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He estado leyendo estos días tres volúmenes de poesía, a cual más fascinante. La poeta griega
Kikí Dimulá ha publicado, bajo el título
Símbolos solubles, una antología de su obra en
Linteo Poesía. Los versos claros, rotundos, vienen precedidos de una presentación de
Juan Antonio González Iglesias, filólogo clásico y uno de los poetas españoles actuales más interesantes. Tampoco conocía de nada a
Ewa Lipska, poeta polaca, de la última de los dos grandes generaciones de polacos del siglo XX.
Lipska nació en
Cracovia en
1945 y hunde sus raíces con fuerza en el siglo presente. Su poesía me parece que tiene una radicalidad y una valentía que no había visto ni siquiera en
Baranczak o en
Zagajewski.
La naranja de Newton, editado en
Trea, contiene dos poemarios:
Astilla y
La naranja de Newton. Ambos espléndidos, cortantes, un tanto altivos en el modo de decir. Autocríticos hasta la crueldad. Pero qué intuiciones, que ráfagas de luz y de viento soplan por sus páginas. Un ejemplo. Se llama
ENVIDIA: "No me dices todo/lo que dicen tus ojos//Bebamos ginebra y martini/con una rodaja de limón//Mi guardián se sintió mal estando de servicio/durante esta noche/en la que tu mano acariciaba al perro//Mas yo sabía/que no se trataba de eso". Y por último
Andreu Vidal, Huesos de sol. Poeta de culto, traductor de
Celan, orfebre de una obra desatendida en gran parte. Las
Ediciones de la Rosa Cúbica, que tantas alegrías nos ha dado, lo traduce ahora al castellano, manteniendo las versiones originales en catalán. Es tan solo una muestra de poemas y aforismos, de lo mucho que debe de haber inédito en castellano. Me quedo con un aforismo poemático que da fe de su genio y que me golpea como un martillo en medio de la cara: "El dios de mi infancia era un dios familiar, próximo, tan de andar por casa que acabó pasando totalmente desapercibido".
P.S. La foto está tomada en la librería anticuaria
Umberto Saba, cerca del puerto de
Trieste.
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