lunes, 26 de diciembre de 2011
Una lista (¿heterodoxa?) con los mejores libros del 2011
1. Cartas de Saul Bellow (Alfabia)
2. Mis ceniceros de Florence Delay (Demipage)
3. El pez escorpión de Nicolás Bouvier (Altaïr)
4. Decir la nieve de Menchu Gutiérrez (Siruela)
5. El silencio de los libros de George Steiner (Siruela)
6. El Crak-Up de Scott Fitzgerald (Crak-Up, Buenos Aires)
7. Sobre el dibujo de John Berger (Gustavo Gili)
En efecto y a mucha honra ésta es una lista heterodoxa. La literatura es heterodoxia – libertad radical, juego, atrevimiento, superación del límite– o no es nada. No queremos mentir a nadie: no sentimos en absoluto seguir una senda poco transitada y discrepar amistosamente de los demás. No nos interesan los libros de masas, como no nos interesa la comida basura, la que se enfría en el camino entre la bandeja de plástico con papel publicitario y la boca de uno. No nos hemos educado para eso, para lo burdo, lo fácil, lo artificialmente engordado y lo ya sabido. Al contrario, cada día aspiramos a deseducarnos. Ad aspera per astra. En literatura como en la vida hay que volar alto, aunque a veces se sienta vértigo y la sensación de estar un poco solo. La gran literatura, la que muchas veces coincide con lo pequeño, con números menores en este combate de David contra Goliat que es el mundo globalizado, ha aparecido en España con el año casi finalizado. Mejor: tenemos todo el 2012 para leer el imponente volumen con las cartas de Saul Bellow, acaso el más sutil y completo, el más humano de los narradores judíos norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX. El autor de Herzog, de Carpe Diem, de El legado de Humboldt y de las fascinantes Aventuras de Auggie March queda retratado al hilo de sus días en esta colección de cartas en las que de paso reaparece toda una magnífica generación de escritores. No es necesariamente un libro para leer de golpe. Lo veo más bien como una enciclopedia biográfica que se puede consultar sin descanso. Un must, uno de esos volúmenes indispensables que contienen una parte decisiva de la intrahistoria literaria de la modernidad. Siete libros porque el siete es un número mágico que significa infinito: en esta lista no están todos lo que son, faltaría más, pero los que están sí que son merecedores de una o mil lecturas. Florence Delay o Menchu Gutiérrez cogen un tema: la nieve, los ceniceros en los que se han ido apagando una a una los pitillos fumados sola o en compañía, por placer por nervios por ansiedad para crear. La nieve proteiforme, literaria, mágica, purificadora. La literatura como el juego libre de las facultades. Escribir para jugar, para ensanchar el horizonte del mundo. El mundo exterior e interior por el que viajó el insondable Bouvier. El mundo de los libros mil veces recreado por George Steiner. El mundo de las líneas del dibujo practicado por John Berger. El mundo del fracaso, de la ruptura, de la imposibilidad de ser retratado bajo la mirada de Cervantes y de Sterne por un Scott Fitzgerald intuitivo, tenaz en el fracaso, ilusionado, vencido finalmente por la vida.
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