Universidades europeas tan prestigiosas como las de Oxford, Cambridge o el Politécnico de Zurich se han negado a aplicar el plan Bolonia. Alegan que su objetivo como instituciones universitarias consiste en limitarse a enseñar a sus alumnos a "leer con inteligencia, hablar con precisión, escribir con claridad, razonar con lógica, pensar con autonomía, valorar con justicia y trabajar en equipo".
martes, 30 de noviembre de 2010
lunes, 29 de noviembre de 2010
Kafka: su vida, su obra, su tiempo
El próximo jueves día 2, a las 19:
30 h., tendrá lugar en la Fundación Juan March (Castelló 77, Madrid) la primera de dos conferencias en las que analizaré la vida, la obra y el tiempo de Franz Kafka. En la primera me centraré en la vida y el contexto histórico de Kafka, y en la segunda, que tendrá lugar el jueves día 9, hablaré de la obra literaria del escritor de Praga. ¡Estáis todos invitados!
domingo, 28 de noviembre de 2010
Némirovsky
Ayer comencé un paseo por una Pamplona vacía y ligeramente nevada con una visita a mi librero de cabecera. Compré Nieve en otoño, la tercera nouvelle de Irène Némirovsky (Salamandra, 2010). En realidad, creo que basta la mención de la palabra nieve –palabra mágica para mí– en un título para que me avalance sobre un libro. Y no soy el único. "Nieve en otoño" me recordó a ese "primavera en pleno invierno", aunque naturalmente en la vida no es lo mismo la irrupción sorprendente y rompedora que un simple adelanto de algo, por mucho que lo anhelemos. No creo haber leído una historia más extraordinaria sobre el exilio y el amor como afectus (storgé en griego) y como cáritas. Sobre la debacle en la que se convierte la vida con demasiada frecuencia. Es la historia de una tata rusa, que tanto me ha recordado a Isabel, la tata zamorana que iluminó cada día de mi infancia y de la de mis hermanos. De las riberas de un Arga acariciado por la nieve, ya de noche, en la cama, me transporté literalmente a las doradas escaleras de piedra del Sena, para contemplar el final de la niánechka Tatiana Ivanovna. Ella esperaba una nieve que se retrasaba demasiado. La nieve como silencio. Como un manto. Como el manto de Dios.
P.S. Enrique Vila-Matas comienza su artículo de hoy con esta referencia al encuentro en Alt Wien: "Hacia el final de un coloquio en Pamplona, en el formidable café Alt Wien, en el parque de la Taconera, una joven levanta la mano para decirme con mucha gracia que le ha interesado mucho todo lo que allí se ha hablado, aunque no ha entendido nada. Me parece fascinante. "Lo ideal", le digo, "sería que todo lo que has oído esta tarde aquí te acompañe al salir, lo ideal es que empiece en ti cuando todo esto termine".
viernes, 26 de noviembre de 2010
Separarse
Separación contra presencia, basta una simple puerta cerrada. Una puerta cerrada, y ya no sé nada de tu realidad. Estabas allí, seguía el aliento y el pulso de tu sangre. La puerta se ha cerrado y ya no sé nada. ¿Acaso te has muerto o te has ido para siempre?
Separación en la presencia, incluso en la presencia constante o próxima de cada instante. Separación en el corazón de la presencia, que la convierte en algo real y pleno, en el instante que está en el corazón del tiempo. No hay presencia sin separación.
Jeanne Hersch, en Del exilio al adiós.
jueves, 25 de noviembre de 2010
Lo opuesto a amar
Lo opuesto a amar no es odiar, sino separase. El que el amor y el odio tengan algo en común se debe a que la fuerza de ambos consiste en unir y mantener unido: la persona que ama con la que ama, la persona que odia con la odiada. La separación es un medio de comprobar ambas pasiones.
John Berger, Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos.
martes, 23 de noviembre de 2010
lunes, 22 de noviembre de 2010
Monet y el tiempo
Todavía no he comenzado apenas a explorar, a fondo, el catálogo que Paloma Alarcó compuso para la exposición Monet y la abstracción, que tuvo lugar en la primavera de 2010. Y no será por que no le he dedicado buenos ratos. Es porque contiene de modo abundante algunas de las mejores fuentes, o sea de los textos, sobre la abstracción pictórica. Paloma hizo un esfuerzo encomiable para recogerlos y situarlos en los lugares adecuados, no sólo de la trayectoria pictórica del genio francés, sino también de la obra de otros tantos creadores contemporáneos; una joya bibliográfica con la que yo me haría antes de que desaparezca de la circulación. "Yo hago algo con los materiales con los que pinto, pero no estoy pintando una imagen de nada. No los manipulo para obtener una ilusión de otra cosa más allá de lo que los propios materiales hacen. Lo que hago es una pintura", dice Robert Ryman en una entrevista de 1993 reproducida en el volumen. No sé si se puede aplicar este dictum, o hasta qué punto, a la propia pintura de Monet. Me lo pregunto ahora que se inaugura en el Grand Palais una antológica del pintor. Y cuando la propia Alarcó ha recogido para la editorial Turner la correspondencia de los años (las décadas, pues fueron más de cuatro) de Giverny (por cierto mañana se presenta el libro en la Thyssen). Vuelvo al punto de antes: es la realidad de la presentación la que prevalece en Monet, o es un pintor todavía re-presentativo. Dice John Berger, en un artículo publicado aquí, que en sus cuadros (como en los de Vermeer) lo decisivo es lo que envuelve la imagen, no tanto la imagen representada. La continuidad con el espacio más que la ficción de algo en un espacio. "Lo profundo es el aire", que decían Chillida y Guillén. La sustancia es indivisible, todo forma parte de la misma sustancia, cuya extensión es infinita. Sobre la noción filosófica de sustancia (la pintura, como todo el arte, o es cosa filosófica o no es nada), Berger culmina su explicación: "El aire envolvente ofrece continuidad y una extensión infinita. Si consigue pintar el aire, Monet podrá también seguirlo, como se sigue un pensamiento, si no fuera porque el aire opera sin palabras, y, cuando se lo pinta, solo está visiblemente presente en los colores, las pinceladas, las capas, los palimpsestos, las sombras, las caricias, los rasguños. A medida que se acerca más y más a este aire, este lo lleva, junto con el tema original, a otro lado. El flujo ya no es temporal, es sustancial y extensivo. ¿Adónde los lleva el aire entonces? Hacia otras cosas que ha envuelto o envolverá, pero para las que no tenemos un nombre convenido. Llamándolas abstractas no haríamos más que reconocer nuestra ignorancia. Monet se refirió muchas veces a la "instantaneidad" que intentaba captar. Puesto que forma parte de una sustancia indivisible que es infinitamente extensiva, el aire transforma esa instantaneidad en eternidad."
domingo, 21 de noviembre de 2010
viernes, 19 de noviembre de 2010
Vila-Matas, le plus fin jongleur
Vila-Matas llegó puntual. Su avión también. Justo la hora de comer. Todos los semáforos en verde. Enrique, según nos confesó, después de una semana enfurruñada con un mal catarro, estaba de buen humor. La comida excelente: lo frío frío, lo caliente caliente y las mujeres guapísimas. A pocos pasos del restaurante, el hotel y, un poco más allá, el café vienés. Todo en la milla dorada de Pamplona, en la que la ciudad se parece menos a sí misma. Cafés, tartas, tabaco y algún que otro whisky. 5 de la tarde: ese momento que no es todavía el principio de la noche, un tiempo de tregua, una espera mágica en el que el silencio se ve y es casi como el humo. Un rato propicio para hablar de amor o de literatura. Por el momento, nos concentramos en lo segundo, aunque nos hubiera gustado conversar más. Habrá más ocasiones. Espero. Deseo. Por mi parte no quedará.
Mientras comienza a hablar, con el tono de quien quiere que de verdad le atiendan, aunque no crea del todo en lo que dice, observo sus manos. Describen un ligero movimiento alternativo de subida y bajada. En muy poco espacio. Cuando una baja, la otra sube. C´est un jongleur. Así maneja también sus ideas, sus imágenes y sus paradojas. Con un cuidado malabar. Con un equilibrio malabar. Dijo que siempre ha estado saliendo de la literatura porque en realidad nunca ha entrado (al menos por su propio pie), que en cada nuevo libro busca al anterior, "odiándolo", o sea amándolo hasta llevarlo al límite de una luminosa contradicción, que teme que los lectores jóvenes le den la espalda pero que ese temor, en ocasiones paralizante, se ha visto sorprendido con la más abierta acogida por parte de éstos, que ha permanecido "de moda" yendo por el camino sanjuanista de lo que no estaba de moda, que entorno a una obra tan viva y anticanónica como la suya se ha establecido un verdadero canon de autores muertos y olvidados, la familia genética de Enrique apunta Mercedes, y ainsi de suite, podría seguir contándolo todo o nada.
Poco a poco, cae la noche (alguna estrella cruza entre las oscuras ventanas). El café se ha ido llenando de peregrinos. La conversación se abre y se hace a un tiempo más intensa y dispersa. Y es que a veces las cosas son así de raras. Las horas pasan deprisa cuando se pasa bien, pero la fugacidad comprimida deja un poso lento, algo indescifrable que es preciso hacer propio. Enrique sonríe contento. Hace un gesto de aprobación, inclinando ligeramente la cabeza. Enrique comprende a quien se dirige a él. Contesta rápido con una técnica que recuerda a la de la escritura automática. Y acierta. Juega. Juega con la literatura. Mantiene la ilusión y eso se nota. Y juega con la vida. Deportivamente, con un señorío, con una capacidad de acogida y con una elegante discreción que nos llamó la atención a todos. Enrique V-M, ce grand jongleur…
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Kafka, el Lazarillo, los libros y los sueños
Para hablar de los espacios de transición, de los espacios vacíos los llama en otro lugar, Kafka pone un ejemplo emocionante: se refiere a la sensación que tenemos cuando vamos en un tren, tras muchas horas de marcha; al final, dice con ese sentido único para presentir la estructura real de las cosas, cansados, nos dedicamos a mirar el reloj como si, para llegar a nuestro destino, dependiésemos del pequeño mecanismo de cuerda. Pareciera, dice, que es el reloj y no la locomotora el que produce la fuerza de tracción. Hay en esa imagen algo más que un procedimiento de asociación metonímica: hay una transición, análoga a las que se producen entre la vigilia y los sueños. Por ejemplo en el "sueño de examen" del que Kafka habló en varias ocasiones, la ensoñación fantasmagórica de que él nunca prosperaría, que por más que fuese aprobando curso a curso, examen a examen, con relativa facilidad, algún día se descubriría que todo en su vida académica era mentira, que era un falsario y que en algún momento cercano su insignificancia e impotencia quedarían, para su vergüenza, expuestos "a la vista de todos". En las nuevas Confesiones que ha editado Gredos (2010), Agustín dice algo sobre los sueños que hubiera fascinado al de Praga: "La comida en sueños es muy semejante a la comida de los despiertos y, no obstante, los que duermen no se alimentan con ella, pues duermen" (Libro III, 6, 10). Y sin embargo, qué haríamos sin la irrealidad de los sueños. ¿De qué está hecha la vida, la cultura, la literatura sino de irrealidades y de sueños? Eso pensaba al leer el ensayo que dedica al Lazarillo Jannine Montauban, profesora en Montana, en el libro La picaresca en la otra margen (Visor, 2010), cuando afirma que la anonimia forma ya parte esencial de ese relato, por mucho que los cuentapalabras (esto lo digo yo) se empeñen en descubrirnos cada cinco años al autor auténtico del texto. Ya hablaré más despacio de este libro extraordinario en el que la filología (amor a la palabra) relumbra. En el plano de lo que de verdad importa, lo que llamamos irrealidades alimentan tanto o más que lo que llamamos realidad (y esta posición apofática es una forma de realismo metódico). Y es que no sólo Dios es suprasustancial, también lo es la realidad del hombre, la realidad que importa. Si no, no es nada…
P.S. Por cierto, acabo de saber que Kafka leyó Las Confesiones en el otoño/invierno de 1917, en casa de su hermana Otla en Zürau, a la vez que escribía los famosos aforismos sobre la religión.
martes, 16 de noviembre de 2010
lunes, 15 de noviembre de 2010
W.S. Merwin
Llevo semanas leyendo y memorizando el cuarto de los Cuatro salmos de W.S. Merwin (en la foto) que ha publicado, en su colección de poesía, Vaso Roto. Te lo podría recitar par coeur. Es un poema bellísimo que se titula Las mortajas (The Cerements), y en el que alguien habla a la muerte, al trabajo que la muerte hace en cada uno de nosotros desde el momento mismo en el que nacemos (viejo tema del que ha hablado aquí varias veces, por ejemplo a propósito de un poema de John Donne). Se dirige a la muerte y le dice cosas tan increíblemente justas como esta: Ella hizo un techo para sus manos/de la voz de él tejió los muros/para detener el viento/pinto las ventanas con sus sueños/cada una con su reino/y las puertas eran espejos diseñados/desde sus ojos, o esta: Ella hizo para él una caja de cierta madera dulce/que sabía que él añoraba desde su niñez/en las esquinas se alzaron las columnas que ella pintó como humo/diseñó una estrella en el interior de la tapa. Y así algunas imágenes más en las que la muerte se le acerca, va rodeando al personaje, rondándole a esa voz que no tiembla, y va deshaciendolo todo. Está compuesto como una escalera cuyos místicos escalones ni suben al cielo ni bajan hasta el infierno. El final es grandioso, y lo copio en inglés: Law of the hands gone/night of the veins gone/gone the beating in the temples// and every face in the sky. Qué no podríamos decir de la sutileza de esos versos finales: cómo, en el terceto, la ley que ha guiado el actuar cede antes que la noche que circula por el interior, socavando íntimamente el sistema circulatorio, hasta que las sienes dejan de batir por último,; qué inmediatez consigue con el hiperbatón y la repetición de ese gone, que además de un referente de la huida es un sonido, una gota final que cae y se disuelve en la nada. No hay rostros en el cielo, aunque a veces se nos aparezcan como ensoñaciones o fantasmas en los momentos más inesperados. Queremos, queremos ver un rostro, pero no está… ¿No me decías, el otro día, que nos preocupamos demasiado por el más allá? Yo sólo sé que hay algo que nos trabaja por dentro, y me resisto a creer que sea sólo la muerte.
domingo, 14 de noviembre de 2010
Vila-Matas en Alt Wien
El próximo jueves, día 18 de noviembre de 2010, el escritor Enrique Vila-Matas estará en el café Alt Wien (en la foto), en el Parque de la Taconera de Pamplona, para conversar, a las cinco de la tarde, sobre su novela Dublinesca con Mercedes Monmany.
P.S: Si alguien está interesado en acudir a ese encuentro, puede solicitar una invitación en el siguiente correo electrónico: cfhuarte@unav.es (las solicitudes se atenderán, por estricto orden de llegada, hasta completar el aforo)
viernes, 12 de noviembre de 2010
La niña mala
En una entrada reciente, de este blog, elogiaba la figura literaria de Mario Vargas Llosa, pero decía que había dejado de leerle, que a partir de un momento dado sus temas no me interesaban, que sus demonios (ya) no eran los míos. Un buen amigo, novelista y peruano, me leyó y le faltó tiempo para mandarme una breve misiva: "Eso lo dices porque no has leído Las travesuras de la niña mala". El breve mensaje lo recibí estando en el aeropuerto, camino de Niza. Me dirigí al puesto de periódicos de la T4 madrileña sin muchas esperanzas de encontrarlo, pero, entre una inmensa pila con el último libro del flamantepremionobel, como escondido, quizás aguardándome, había un viejo ejemplar de la novela que me habían recomendando. La compré y me dispuse a leerla de inmediato. La acción comienza en el barrio limeño de Miraflores y se va adentrando poco a poco en varias de ciudades tan bien conocidas por mí como Madrid, Londres, París, sobre todo París, y también Tokio. Vargas Llosa reconstruye con mano maestra esos paisajes urbanos por los que he paseado y ensoñado mil veces. El argumento no es otro que el de un personaje que nos cuenta sus desventuras amorosas con una mujer a la que ama locamenente y que no sólo no le corresponde (más que nada porque es incapaz de amar) sino que lo va utilizando de todos los modos posibles. Es una novela erótica, no más que puedan serlo las mejores de Philip Roth, a quien por momentos me lo recuerda. Debo señalar que no he terminado de leerla. Es larga (más de 400 páginas). No ha cambiado mi opinión sobre algunas limitaciones de Vargas Llosa como narrador: en particular, pienso que no es capaz de introducirse en la intimidad de los personajes. Eso tiene algo de estrategia (es clásica ya su reivindicación de la "superficialidad" de Tolstói frente a la "profundidad" de Dostoievski: el verdadero arte, como ocurre de facto en la pintura, tiene que ver más con las superficies que con los hondones), pero a mí juicio revela un cierto rechazo a ir más allá en un territorio humano que todos los grandes han recorrido de una forma o de otra buscando un logos, un mito, un porqué. No obstante, la lectura me ha resultado gratificante. Yo no podía dejar de pensar, al avanzar por sus páginas y capítulos, en el Conde de Sade, y en los infortunios de la virtud. Justamente eso es lo que le ocurre al protagonista, que por ser bueno y amante no recibe, en su cuerpo y en su alma, más que flechazos envenenados. Al contrario que la protagonista femenina, la niña mala, la devoradora de hombres, una persona enferma pero que sale con bien de todos sus desmanes. Creo que tiene bastante de Justine, la protagonista. Quiero ver como acaba, quiero ver adonde se dirige el narrador. No puedo creer que se quede, sin más, en la reiteración (viejo vicio sadiano) que despliega un capítulo tras otro: distintos escenarios y subtramas, variadas modulaciones de unas actitudes idénticas: la chica engaña a todos, seduce a un enamorado que asiente y consiente, el deseo se impone sobre todo lo demás, hasta que el mal se revela crudamente, el espejismo del amor se esfuma ajeno al dolor que causa y, cosa curiosa, que habría que estudiar, los amigos, los verdaderos amigos, siempre mueren.
jueves, 11 de noviembre de 2010
miércoles, 10 de noviembre de 2010
Notas para un diario 182 (Sobre la literatura y el sueño)
He leído bastante estos días (ya iré dando cuenta de esas lecturas aquí): e.e. Cummings, el poeta más próximo: "pero vengo con un sueño en mis ojos esta noche/y llamo con una desolada rosa/a la verja de tu corazón./¡Ábreme!/Que yo te mostraré lugares que nadie conoce/y, si tú quieres,/las perfectas regiones del Sueño". Tenía estos versos de Cummings clavados cuando volví a leer el escrito que Stevenson dedicó a los sueños, en el que cuenta entre otras cosas el origen del Doctor Jekyll y Mister Hyde. Uno de los mejores ensayos sobre lo que ocurre mientras dormimos que yo haya leído. Se titula Un capítulo sobre sueños, y entre otras ediciones españolas del mismo, Alberto Manguel lo incluyó en un su antología de la prosa del escocés titulada Memoria para el olvido (Siruela, 2005). El texto comienza con este paralelismo: del mismo modo que, por tenue que sea la memoria de nuestro pasado, personal, familiar, político, si nos depojaran de él nos sentiríamos desnudos, del mismo modo, por ilusorios que sean los sueños, sin su presencia, sin los restos de ese naufragio, no somos nada, ni nadie. Un escritor como él vivió siempre gracias a los duendes del sueño. No es nada, o casi. Pero tampoco lo es la vida vigilada. El sueño es un escape, como la literatura, y está unido a ella por hilos tan reales como invisibles. El mundo de los sueños fue creciendo en él, hasta el punto de que –era la materia de uno de los más recurrentes– soñaba que vivía una doble vida, en parte vivida, en parte soñada. Y aquí aparece la escisión de toda la modernidad literaria, de Arnim a Borges, de Nerval a Julien Green, de Rimbaud a Kafka. No hay modo de aclararse, metafísicamente hablando: quién soy, el que sueña, lo soñado, el que vive despierto o el que duerme, lo escrito, el que escribe o el que madruga cada mañana para trabajar. Stevenson habla de ese laberinto como una forma de castigo. Yo, personalmente, no diría tanto, salvo que el castigo sea el no poder soñar, confundirse y escribir lo soñado. El escrito del autor de La isla del tesoro está lleno de las mayores riquezas y aciertos. El mundo del sueño le aporta, no ya los arquetipos y las imágenes de su escritura, sino lo esencial: el ritmo de las historias, la cadencia, la estructura, el sonido. En la medida en que los mejores poemas han sido soñados, también una buena historia puede surgir de la lectura de algunas de esas poesías (o de una foto como la de mi amiga Anna Alejo con la que ilustro esta entrada; en cuanto la vi pensé en el fragmento heracliteano: el ser ama esconderse). Por ejemplo, anoche caí en la cuenta de que El chal, el mágico e insondable cuento de Cynthia Ozick, nace directamente de su lectura de la Fuga de muerte de Paul Celan.
martes, 9 de noviembre de 2010
Una idea de Europa
A Segundo Marey lo salva la orden de Pepe Barrionuevo para que lo suelten cuando se entera de que está detenido...
Tuve una sola oportunidad en mi vida de dar una orden para liquidar a toda la cúpula de ETA (…) el hecho descarnado era: existe la posibilidad de volarlos a todos y descabezarlos. La decisión es sí o no. Lo simplifico, dije: no. Y añado a esto: todavía no sé si hice lo correcto.
(Felipe González Márquez, Ex-Presidente del Gobierno de España)
lunes, 8 de noviembre de 2010
Benedicto XVI
"Come l`uomo mortale si può fondare su se stesso e come l`uomo peccatore si può riconciliare con se stesso? Come è possibile che si sia fatto pubblico silenzio sulla realtà prima ed essenziale della vita umana? Come ciò che è più determinante in essa può essere rinchiuso nella mera intimità o relegato nella penombra? Noi uomini non possiamo vivere nelle tenebre, senza vedere la luce del sole. E, allora, com`è possibile che si neghi a Dio, sole delle intelligenze, forza delle volontà e calamita dei nostri cuori, il diritto di proporre questa luce che dissipa ogni tenebra?"
(Palabras de la Homilia en la Catedral de Santiago de Compostela, Viaje apostólico a España, 6 de noviembre de 2010)
domingo, 7 de noviembre de 2010
Notas para un diario 181
Me habían invitado a un encuentro de una semana a la Fundación Les Treilles/Jean Schlumberger, en las colinas de Le Vars, en la Alta Provenza, pero al final sólo pude estar allí treinta y seis horas. Un lugar de ensueño, rodeado de olivos, alcornoques y robles verdes (lo siento pero la única foto que tengo está tomada con la BB, de la mesa del desayuno que me preparó mi amigo Olivier). Un seminario sobre el crimen y la locura. Neurobiólogos, historiadores del arte y de la ciencia, criminólogos. A mí me tocó hablar de Kafka. La exclusión y la culpa, dos conceptos paralelos a los del crimen y la locura, anteriores, preparatorios, pero también quizás consecuencia de esas realidades terribles. Hablé en francés, pisoteando la lengua de mala manera, improvisando a partir de un texto de treinta páginas que tenía escrito. A nadie pareció importarle demasiado mi impericia. Todos fueron muy amables. Al terminar, una mujer se me acercó y me indicó que le había interesado mi ponencia, en concreto me señaló que le había recordado – mi manera d´envisager les choses –, a un amigo suyo muy querido. "Acaba de morir". Pues muy bien, pensé, qué querrá que le diga, espero que a mí no me pase otro tanto, aún. La cosa es que su cara me sonaba, sin más. A las seis de la tarde se terminaron las sesiones. Habíamos comenzado a las nueve, con una hora para comer. Ahora, hasta la cena, podíamos descansar hasta las ocho. En mi cuarto, me tumbé en la cama y me quede frito. Me había levantado a las cinco de la madrugada. A las ocho y media me despertó una llamada de móvil. Ni contesté siquiera: llegaba tarde a la cena de despedida. Como siempre. Me duché y cambié en tres minutos y medio, corrí hacia el comedor mientras me anudaba la corbata. Nadie pareció reprocharme nada y me dirigí hacia el único sitio que quedaba libre, ¡atiza!, al lado de la mujer de antes, en realidad una señora elegante y espléndida con unos ojos azul-Chardin, y, ahora estoy seguro, ¡cómo me suena su particularísimo y dulce rostro! Comenzamos a hablar de esto y lo otro, entre plato y plato. ¡Menudo festín! Le sanglier bourguignone, por cierto, jabalíes cazados en la finca de la fundación, está de muerte. El Saint-Emilion corre a raudales por mi copa y mi garganta. Me cuenta que no ha venido al encuentro, que disfruta de una estadía becada para acabar su segunda novela. Hablando y hablando, no sé cómo llegamos a mencionar la ciudad de Biarritz y me dice que ella ha rodado allí una película. En realidad, más que novelista era comédienne. En ese instante triangulo y caigo en la asombrosa coincidencia. La cortina se ha rasgado y comprendo que es una de las actrices preferidas de Eric Rhomer: la amiga de la protagonista de El rayo verde, y, entre otros muchos papeles rhomerianos, la hermana mayor de Felicie en El cuento de invierno. Le digo que acabo de volver a ver esa historia que me fascina y que recuerdo perfectamente su papel. Añado que en realidad tengo una empatía total con Rhomer, que cuando murió pasé días, sino semanas, hundido en la miseria. De repente, veo que está llorando unas lágrimas color de agua. Me dice que no me preocupe, que lo había sabido desde el momento en el que yo había empezado a hablar por la tarde: le había devuelto treinta años de amistad íntima con Rhomer con sólo abrir la boca. Es como si oyese hablar a Eric, exactamente el mismo pensamiento sobre la culpa, sobre las mujeres, sobre Dios. "Tiene poco que ver con mi modo de pensar" pero, me dice al oído, "desde ese momento me siento un poco menos sola".
martes, 2 de noviembre de 2010
La paradoja del conservador
Acabo de leer La paradoja del conservador (Editorial Elba, 2010) del escritor francés Jean Clair. Si ayer hablaba aquí de temporalia, hoy le toca el turno, de la mano del bellísimo texto de Clair, a los memorabilia (siempre me ha gustado la definición de mi viejo diccionario inglés: an object that is tresured for it´s memories, un objeto en suma, a diferencia de lo que ocurre con los souvenirs y bibelots, memorable, digno de ser guardado como un tesoro de la memoria). El escrito de Clair, en el que critica, con su inteligencia y profundidad habituales, el papel que juegan, en el contexto cultural de nuestros días, los conservadores de los museos (especialmente de los de arte contemporáneo, o peor, de los so called centros de arte contemporáneo, por ejemplo, él no lo cita pero yo sí lo hago, nuestro C.A.R.S. que pretende ser a la vez ser lo uno y lo otro), contiene una tesis nada simple ni lineal, al contrario, presenta una visión articulada de los males y los abusos que se suceden, e incrementan por momentos, en el mundo del arte. La idea de fondo es que lo que se denomina arte, con el cortejo fastuoso de instituciones, centros de arte, carísimos edificios de autor, turismo cultural, creación artificial de "genios a la moda" impuestos desde arriba, tiende a convertirse en un ídolo, y como tal en una banalidad sin fundamento. Yo no creo que Clair piense de verdad que el arte vaya a sustituir a la religión (es demasiado sabio para eso), por mucho que se sirva de una brillante alegoría entorno al hecho religioso para poner de manifiesto la inanidad de la visión actual del arte y de sus instituciones más celebradas. Más bien piensa que esta versión secularizada de la religión, este nuevo timo, con sus ritos y sus cánones, sus sacerdotes, herejes y profetas, sus pompas y vanidades, esta religión light del arte es una chuminada cuyo máximo peligro consiste en que mata el arte y el sentido genuino del arte. ¿Se trata, acaso, de que Clair sea un aguafiestas? No lo creo. Pocas personas como él pueden presentar un curriculum museístico como el suyo; su hoja de servicios tanto en la fundación y promoción de instituciones culturales como en el trabajo como responsable del Patrimonio de Francia, sólo son comparables en cantidad y calidad a su producción como comisario (el término es horrible) de exposiciones, entre ellas algunas de las más importantes de los últimos cincuenta años en Europa. Su labor como escritor, como pensador sobre arte, como biógrafo y estudioso de algunos de los pintores cruciales del siglo, en general los más difíciles (Picasso, Balthus, Bacon, Zoran Music), disuelve cualquier sospecha de que su pensamiento esté siendo arrastrado por una pasión baja. Todo lo contrario: es su amor por el arte el que se rebela ante tanta idiotez, ignorancia y, en definitiva (siempre está detrás), ante tanto afán de poder (también económico). ¿De qué se queja? ¿Qué tiene Clair contra la versión moderna y todopoderosa de la figura del conservador? ¿En qué consiste la paradoja mencionada en el título? Pues justamente en eso, en que no se haga honor a su nombre y a su decisiva función histórica, política y artística, conservando un conjunto de obras, sino que su morfología se haya transformado hasta convertirse en un monstruo de siete cabezas: ideólogo, promotor, agitador, comprador, asesor, gestor, mediador. Alguien a quien corresponde "la promoción y la mediación en la creación artística del momento", por usar las palabras de un reciente concurso público. ¡Ja, ja ja! ¿Desde cuándo el arte ha surgido en centros ad hoc? ¿Desde cuándo el arte se puede domesticar, promover, producir como si fuera algo programable? Con excepciones que habría que mirar con lupa (la efímera Bauhaus o el Black Mountain College), el arte se hace en la calle, cuidando de tus niños en un parque, desecho en una mala cuneta, en el interior de un cuartucho oscuro, en una trinchera o ante un paisaje. El arte sólo surge si hay espíritu, pero espíritu con minúscula. Ya tiene guasa que en los museos no se deje en paz al contemplador, convertido en conejillo de indias o en turista cultural (qué decir de los niños, que ven el museo de arte como un circo de tres pistas); que se quiera suprimir, mediante procedimientos científicos más propios de un centro biomédico, hasta el último rastro de velatura de los cuadros antiguos, que los edificios mastodónticos, con sus iluminaciones agresivas y espectaculares, con sus juegos y talleres, con sus vacíos y sus nadas, con todos los envoltorios, de piedra o de actividad exagerada y hortera, sobrepujen el verdadero goce que no es otro que el encuentro íntimo con la obra singular, el coup de foudre ante la simple belleza de una tela. Como en un absurdo e insulso tratado teórico de erotismo, ahora se quiere explicar todo, argumentar el roce, "leer" lo que estaba destinado a ser tan solo un encuentro personal y amoroso entre la obra y el hombre. El conservador debe conservar con escrupuloso cuidado aquello que le fue confiado, normalmente la obra recogida por alguien a lo largo de una vida de inteligencia y pasión, y limitarse a mostrarla en las mejores condiciones, quitándose de en medio con diligencia y estilo. El conservador debe conservar el pasado y dejar que el futuro se construya sólo, sin sus intentos, atroces o ridículos, de manipularlo u orientarlo. Tal y como lo había proclamado Hegel, con siniestra solemnidad, al hablar de la fase final del Espíritu Absoluto, ahora se da la paradoja de que el "conservador" quiere construir el futuro, y hacerlo además de un modo directo e inexorable. De ahí la cantidad de engendros de diseño que surgen en los alrededores de ese mundo tan fácilmente corruptible. De ahí que, de facto, se haya suprimido la crítica y que cualquiera que discrepe sea arrojado a las tinieblas exteriores, condenado por decreto a la caverna. De ahí el malestar, le malaise del que hablaba Sigmund Freud, que sentimos con frecuencia en esos centros, más cuanto más sensible es uno a lo auténtico. Jean Clair lo explica mucho mejor que yo. Merece la pena leerlo y reflexionar a fondo sobre el asunto.
lunes, 1 de noviembre de 2010
Notas para un diario 180 (Sobre el fracaso, la literatura y la muerte)
"Hoy en día el adulto experimenta tarde o temprano –y cada vez más temprano que tarde–, el sentimiento de que ha fracasado, de que su vida de adulto no ha conseguido ninguna de las promesas de su adolescencia. Este sentimiento se halla en el origen del clima de depresión que se extiende entre las clases acomodadas de las sociedades industriales. Pero hoy no ponemos en relación nuestro fracaso vital y nuestra mortalidad humana. La certidumbre de la muerte, la fragilidad de nuestra vida, son ajenas a nuestro pesimismo existencial. Por el contrario, el hombre de la Edad Media tenía una conciencia muy aguda de que estaba muerto aplazadamente, de que el plazo era corto, de que la muerte, siempre presente en el interior de sí mismo, quebraba sus ambiciones y emponzoñaba sus placeres. Y ese hombre tenía una pasión por la vida que nos cuesta entender hoy. El hombre de las épocas protocapitalistas sentía un amor irracional, visceral, por los temporalia, entendiendo por temporalia, a la vez y sin distinción, las cosas, los hombres, los caballos y los perros". Mientras leía esas páginas luminosas de Philippe Ariès, me preguntaba si la literatura, tanto la lectura como la escritura, hay que considerarla o no como una cosa o bien temporal. O al menos, me preguntaba qué hago yo. Desde niño he sentido ese amor visceral del que habla Ariès por todo lo que rodea la letra escrita, comenzando por los instrumentos con los que se lleva a cabo: plumas, plumieres, cuadernos, agendas. Esa penchée se extendió como no a los libros como objetos y, en otro plano, a su contenido, que siempre, lo uno y lo otro, como alma y cuerpo, hasta en los momentos más comprometidos existencialmente, me han rodeado, protegido, orientado y ofrecido, antes que nada, una dosis inigualable de placer. En mi caso, al menos, la letra escrita es un bien temporal mucho más que una conquista para siempre. Pienso que esto tiene que ver con una opción fundamental en la vida. La opción entre el nihilismo (que siempre me ha atraído, más cuanto más años he ido cumpliendo) y el realismo, que en mi caso es tan metódico como inmediato. Como a Ponge, me apasionan las cosas, o mejor dicho algunas cosas, algunos paisajes y lugares, algunas personas. Creo en ellas, en cada una de las partes de su cuerpo, en sus gestos, en su olor y en su voz. Creo que están delante, cuando lo están, y en su ausencia cuando faltan. Por ejemplo creo en la silla sobre la que me siento, en el ordenador en el que tecleo estas bobadas o en la música que mientras escucho en mi ipod. No he trasladado, aposta, la escritura al ámbito de mi autoconsciencia. Mucho antes que eso para mí es un ámbito de pasión y de puro placer. La conciencia propia, con sus laberintos morales y psicológicos, la reservo más bien para la vida, y para la muerte, para el silencio, lo que entre otras cosas me preserva de considerar nada de lo literario, mío o ajeno, por modesto que sea, como un fracaso. Por eso tampoco me he dedicado, ni dedicaré, a escribir como una forma de vida. Me he situado en los alentours de la escritura (enseñándola, refitoleando, investigando parcialmente alguna cosa), pero con distancia profesional. Entiendo muy bien la lógica opuesta, la amo en cierto sentido, la he estudiado, dialogo constantemente con ella, la tengo ahí como un negro y bello horizonte, no soy ajeno a su peligro, el ensimismamiento, pero ese modo platónico de ver las cosas nunca ha traspasado my inner circles.
P.S. La foto, por si a alguien le interesa, es de unas tumbas y estatuas funerarias, temporalia, del cementerio de Sudfriedhof, en Leizpig, uno de los más bellos de Alemania y del mundo mundial.
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