jueves, 4 de febrero de 2010

Notas para un diario 154

Entrada 700 de este blog. Et à quoi bon? Ni idea. Lo cierto es que el otro día leí un poema erótico (en el penúltimo número del NYRB, a mi juicio de verdad "la revista de libros" por excelencia, una de esas publicaciones que vive un momento realmente mágico que hay que aprovechar, porque esas cosas se acaban) que te copio a continuación, en una traducción mía y muy libre: Un animal. No muestres lo celoso que estás. No/muestres hasta que punto te preocupas./No pienses que el manojo/de flores que tiene en su mano, conecta esa mano contigo./No cierres los ojos y beses los labios/ burlones. No te retuerzas, tocándote/como un mono. No pongas tu boca/en el lugar inmundo que cambia todas las cosas./No pronuncies dos veces el monosílabo que es el signo de la sumisión perruna./ Y menos aún te presentes después, sarnoso y con respiración de viejo, olisqueando/cada agujero. Y no pienses –cuando toques su pelo,/chupando y sorbiendo y siendo sorbido, en el mismo/instante, ya nunca más solo –porque vosotros/sois dos animales perfectos como uno. Menudo poemita, para atizárselo de par de mañana. El poeta, del que apenas sé gran cosa, se llama Henri Cole pero, qué más da; sí algo dejan claro estos versos es que la poesía (como todo el arte) es una tarea colectiva. Pero alguien tendrá que escribirlo, ¿no? Sí, pero no exageremos la importancia del mensajero. Yo diría, con el inexistente Homero, que más que alguien es nadie quien debe escribirlo. Nos persigue una hipertrofia del yo. Eso es, entre otras muchas cosas, en lo que pensaba ayer al leer tus cuentos. Creo que, teniendo en cuenta el modo en el que me identifique con los gestos, las penas y la forma de mirar que tiene el narrador ese que te has inventado, puedo afirmar claramente que son buenos. Me estaban leyendo a mí, y al mismo tiempo me sentí unido a ti de una manera material, corporal, física. ¡Qué raro! No sé muy bien como explicarlo, y sólo me salió mandarte un mensaje con una bastez. Espero que hayas sabido perdonarme, y sobre todo, que me hayas entendido. Hay veces que unas palabras, en este caso las tuyas, tienen una capacidad de evocar cosas que se pueden oler, tocar, acariciar. Hay una escena en la que alguien contempla a su novio mientras duerme y piensa esto: "A veces, cuando me despierto por la noche y lo veo a mi lado, le miró con esa ternura con que despertaría un hijo y me doy cuenta de que todo es un error. Esto no se corresponde con el amor con letras mayúsculas en el que siempre he creído". Recordé una frase muy similar de Katya Berger, en el diálogo que mantiene con su padre a propósito del Tiziano: "Lo que hace que un cuerpo te seduzca, o una página escrita te absorba hasta que te sumergas en ella, o que un lienzo viva, se mueva, hable e irradie algo que te atrae a su propio espacio es, en todos los casos, su peculiar forma de ser ellos mismos, de ser inseparables de sí mismos. De que les importe un comino los mirones. De no someterse a nadie. De ser ellos mismos como si estuvieran solos en el mundo (…) Lo que les encanta a los hombre de la sensualidad femenina –implique o no el acto amoroso– es la forma en la que los gestos de la mujer, sus entonaciones, su presencia, surgen de las profundidades de su ser, de su niñez, quizá, de lo que es en sus propios sueños, de lo que puede ser cuando está durmiendo sola. Al hombre le entusiasma haberlo presenciado. Lo que digo les ocurre también a las mujeres, pero me he preguntado con más frecuencia qué es lo que ha atraído al hombre que está echado a mi lado que al contrario, hasta el punto de que a veces parece que conozco mejor a los hombres que a mí misma. (…) Cada gesto de la mujer es la suma de todos sus gestos secretos, y lo que deleita al hombre es conocer ese secreto. ¿Y al contrario? Creo que el placer de la mujer tiene que ver más con el hecho de revelar su secreto, con el hecho de despertar algo que estaba oculto y dormido (…) La mujer se parece más a la página que invita a su lectura, al lienzo que atrae la atención, que al hombre. Tal vez es por eso por lo que su cuerpo ha sido tan profusamente representado en el arte. No sólo porque la mayoría de los artistas han sido hombres, sino también porque hay algo esencial en la relación entre los sexos: la mujer inseparable de sí misma, y el hombre vigilándola, deleitándose en su proximidad". No sé qué pensar, pero ayer tarde, al leerte, recordé esas frases emocionantes. Lo que no puede decir nadie es que aquí hay ideología de género. No. Es el viejo tema del amor. De éros y tánatos (como en la maravillosa talla borgoñesa de Sluter con la que he querido ilustrar esta entrada; supongo que te habrás fijado en la delicadeza con la que la figura posa su mano sobre el pecho, justo en el lugar del corazón…). Yo, por de pronto, me voy el lunes a Madrid a escuchar a padre e hija hablar en el Museo del Prado.

3 comentarios:

Isabel Mercadé dijo...

Pues también yo me he sumergido en tu página y disculpa si no te cuento por qué, es un secreto...
Y qué envidia, no sólo por el padre y la hija, también me sumerjo con entusiasmo en las páginas de F. Calvo Serraller.
Que tengas un buen día.

JML dijo...

Hermosas y certeras las palabras de Katya Berger. Gracias por traerlas aquí. De todos modos me pregunto si el único papel que el arte le reserva al hombre es el de un observador algo rijoso.
De Berger a Berger... Ya me gustaría poder asistir a ese face to face, de padre a hija. Espero que a tu vuelta nos cuentes algo, si te place.
Un saludo.

Adelarica dijo...

sí, claro que lo contaré; en parte voy para eso