Toda obra de arte y toda teoría están escindidos en sí mismos. Siempre contienen dos estratos de valor, que no se mezclan entre sí de manera completa. Es decir, que ni la obra de arte ni la teoría son manifestaciones creativas de una realidad oculta que trascienda el valor. Ambas obtienen su efecto no de un principio exterior y libre de valor, sino de los diversos estratos de valor presentes en ellas mismas. Cuanto mayor es esa tensión, mayor es el efecto. Por eso, las obras de arte que tienen una irradiación especialmente intensa son justamente aquellas en las que las pretensiones culturales más elevadas posibles se ponen en relación con las cosas más profanas, insignificantes y devaluadas. Son justamente esas obras de arte las que son percibidas como radicalmente nuevas y las que tienen mayores oportunidades de ser acogidas en los archivos culturales. Cuando la pretensión se aminora, o cuando los elementos profanos revalorizados recuerdan demasiado a la tradición ya valorizada, la tensión se debilita –y la obra ya no es percibida como realmente interesante o como nueva (Boris Groys). Que yo sepa, V-M es el primero (quien da primero da dos veces) que convierte internet en tema de una novela (externamente tradicional), o, mejor dicho, la "dolorosa" e impepinable transmutación del mundogutenberg en el mundogoogle. Samuel Riba, el protagonista/antagonista/agonista intenta saciar su sed (de saber, de estar, de ser…) enfrente de la pantalla del ordenador, pero sigue acudiendo de tiempo en tiempo a consultar un dato (sólo cuando es más cómodo, más rápido) a los anaqueles de la biblioteca de su casa (la biblioteca de toda una vida, la extensión de esa huella o rastro que fue, que es, su catálogo de editor calassiano). Es grande la sed y larga la sombra de la tentación (104). Celia, la buena de Celia, su mujer (hablaré extensamente de lo que para mí significa este personaje budistaluterano), le ha lanzado la gran insidia: tu ensimismamiento informático te está impidiendo leer a fondo, como antaño (p. 56). Es un alusión inconsciente al éraseunavez de los cuentos de hadas…el jadis del comienzo de Una temporada en el infierno: Antaño, mi vida era un festín… "Y la mía, no te jode; no soy un niño de la postguerra sino del desarrollismo: nosotros tuvimos de todo en abundancia, incluidos el amor y la fidelidad paternos". Groys pone el ejemplo de la Mona Lisa de Duchamp. Cuando la fabricó/perpetró (en 1919), se consideró que estaba poco menos que blasfemando (hombre, lo de las letras no es que fuese precisamente eufónico…); o, si no, al menos profanando algo. ¿El qué exactamente? ¿El espacio del arte? ¿El retrato renacentista? Groys dice, con toda la razón, que sólo ignorando lo que significó el Renacimiento se podía afirmar algo así. ¿No se trataba justamente, en los albores de un nuevo mundo, de realizar por fin un arte profano? ¿No estaba Duchamp, auténtico inspirador vilamatiano, reevaluando ese período áureo como acaso no lo haya hecho nadie en los últimos cien años, es decir con una continuidad lógica que manifestaba una auténtica comprensión de los mecanismos de reflejo y distancia irónica a los que el retrato renacentista apuntaba? Después de Duchamp, la Mona Lisa será valorada igual, o más, que antes de Duchamp. De éste sólo quedará el gesto innovador (o final: algo así como decir, señores, ya sólo les falta, en el orden de la interpretación, ponerle un bigote a la buena señora), y la continuidad lógica a la que antes me refería. La cosa es más compleja, ya lo sé (basta con darse cuenta de que, cuando menos lo esperábamos, nos ha aparecido el concepto de lo profano, algo que hay que referir dialécticamente a lo sagrado, por mucho que a algunos les fastidie), pero me quedo aquí por el momento. Digamos que lo hago con licencia poética. Es lo que tiene el ensayo, la libertad de no tener que ser exhaustivos ni la voluntad de cerrar nada. Prefiero lo abierto.
La tesis de Groys oscila entre varias cosas, pero es bastante precisa. Dicho en plata: lo que hace que una obra descolle es la tensión entre los distintos estratos de valor, el hecho de que sean reconocibles, de que no se mezclen "impuramente". El retrato renacentista tomaba elementos del arte sacro y los aplicaba al mundo profano (lo que no quiere decir en absoluto que los profanara; más bien era una forma de endiosamiento, o sea de revestir lo civil con el manto de la gracia sobrenatural). Pero, en todo caso, las dos clases de elementos mantienen su propio valor y en el juego tenso entre ambos la obra resplandece como las chispas producidas por dos piedras que se rozan. En la parodia de Duchamp ocurre otro tanto, por eso deja intacto el retrato de Leonardo, y se limita a superponer el bigote. No discute su valor sino que lo contrasta con su gesto. Hay que estar enfermo para pensar que lo está profanando, ¿no? Se parece más a un neologismo, que siempre parte de la lengua preexistente, pero que le añade un valor que, en última instancia, no anula ningún significado previo. Otra cosa es que el hablante de una lengua, más tarde, lo ignore. Peor para él, pero no matemos al mensajero.
El ejemplo perfecto una vez más es la tensión paródica de las novelas de caballería en El Quijote. O la de la Ley y el orden en Kafka, claro (soy de los que piensa que lo último que deseaba era cargársela: autrement, para qué dedicarle la vida entera). Algo de todo esto pasa también en Dublinesca, con la tensión gutenberg/google que se encarna en el melancólico Riba. Google tiene mucho más de gesto innovador que de profanación del mundo de la letra impresa. El segundo no se entiende sin el primero, y viceversa. En un momento dado, el narrador pone sin querer un ejemplo. Busca el nombre de un puente de Dublín. En su versión en libro hay una errata, y el puente es nombrado de dos maneras diferentes. Internet parece el recurso inmejorable para salir del escollo. Y así es: en un segundo se agolpan, ante el usuario, todos los datos sobre el puente, sobre el prócer del que toma el nombre, etc. ¿Es mera información? Puede. ¿Es inútil? Quizás. De hecho, en casa hay otra versión "actualizada" que no contiene el error precedente. El narrador ofrece la versión de la especia-lista (y de paso, la original inglesa). ¡Menudo homenaje a la lengua de Joyce! ¿Quién está ahora tirando piedras contra el propio tejado? ¿No será que lo importante, el graal, será la misma búsqueda personal, por todas las vías, cuanto más complementarias tanto mejor, más destellos podrán producirse? ¿no estará siendo denostado, una vez más, el feliz ensimismamiento por todos aquellos ajenos a una vida auténtica, incapaces de adentrase en una vida hacia adentro? "Un puente es un hombre cruzando un puente" (Cortázar). Como dije ayer, yo también soy un afrancesado de los que creo que sí que hay amigos…
4 comentarios:
Muy interesante tu comentario aunando la inspirada Dublinesca de Vila-Matas a las ideas esclarecedoras de Boris Groys. Y esperaré a que me cuentes por qué defines a esa Celia ("budista") como luterana. Yo he escrito ya mi lectura de Dublinesca en mi blog, pero ya sabes que mi approach es más subjetivo-empírico y menos teórico, por mis limitaciones!
gracias, Bel, mañana leeré lo tuyo con calma, con el mismo interés de siempre
ya hablaremos de la confesión de Celia…
A mi la figura de Celia me interesa mucho, yo en el libro he visto al personaje ( Riba) más persona que en otros obras de V-M. Por cierto mi Dublineses tiene la errata , es la traducción de Cabrera Infante, editorial Alianza del 1977.
si el narrador ha conseguido que nos levantemos del ordenador, por un momento, y repasemos nuestros viejos libros (y qué libros inmortales, en este caso) pues genial, ¿no crees?
yo también percibo un giro en esta novela (anunciado claramente en el Dietario voluble) que, a falta de una denominación mejor, lo llamaría personalista, sí, eso, un giro personalista
gracias por tus atinados comentarios
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