sábado, 29 de agosto de 2009

Notas para un diario 126

Hace unos días, Menchu Gutiérrez publicaba en ABC un artículo sobre los veranos de su infancia en Madrid (increíblemente no aparece en ABC.es, pero se lo pediré a la autora y lo colgaré con su permiso esta misma semana). Menchu hablaba de un momento del día, muy particular, en el que el sol dorado de la tarde rozaba el mundo con las yemas de sus dedos, iluminándolo de un modo glorioso. Ayer, Isabel Nuñez, en su Crucigrama, a propósito de una película de Rohmer (otro cazador de instantes), se refería a la hora azul, "ese minuto justo antes del alba en que todos los animales nocturnos se han dormido y aún no han despertado los de la mañana". Precioso. Tranquila, que no voy a hablarte más de animales, ni a compararme más con los lobos, ni con los besugos o los conejos, que ya sé que no te gusta nada mi bestiario: niña, tú eres muy muy de piso, ¿no? Yo también la verdad, pero que te conste que no hay un escritor que se precie sin un bestiario propio, como no lo hay sin un catálogo de cuidades de cemento o de telas de sueño, como las que coloreaba Remedios Varo (en la foto). Lo siento, que me voy por las ramas, como siempre. Lo que quería decir, al hilo de esos escritos de Menchu e Isabel, es que a mí hay otro instante que me fascina, horrorizándome al mismo tiempo. Lo voy a llamar la hora del bandido, y conste que estoy copiando a un amigo mío cuyo nombre no revelaré (por cierto, por cierto, aviso para navegantes: qué manía con querer hacer una interpretación personal de lo que escribo: personal no sería aquí la palabra justa, porque precisamente cuando escribimos somos personas, o sea máscaras, o sea, la cara que deseamos mostrar a los demás, y sólo eso; en este blog, al menos, no se habla de nada íntimo, para bien o para mal: particularmente ese material me lo reservo para mis confesiones, las sacramentales desde luego y las que hago con esa otra parte del pueblo de Dios, muy muy restringida en mi caso, dos o tres personas a lo sumo, que aunque sólo tienen el sacerdocio común de los fieles, escuchan a veces mis pecados). La hora del bandido, o el instante si lo prefieres, que relativo es el tiempo, es ese en el que estamos durmiendo, estamos soñando, y nos despertamos. Entonces, en unas milésimas de segundo, apenas, nos damos cuenta al instante de si podemos o no recuperar el sueño en el que nos encontrábamos. Son puros golpes mentales. Te despiertas y a veces puedes volver al sueño, sin hacer nada, de manera más o menos dulce. Cuando salimos de una pesadilla, o de un sueño inconveniente, puedes quizás hacer un movimiento interno y evitar la nueva caída en el abismo. Pero a veces, también, por un instante, por la hora del bandido, ya no puedes recuperarlo, por mucho que lo desees. Mira, te confieso que en alguna ocasión he llegado a llorar al darme cuenta de que ya no podía volver al sueño. He tenido entonces la sensación de que me estaban robando. Así, como suena. Naturalmente que todo esto tiene un contenido simbólico y existencal. Yo pienso que Dios es el bandido. Será su forma de jugar con los hombres (llevo todo el verano discutiendo con una persona de esas que oyen mis pecados, y que siempre está de mi parte,  sobre si Dios se ríe con nosotros o si, como ella piensa, directamente se ríe de nosotros: hasta ahora no hemos llegado a conclusión alguna). Y si me dices que Él no se ocupa de esas menudencias, cosa que te acepto, pues lo hará nuestro Ángel de la Guarda. Tanto da. Es un misterio para mí, que soy un simple y veo misterios donde los demás ven sólo una dimensión psicológica. Hablando de mujeres a las que admiro, os recomiendo desde aquí este blog, que ayer volvía a desgranarse, en medio de las mismas dudas que a mí me invaden, después de unas vacaciones parisinas y esforzadas (un tiempo atrás dije una tontería y te pido perdón por ello). Me voy al monte con mi hijo Álvaro, a ver si hecho fuera la bestia que llevo dentro.

9 comentarios:

Belnu dijo...

Yo forcejeo cada mañana con ese bandido que se lleva los sueños!
Gracias por la referencia. ¿Sabes? me encantó una novela de Menchu Gutiérrez que siempre recomiendo y que propuse en su día para los mejores libros del año en La Vanguardia, Disección de una tormenta, qué rara poética simbólica trenzada de cabelleras esperando la lluvia, no se me fue de la cabeza esa atmósfera suya herida, de montaña mágica contemporánea, y la regalé a alguien que estaba en uno de esos tratamientos terribles, como forma de contrapesar y de elucubrar sobre la desaparición. Así que me alegra que nos juntes aquí. Qué bonita construcción de Remedios Varo

sara dijo...

Pues entre sueños me he despertado esta mañana y en medio del café con leche me he encontrado con esta bonita sorpresa. Otra vez te tengo que dar las gracias por tu generosidad, Álvaro (¿tontería? no entendí). Un abrazo grande, grande,

sara

Icíar dijo...

Sí, sí, esas horas en que disfrutas del mundo cuando los demás descansan. En soledad pero tan acompañada. Decía el poeta:

Afirmo que el sol es otra sombra,
mas no tengo pruebas.
Afirmo que la luna es otro fuego,
tengo muchas pruebas.

Las mal-interpretaciones, una molestia, pero más molesto para el que erra en su juicio. Dice este mismo poeta:

Prefiero la traición de la palabra a la palabra,
que la fidelidad de la piedra a la piedra.

El blog, que recomiendas, una delicia.

Adelarica dijo...

Bel, perdona que no haya contestado antes pero estaba en en un paseo por el hayal del Monte Adi. Me alegro de que también te interese la obra de Menchu Gutiérrez. Tu entrada de ayer, fantástica; como ves, ha inspirado la mía de hoy. Gracias por todo. Alvaro

Adelarica dijo...

Sara, no hay nada que agradecer. Lo hago convencido y encantado. Y mejor si no te diste cuenta de la tontería. Un abrazo, Alvaro

Adelarica dijo...

Icíar: gracias por tu comentario y por esas citas tan sugerentes. El blog de Sara es de lo mejor que hay en la red en castellano. Otro abrazo grande, Alvaro

Anónimo dijo...

A mí algunas veces, cuando estoy muy cansada, me pasa que me despierto en ese instante que tú llamas del bandido, y asumo el sueño como una realidad. En esos momentos me incorporo, me levanto y sigo pensando que el sueño es real; tardo un tiempo en descubrir que no, que es un sueño. Algunas veces incluso, si lo soñado entraba dentro de lo posible, he mantenido durante varios días la convicción de que eran reales cosas "vistas" y "oídas" en esos momentos de transición. La sensación que he tenido al darme cuenta de que eso no lo había captado por los sentidos externos sino por esos que funcionan ajenos a nuestra voluntad, ha sido de un poco de vértigo en el estómago, de reconocer cuántas cosas se nos escapan. Pero curiosamente nunca de extrañeza. Nuestra mente, siendo algo grandioso, sólo conoce un punto de la realidad.

Adelarica dijo...

si pudiéramos dar por sentado que accedemos a un punto de realidad, ya sería mucho: se nos escapa lo esencial, ¿o no? hay una larga familia de gentes, de Filon a Kafka, de Calderon a Klee, que pensaron que lo esencial se nos escapaba, que vemos como a través de un espejo, y que estamos hechos de la misma tela de los sueños, no sé, es difícil decir algo sobre eso, al menos para mí, tendría que repensarlo todo otra vez

Belnu dijo...

Gracias, no leí aquí tu respuesta, la inspiración es mutua, la luz que entra a paladas en mi caso, con ese artículo tuyo de M.G en tu última entrada, voy para allá...