Fue ya hace más de una semana. Me lo había adelantado Mercedes, con su generosidad habitual (uno de los rasgos que más ennoblecen a alguien: no reservarse nada, darlo siempre todo…). "No te lo pierdas, es una pasada…". Mi librero de cabecera me lo había guardado, sin que yo le dijera nada (¿habré hecho algo bueno para merecer estos amigos del alma?). Era sábado por la mañana. A las 10 estaba en la terraza del bar árabe en el que paso muchas mañanas leyendo. Era un día gris, un día típico del norte: uno de esos espacios de tiempo que te ponen límites. Visuales, espirituales también. Pedí un café turco. Canela. Mientras miraba pasar a la gente de forma apresurada, encendí un Davidoff y apagué el móvil; un triunfo, teniendo en cuenta que podías querer comunicarte conmigo. Saqué el libro de la mochila de cuero y me dispuse a leer. Creo que fui capaz de recorrer el primer párrafo, unas palabras iniciales que desde luego no recuerdo en su literalidad. Yo estaba leyendo otra cosa, más parecida al mundo. Al mundo dentro de mí, y al de afuera. No me acuerdo bien de lo que pasó. No podía continuar. No me quedé anestesiado. ¡Ébloui! Esa es la palabra exacta; no encuentro otra. Ya no pude continuar. Hubiera sido más fácil convertirme en escarabajo que leer una sola línea más. Con el paso de los días, he pensado en lo que pudo producir ese efecto aleph/éblouissant. Sólo tengo varias hipótesis que, en el fondo, se reducen a una: al acariciar con los ojos las primeras palabras del libro me vino a la mente, de un solo golpe, el Dietario voluble (un libro esencial), y todos los demás libros de V-M, y todos los libros citados por V-M, y todos los libros no citados por V-M, que, a propósito de sus citas y frases propias, yo hubiera citado; sentí el vértigo y la espiral de la literatura, el miedo a perderla para siempre y a acabar el libro antes siquiera de haberlo empezado, una empatía profunda y primordial con cada palabra-sílaba-letra-signo vertical; experimenté la sensación de paz que se tiene cerca de una luz alta y poderosa: la intuición de entenderlo todo de repente, hasta aquello por lo que no había jamás preguntado. Insisto en que no sé lo que pasó. ¿Una iluminación? ¿una victoria para siempre? Por supuesto: un triunfo proustiano, sin noción de lo que lo causaba. Cómo no recordar la incertidumbre grave del alma, superada por sí misma, cuando ella, la que busca, es juntamente el país oscuro por donde ha de buscar. Después he tardado casi diez días en retornar al libro. Peu importe! Me ha quedado el recuerdo dulce y agradecido de ese momento (momento irrepetible y oscuro que jamás se olvida, 109), mecido por el café, la neblina, el tabaco, el cuero, la canela, el papel y la tinta. Estoy en una esquina de la calle Carlos III de Pamplona, y estoy somnoliento en un velero en el puerto de la ciudad de Savannah; estoy en un quirófano y en un campamento base en el Kilimanjaro. Y en el Café du Lac. Y en el faro danés de Lynvig (en la foto), viendo pasar las nubes por una de las ventanas de la escalera. Acaso todo se reduce al hecho de que, al abrir el libro y sentirme plenamente feliz, pensara de nuevo en ti.
Anoche leí las primeras sesenta páginas. Disfruté de lo lindo, pero de otra forma. Pasaba las páginas ansioso, esperando encontrarme a la vuelta con mis amigos de siempre: Claudio et alii. Y cuántas cosas que iré anotando despacio en estas entradas cibernéticas y condenatorias. Tengo que escribir en los próximos días un artículo para La Vanguardia sobre Boris Groys, nada que ver con el Boris catódico. Groys es ruso, y es un filósofo del arte. Voy a intentar hacer ambas cosas a un tiempo, para algo soy un comparatista (V-M también lo es, y uno de los mejores: salvo a pocos, Claudio, Steiner, la Carson, Ashbery, Girard, Kabakov, Guy Davenport, Handke). Serán sólo unas impresiones ligeras. Meros ensayos. Al hilo de lo que vea. Una invitación a una lectura mágica.
10 comentarios:
Sí, es una lectura mágica la de Dublinesca. Yo voy contándolo en fragmentos, como también voy leyéndola a trozos, pero no puedo esperar al final para decir algo de lo que descubro, por lo menos esa sensación de haber dado con algo importante, con ese salto del escritor al otro lado, que sale en el libro. Sí, ese misterioso salto.
Va acabar de leerla, yo la he leido dos veces y me apetecen lecturas de otros , no os estoy dando prisas , bueno si.
Sí, claro, espero terminarla.
Es evidente aquí, De la Rica, la retórica del rapto: San Pablo, Borges, Proust… Y el gesto no podía ser más literaire: la lectura de las líneas iniciales de Dublinesca como una suerte de petite Madeleine que desencadena la sucesión evocadora de recuerdos y lecturas. Sin embargo, cuando, como Machado, me detengo a distinguir las "voces de los ecos", sólo escucho ecos, y echo en falta la voz.
Querido amigo, me alegro de que pase por aquí; y, no sé si a su pesar, lo tomo como un elogio platónico/ovidiano, más viniendo de Ud.
Los ecos… ojalá, ya sería mucho, ¿no cree?
Amigo, su modestia me desarma. Y su delicada ironía también. No me pesa que mi anterior comentario lo tome Ud. como elogio, aunque no pretendía ser tal. Era, más bien, la querella de un lector de Ud. que se cree con derecho a pedir: "Acaba de entregarte ya de vero/ no quieras enviarme/ de hoy mas ya mensajero/ que no saben decirme lo que quiero."
No quiero ecos-mensajeros, De la Rica. Quiero la voz.
¿Tengo derecho a pedir?
Suyo.
Alexis
no creo que haya mucha gente que pueda entender, en este contexto, lo que significa el adagio horaciano tua res agitur…
Claro que sí, que, parafraseando al latino, mea res agitur... Por ello formulé la pregunta que, aún, no haya respuesta.
lo que más me gusta de dublinesca? La gente que se dedica a picar en el telefonillo del portal sin identificarse. La escena de la mujer insinuandose a su marido mediante el escote de su pecho, y la frase dedicada a la relación entre editor y escritor, "era una pulga cojonera del editor"
lo que más me gusta de dublinesca? La gente que se dedica a picar en el telefonillo del portal sin identificarse. La escena de la mujer insinuandose a su marido mediante el escote de su pecho, y la frase dedicada a la relación entre editor y escritor, "era una pulga cojonera del editor"
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