sábado, 30 de abril de 2011
Ernesto Sábato (1911-2011)
"Sólo existió un ser que entendió mi pintura. Mientras tanto, estos cuadros deben de confirmarlos cada vez más en su estúpido punto de vista. Y los muros de este infierno serán, así, cada día más herméticos". Ha muerto el maestro Sábato. Y cuánto lo siento. Cuando muere un hombre así el mundo se empobrece tanto. Como muestran las palabras finales de El túnel, sábatos había al menos dos: el diurno (autor de ensayos como El escritor y sus fantasmas o el último Antes del fin) y el novelista oscuro, nocturno, casi casi negro. El de Abbadon y Sobre héroes y tumbas. El gran mito que exploró (como hicieron tantos otros antes al surgir las letras y lo después harán mientras el arte siga formando parte de la vida de los hombres) es el de la ceguera. Corran y lean si no el Informe sobre ciegos. En la foto de Danilo di Marco aparece en su casa junto a sus pinturas goyescas. Así me gusta imaginarlo. Charlando no más. Acogedor, tranquilo, pero consciente como el que más de la inmensa estupidez del mundo.
Notas para un diario 207
Fin de las vacaciones. El corazón es un microcosmos. Cuatro días de descanso han bastado. Lo importante es el ritmo. Hacer durante varios días las mismas cosas, con calma, sin estar pendiente del reloj. Necesitamos la repetición, al menos tanto como la variación; necesitamos a los demás y necesitamos estar solos. Un cuerpo es sagrado porque es amado. Los días se alargan, pero yo los he recortado acostándome pronto, a veces hasta con luz solar. He madrugado, escrito, leído, leído mucho. Y reflexionado. No salgas fuera, entra dentro de ti mismo: porque en tu hombre interior reside la verdad (S. Agustín, De vera religione, 39, 72). Siempre lo he creído así. No obstante, apenas he tenido tiempo de pensar en mí. He conducido, llevado, traído, acompañado, escuchado, paseado, contemplado (todo participios que implican una actividad más bien pasiva, casi una no actividad) a los que me rodeaban (incluido Brako). Sin más. No siempre me apetecía, en absoluto. Pero ya no quiero minusvalorar la importancia del mero estar, dejando a los demás su espacio. No quiero que mi casa nunca más sea un hotel.
viernes, 29 de abril de 2011
Notas para un diario 206
Llevo días con este cuadro como imagen de fondo en el ordenador desde el que escribo estas notas de condenado. Cada vez que lo enciendo o apago, cada vez que lo abro para ver el correo o las últimas noticias, ahí está él esperando silencioso e interpelante con sus puertas abiertas indicando el camino, por las habitaciones, hacia un extremo de la casa, hacia el dormitorio conyugal. Yo veo, sobre todo, una cadena de puertas abiertas hacia un final. El pintor ha querido abrir las puertas de su propia casa en un acto de generosidad. Yo lo veo como un regalo. El pintor ofrece en ese cuadro de 1914 una parte de su intimidad. Con todo su misterio infranqueable. Cualquier regalo es el eslabón de una cadena, abierta a nuevas ofrendas u obligaciones entre el que da y el que recibe. Las puertas abiertas del cuadro convierten esa parte de la casa – la parte de los dormitorios– en algo que se expone sin exponerse: es casi un tubo que no permite ver lo que hay a los lados: la vida o la ausencia de vida que los pudiera presidir. Así consigue Hammershoi el difícil equilibrio que yo he procurado mantener en este blog. No convertir lo propio en ajeno, lo familiar en público, lo íntimo en extraño. Pero a la vez exponerme, abrir algunas de las puertas de mi casa, jugar con las luces y las sombras.
jueves, 28 de abril de 2011
El timo del arte contemporáneo
Estos artistas no proponen exhibir su técnica ni proclamar sus conocimientos, sino que sólo intentan expresar en forma pictórica y plástica algunas experiencias espirituales; no pretenden ofrecer lo que, en definitiva, sólo puede ser un pálido reflejo de la apariencia real, sino despertar la convicción de una nueva y definida realidad. No intentan imitar la forma sino crearla, no intentan imitar la vida, sino encontrar un equivalente de la vida. Con esto quiero decir que desean crear imágenes que por la claridad de su estructura lógica, y por su estrechamente trabada unidad de textura, inspiren nuestra imaginación desinteresada y contemplativa con algo de la misma vivacidad que despiertan los objetos de la vida real en nuestras actividades prácticas. DE HECHO NO BUSCAN LA ILUSIÓN SINO LA REALIDAD*
*Roger Fry, Catalogue of the Second Postimpressionist Exhibition, 1912.
Edward Hooper, Table for Ladies (1930)
miércoles, 27 de abril de 2011
Notas para un diario 205
Paso la semana pegado literalmente al volumen de Nicolas Bouvier de Quarto (Gallimard, 2004). Ahí aprendo un montón de cosas. Poco a poco. Sobre él. Sobre mí. Cosas que no sabía, la verdad. Todavía es mucho más lo que no sé. Además, todo cambia todo el rato: sin duda se trata de un libro vivo y único, escrito me temo a costa de la propia vida. Anoche leía casi con lágrimas en los ojos el capítulo que da título a Le Poisson-scorpion. Habla por separado de cada uno de sus padres y (creo yo) del amor de su vida. Alguien a quien perdió y nunca recuperó. Estaba tan herido de muerte por sus padres (¿por el mero hecho de nacer?) como podía estarlo Fritz Zorn, el autor de Bajo el signo de marte (otro suizo). Bouvier optó por viajar y por buscar la verdad en vez de despotricar contra todo el mundo. Pero la profundidad de la herida de uno no era menor que la del otro. Considero que las seis páginas de ese capítulo deben colocarse encima de las grandes líneas escritas en el siglo XX, y considero también que son intraducibles (en su precisión geométrica, en su emoción, en su musicalidad interna). Debajo late la verdad buscada con un ahínco absoluto y pagada a precio de sangre. Todo depende de la verdad, de su búsqueda y de los hallazgos más o menos fulminantes que podemos hacer de ella. Deux vies, un instant, la plénitude, la félicité… A Bouvier escribir esas páginas le costó más de veinte años. No pudo enfrentarse a lo intuido en esa deprimente habitación de Ceylan hasta tantos años después. Pero nunca cesó de buscar lo que había entrevisto. Y no le valieron excusas. Tampoco los grandes planteamientos, the bloody big words, good for nothing. Se metió muy adentro de sí mismo, en su "habitación roja" y peleó a vida o muerte con el ángel jacobeo. Bendito, bendito sea Bouvier.
martes, 26 de abril de 2011
El librero
… quien tuviera un buen librero que pasase las noches leyendo por ti, que te quisiese y que te hiciera participar de sus enamoramientos (N.B.)
Arcimboldo, El librero, siglo XVI
lunes, 25 de abril de 2011
Leyendo "Babelia": tres notas.
No me gusta el título, qué le vamos a hacer. ¿Babelia? No, Babelia es un título muy acertado. Desconozco a quién se le ocurrió (¿lo han contado en el reciente aniversario de los 1000 y un números de la revista? ¿no habría que haber comenzado por eso?). Acertado porque apunta a una gran verdad: sólo nos entendemos a través de malosentendidos. Así suele ocurrir con las personas. No me gusta el título del libro de Paul Preston sobre la guerra (in)civil: El Holocausto español. Encima con h mayúscula. Tampoco me gusta la reseña de Ángel Viñas (qué manía la de aprovechar el texto de otro sólo para reafirmar las posiciones propias). No me gusta por las connotaciones religiosas que tiene la palabra holocausto (y que la inválida por cierto para hablar de la Shoah; y lo digo yo que acepté poner ese vocablo en el título de un libro mío…). Un holocausto, además de una gran matanza, es un sacrificio, "un acto de abnegación total que se lleva a cabo por amor". Supongo que no hay que añadir más explicaciones. Otra cosa es el contenido del libro. Yo no me lo voy a perder. Es mi obligación, escribiendo sobre la guerra del 36 (impresiona, en la instantánea de Centelles, ver los cadáveres de personas y animales desparramados por la Plaza de Cataluña al comienzo de la contienda; me gustaría que ese life time work me ayudase a conocer justamente lo que esa foto no muestra). Me ha hecho gracia que Philip Roth diga precisamente en la entrevista que concede a Babelia que 65 años es el margen para hablar de cualquier asunto. Una generación y media. Ha ocurrido así a veces, por ejemplo con los escritos evangélicos (o con la emigración de judíos centroeuropeos hacia el oeste a comienzos del novecientos). Otras veces la cosa ha tardado mucho más. La Ilíada sin ir más atrás se escribió medio milenio más tarde que la guerra de Troya. Y con qué precisión en las imágenes: parece, cuando se lee, que la cosa está ocurriendo casi simultáneamente a la escritura. No se debe generalizar en asuntos literarios. Hay que ser cauto. Aunque a veces ayuda un poco a aclararse. Como cuando dice Piglia (alguien que sí ha encontrado el tono para escribir de lo íntimo y autobiográfico) que "los nombres (se refiere a los títulos de las pinturas) mejoran a medida que los cuadros dejan de ser figurativos". Es curioso. La abstracción es una vía por la que la pintura vuelve a su origen en el dibujo, en el trazo, en el signo caligráfico.
sábado, 23 de abril de 2011
Notas para un diario 204
A mí me pasa como a Jakob von Gunten al entrar en el instituto Benjamenta, que me parece que esta vida parte toda ella de un sueño, que soy el mero espectador de un auto sacramental que se desarrolla ante mis ojos ciegos, como en el espléndido poema que Oscar Hahn acaba de publicar en el número 34 de la revista Sibila. Nada más. No llego a nada más. Soy incapaz por ejemplo de afirmar cuál de las dos imágenes de la mujer de Hammershoi es más real, si es que lo sea alguna. He participado en los oficios de la semana santa (aquí en Francia pasan completamente desapercibidos), he releído dos veces la Pasión según san Juan, he ayunado ayer y comenzado ya a celebrar la pascua cristiana rodeado de personas queridísimas (la casa de Biarrtiz es para mi, cada vez más, Betania) pero acosado por preguntas sin respuesta que me rondan todo el día: en particular en este preciso momento me cuestiono si el triduo se corresponde o no con alguna relación trinitaria. El día que va del jueves al viernes, del lugar de la cena (no me canso de leer el testamento de Jesús) al huerto en el que queda amortajado es o no el día del hijo. El hijo llega a preguntarse en alto porqué le ha abandonado el padre e insiste varias veces en que más tarde enviará al abogado. Cuánto debía de gustarle a Kafka por cierto esa nomenclatura jurídica. Hoy sábado el que desaparece es el hijo muerto. El abogado no está aún del mismo modo que estará después de su venida en forma de lenguas de fuego. Queda el padre en el centro de la escena. Seguimos en la tarde y en el espíritu de viernes santo que tanto apesadumbró a Simone Weil. Decir que nos quedamos solos con el padre es una manera demasiado humana de hablar, no lo niego, pero ¿es que acaso tenemos otra? ¿podemos comprender algo fuera del eje espacio-tiempo? ¿cómo leemos los textos de Juan, con esa mirada humana o con los ojos de la fe del carbonero? Ya sé que su alma está unida al padre siempre (Benedicto XVI lo repitió ayer ante una de las siete preguntas que le hicieron por la tele italiana), pero está sin su cuerpo que yace muerto dentro de una cueva. O sea que está junto al padre menos completamente que lo estuvo cuando llegó el tercer día en el que resucitó en cuerpo glorioso. En ese momento el hijo y el padre quedaron unidos en perfecta plenitud, pero faltaba por venir todavía el abogado. En los días en los que el Cristo resucitado pasó entre los suyos hasta la ascensión, la lectura del evangelio parece indicar que todo era un poco raro. No le reconocen fácilmente ni los más cercanos. Apenas sabemos qué hizo su madre. Por una parte su cuerpo come y por otra traviesa paredes. Más que verle o reconocerle los suyos le intuyen o presienten. Pero pueden tocarle, si él quiere (a la Magdalena se lo impide porque debe aún volver al padre y a Tomás se lo pide para confirmarle en la fe). Debía de tener un aspecto distinto del que presentaba antes de morir (los ejes espacio-temporales no le afectaban; los respetaba de hecho para seguir en contacto con los suyos). A mí siempre me han parecido un gran misterio esos cuarenta días de preparación (el hijo estaba especialmente cercano al abogado defensor que nos iba a dejar tras su marcha). A veces me pregunto también porqué es tan importante la resurrección del cuerpo. La realidad de la inmortalidad del alma había sido reconocida entre otros por los griegos, además de los judíos. ¿Por qué es tan necesario tener un cuerpo siendo el alma algo tan increíblemente perfecto como lo es? Y, sobre todo, ¿cómo hemos podido tener del cuerpo, en la tradición judeocristiana, la mala consideración que hemos tenido, cárcel del alma, principio de todo mal, etc, etc, aún hoy mismo, si de su resurrección (de la inmortalidad del alma nadie dudaba) depende la plenitud de lo que creemos los que profesamos esta fe? Los griegos, para quienes la resurrección corporal es una idea peregrina, han considerado en mucho más al cuerpo. ¿O no? Sobre todo esto se viene hablando al menos durante los últimos tres mil quinientos años. Se ha escrito de todo. Hay que leerlo claro, aunque aquí más que en ningún otro aspecto se nota la brevedad del tiempo que nos ha sido dado para cumplir la tarea inexcusable de razonar la fe. Apenas un resto de tiempo. Y ningún espacio para el silencio y la meditación. Personalmente son cosas que me obsesionan, como a otros les tortura mentalmente tener más dinero, más éxito del tipo que sea o más salud.
jueves, 21 de abril de 2011
miércoles, 20 de abril de 2011
The Wire e In Treatment
He visto en las últimas semanas las cinco temporadas de The Wire. Alguien ha dicho por lo visto que si Shakespeare viviera hoy, escribiría así y por ese medio. Tal vez en efecto escribiría guiones, pero yo pienso que lo haría de un modo distinto. No mucho, pero es que en ese poco está todo. La serie no obstante me parece interesante. Podría hablar horas de lo que me ha sugerido, pero no lo voy a hacer. Por un motivo: se trata, creo yo, de una serie que apunta a fondo a lo político. En concreto a algo que cada día veo más claro (por ejemplo en el caso de la crisis económica, en general y en particular en el caso español). Lo que veo es que los Estados Unidos de América, lejos ya de la doctrina Monroe (América para los americanos), han convertido el mundo en una sucursal de su modo de vida y de su idea loca del progreso y la prisa como sistema. La consecuencia más funesta es que está convirtiendo la sociedad mundial en un mundo de ricos y pobres, con una distancia cada vez mayor entrambos. Ocurre en todos los países, no sólo en el llamado tercer mundo. Y es nefasto. Conozco mucha gente afectada en España por la crisis de mil modos, pero lo increíble es que en plena debacle general hay quien gana cada vez más dinero (algunos consiguen incluso que lo que han perdido se lo paguemos todos con los impuestos). Dos mundos, cada vez más lejanos entre sí, y que por supuesto acabarán chocando con violencia. En medio una corrupción política desatada. Una clase política instrumental en manos de los económicamente poderosos. Pero yo no soy un politólogo. No tengo soluciones. Ni una sola. Ni siquiera sé si tengo el menor criterio para hablar de esto. Como botón de muestra mi absurda teoría conspiratoria. Lo que me interesa de verdad de The Wire es el tempo, el ritmo del relato, su consustancial lentitud. Cinco temporadas, decenas de capítulos, cientos de horas de escuchas (es big brother que enseña su feo rostro amenazante), miles de emisión. Los mismos personajes, gestos parecidos, pequeñas variaciones. Lentitud para respirar al ritmo que marca una historia en la que no ocurre más que el transcurrir de la vida de los poderosos, de los corruptos y de los parias.
Me dicen que estas series (The Wire, In Treatment) no tienen éxito. A la gente le aburren. De hecho la HBO no piensa continuar ni la una ni la otra. Habría margen narrativo, desde luego. In treatment se ha quedado varada en lo mejor. Paul Weston dice al final de la tercera y me temo que última tenporada, antes de despedirse abruptamente de la mujer que ama, que "tiene 56 años y que ha perdido su camino". In treatment es en algún sentido el reverso de The Wire. Frente a lo político, lo íntimo. La búsqueda sempiterna e irrenunciable de la felicidad personal. Algo que nos viene directamente de nuestro pasado colectivo, de nuestra tradición. Intentaré profundizar un poco en este punto en los próximos días.
martes, 19 de abril de 2011
Noma: ¿el mejor restaurante del mundo?
Me llama poderosamente la atención que esta sea la puerta de entrada al que, por segundo año consecutivo, ha sido galardonado con el premio al mejor restaurante del mundo.
Esta es su decoración. Está situado en un viejo almacén del puerto de Copenhague. Su lema en todo es la sencillez.
Como por ahora no me puedo ir a Dinamarca a conocerlo, pienso por mi parte celebrar la Pascua de Resurrección en La Nuez de Pamplona, que para mí es también el mejor restaurante del mundo. Si alguien se anima, que lo diga…
Esta es su decoración. Está situado en un viejo almacén del puerto de Copenhague. Su lema en todo es la sencillez.
Ésta es su gente. Poca, en comparación con muchos otros restaurantes de su categoría.
Este es un aperitivo: Tostada con hierbas, mantequilla y vinagre.
Como por ahora no me puedo ir a Dinamarca a conocerlo, pienso por mi parte celebrar la Pascua de Resurrección en La Nuez de Pamplona, que para mí es también el mejor restaurante del mundo. Si alguien se anima, que lo diga…
lunes, 18 de abril de 2011
Notas para un diario 203
Se acercan las vacaciones de Semana Santa. En el norte de España, se descansa la semana de Resurrección, no la de Dolores. Me pregunto porqué. En todo caso, después de un trimestre de mucho trabajo, estoy deseando seguir leyendo y trabajando, pero con otro ritmo (Unamuno, Bouvier, Ángel Alcala, Vila-Matas, Menchu Gutiérrez, algo de Simenon…). Francia y mi hermana Lourdes me acogen, de nuevo. No necesito nada. Una ventana. Unos pocos libros. Sólo un poco de tiempo por delante. Poder contemplar un rato el mar desde tierra, con eso me basta. Tuve la suerte de acudir el sábado a una Pasión según San Juan dirigida por Ton Koopman. Fue grandioso, y a la vez muy íntimo. Con la música de Bach vas pasando por muchas estancias, a cada cual más increíblemente bella. De maravilla en maravilla. Y la letra de la pasión joánica tiene muchos ecos, dolorosos, gozosos, gloriosos. Luz de luz. Te pone en carne viva. Yo he mamado la religión con la leche materna, y cuando resuena, hacia el final del proceso sumario al Cristo, ese Was is Wahrheit? todo – el plano de la decisión moral, la libertad en su concepto más absolutamente radical – se pone delante con la humildad de un Dios cuya espalda azotada "cada vez se parece más al cielo" (Bach). Carne esculpida, penetrada. Carne viva para una esperanza viva, en medio del infierno. Hace ya dos semanas leía este texto abismal en el capítulo 37 de Ezequiel: " Yo reconstruiré sobre vosotros (es Él hablando a unos huesos de muerto) vuestras nervaduras, haré que recrezca sobre vosotros la carne, y os cubriré de piel y os daré un espíritu y viviréis, y así sabréis que yo soy Yahvé". La Biblia desde la que lo he traducido (Jérusalem, ed francesa 2003) dice al lado del texto que se trata de una metáfora, que desde luego en tiempos de Ezequiel la resurrección no formaba parte de la "esperanza bíblica". ¡Joder lo que saben los eruditos! Como metáfora me parece de lo más extraña: además, con los tropos pasa lo que con las chistes, que entre broma y broma la verdad asoma. Ya lo decía Kris, el amigo de Gombrich. Pero a lo que voy. Desde hace muchos años leo todo lo que encuentro sobre eso que llamamos resurrección y sólo ahora y gracias a una persona más que querida creo que empiezo a entrañar algo de su significado. Hablaré de esto próximamente.
viernes, 15 de abril de 2011
Sin embargo (Chantal Maillard)
Con ocasión de la publicación en Pretextos de Bélgica de Chantal Maillard se ha realizado este video:
jueves, 14 de abril de 2011
Un capítulo de la historia de la literatura
Un buen día llamé por teléfono a un viejo amigo poeta al que habían otorgado un premio internacional. Le di la enhorabuena pero me cortó en seco y con evidente malestar me dijo: "Lo que no entiendo es qué he hecho mal para que me lo den".
Recordé de inmediato la insistencia de los poetas áureos romanos en que el gusto del laurel es amargo.
Recordé también que ni a Proust, ni a Joyce ni a Kafka ni a Celan ni a Rulfo les dieron el así llamado "máximo galardón de las letras universales".
Recordé que Ramón, acaso el mayor talento literario del siglo pasado en España, en cincuenta y nueve años de escritura diaria e ininterrumpida, no recibió ni un solo premio (el exilio no cuenta como tal).
Que Milosz contó alguna vez que el día en que cumplió sesenta años no recibió ni una felicitación. Su compatriota y poeta máximo, Zbigniev Herbert, pasó una noche entera deambulando solo con su mujer y una maleta vieja por las calles de Madrid. Nadie fue a recibirles a la estación y como no conocían a nadie acabaron en un hospital con una inmensa tiritona.
Que Miguel Torga se autoeditó todos sus libros (a nadie parecía interesarle). También lo hizo Nicolas Bouvier con L´usage du monde.
Que Lampedusa, tras varios rechazos editoriales, murió creyendo que su novela permanecería inédita.
Que Joseph Roth murió solo, alcoholizado y sin un real (llevaba años viviendo de la caridad de sus amigos).
Que Katherine Mansfield murió sola, abducida por una secta.
Que Oscar Wilde murió solo, abandonado por todos los que le habían jaleado (su hijo llegó a renegar hasta de su nombre)
Que Robert Walser murió tirado en la nieve, dado por loco, olvidado por la sociedad literaria, la misma de la que Rimbaud abominó fieramente.
Que la Nemiroswski murió sola, traicionada por todos, asesinada, y que los últimos años malvivía escribiendo con pseudónimo noveluchas para revistas de señoritas.
Que Emmanuel Bove murió sólo, abandonado y desnutrido, de una extraña enfermedad parecida a la anorexia.
Que Max Jacob murió sólo, traicionado por sus "amigos" (Picasso) que no movieron un dedo para sacarlo del campo de Drancy.
Que Mandelstam murió de frío, la Ajmátova de pena, Lorca fusilado y el viejo Unamuno de puro miedo y de asco.
Y eso dejando aparte la larga lista de los suicidas ilustres.
Recordé que el mayor teólogo de Francia del siglo XX, gran santo y gran escritor, mi patrón, murió en un prostíbulo (y que nadie, por un absurdo pudor, quiso hablar de ello)
Kafka no tuvo en toda su vida más de dos mil lectores. ¿Cuántos tuvo Brodsky antes del Nobel? ¿Y Simone Weil? ¿Y María Zambrano?
Nadie que no esté muy metido, pero que muy metido, en la lectura de lo esencial, conoce siquiera nombres capitales de la creación y el pensamiento como el de Cristina Campo, Edmond Jabès o Tomas Tranströmer. Casi nadie sabe tampoco quien es Auberbach ni Spitzer. Lo mejor de la obra de C.S. Lewis permanece totalmente inatendido.
Que apenas se lee a Cernuda ni a Bergamín ni a Prados ni a Altolaguirre (como mucho se les "estudia" en unas universidades en las que se identifica leer con "contar palabras").
Lo malo de este capítulo es que es interminable…
Yo me pregunto si tuvieron algo en común todos ellos, y tengo bastante claro que sí: escribieron lo que sus semejantes no querían oír (fueron especialmente molestos para los poderosos), y nunca, nunca, hicieron fácil lo difícil.
No recomiendo a nadie ese camino. Ya se ve adónde conduce.
miércoles, 13 de abril de 2011
Creer o no creer
No es necesaria la fe en Dios, basta la fe en las cosas creadas, que permite moverse entre los objetos persuadido de su existencia, convencido de la irrefutable realidad de la silla, del paraguas, del cigarrillo, de la amistad. Quien duda de sí mismo está perdido, al igual que quien, temiendo no conseguir hacer el amor, no lo consigue. Se es feliz junto a las personas que nos hacen sentir la indudable presencia del mundo, así como un cuerpo amado proporciona la certidumbre de esos hombros, de ese seno, de esa curva de las caderas y de su onda que sostiene como un mar. Y quien no tiene fe, enseña Singer, puede comportarse como si creyera; la fe vendrá después.
Claudio Magris, Danubio.
martes, 12 de abril de 2011
Morandi
1. Siempre sentí una fascinación especial por el tema de la realidad. ¿Por qué hay tanta gente descontenta con lo que puede ver y sentir? ¿Por qué buscan sorpresas detrás de los acontecimientos? ¿Por qué creen que, tomadas en conjunto, estas sorpresas forman todo un mundo? Y, lo que resulta más extraño, ¿por qué dan por sentado que este mundo oculto es más sólido, más digno de confianza, más "real", que el mundo del que parten? La búsqueda de sorpresas es natural; después de todo, con frecuencia, una cosa parece ser de una forma y luego resulta ser de otra. Pero, ¿por qué se asume que todos los fenómenos engañan y que (como decía Demócrito) "la verdad yace oculta en un abismo"?*
*Paul Feyerabend, Killing time.
**Giorgio Morandi. El cuadro se titula Still Life, 1951, Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen, Düsseldorf
lunes, 11 de abril de 2011
El futuro del amor
Para Eydilion, por sus comentarios
El amor trasciende siempre, es el agente de toda trascendencia en el hombre. Y así, abre el futuro: no el porvenir que es el mañana que se presume cierto, repetición de variaciones del hoy y réplica del ayer; el futuro, la eternidad, esa apertura sin límite a otro tiempo, a esa otra vida que se nos aparece como la vida de verdad (…) El amor es el agente de destrucción más poderoso, porque al descubrir la inadecuación y a veces la inanidad de su objeto, deja libre un vacío, una nada aterradora al principio de ser percibida. Es el abismo en que se hunde no sólo lo amado, sino la propia vida, la realidad misma del que ama. Es el amor el que descubre la inanidad de las cosas, el que descubre el no-ser y aun la nada. El Dios creador creo el mundo por amor, de la nada. Y todo el que lleva en sí una brizna de este amor descubre algún día el vacío de las cosas y en ellas, porque toda cosa y toda cosa que conocemos aspira a más de lo que realmente es. Y el que ama se fija en esta aspiración, en esta realidad no lograda, en esta entelequia aún no sida y al amarla la arrastra desde el no-ser a un género de realidad que parece total un instante, y que luego se oculta y aún se desvanece. Y así, el amor hace transitar, ir y venir entre las zonas antagónicas de la realidad, se adentra en ella y descubre su no-ser, sus infiernos. Descubre el ser y el no-ser, porque aspira a ir más allá del ser; de todo proyecto. Y deshace toda consistencia.
María Zambrano, en "El amor en la vida humana".
sábado, 9 de abril de 2011
Nicolas Bouvier
Me adentro con paso tembloroso en la vida y en la obra de Nicolas Bouvier. Curiosamente sentí una emoción parecida cuando descubrí el trabajo de Bruce Chatwin. Digo curiosamente porqué no puede haber escritores, o mejor dicho personas, cuyas vidas sean más distintas de la mía: ambos fueron nómadas, enemigos de la teoría, gente en fuga a la búsqueda de sí mismos. Yo soy pascaliano, partidario de salir lo menos posible de la propia estancia y a día de hoy sigo convencido de que los viajes decisivos son los interiores. Pero los extremos se tocan, es verdad, y prueba de ello es la profunda atracción que siento ante semejantes retrouvailles. Bouvier era suizo ginebrino, nieto del rector de su prestigiosa universidad e hijo de un bibliotecario amigo de Thomas Mann, de Hesse, de Zweig, de la Yourcenar, y de tantos otros que pasaron por la ciudad y requirieron de su inmensa diligencia con los libros. Educado en la tolerancia, el rigor y un cosmpolitismo auténtico, tuvo como tutor universitario al gran Jean Starobinsky, quien reconocería años después que fue un alumno pleno de talento y una pérdida sensible para la academia. Pero Bouvier apostó por la vida, decididamente. Antes de los veinte años, con su amigo del alma, el pintor Thierry Vernet, a los mandos de un ya legendario Fiat Topolino se fue a ver el mundo: Italia, los Balcanes, Anatolia, Afganistán, Ceilán, etc. De ese viaje salieron dos libros inmensos: L´usage du monde y Le poisson-scorpion (cara y cruz de un mismo viaje iniciático, podemos leer ambos en castellano gracias al buen ojo editorial de Albert Padrol, cofundador de ese milagro que es Altaïr). Bouvier estuvo seis veces en China, pero apenas escribió unas pocas páginas sobre la ciudad de Xiam. Su pasión fue el Japón, al que dedicó un libro de crónicas muy celebrado.
En aquel primer grand tour viajaron con lo puesto: lápices, abundante papel, una cámara de fotos y, ojo, con Les Essais de Montaigne. Je peins pas l' être, je peins le passage… la frase del bordelés la llevaba Bouvier tatuada en la piel. Personaje fascinante, libre, abierto de verdad al mundo, con una zona oscura asomando siempre por encima de su hombro, algo que aún no sé qué es. Apenas he comenzado a leerlo pero he podido comprobar que era antes que nada un virtuoso del idioma. Su prosa es taumatúrgica, lo contiene todo a la vez: ligereza y gravedad, precisión evocadora y una rapidez contemplativa que sabe hablar de lo importante, distinguir entre lo que tenemos delante de los ojos, al alcance de la mano, observar y acariciar la materia prima que nos rodea y que nos hace y deshace a cada instante. He pedido a mi querida librera bayonesa el ejemplar de Quarto en el que se recoge el conjunto su quintaesenciada obra. Pega pero que muy bien con la música de Bach, así que será para mí una lectura pascual.
En aquel primer grand tour viajaron con lo puesto: lápices, abundante papel, una cámara de fotos y, ojo, con Les Essais de Montaigne. Je peins pas l' être, je peins le passage… la frase del bordelés la llevaba Bouvier tatuada en la piel. Personaje fascinante, libre, abierto de verdad al mundo, con una zona oscura asomando siempre por encima de su hombro, algo que aún no sé qué es. Apenas he comenzado a leerlo pero he podido comprobar que era antes que nada un virtuoso del idioma. Su prosa es taumatúrgica, lo contiene todo a la vez: ligereza y gravedad, precisión evocadora y una rapidez contemplativa que sabe hablar de lo importante, distinguir entre lo que tenemos delante de los ojos, al alcance de la mano, observar y acariciar la materia prima que nos rodea y que nos hace y deshace a cada instante. He pedido a mi querida librera bayonesa el ejemplar de Quarto en el que se recoge el conjunto su quintaesenciada obra. Pega pero que muy bien con la música de Bach, así que será para mí una lectura pascual.
jueves, 7 de abril de 2011
Estragos del calor
El otro día mencionaba yo que el calor me apartaba de la religión. Y que me sentía cerca de la gente que se encaraba a veces con Dios. Leyendo anoche El pez escorpión, un relato fascinante del escritor suizo Nicolas Bouvier, del que hablaré mucho en los próximos meses, leo esta frase entresacada de su encuentro en Ceilán con un viejo padre jesuita: Soy el padre Álvaro – volvió a decir la voz quintinosa - con más de ochenta años, cincuenta de los cuales he pasado al servicio de la Compañía. Nadie ora aquí. Yo puedo afirmarlo mejor que cualquiera. No se puede, el cielo está demasiado cargado, el aire es demasiado pesado, no funciona. Incluso nuestros jóvenes con todo su entusiasmo… hacen todo por aplicarse, pero cuando veo sus caras falsamente satisfechas, me doy cuenta de que fingen. Cada año los enviamos a Ampitya, nuestro seminario en las colinas situado a dos mil pies de altura, para que de nuevo se encuentren un poco con Quien hablar. Sin esta tregua no lo soportarían. Este clima, como usted ha comprobado, no favorece las convicciones bien afianzadas. Yo hace muchos años que no subo, pero a mi edad se soporta mejor esta soledad. Durante mucho tiempo creí en Dios, ahora le corresponde a Él creer en mí…
miércoles, 6 de abril de 2011
La casa y los libros
martes, 5 de abril de 2011
Notas para un diario 202 (Autorretrato en superficie)
Si tomamos como primera referencia el Retrato de un joven de Parmigianino que está en el Louvre (c. 1520), podemos afirmar que el recurso a la convexión era una constante en su arte a esa altura de la vida. Existen dos autorretratos suyos, dibujos a la sanguina en los que también había intentado este efecto, siempre en el contexto del propio rostro (muy especialmente, por ser indiscutida su atribución, hay que destacar el conservado en el Louvre, Départament des Arts Graphiques, inv. 6542). El modelo tiene la misma mirada que el cuadro de Viena, sobre una superficie acuosa. Por otra parte, aquel Retrato de un joven, sólo cuatro años anterior al autorretrato en espejo convexo, indica una madurez sorprendente (el pintor frisaba la veintena) y una especial delicadeza de orden claramente espiritual (tiene un enorme interés, ajeno a estas páginas, la comparación técnica de todas estas obras, y especialmente del autorretrato vienés con el último retrato de Parmigianino, Autorretrato con sombrero rojo). El pintor busca al comenzar la década de los veinte el equilibrio alma-rostro, reflejar por medio de la mirada juvenil, del gesto de la cabeza reposando en la mano hospitalaria, del color tenue de la piel, del cabello y de los ojos, la serenidad de un ser pleno de una belleza por lo demás andrógina, no del todo definida sexualmente, pero no obstante asentada con tal perfección interior que refleje un equilibrio anímico. En un tiempo en el que la cuestión de la imagen del hombre sigue todavía en evidente relación ideológica con la cuestión de la imagen divina, de la que es reflejo y semejanza, no cabe descartar del horizonte interpretativo dicha dimensión espiritual, desarrollada a fondo en la obra de Nicolás de Cusa (cf. por ejemplo los Diálogos del idiota). No cabe tampoco obviar, al menos en el caso de los autorretratos de Parmigianino, la presencia del mito de Narciso. Ashbery es particularmente sensible a esta fuente literaria. No creo que lo esencial sea, en este punto, la conexión del mito señalada por Alberti (Tratado de la pintura) con el origen de la pintura. Podría ser más bien que aquellos pintores fascinados con su imagen (Durero especialmente pero también Parmigianino) fueran transitando hacia la búsqueda de un autoconocimiento cada vez más autónomo de un conocimiento en paralelo de Dios, caminado con paso firme hacia una recuperación más genuina del ideal agustiniano noverim me, noverim te (o la intuición de lo divino a través del auto-conocimiento). El instrumento del espejo contribuye materialmente a este fin en la medida en que permite observar a placer la propia imagen en la superficie plateada y acuosa del espejo; pero, a diferencia de lo que ocurre en el mito griego, la superficie ahora está asegurada frente a posibles alteraciones naturales y permanece al alcance de la mano que lo empuña. Las únicas variaciones vienen marcadas por la forma del espejo (convexión, concavidad) y por las variaciones de la posición de la mano respecto de la luz y de la cara. Los pintores se afanan por investigar en todas las direcciones. Esta tendencia tiene un sesgo inmanente (el movimiento que describe empieza y acaba en el interior del hombre), pero también manente, es decir que es lo reflejado por sí mismo, un rostro, una mano, sin dejar de ser imagen in speculo, lo que nos habla de sí mismo. Y esta conexión está también apuntada en el poema por las repetidas alusiones en el poema de Ashbery a la nada superficial superficie:
But your eyes proclaim
That everything is surface. The surface is what´s there
and nothing can exist except what´s there… (79-81)
…
And just as there are no words for the surface, that is,
No words to say what it really is, that it is not
Superficial but a visible core,/then there is
No way out of the problema of pathos vs. experience. (92-95)
But your eyes proclaim
That everything is surface. The surface is what´s there
and nothing can exist except what´s there… (79-81)
…
And just as there are no words for the surface, that is,
No words to say what it really is, that it is not
Superficial but a visible core,/then there is
No way out of the problema of pathos vs. experience. (92-95)
P.S. Quinta y última parte de un ensayo sobre Autorretrato en espejo convexo de John Ashbery que aparecerá próximamente en revisones 05. El cuadro es de Caravaggio (c. 1598)
lunes, 4 de abril de 2011
Notas para un diario 201
Cómo brillaba la luna sobre nuestra cama en el dormitorio de vía Sardegna, y el aroma de glicinas entraba por las paredes. En mi sueño, un sueño muy concreto que tenía a mitad de los años veinte, no era la luz de la luna sino la voz de mi esposo la que me despertaba. Ahora, dice, levántate, ven. Y eso, adónde, digo, en mitad de la noche? Ven, repite mi esposo, y ya ha salido de la cama. Lo sigo, primero al vestíbulo, después al salón. Pero está distinto, cambiado, los muebles son otros. Aunque mi esposo no dice ni una palabra más, sé que tiene la intención de quitarse la vida y que espera de mí que le acompañe en la muerte. Pero, por qué, pienso, acaso no somos felices, acaso no nos queremos? Mi esposo me mira serio, se acerca a la ventana y aferra mi mano. Habrá sido, pienso, todo una gran equivocación, sólo yo feliz, en absoluto tú, iré contigo, por supuesto, si quieres. Pero esos pensamientos me aterran, y me resisto, quiero vivir, nunca había deseado tanto la vida. De que estemos tan cerca de la ventana deduzco que mi marido tiene la intención de que saltemos, él y yo, una forma de morir que siempre me ha parecido especialmente desagradable. Pero sé que al darle el sí en el altar también le di el sí a nuestra muerte. Sí, sí, sí, digo, aunque me parezca terrible, aunque me duela morir tan joven. En el último y desesperado sí me despierto, estamos en la cama y nos cogemos de la mano. A la mañana siguiente no me atrevo a contarle el sueño, no lo hago hasta que empieza a repetirse, tras la segunda o tercera vez. Tenemos largas conversaciones al respecto, quién tiene la culpa de mi sueño, si el soñador o su materia, y mi esposo se opone con energía a mi intención de atribuirle la culpa. Pero estoy convencida de que en él, incluso o ya desde los tiempos felices, habitaba una poderosa voluntad de muerte, y cómo iba a poder abandonarme, si nos sentíamos, nos percibíamos como un único ser.
Marie-Louise Kaschnitz, Lugares, p. 143.
Marie-Louise Kaschnitz, Lugares, p. 143.
sábado, 2 de abril de 2011
Notas para un diario 200 (El triunfo de la vida)
"Let the wind blow against the perfect flowers" (Ernst Dowson, The Garden of Shadow), o algo así era lo que me salía implorar ayer cuando el termómetro marcó en Pamplona los 28 º. Me siento viejo. Soy sólo un comentarista y prueba de ello es que después de tres semanas encerrado escribiendo estoy desecado. Recordé cómo no a mi Manolo Altolaguirre y su deslumbrante "quisiera curarme la vejez como se curan del invierno los árboles, lo mismo que el arrugado ceño de los montes recobra su verdor en primavera" (Rubor). No estoy hecho para el calor, y menos si aparece prematuramente. Nada aparta de mí la religión como el calor; también me aleja de la sensualidad, soy así de raro. Ayer fue el día en que se perdió la primavera. Por eso pensaba una vez más que lo más necesario de todo es la paciencia. Pathos contra experiencia. En su magnífico ensayo sobre Kafka en El canon occidental, pedazo de libro, Harold Bloom escribe que toda la obra de Kafka apunta en una dirección: hacer del Dios de los judíos una persona más paciente. Siempre me ha impresionado que alguien quiera o exija algo de Dios, cosa que no resulta absurda en la tradición judeocristiana. Encararse con Dios puede ser una forma muy humana de tratarle. A Dios le gusta lo humano. Y jugar con los hombres y reírse con ellos. Saray se río de Él cuando les anunció que se iba a quedar encinta a los noventa años (Jan Provost lo insinúa en su bella tabla de 1520, puedes picar en la foto para verlo). "Una vieja como yo. Si no tengo ni la regla". Si se río fue en parte por miedo; bien sabía como se las gastaba Dios con los que ama. En uno de los pasajes más bellos de toda la literatura occidental, el canto octavo de los Proverbios (Mislé) de Salomón, se narra el matrimonio de Dios con la sabiduría (por cierto, después de tres capítulos enteros, 5º, 6º y 7º dedicados al adulterio). ¡Qué cosas se dicen en esos versos! Ahí sí que se habla de "lo irreductible", el concepto sobre el que, para el Bloom del Canon, no el otro, gira todo Kafka. "Yahveh me poseyó al principio de sus andanzas, con anterioridad a sus obras, allí estaba yo… y cuando actuó también estaba yo… junto a El como artífice permanecía yo, y cada día hacía sus delicias, jugando ante El todo el rato, jugueteando con su globo terrestre (el De ludo globi del Cusano que pronto editaré en mi modesta colección de libros), y divirtiéndome con los hijos de los hombres… Feliz el hombre que me escucha, velando a mis puertas cada día (como el campesino ante la puerta de la ley), guardando las jambas de mis entradas. Quien continúa así, ha hallado la vida…" Recuerdo con melancolía que siendo adolescente, casi niño aún, yo también quería saber (tenía amor a la verdad). Mucho después vino, con la náusea del conocimiento, el sentido de la enfermedad. No como medio de conocimiento, como dijo Mann en su conferencia-ensayo sobre Freud en el que habla de todo esto, sino como triunfo de la vida (Shelley). Creo que por eso canta Leonard Cohen, en I´m your man, aquello de que Poetry is just the evidence of life. If your life is burning well, poetry is just the ash.
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