Este sábado por la mañana, y después de dos meses de dificultades, he podido pasar un buen rato en varias librerías de la ciudad. No os puedo describir la alegría que sentí (al principio creí que era un engaño de mis ojos) cuando vi, entre los libros de latín y griego, la edición de la Biblioteca Clásica Gredos de Las Confesiones de San Agustín (2010, 45 €). Llevaba años esperando esta edición. He podido leer el estudio introductorio (100 páginas) y hojear la traducción y las notas al texto, y puedo afirmar que el resultado (nada fácil) es sobresaliente. Alfredo Encuentra Ortega es el autor, y le felicito desde aquí. He pasado quince años de mi vida explicando en clase este libro mágico. Un libro del que el propio San Agustín esperaba que le dijera "no cómo he sido sino cómo soy". Un libro realmente presencial, o sea, para el presente vivo de cada lector. María Zambrano, que escribió las páginas más lúcidas sobre el texto, dijo con razón que como auténtica confesión era más bien una acción que una visión escrita, y que para penetrar su secreto hay que sentir "repetirse aquello en nosotros mismos". De Petrarca a Thomas de Quincey, de Teresa de Jesús a Cristina Campo muchos han experimentado una transformación dentro de esta lectura. Mi felicidad libresca se completó el sábado al descubrir, revolviendo y revolviendo, que va a aparecer pronto, en la Colección de los Autos Sacramentales Completos de Calderón, la edición crítica de El Pleito matrimonial del cuerpo y el alma. Indagando descubro que la estudiosa es una antigua alumna mía, una de esas a las que les aticé en su momento un tostón sobre el santo de Hipona. Hablaré aquí de este libro cuando aparezca, pero confieso que me sentí íntimamente orgulloso de haber formado parte de esta bendita cadena del saber. P.S. El puesto de libros de la foto está en Eau Claire (Nueva York)
4 comentarios:
Enhorabuena. Un saludo, Rafa.
Me alegro mucho por ti
gracias, pues sí, la verdad, son las cosas que me alegran
Y es que no me extraña
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