Para hablar de los espacios de transición, de los espacios vacíos los llama en otro lugar, Kafka pone un ejemplo emocionante: se refiere a la sensación que tenemos cuando vamos en un tren, tras muchas horas de marcha; al final, dice con ese sentido único para presentir la estructura real de las cosas, cansados, nos dedicamos a mirar el reloj como si, para llegar a nuestro destino, dependiésemos del pequeño mecanismo de cuerda. Pareciera, dice, que es el reloj y no la locomotora el que produce la fuerza de tracción. Hay en esa imagen algo más que un procedimiento de asociación metonímica: hay una transición, análoga a las que se producen entre la vigilia y los sueños. Por ejemplo en el "sueño de examen" del que Kafka habló en varias ocasiones, la ensoñación fantasmagórica de que él nunca prosperaría, que por más que fuese aprobando curso a curso, examen a examen, con relativa facilidad, algún día se descubriría que todo en su vida académica era mentira, que era un falsario y que en algún momento cercano su insignificancia e impotencia quedarían, para su vergüenza, expuestos "a la vista de todos". En las nuevas Confesiones que ha editado Gredos (2010), Agustín dice algo sobre los sueños que hubiera fascinado al de Praga: "La comida en sueños es muy semejante a la comida de los despiertos y, no obstante, los que duermen no se alimentan con ella, pues duermen" (Libro III, 6, 10). Y sin embargo, qué haríamos sin la irrealidad de los sueños. ¿De qué está hecha la vida, la cultura, la literatura sino de irrealidades y de sueños? Eso pensaba al leer el ensayo que dedica al Lazarillo Jannine Montauban, profesora en Montana, en el libro La picaresca en la otra margen (Visor, 2010), cuando afirma que la anonimia forma ya parte esencial de ese relato, por mucho que los cuentapalabras (esto lo digo yo) se empeñen en descubrirnos cada cinco años al autor auténtico del texto. Ya hablaré más despacio de este libro extraordinario en el que la filología (amor a la palabra) relumbra. En el plano de lo que de verdad importa, lo que llamamos irrealidades alimentan tanto o más que lo que llamamos realidad (y esta posición apofática es una forma de realismo metódico). Y es que no sólo Dios es suprasustancial, también lo es la realidad del hombre, la realidad que importa. Si no, no es nada…
P.S. Por cierto, acabo de saber que Kafka leyó Las Confesiones en el otoño/invierno de 1917, en casa de su hermana Otla en Zürau, a la vez que escribía los famosos aforismos sobre la religión.
4 comentarios:
Que vaya bien lo de Vila-Matas.
gracias, fue muy muy bien, a ver si puedo contar algo esta tarde
Este tipo de entradas hacen que un largo día de penoso trabajo sea al final un descubrimiento único.¡Muchas gracias!
muchas gracias Elena
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