viernes, 9 de abril de 2010

Essays on reading Vila-Matas (Dublinesca, 5)

"Esta novela es escalofriante". Pienso esto mientras observo a mis hijos (yo nunca hago nada) jugar con una cometa en la playa. Hay una luz contradictoria: dorada y fría. En el norte, le cuesta entrar a la primavera. Por más que brilla el sol, y más a esta hora tardía, el aire enfría los pies, y por la noche, no hay quien entre en calor en la cama. A veces no siento calor hasta que canta el mirlo, al alba. Con Dublinesca me está pasando algo parecido: mi cuerpo se va estremeciendo, entre risas y los pensamientos más bellos y oscuros, que aparecen como una ráfaga al norte de su lenguaje. No salgo de mi asmombro. Toda la novela me envuelve con su canto moroso, leve, espectral, Lauryn Hill cantando You´re too good to be truth: Can´t take my eyes off you (lo que más me gusta siempre de esa canción es cuando el que canta dice: Thank God I´m a lye, porque siempre he pensado que para llegar a la realidad primero hay que imaginarla). La novela tiene un color verde esmeralda, verde metalizado, verde-agua-de-mar, verde-irlanda, verde-sur-de-francia. ¡Leyéndola estoy en el mismo centro del mundo, soy felizmente un retrato de Alex Katz, soy una cena en el Harry´s Bar, una tarde ventosa en Tiergaarten, oyendo las copas moverse al compás del amor. Ojalá pudiera decir todo lo que siento, todo lo que veo en este libro mágico. Yo también creo que hay algo santo en el vino, en el whisky y en la verde absenta rothiana. Y que en un loftdemanhattan puede haber mucho confort, intelectual antes que nada, tanto como para que el cerebro se relaje y a uno le entren los bostezos más verdaderos y romanos. Me he reído con la escena de los Auster, como no lo había hecho hacía tiempo. Me he acordado del dictum de Claudio, que asegura que es bueno reírse de las cosas que amamos, siempre que amemos las cosas de las que nos reímos. De ahí he pasado literalmente al otro lado, al de la seriedad metafísica. Por cierto, si un día me encuentro con el joven Nietzky (seguro que lo he escrito mal), el capitán argonauta, le susurraría, sin afán de polémica, que el protestantismo nos ha dado a Bach, a Rembrandt y a Shakespeare, sólo con el fin de entablar una conversación interminable sobre lo que de verdad importa, sólo por eso. O sea, que el humor puede ser el camino más corto entre dos melancólicos. Un apunte más, a propósito de los saltos nacionales, del desprecio patrio por algo como Ulises, y de la cultura gaulloise: ¿sabías que el mejor estudio, años luz, sobre la novela joyciana, la escribió la Cixous, una autora francesa, en su Tesis de Estado, mil quinientas páginas de poesía, allí sale todo, acaso el trabajo monográfico sobre una obra moderna más extraordinario que quepa imaginar? Otra sincronía: yo, que soy de otra generación, me recorrí, a la inversa, el camino que se traza en la Carta breve… así, desde Savannah, Georgia hasta Concord, Mass. No fue por fetichismo, no, salvo en lo que se refería a Hawthorne, al que venero. Fue por amor, que es algo muy distinto. Nunca más he salido de esa peregrinación. Ni pienso hacerlo, y menos después de leer esto. Pero, vamos derecho a lo del otro lado. No tenía ni idea que este viaje me iba a llevar tan lejos. Había leído, en la página 124, este medio párrafo: Porque ahora empieza a festejar el guiño cómplice de Nietzky poniéndose a imaginar que le quita colores y peso a la vida y le quita casi todo hasta lograr que esta se asemeje a una ligera sombra, iluminada por una desencajada luz de anémico fuego lunar imaginario. Esa sombra es él mismo. Y no deja de ser coherente el que lo sea. Nada más leerlo, he apuntado en el margen las palabras "el otro lado". Tal cual. Y la verdad es que no sé muy bien porqué lo he hecho. Sentí que era como si el lenguaje se hubiera vuelto del revés por un instante. A partir de esa página, el narrador empieza a hablar del otro lado. Explícitamente. A propósito de la primera, y de la segunda paternidad, una filiación circular y exenta de la relación de poder (es el padre, convertido en un ser indefenso y abierto, el que pide al hijo que por favor le deje entrar). A propósito de la desaparición del autor (blanchotiana) y del sujeto mismo (algo más blanchotiano aún). A propósito del sentido de un final que, como el calor del verano, ya empieza a anunciarse próximo. Y, en medio, la mujer le dice que debe quererle hasta el final como ese mismo día. La mujer dormida, persuadida, exigente. ¿Cómo no ver, en ese puentedebrooklyn entre el yo y el nosotros, los signos evidentes de una resurrección personal? Esto es demasiado, mucho más de lo que se puede aguantar, ¿no? Lo ignoro, pero, Cavalcanti, sírveme una copa de vino, por favor, que estamos en la dulce Francia.
P.S. La foto, con ese toque joie-de-vivre, la saqué yo mismo ayer tarde en la playa de la Madrague de Biarritz. Ahí están esa trinidad mía: mi mujer y mis dos hijos mayores.

2 comentarios:

Zina Vasilache dijo...

Un saludo desde el sur, donde una intensa luz dorada ,aussi, vence la humedad y calienta el mar.Esta tarde mi padre y yo dimos un paseo por la playa. El mar era de un verde virgen con reflejos de un azul turquesa. Una espuma blanca con fulgores de luz en su cresta parecía alegrarse de nuestra presencia.
Me alegro de que la lectura de ese libro te de para tantos comentarios,casi te sumerge en una nueva existencia!
Bueno en realidad todo esto porque se me ocurrió decirte que me gusta más la versión de Damien Rice de ''Can't take my eyes off of you'';si mal no recuerdo tambien la conocí por este blog.
:)
http://www.youtube.com/watch?v=5YXVMCHG-Nk&feature=related

Adelarica dijo...

estoy seguro de que se alegraba

gracias por el comentario y por la canción


hablamos