La mirada de Herta Müller
Nunca se me olvidó la primera lectura que hice de la escritora Herta Müller y que me dejó realmente sobrecogida. Se trataba de un libro titulado En tierras bajas, publicado en la editorial Siruela en 1990, lo mismo que otro suyo algo posterior, El hombre es un gran faisán en el mundo, de igual fuerza y potencia expresiva. En aquel libro primero el lector se encontraba ante realidades desconocidas: con las minorías –esas que pespuntearían igualmente el libro El Danubio de Claudio Magris de forma fascinante- que se habían quedado en tierras “extrañas”, descolgadas a través de los siglos y de las diversas guerras y recomposiciones europeas. Escritora rumana en lengua alemana, de aquellos alemanes que vivían en países cercanos de la extensa zona centroeuropea, en la forma de guetos que ellos también habían creado en su día para pueblos y culturas consideradas como cuerpos “extraños”, Herta Müller narraba la vida de los campesinos alemanes en el Banato rumano (en la foto), en la época de la dictadura comunista. Se trataba de cuentos o, más bien, escenas bellísimas y estremecedoras, de una poesía tan exquisita como seca y terrible en ocasiones, que se quedaba hondamente grabada en la mente de cualquier lector que se acercara por primera vez. Escribí inmediatamente sobre ella y he seguido haciéndolo cuando se han ido produciendo reediciones de sus libros. También la incluí, por supuesto, entre mis escritores preferidos, en una colección de ensayos literarios que publiqué en 1997, con el título de Don Quijote en los Cárpatos, en la editorial Huega & Fierro. Intenté siempre, como me sucede con todos los creadores que me impresionan por alguna razón, no perderla nunca de vista y, más tarde, en el año 2000, la incluí en un ciclo que organicé en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, titulado Escritoras del Fin de Siglo, y en el que participaron, además de ella, la canadiense Margaret Atwood, la escocesa Muriel Spark, la italo-suiza Fleur Jaeggy, la portuguesa Agustina Bessa-Luís, y otras más que para mí significaban la “excelencia” de la literatura escrita en Europa y otros continentes en nuestra misma época. Por supuesto, algunas de ellas merecían igualmente el Nobel, como es el caso de la maravillosa Bessa-Luís, o de mi adorada Alice Munro, que de forma curiosa casi nunca sale en las encuestas. Pero aunque sorprendente y sumamente desconcertante, el galardón a Herta Müller delata una reconciliación del premio sueco con lo más exigente y menos dependiente de las servidumbres del mercado, con esa búsqueda ciega y tenaz de la excelencia, que nunca debe abandonar a los escritores, estén en la época que estén, en la de la revolución tecnológica y la destrucción de imprentas, o si de repente deciden regresar a la soledad de los monasterios y a la escritura del pergamino.
Nacida en 1953 en un pequeño pueblo, Nitzkydorf, de esa región transgermana del Banato rumano, en una comunidad de origen suabo instalada allí desde hace más de dos siglos, con una población de apenas 250.000 habitantes, Herta Müller estudió más tarde en Bucarest. Huyendo, como otros muchos, por ejemplo, el gran escritor judío Norman Manea, también candidato desde hace años al Nobel, en este caso en lengua rumana, del siniestro Conducator Ceaucescu, en 1987 Herta Müller logró salir de Rumanía, gracias a la presión de diversas asociaciones de escritores, instalándose en Berlín. Una literatura, la suya de origen, que antes de la caída del Muro, normalmente era llamada la “quinta literatura alemana”, la que seguía a las de las dos Alemanias, a Suiza y a Austria. Y una gran literatura, la germánica, que hoy se está nutriendo y renovando sin cesar a través de brillantes y estupendos escritores llegados de las más diversas partes del mundo: ahí estaría la turca Emines Sevgi Özdamar, el sirio Rafik Schami, el iraní Kader Abdolah y, por supuesto, la flamante y espléndida premio Nobel de Literatura de este año, Herta Müller.
(Artículo publicado ayer en el ABC por Mercedes Monmany)
2 comentarios:
Esta entrada es una joya. Aquí queda, para ir consultándola de vez en cuando. Hay muchos nombres en fosforito.
Mercedes Monmany es una ensayista, y una crítica, extraordinaria. LLeva muchos acertando con los escritores de los que habla, algunos muy desconocidos hasta que ella los puso en circulación, siempre sin darse la menor importancia, con una tenacidad y un trabajo detrás que poca gente conoce.
Herta Müller es uno de esos casos, para cuando la mayoría lo hemos empezado a leer, Mercedes ya era amiga personal de la autora.
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