jueves, 7 de abril de 2011
Estragos del calor
El otro día mencionaba yo que el calor me apartaba de la religión. Y que me sentía cerca de la gente que se encaraba a veces con Dios. Leyendo anoche El pez escorpión, un relato fascinante del escritor suizo Nicolas Bouvier, del que hablaré mucho en los próximos meses, leo esta frase entresacada de su encuentro en Ceilán con un viejo padre jesuita: Soy el padre Álvaro – volvió a decir la voz quintinosa - con más de ochenta años, cincuenta de los cuales he pasado al servicio de la Compañía. Nadie ora aquí. Yo puedo afirmarlo mejor que cualquiera. No se puede, el cielo está demasiado cargado, el aire es demasiado pesado, no funciona. Incluso nuestros jóvenes con todo su entusiasmo… hacen todo por aplicarse, pero cuando veo sus caras falsamente satisfechas, me doy cuenta de que fingen. Cada año los enviamos a Ampitya, nuestro seminario en las colinas situado a dos mil pies de altura, para que de nuevo se encuentren un poco con Quien hablar. Sin esta tregua no lo soportarían. Este clima, como usted ha comprobado, no favorece las convicciones bien afianzadas. Yo hace muchos años que no subo, pero a mi edad se soporta mejor esta soledad. Durante mucho tiempo creí en Dios, ahora le corresponde a Él creer en mí…
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