París en mayo. Hay que haberlo vivido, al menos una vez. Algo en la luz, una frescura, en el aire, una renovación, un conocimiento, en el color que reflejan sus piedras doradas sobre el agua del Sena… Comenzaba, cada mañana, muy pronto, corriendo a lo largo del río. He visto a dos amigos, de los de verdad. He leído mucho (terminé uno en una noche en blanco, y otro entre los dos vuelos). Y he buscado varios libros (los he encontrado todos, menos uno, De ludo globi, El juego del globo, de Nicolás de Cusa, que está publicado sólo en Alemania y en el mundo anglosajón). He acudido a una exposición sobre la (in)justicia humana. Estaba presente la máquina de la colonia penal kafkiana. Y una guillotina (desconocía que el invento maléfico, que cortaba cabezas en nombre de la razón, había sido creado por las manos primorosas de un fabricante de clavecines). También, entre otras muchas piezas de interés, había un Cristo de Rouault, situado entre dos jueces. Cristo entre los jueces, el hombre entre los jueces, ésa es una clave. Cristo enjuiciado siempre por los hombres (ciegos) que desconocen que saber es ignorar. Pienso que es la tesis de fondo de Jean Clair: la lacerante insuficiencia de la justicia humana. En cuanto a los libros, el primero (Contra el viento del norte), que narra un enamoramiento por internet, os lo recomiendo vivamente (hacía tiempo que no disfrutaba tanto con una historia de amor). Por cierto, también se trata (en lo que tiene de revival de Madame Bovary) de otra novela sobre el matrimonio, siempre misterioso e insondable. El autor tiene 50 años y eso se nota, vaya si se nota. El segundo (Mes cendriers, Mis ceniceros), que tuve la ocasión de comentar, en una deliciosa comida, con su autora (Florence Delay), es una autobiografía a través de los ceniceros que han ido recogiendo las cenizas del tabaco consumido a lo largo de una vida larga, intensa, plena. Imposible resumir aquí todo lo que admiro en Florence, y hasta qué punto está quintaesenciado en esta pequeña joya que me temo que nadie traducirá al español, es demasiado sutil, demasiado incorrecto, demasiado libre. Florence es de esas personas que no ha renunciado a la belleza, a la brevedad, a la levedad, al fuego. Nadie cita ya como ella, nadie sugiere como ella, nadie respeta como ella, a nadie le gusta jugar con las cosas (también con las "serias") como a ella. Y pensar que lo ha aprendido, en buena medida, de los españoles (de Calderón, de Bergamín, de Ramón Gómez de la Serna, …) ¿Alguien sigue leyéndolos por aquí? Ojalá que sí. A mí, como tantos otros horizontes vitales, me los ha descubierto ella. Con esa voz grave y delicada, de fumadora mesurada, de gran mujer, de gran persona. Una dedicatoria: "Mes cendriers sont à mon frère Álvaro, Florence, dernier jour de mai". En París.
2 comentarios:
Que no se acabe nunca esa ciudad, sea mayo o enero.
Tienes toda la razón
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