Ayer comencé un paseo por una Pamplona vacía y ligeramente nevada con una visita a mi librero de cabecera. Compré Nieve en otoño, la tercera nouvelle de Irène Némirovsky (Salamandra, 2010). En realidad, creo que basta la mención de la palabra nieve –palabra mágica para mí– en un título para que me avalance sobre un libro. Y no soy el único. "Nieve en otoño" me recordó a ese "primavera en pleno invierno", aunque naturalmente en la vida no es lo mismo la irrupción sorprendente y rompedora que un simple adelanto de algo, por mucho que lo anhelemos. No creo haber leído una historia más extraordinaria sobre el exilio y el amor como afectus (storgé en griego) y como cáritas. Sobre la debacle en la que se convierte la vida con demasiada frecuencia. Es la historia de una tata rusa, que tanto me ha recordado a Isabel, la tata zamorana que iluminó cada día de mi infancia y de la de mis hermanos. De las riberas de un Arga acariciado por la nieve, ya de noche, en la cama, me transporté literalmente a las doradas escaleras de piedra del Sena, para contemplar el final de la niánechka Tatiana Ivanovna. Ella esperaba una nieve que se retrasaba demasiado. La nieve como silencio. Como un manto. Como el manto de Dios.
P.S. Enrique Vila-Matas comienza su artículo de hoy con esta referencia al encuentro en Alt Wien: "Hacia el final de un coloquio en Pamplona, en el formidable café Alt Wien, en el parque de la Taconera, una joven levanta la mano para decirme con mucha gracia que le ha interesado mucho todo lo que allí se ha hablado, aunque no ha entendido nada. Me parece fascinante. "Lo ideal", le digo, "sería que todo lo que has oído esta tarde aquí te acompañe al salir, lo ideal es que empiece en ti cuando todo esto termine".
1 comentario:
felicítalo por ese premio que recogerá en León, yo no puedo hacerlo
saludos
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