean uno, como Tú Padre estás en mí, y yo en ti por identidad de naturaleza, así sean ellos una misma cosa en nosotros por unión de amor" (17,21). Queda más que claro que a Dios sólo se llega amando al prójimo. Una puerta muy estrecha. No sé si es correcto decir que el amor al prójimo es Dios mismo. Pero, yo sigo con mi perra: ¿se puede eso exigir? El pequeño paso que he dado estos días, me vino no obstante, en este contexto, por una frase, la última que pronuncia el Cristo en la llamada oración sacerdotal, o sea en ese diálogo de mediación con su Padre. Dice así: Yo les he dado a mis amigos tu nombre para que el amor con el que me amaste, en ellos esté, y yo mismo esté en ellos.
Intuyo que en estas últimas palabras se encierra un secreto muy profundo, y creo que tiene que ver con la idea de que el amor que se nos exige no es tanto el nuestro propio como el que, a través nuestro, puede entregar a otros el mismo Dios. Al fin y al cabo, ¿no somos un pueblo de sacerdotes o mediadores, lo que queda de la estirpe judaica?
3. Esa necesaria elevación a un orden (el de la Gracia) es lo que convierte a la persona de Simone Weil, que tan lúcida y reiteradamente habló del amor de Dios , a pesar de su declarado cristianismo, en irreconciliable con la verdad cristiana más radical. Simone Weil rechazó el punto de partida esencial: la incorporación al orden sobrenatural por medio del bautismo. No voy a entrar más en esto, por ahora. Lo traigo a colación, en estas miradas en arrière, por la sencilla razón de que en su momento lamenté que su centenario hubiera pasado sin pena ni gloria. Era un olvido tremendo. Me alegré, por tanto, al leer una pequeña pero sustanciosa necrológica de Carlos Ortega en El País. Creí ver en el artículo de Carlos la presencia subterránea o no de dos pares de la Weil: María Zambrano y Cristina Campo. Por aquello de la noción de atención. La Campo estaba bautizada, eso seguro. La Zambrano, no lo sé (a sus biógrafos les parece éste un dato banal: acabo de repasar exhaustivamente dos cronologías muy elaboradas y nada, total, que más da, a quién le importa ese detalle sin importancia), pero lo que sí sé es que al hablar de estas cosas, a ambas amigas les gustaba recordar que no somos nadie para juzgar, y ni siquiera para hablar de cosas cuyas consecuencias en el fondo desconocemos. Comparto esa prudencia, así que me callo y no sigo por aquí.
4. Mis reflexiones de días pasados, sobre la literatura y la vida, han quedado abruptamente interrumpidas. Peu importe! Ya hablaré de Michelstaedter, con oportunidad o sin ella. Hablo de él en el libro de Kafka, de modo que si alguien quiere recuperar ese hilo le recomiendo que vea lo que pongo allí. En cambio, no quiero dejar de señalar la afortunada coincidencia de que Siruela haya publicado una monografía de Pilar Parcerisas acerca de la peripecia de Marcel Duchamp (en la foto) en tierras españolas, y más concretamente, catalaunicas. Duchamp en España. Se trata de un libro breve, bien informado, y que parte de un conocimiento preciso de la obra y las ideas duchampianas, hasta el punto que puede ser leído como una buena introducción a las mismas. Muestra con claridad la importancia que tuvieron en la vida de Duchamp sus estancias en España, su relación con Dalí especialmente, su fascinación con la cascada de La Caula, y su influencia en la culminación de Étant données, la obra final a la que dedicó más de veinte años de trabajo, los diez últimos veranos de su vida pasados en Cadaqués: Duchamp se limitaba a ser una sombra de artista, l´artiste respiratuer, y a perder el tiempo jugando al ajedrez. La pregunta es: ¿fue Duchamp el primero que se dio cuenta de que el tablero podía ser considerado una maquina soltera, la machine célibataire por excelencia? Pero, ¿qué es eso? Pues si lo queréis saber, os aconsejo que no leáis la Historia abreviada de la literatura portátil de Vila-Matas. Por mi parte, ya lo contaré otro día, que este post se ha convertido en algo que no tiene pies ni cabeza. Mira por donde, sin haberlo deseado, he llevado a cabo el ideal de los teóricos del poème en prose.
5. Quiero, por último, recordar que se ha abierto la exposición de Agorreta en Barcelona: en la Galería Carme Espinet, desde hoy y hasta el 9 de mayo (un día después de mi cumpleaños). Personalmente no pienso perdérmela; puedes estar tranquila: no pienso pedirte que me acompañes.
12 comentarios:
demasiadas cosas, Alvaro! Laisse-nous respirer et assimiler, please! Mais merci pour toutes ces pistes de réflexion.
Un abrazo fuerte para ti y todos los tuyos,
Et pour les tiens, aussi. Quelle patience as tu avec moi! Merci, de tout coeur, Al
A mí también me gusta Norah Jones, pero Jude Law,ah!Jude Law...
Me encantó MY BLUEBERRY NIGHTS. Te recomiendo "THE VISITOR";la han estrenado hace poco y estoy casi convencida de que te va a encantar.
No entiendo qué quieres decir con no leer la "Literatura portátil". La verdad es que ya lo leí hace unos dos o tres años... y no recuerdo nada sobre Duchamp (lo hojearé de nuevo). Me dejó además el libro la sensación de no saber si me gustaba (por el tema)o me parecía un refrito... A Vila-Matas la verdad no sé cómo cogerlo. De entrada sugerente por el hecho de que sea un gran ignorado (ahora menos), luego cuando lo lees, pues no es para tanto... y a lo mejor de nuevo entiendes por qué no se le atiende más. Así que aprovecho esta crística, tal vez injusta, para que me orientes.
Era irónico: a veces la mejor forma de convencer a alguien de que haga una cosa pasa por decirle que no lo haga. No, yo admiro mucho a E.V-M. Creo que está a años luz de la mayoría de lo que se escribe hoy en España, creo que cada libro es mejor que el anterior (Dietario voluble es magistral) y, sobre todo, pienso que es él que más se ha acercado a lo que de verdad importa, en la literatura y también en la vida: un lector prodigioso, un hombre divertido, además de honesto.
A mí m fascina Jude Law: en esta película es sencillamente demasiado. Coincido plenamente contigo, Mary.
A mí también me encantó My Blueberry Nights, pero es otra película del mismp director la que me cambió la vida: In the mood for love.
A Norah Jones la vi cantar hace menos de dos años aquí en Estoril y fue una expericia celestial, a mí, como a ti, también me atraen los personajes buenos (lo que al final también es un peligro).
La parte espiritual de tu entrada me dejó más de un tema para reflexionar. Gracias. Un abrazo
Puf, comentaría todo, pero me voy a quedar yo también con la "celestial" Norah. Es una mujer tan elegante...
su voz, su mirada, su manera de moverse.
Mi padre la adora, mi madre dice que su sueño sería cantar como ella. Y yo me dedico a destrozar sus canciones cuando estoy sola en casa.
Todos queremos a Norah.
El amor no puede exigirse, por supuesto y, es más, aunque se exija, poco aprovecha si no es real, interior, propio. Qué horror tantas cosas hechas desde la obligación, incluso religiosa, pero sin el oxígeno de la entrega sincera! Ahora bien, si el amor del otro te ha tocado, si el amor de Dios te ha tocado, regalo que no depende de uno, sino del puro don, entonces, re-amar, contestar en la misma forma comienza a ser la única de las exigencias. Y al final se vuelve dulcemente imperativo. La reciprocidad pertenece por eso, me parece, a la pura esencia de la dinámica interna del amor: no se pide, aunque se desea, y si acaba sin cumplirse, el amor tuyo que habías dado queda como impotente, y no realiza la transformación total que el amor logra en las personas. Me encantan sus digresiones teológicas. Saludos.
Lauren: cuando fui a ver In the mood for love, y tras unos veinte minutos, me levanté de la butaca y me fui del cine. No pude soportar tanta belleza. Hace poco compré la peli en DVD y la tengo ahí, esperando el momento de verla, que desde luego no ha llegado aún. Gracias por tu comentario!!!
¿Eterna? Me da como cosa comentar nada, con esa perspectiva por delante, jajaja.
Gracias también por el comentario.
Estoy bastante de acuerdo contigo, Dani. Gracias por expresarlo tan bien esta vez, como la anterior.
Yo también la compré y tengo mi ritual de verla cada año. Adoro su estética y esa forma tan particular que tiene de ver., y mostrar, el amor. Además la música... es mi película. No dejes de contarme tus impresiones cuando la veas. Abrazos
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