Hace ya más de un año que la editorial Atalanta sacó a la luz La fuga de Atalanta, el célebre Atalanta Fugiens de Michael Maier, el libro de emblemas alquímicos más importante del siglo XVII. Médico personal y consejero de Rodolfo II de Praga, el mérito de Meier consistió en ilustrar con imágenes o ideogramas los principios de una gnosis que se remontaba al comienzo de la Edad Media, y en concreto a las célebres doce tesis herméticas de la Tábula smaragdiana o Tabla esmeralda, atribuida al sabio egipcio Hermes Trimegisto. Además de las imágenes de Merian y del editor de Bry, Michael Meier añadió a su proyecto la composición de las correspondientes piezas musicales, a las que llamó fugas (en consonancia con el título del libro), pero que en realidad son otros tantos cánones a dos voces sobre un cantus firmus.
Más allá de la riqueza simbólica que presenta, la importancia del Atalanta Fugiens es crucial para la historia del arte moderno. Por varios motivos. Me limito a señalar dos: porque establece como una exigencia la necesidad, en el ámbito intelectual, de establecer un diálogo significativo entre los distintos modos de expresión verbal, visual y musical (un antecedente claro de los movimientos poético-artísticos que se desarrollarán a partir del siglo XIX) y, segundo, e incluso más importante, por la recuperación que supone de los principios de expresión artística abstracta, que tienen su origen en las tradiciones preclásicas (singularmente en la egipcia) y que se caracterizan por la superación de una lógica visual de pura inmediatez.
La importancia de la alquimia no quedará nunca del todo superada por el hecho de ser, por encima de todo, una ciencia o sabiduría de las transformaciones o metamorfosis. O sea, del principio del cambio. Más allá de sus concreciones puntuales, que pueden estar superadas, es inseparable de la historia de las ideas en Occidente, al menos en el terreno de la filosofía de la naturaleza y de la religión. Y no puede entenderse gran cosa de lo sucedido en arte, desde el Barroco hasta las vanguardias históricas, sin conocer a fondo la simbólica alquímica.
Sobre su relación con la religión trata otro libro recién aparecido. Alquimia y religión (Siruela, 2009). Su autor, Raimon Arola, es uno de los sabios (jóvenes) que tenemos en España. Sigo su obra de cerca. Y me he quedado impresionado por el modo sutil en el que distingue y al mismo tiempo relaciona dos ámbitos diversos, interpenetrados y, en cierta medida, complementarios.
(La foto del interior de un portal en la Praga mágica, la que surge en el periodo rodolfino, es de Josef Sudek)
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