Mark Rothko, máximo representante del expresionismo abstracto norteamericano, y Giotto di Bondone, gigante precursor del Renacimiento italiano, aparecen desde hoy y por primera vez uno al lado del otro en la Gemäldegalerie de Berlín. La muestra Rothko/Giotto - Die Berührbarkeit des Bildes (Rothko/Giotto - La Tangibilidad del cuadro) se inaugura hoy día 6 de febrero y permanecerá abierta hasta el próximo 3 de mayo.
El título de la muestra surge directamente de las palabras que pronunció Rothko en 1940, tras contemplar la obra del artista toscano: "Es el color de Giotto, sin embargo, lo que produjo en mí esa enorme sensación de tangibilidad". Ahí es nada: la cuestión de tocar o no tocar, algo que trajo de cabeza a los grandes espíritus realistas de la Edad Media.
Para el comisario de la exposición, Stefan Weppelman, demasiado entusiasmado con la famosa declaración, el punto de unión entre ambos artistas residiría en un uso similar del color, como herramienta para crear estructuras. Reds no. 5 (1961, en la foto), un cuadro complejo que representa una degradación de color, que va desde el magenta hasta el cadmio, refleja la preocupación de Rothko por los estudios de color. Siempre según él, también aparece un estudio del color en Giotto, como puede observarse en Dormitio Virginis (1310, en la foto superior), a través de los contrastes entre el rojo y el azul de las túnicas que visten los apóstoles y que se repiten creando una "estructura simétrica". Por su parte, el director de la Nationalgalerie de Berlín, Udo Kittelmann, insistió en que se trata de unas obras que permiten "aprender mirando" y en los que la "dimensión espiritual desempeña un papel esencial". "No hay nada nuevo en el arte, todo está inventado, y por eso hay que remontarse a los grandes maestros clásicos", añadió. Acaso este segundo señor esté algo mejor orientado.
Este proyecto, que tiene el propósito de relacionar a Rothko (1903-1970) y a Giotto (1264-1334), fue concebido por la Gemäldegalerie de Berlín, junto con el Instituto de Arte Histórico de Florencia y la Daimler Contemprary de Berlín. Sin duda, un ejemplo de la necesaria complementariedad de las instituciones académicas y las museísticas: aún más, un ejemplo de que lo mejor, en el ámbito expositivo, surge de un proyecto intelectual solvente, sostenido y bien definido.
Yendo al fondo de la cuestión, por un momento, me da la impresión de que una vez más el origen, más o menos remoto, de esta muestra, no se encuentra en las declaraciones del pintor, que hemos conocido recientemente gracias al trabajo de su hijo Christopher. Pienso que hay una tradición especulativa y crítica a lo largo de todo el Siglo XX gracias a la cual sabíamos lo esencial: que existe una elipsis que se despliega desde los primitivos italianos hasta las primeras vanguardias históricas (la misma que se abre con Petrarca y se cierra de nuevo con Kafka, en el arte de las letras). El expresionismo abstracto es la última, y acaso la más potente de todas ellas. Esa elipsis, sobre la que habla Gombrich en varios pasajes memorables de su memorable obra, no es otra que la del parentesco espiritual, capaz de saltar por encima de siglos de producción artística accidental, entre movimientos en los que abstracción y figuración se dan la mano, casi se tocan, como Dios Padre y Dios Hijo en la Sixtina de Miguel Ángel. Son momentos en los que esos viejos términos clasificatorios pierden interés: queda solo la pintura, plena de misterio, belleza y simplicidad. Giotto, gracias a su conocimiento de la tradición bizantina, recuperó el arte de crear la ilusión de la profundidad sobre una superficie plana. Eso fue lo que maravilló a Rothko, y lo que desde el año 60 se afanó en realizar en cada cuadro: una superficie de color en la que se trasluce una intensa actividad espiritual.
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