Hace unos días fui al cine a ver Más allá de la vida, de Clint Eastwood (en inglés Hereafter). Iba un poco a regañadientes. A diferencia de a la mayoría de mis amigos, no me había gustado Gran Torino, y ahora, encima, pretende hablar de la muerte, del más allá, etc. Cosas sin importancia, como para que las maneje el gran maniqueo que es el bueno de Eastwood. Además estaba agotado, como de costumbre. La sesión de noche (la que podemos frecuentar los padres de familia) empieza tardísimo, coño. A partir de las once yo no soy persona, y espérate a que tengamos al perro. Bueno, pues en ese plan refunfuñón, me metí en el cine y me preparé para lo peor. Comienza la peli con un tsunami. La recreación es impresionante, sobre todo porque está realizada sobre el recuerdo que tenemos de las imágenes televisivas del tsunami de 2004 en Java (creo que en concreto están tomadas en un hotel de Pangandaran Beach). La introducción de lo real en la ficción resulta aquí efectivo, demoledor diría yo. Te quedas planchado al ver como la ola se lleva por delante a una chica francesa que, a punto de regresar, ha salido a ultima hora del hotel a comprar unas pulseras para las hijas de su amante. La mujer está a punto de morir, se sitúa entre la vida y la muerte, revive finalmente, pero ya nada será igual en su exitosa vida de estrella televisiva encamada con el jefe. De repente, la narración da un salto hacia un lado y recrea la peripecia de dos gemelos ingleses. Son uña y carne. Cuidan de una madre drogadicta con una madurez impropia de su edad (apenas tienen doce años). Menudo tandem, el mayor (nació unos minutos antes) abierto, locuaz, echado para delante. El otro se refugia en la fortaleza del hermano, pero es cariñoso e introvertido. En un lance cualquiera, el mayor sale de su casa a la farmacia y es atropellado por una camioneta de reparto. Cae fulminado sobre el arcén. Al benjamín se le viene el mundo encima. Sin su hermano, no es nadie. Otro salto lateral, el tercero ya, y nos encontramos en una ciudad de la costa oeste americana. Un hombre joven (Matt Demon) tiene poderes parapsicológicos. Es alucinante pero le basta con poner las manos sobre las manos de alguien para conectar con sus muertos. Éstos le hablan de modo perfectamente audible y le transmiten mensajes del más allá. No obstante, el tipo rechaza su don. De hecho, lo considera una maldición que le impide vivir. Es honrado y desea pasar desapercibido: sólo busca un agujero cualquiera donde trabajar y que le paguen un sueldo. Las tres historias van desarrollándose morosamente y en paralelo, hasta que por fin confluyen, de un modo admirablemente natural y bien trenzado, en la Feria del Libro de Londres. La chica francesa ha ido allí a presentar un libro sobre su experiencia de la muerte. Ha abandonado su vida anterior y se ha concentrado en escrutar el hilo que separa la vida del más allá. El americano, harto de todo, hace turismo en Londres y, mientras se pasea por la feria, escucha a la chica y reconoce una voz auténtica. Mientras, el gemelo superviviente, que también ha acudido ese día al recinto le ve y le reconoce. Desde la muerte de su hermano busca por internet un medium que le ponga en contacto con su otra mitad. Naturalmente no os cuento lo que pasa. Salí del cine tocado. Y no sabía el porqué. No lo he sabido durante varios días, hasta que ayer, por fin, al entrar en la ducha, la película se me abrió como una flor después de una tormenta. Comprendí en parte su significado, aquello a lo que apunta. Es una tesis fuerte, pero coincido plenamente con ella: el hombre es hombre porque no rechaza el más allá. La continuación de la vida, después de la muerte física, forma parte de la condición humana. Sin esa intuición, creencia, seguridad interior, llámesele como se quiera, el hombre se desnaturaliza fatalmente. Todas las historias a las que vamos asistiendo durante la proyección, y el hecho mismo de que acaben siendo una sola, apuntan indirectamente a ese fin. La francesita cambia radicalmente de vida, mientras cuantos le rodean siguen con sus vidas filisteas ajenos a la verdad que ella ha experimentado. Son personajes planos, absurdos, pegados a eso tan aburrido y banal que antes se llamaba "el mundo". El gemelo trata de conectar con su hermano. Le quiere de tal modo, y depende tanto de él, que no atisba una vida en su ausencia. Pero cuando lo consigue, el mayor le hace una indicación única (muy reveladora del auténtico sentido de una trascendencia racional): vive tú, no te escondas en mí, toma de una vez las riendas de tu vida. El mensaje del más allá hace que el más acá sea vivible y tolerable. ¿Y el medium? Su conexión con el más allá le sirve sólo para ayudar a los demás. Odia la posibilidad (celebrada por quienes no acaban de entender de qué se trata) de lucrarse con su don. ¡Qué bien representadas están las diversas posturas de los hombres ante la vida de ultratumba, y qué bien planteada queda la única postura realmente humana, la que sabe que no se puede ni esconder esa verdad, ni esconderse detrás de ella para no vivir a tope la vida que te ha tocado, ni menos aún cabe aprovecharse de ella para fines espúreos! Hereafter, el título original, recoge en un apócope con forma de oxímoron la relación intrínseca y ontológica entre el más acá y el más allá.
Al final queda abierta la posibilidad del amor hombre-mujer y la del sentido de la vida. Pienso que hay una edad en la que sabes que amor y muerte se entrelazan en tu vida, no de una manera trágica sino de una manera real. Cuando amas a alguien rechazas por increíble la idea de que, tras la muerte, haya un término a ese amor. Amas con la tranquilidad infinita de saber que sólo es si es para siempre.
Dos casualidades, para terminar con esta cháchara: me acabo de dar cuenta de que redacto esta entrada en las primeras horas del mes de febrero, el mes de los muertos por excelencia. ¿No es noviembre? Puede, pero yo pienso que lo es más bien febrero. A ver si puedo razonarlo en un post dentro de unos días. Y, segundo, no me olvido de que para los egipcios, los grandes intérpretes de la relación con la muerte (y de qué modo influyeron decisivamente en el judaísmo en este aspecto), sabían que los principales mensajeros con los muertos son los perros domésticos. También están los canes cerberos de los griegos, y los basenjis de mi amiga Menchu Gutiérrez. ¿Qué mensajes me traerá Brako?
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