sábado, 10 de octubre de 2009

Kafka en su laberinto

Veinte años después del fallecimiento de Kafka, en 1924, el poeta angloamericano W.H. Auden definió a la perfección lo que de ahora en adelante, para su generación y probablemente para varias de las venideras, se convertiría en el espíritu de toda una época, en el icono literario y filosófico contemporáneo que mejor la definiría, lo mismo que la célebre frase de Adorno sobre la poesía después de Auschwitz: “Si hubiera de citarse al autor que más se aproxima a nosotros con aquella mismo relación que con sus contemporáneos tuvieron Dante, Shakespeare y Goethe, el primero en que se pensaría sería indudablemente Kafka”.
A la vez que esta hoy ya incuestionable premonición, el crítico y ensayista George Steiner, también advertiría en su lúcido ensayo titulado K, de 1963 (perteneciente a su libro Lenguaje y silencio), que a partir de entonces, “una inmensa montaña de literatura” se levantaría en torno a un hombre que en toda su vida no había publicado más que una media docena de relatos y bocetos. Su solo nombre se convertiría en santo y seña para entrar en la gran casa común de la cultura y de la educación del europeo moderno de nuestros días. Una, en ocasiones, pavorosa “kafkología”, como la llamaría Kundera, o si se prefiere, unos frecuentes y no extraños “casos flagrantes de sobreinterpretación”, como los definiría con ironía Umberto Eco, refiriéndose también a Joyce, que nuestra época abonaría, lo mismo que se había hecho con textos sagrados seculares, con alegre entusiasmo a través de fanáticos “adeptos al velo” y al “mensaje oculto”.
Con el provocador, por anacrónico y no simultáneo en el tiempo, título de Kakfa y el Holocausto, el crítico y profesor de Teoría Literaria y Literatura Comparada, Alvaro de la Rica (Madrid, 1965) rompería con la otra cara de esa pavorosa montaña que advirtiera Steiner: el tabú que significa para cualquier joven estudioso de nuestros días acercarse al sobrecogedor laberinto, a ese mundo entendido como inmensa institución laberíntica, que es la enigmática obra de Kafka. Enfrentarse, sobre todo, al apabullante rastro de trilladas y popularizadas versiones de lo “kafkiano”. En su caso, a través de una brillante, densa y nada rutinaria ni habitual multiplicidad disciplinar, Alvaro de la Rica saldrá más que airoso. Todo en su libro pasa a formar parte de un dinámico e indisoluble diálogo: la revisión de mitos y textos religiosos tanto cristianos como judíos; el análisis de autores, como es el caso de Flaubert, que influirán de forma determinante en la obra de Kafka; el repaso y síntesis de la más importante crítica kafkiana, desde Scholem, Benjamin, Canetti, Calasso o Steiner a Blanchot; las diversas influencias en el arte del siglo XX y, sobre todo, de forma muy especial, formando parte de lo más llamativo y original de este ensayo, la importancia de la obra de Kafka como prefiguración del Holocausto y de los regímenes totalitarios en general. De la Rica se adentra “como un pequeño Talmud”, como lo define Magris en su lúcido y elogioso prólogo, a medio camino del comentario y la narración, en ese torbellino contradictorio y circular que es la obra y existencia kafkiana, con sus recurrentes y obsesivos punto sensibles: el matrimonio, la ley, la víctimas, el poder, la metamorfosis y la revelación. Empujado y condenado a asumir todo lo negativo de una época y de una condición humana universal, a tocar de cerca con sus visiones un corazón oscuro y tenebroso que tantas veces sobrecogería a sus lectores, Kafka prefiguró y grabó a sangre y fuego en su obra, en la forma de figuras del exterminio, “antes de que sucedieras”, genocidios masivos y posteriores, que sacudirían a su más inmediata familia, ya que sus tres hermanas morirían años después en Auschwitz. Como dirá el autor de este ensasyo: “Ni En la colonia penitenciaria ni ninguna otra de sus ficciones, especialmente El proceso y El castillo, ni las agudas reflexiones que las acompañan, escapan a un momento de la historia europea que se puede calificar de apocalíptico”. Una apocalipsis, que lo hace convertirse en el gran testigo de cargo del totalitarismo político del siglo XX, tanto en la forma de “alfabeto” detallado del nazismo, como en la casi exacta descripción del sistema político comunista y de aquellos aterradores juicios posteriores, en los que las víctimas y castigados sin causa reconocible, acabarían clamando porque se les reconociera culpables. Sin haber llegado a tiempo al destino que probablemente le esperaba, lo mismo que a sus hermanas, nadie como él , como dirá De la Rica, fue capaz de retratar la degeneración de aquellos sistemas políticos y la monstruosidad tantas veces inconcebible del el Holocausto.
Igualmente, con el título de El mundo formidable de Franz Kafka, el escritor estadounidense Louis Begley, nacido en Stryij (hoy Ucrania), hijo de un médico judío polaco, así como autor de varias novelas de éxito, entre ellas A propósito de Schmidt, que sería llevada al cine protagonizada por Jack Nicholson, compondría un interesante ensayo biográfico para hacer comprensible y accesible, desde su rutinaria vida íntima, sus amigos más cercanos, su nutrida correspondencia, la losa insoportable de su familia, su trabajo en la aseguradora , sus sucesivas novias y compromisos fallidos, el drama de ese “ermitaño y hombre sabio, al que la vida aterraba”, como lo definió la inteligente Milena Jesenská (“la mujer que mejor entendió a Kafka y ante la que más completamente se desnudó”, como dirá Begley) en un impresionante elogio fúnebre escrito tras su fallecimiento. Un empeño, narrar el atolladero claustrofóbico y angustioso de una vida aparentemente carente de sucesos reseñables, más difícil de lo que parece. La hipnosis y fascinación que producen cualquiera de sus escritos, por mínimo que sea, se traducía en la vida real en poco más que ocasionales enamoriscamientos, en altibajos en sus relaciones más serias con Felice y Milena y en intentos siempre fracasados de dejar el trabajo y lograr “una existencia pacífica, libre de agobios y consagrada a escribir, que pedía a gritos”, como decía su amigo Max Brod. Unos escasos sucesos que por supuesto se verían marcados por la tragedia de la otra cara de su sufrimiento, aparte del espiritual que siempre le acompañó: los hitos que señalarían, sin darle apenas respiro, el progreso de su enfermedad, esa temprana tuberculosis que lo llevaría a la tumba, poco antes de cumplir los cuarenta.
(Artículo publicado en el ABC de hoy, 10 de octubre de 2009, por Mercedes Monmany; en la foto el cementerio judío de Praga donde está enterrado Franz Kafka)

4 comentarios:

Belnu dijo...

Felicidades, Álvaro, tu libro merecía esta crítica más extensa y culta que la mía.

Adelarica dijo...

gracias, Isabel, las dos críticas han sido formidables, aunque en ambos casos, teniendo en cuenta lo buenas amigas que sois, lo generosas con el trabajo ajeno y lo abiertas de mente, pienso que habéis exagerado un poco los méritos de ese libro, cosa que por lo demás me da mucha alegría, para que nos vamos a engañar

Belnu dijo...

Pues estás equivocado! El libro me entusiasmó, y sigue ahí en mi cabeza en muchos aspectos, me devolvió a Kafka por la mejor puerta, la más misteriosa y delicada y lo disfruté muchísimo. Seguro que a MM le ha pasado algo así. Y el prólogo de Magris!

Icíar dijo...

Yo estoy también muy orgullosa de este profesor, y también por la parte que me toca, de haberlo descubierto.