Me habían invitado a un encuentro de una semana a la Fundación Les Treilles/Jean Schlumberger, en las colinas de Le Vars, en la Alta Provenza, pero al final sólo pude estar allí treinta y seis horas. Un lugar de ensueño, rodeado de olivos, alcornoques y robles verdes (lo siento pero la única foto que tengo está tomada con la BB, de la mesa del desayuno que me preparó mi amigo Olivier). Un seminario sobre el crimen y la locura. Neurobiólogos, historiadores del arte y de la ciencia, criminólogos. A mí me tocó hablar de Kafka. La exclusión y la culpa, dos conceptos paralelos a los del crimen y la locura, anteriores, preparatorios, pero también quizás consecuencia de esas realidades terribles. Hablé en francés, pisoteando la lengua de mala manera, improvisando a partir de un texto de treinta páginas que tenía escrito. A nadie pareció importarle demasiado mi impericia. Todos fueron muy amables. Al terminar, una mujer se me acercó y me indicó que le había interesado mi ponencia, en concreto me señaló que le había recordado – mi manera d´envisager les choses –, a un amigo suyo muy querido. "Acaba de morir". Pues muy bien, pensé, qué querrá que le diga, espero que a mí no me pase otro tanto, aún. La cosa es que su cara me sonaba, sin más. A las seis de la tarde se terminaron las sesiones. Habíamos comenzado a las nueve, con una hora para comer. Ahora, hasta la cena, podíamos descansar hasta las ocho. En mi cuarto, me tumbé en la cama y me quede frito. Me había levantado a las cinco de la madrugada. A las ocho y media me despertó una llamada de móvil. Ni contesté siquiera: llegaba tarde a la cena de despedida. Como siempre. Me duché y cambié en tres minutos y medio, corrí hacia el comedor mientras me anudaba la corbata. Nadie pareció reprocharme nada y me dirigí hacia el único sitio que quedaba libre, ¡atiza!, al lado de la mujer de antes, en realidad una señora elegante y espléndida con unos ojos azul-Chardin, y, ahora estoy seguro, ¡cómo me suena su particularísimo y dulce rostro! Comenzamos a hablar de esto y lo otro, entre plato y plato. ¡Menudo festín! Le sanglier bourguignone, por cierto, jabalíes cazados en la finca de la fundación, está de muerte. El Saint-Emilion corre a raudales por mi copa y mi garganta. Me cuenta que no ha venido al encuentro, que disfruta de una estadía becada para acabar su segunda novela. Hablando y hablando, no sé cómo llegamos a mencionar la ciudad de Biarritz y me dice que ella ha rodado allí una película. En realidad, más que novelista era comédienne. En ese instante triangulo y caigo en la asombrosa coincidencia. La cortina se ha rasgado y comprendo que es una de las actrices preferidas de Eric Rhomer: la amiga de la protagonista de El rayo verde, y, entre otros muchos papeles rhomerianos, la hermana mayor de Felicie en El cuento de invierno. Le digo que acabo de volver a ver esa historia que me fascina y que recuerdo perfectamente su papel. Añado que en realidad tengo una empatía total con Rhomer, que cuando murió pasé días, sino semanas, hundido en la miseria. De repente, veo que está llorando unas lágrimas color de agua. Me dice que no me preocupe, que lo había sabido desde el momento en el que yo había empezado a hablar por la tarde: le había devuelto treinta años de amistad íntima con Rhomer con sólo abrir la boca. Es como si oyese hablar a Eric, exactamente el mismo pensamiento sobre la culpa, sobre las mujeres, sobre Dios. "Tiene poco que ver con mi modo de pensar" pero, me dice al oído, "desde ese momento me siento un poco menos sola".
4 comentarios:
Qué apetecible! Y yo aquí,en Pamplona,donde -qué raro-está lloviendo...
Ojalá pudiera teletransportarme.Al menos,Van Morrison me acompaña a todas partes!Suena en la cafeteria en la que me encuentro...
bueno, vanmorrsion es un mundo en soi même
Me encanta Rohmer -- sobre todo 'Mi noche con Maud'.
Have a look at my blog, I think you'll enjoy it!
poptimista.blogspot.com
Un saludo!
Pablo
pues lo he mirado y la verdad es que me encanta, lo voy a seguir desde ahora, enhorabuena!
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