Veo en el blog de mi amiga Anna Alejo, uno de mis preferidos, una foto maravillosa (Anna es la autora de la foto que preside Hobby Horse, una imagen sin la que sencillamente jamás hubiera escrito este cuaderno), veo la foto de un camión amarillo apostado a un lado de la carretera, bajo los árboles: y ¡qué recuerdos me trae! Cuando éramos niños, íbamos en el coche de viaje (recuerdo especialmente los viajes, eternos, desde Madrid a S´agaró) jugando a ver quien veía, antes que los demás, tres cosas que no se me olvidarán jamás (todavía cuando veo alguna, cosa rara, me recorre el alma el aire limpio del país perdido de la infancia): ropa tendida, gorra de plato y camión amarillo. Cuando he visto ese camión, que Anna ha fotografiado en la carretera Huesca-Pamplona, me he acordado de cada uno de mis hermanos, de mis padres, y de las personas que nos cuidaron aquellos años primeros, con un amor que nunca podré pagar de un modo suficientemente justo. Hay una melancolía y una nostalgia del pasado, y la hay también del futuro. Hubo una época de mi vida, no hace mucho, en el que yo sabía que tenía que separarme de una persona a la que adoraba, y me pasé los últimos meses antes de su marcha realmente amargado, aprendiendo a distanciarme de ella mientras aún estábamos juntos. "Enfádate cuando me haya ido", me decía, pero yo no podía aplazar la tristeza por lo que su marcha, futura, representaba en el presente que es siempre la amistad. ¿Falta de persuasión? ¿Incapacidad de vivir el instante? Sin duda, pero yo siempre pensé que se me había instalado en el corazón la nostalgia del futuro. Hay cosas por venir que nos duelen, amorosa o fatalmente, mucho antes de que acontezcan. La semana que viene, para mí, se verficarán algunas de esas cosas, y escribo esto con el temor y temblor con el que debe escribirse cualquier predicción. El ejemplo máximo de la nostalgia del futuro es la muerte, que tiñe la vida con un sentimiento trágico. En ningún pasaje literario se ha mostrado esto con más eficacia que en el discurso del Cristo en la última cena. ¿No lo has leído, en Juan 14 y siguientes? Sin eso, no se entiende nada. Es el alma sacerdotal del Cristo, o sea, los sentimientos del Cristo al descubierto. El secreto de los secretos. Ahí está todo, y no me canso de meditar en esas páginas indestructibles. Tampoco se cansaba Juan Sebastián Bach, cuya Pasión según San Juan es una cima de belleza y comprensión de esa verdad revelada. En realidad, ahí está también todo mi libro sobre Kafka, o al menos tal y como yo lo veo. Magris, un día, paseando por Barcelona, me lo reconoció: lo valioso de tu libro es la interpretación del pasaje Ante la ley, tanto el hecho de que el campesino se salve por permanecer cerca de la puerta, como la posibilidad, inversa, de que el campesino sea precisamente la instancia que pretende entrar en la puerta del alma. Con razón alguien decía ayer en una nueva reseña que mi interpretación es neotestamentaria. No lo niego: para mí una cosa no está explicada hasta que se establece la relación con el Cristo, Dios y Hombre, alfa y omega. Partis pris? Sin duda, lo reconozco abiertamente. O, mejor, al menos, no lo niego. Otros han hablado, en mi caso, de precomprensión, pero no puedo dialogar con alguien que empieza y termina insultando. Volviendo a Magris, le dije que mi libro se contenía entero en dos citas bíblicas, que por lo demás no he citado explícitamente en él. La primera es del Salmo 83: "Más vale un día en tus atrios que mil en otros ámbitos/mejor permanecer en los umbrales de la Casa de Dios que habitar la tienda del malvado". La segunda, es del Apocalipsis (3,20): "He aquí que estoy a la puerta de tu corazón, y llamo: si alguno escuchare mi voz, y me abriere la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo". Ahí está todo: sólo el espíritu puede conseguir, también en la escritura, que mirándote no te mires, que viéndote, no seas tú quien se vea. Yo percibo eso en cualquier autor, si son uno, o son dos, o sea, si está escribiendo para sí, o no; si escribe para alguien o para nadie. La escritura debe de estar habitada, pero hay que saber por quien lo está. Aucune vraie connaissance ne couronne l´exercise autobiographique, dice Patrick Kechichian en su reciente Petit éloge du catholicisme (Folio, 2009), que acabo de leer, y que me ha maravillado. Llevaba veinte años leyendo sus críticas en Le Monde, pero no tenía ni idea de que era católico. Sabía en cambio que era un experto en la literatura erótica del XVII y XVIII francés, en los libertinos. El caso es que ha escrito ahora una pequeña obra maestra, de equilibrio, de inteligencia, de sabiduría. J´écris en mon nom, appuyé sur un autre Nom, divin celui-là, avec déférence et timidité. Cet appui, cette inspiration ne me confèrent aucune autorité ou autoritation, mais provoquent en moi, au contraire, un tremblement, une inquietude, une doute quant à mes capacités et quant à la simple legitimité de mes propos… J´écris, non para goût de l´introspection ou pour me connaître moi-même à travers le moyen que seraient la religion et la foi, mais pour rendre, si Dieu le veut, une infime part de la lumière reçue. J´écris selon ma conscience –ce premier vicaire du Christ, disait le cardinal Newman… Gracias a Mercedes Monmany lo conocí en París hace un par de años. Daniel Mordsinski nos tomó una foto que conservo, pero si hubiera sabido lo que nos unía (y no me refiero sólo a la fe) le hubiera besado las manos. Y ahora me voy, en moto, a ver si de una vez por todas entra el otoño en los bosques de Navarra.
4 comentarios:
Interesante nueva reseña! Yo pienso, desde mi lugar de hormiga de Figueres, que tiene razón Magris, ese pasaje y esa doble proposición de Ante la ley es lo más impresionante de tu libro.
gracias Isabel
así que el miércoles podré ver a la nouveau née? (en fem., naturalmente)
Esos juegos de coches, matrículas y camiones, todavía sigo disfrutando de ellos, de modo inconsciente. Lo de separarse de una persona antes de que se vaya ¿puede ser un ejercicio de autodefensa?. Me resulta muy curioso, porque me he visto en situaciones muy parecidas. Lloradas por anticipado, cuando llegan las pérdidas "duelen menos".
duelen menos, o no, según los casos, a veces duele además el haber sido tan idiota de no haber vivido con intensidad el presente
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